El sol apenas comienza a filtrarse por las cortinas cuando siento a Sam moverse a mi lado. Me estiro, tratando de sacudirme el sueño, y recuerdo lo que habíamos planeado para hoy. O mejor dicho, lo que ella había planeado: compras.
Suspiro, mirando el techo. Adoro a Sam, no hay nada en este mundo que no haría por ella. Pero, sinceramente, acompañarla a comprar ropa para nuestro viaje a París no es lo que tenía en mente para un sábado. Me giro hacia ella y la veo revisando algo en su celular, probablemente ya planificando la ruta de tiendas. —Buenos días, amor —le digo, tratando de sonar más entusiasmado de lo que realmente estoy. Ella sonríe y me da un beso rápido en los labios. —Buenos días. ¿Estás listo para nuestro día de compras? —pregunta con esa chispa en los ojos que hace que sea imposible negarle nada. —Claro que sí —respondo, aunque por dentro estoy pensando en mil formas de escapar. Nos levantamos, y mientras ella se arregla, yo me preparo mentalmente. Sé que Sam se emocionará con cada prenda que vea, cada accesorio que considere llevar a París. Y yo… bueno, intentaré no quejarme demasiado. Llegamos al centro comercial y, como esperaba, Sam no pierde tiempo. Apenas entramos, se dirige directamente a una de sus tiendas de ropa favoritas. La sigo, intentando mantener el ánimo, mientras ella se sumerge en un mar de opciones. Primero son los vestidos. Sam toma uno tras otro, examinándolos con ojo crítico antes de llevarlos al probador. Se mide un vestido rojo ajustado, luego otro con estampado floral, y un tercero con un corte que cae suavemente sobre sus caderas. Cada uno parece hecho a medida para ella, pero por la expresión en su rostro, sé que está evaluando cada detalle. —¿Qué te parece este? —pregunta, saliendo del probador con un vestido de verano que, honestamente, me deja sin aliento. —Es… perfecto, te ves increíble —respondo, sin tener que mentir. Ella sonríe, satisfecha con mi respuesta, y luego vuelve a probarse otro. Después de los vestidos, Sam pasa a los accesorios. Se detiene en una sección llena de gorros y sombreros, probándose varios mientras se mira al espejo. Uno de ala ancha, otro de estilo bohemio, e incluso uno de esos pequeños que apenas cubren su cabeza pero que, de alguna manera, se ven adorables en ella. —¿Qué opinas de este? —me pregunta, inclinando la cabeza para que pueda ver mejor el gorro que ha elegido. —Me gusta. Es muy… tú —le digo, sonriendo al ver lo bien que lo lleva. Mientras Sam sigue absorta en su búsqueda de ropa, una idea me cruza por la mente, y siento una mezcla de nervios y emoción. París es el lugar perfecto para hacer algo que llevo tiempo planeando. Sé que Sam siempre ha soñado con una propuesta romántica, y ¿qué podría ser más romántico que la ciudad del amor? Le digo a Sam que necesito salir un momento para hacer una llamada, y ella apenas levanta la mirada de los vestidos que está revisando. Aprovechando su distracción, salgo de la tienda y camino rápidamente hacia una joyería que vi al entrar al centro comercial. Mi corazón late con fuerza mientras pienso en la importancia de lo que estoy a punto de hacer. Al entrar en la tienda de anillos, un amable vendedor se acerca y me pregunta en qué puede ayudarme. —Estoy buscando un anillo de compromiso —digo, sintiendo un nudo en la garganta al decirlo en voz alta. El vendedor sonríe, probablemente acostumbrado a ver a tipos nerviosos como yo. —¿Tiene alguna idea de lo que busca? —pregunta mientras me muestra una bandeja llena de anillos. —Algo clásico, pero que también sea único, como ella —respondo, pensando en Sam. El vendedor asiente y comienza a mostrarme diferentes opciones. Algunos tienen diamantes grandes, otros son más sencillos pero elegantes. Todos son hermosos, pero ninguno parece el indicado hasta que veo uno en particular. Es un anillo con un diseño atemporal, un diamante central rodeado por pequeños destellos que lo hacen brillar aún más. Es sencillo, pero tiene un toque de elegancia que sé que a Sam le encantará. —Este —digo sin dudarlo, sintiendo que es el perfecto. El vendedor me explica un poco más sobre el anillo, pero honestamente, no estoy prestando mucha atención. Solo puedo pensar en cómo se verá en la mano de Sam, en el momento en que se lo ofrezca y le pida que sea mi esposa. Pago por el anillo, asegurándome de que todo esté en orden, y lo guardo en una pequeña caja. Mientras camino de regreso a la tienda donde dejé a Sam, me siento increíblemente emocionado y un poco asustado al mismo tiempo. Cuando regreso a la tienda, Sam ya está fuera, esperando con cinco bolsas en la mano. La veo escanear la multitud en busca de mí, y cuando me ve, sonríe, pero puedo notar una pizca de curiosidad en su mirada. Me apresuro a alcanzarla y, sin decir una palabra, le tomo algunas de las bolsas para aliviar su carga. —¿Dónde estabas? —me pregunta con un tono que mezcla sorpresa y algo de preocupación. —Lo siento, me distraje con algo —le respondo, intentando sonar casual. Ella arquea una ceja, obviamente no del todo convencida. —¿Qué podría haberte distraído tanto? Pensé que te habías perdido o algo —dice con una pequeña risa. Miro hacia las bolsas que estoy sosteniendo y luego vuelvo a mirarla, sonriendo para tranquilizarla. —Nada importante, solo tenía que hacer una pequeña diligencia. Nada de qué preocuparse —le aseguro, sin querer darle pistas sobre la sorpresa que tengo planeada. Sam me observa por un segundo más, como si intentara leerme, pero luego decide dejarlo pasar. —Bueno, espero que haya valido la pena, porque encontré unos vestidos increíbles —dice, cambiando de tema mientras caminamos hacia la salida del centro comercial. Mientras caminamos hacia el estacionamiento, me viene una idea a la cabeza. A Sam le encanta la comida rápida, y después de toda esa caminata por el centro comercial, probablemente esté hambrienta. —¿Qué te parece si comemos una hamburguesa? —le pregunto con una sonrisa, sabiendo que no podrá resistirse. Ella se detiene un momento, como si estuviera considerando la oferta, pero su sonrisa traviesa me da la respuesta antes de que diga nada. —¡Claro que sí! —responde con entusiasmo—. Me muero de hambre. Nos dirigimos a la zona de restaurantes del centro comercial, y mientras hacemos fila para pedir, veo cómo se relaja, contenta de que el día termine con algo tan simple y reconfortante como una buena hamburguesa. —¿Qué vas a pedir? —le pregunto mientras miro el menú. —Creo que iré por la clásica, con papas y una soda grande —me dice, como si lo tuviera decidido desde antes de llegar. —Suena perfecto —coincido, y cuando llega nuestro turno, hago el pedido para los dos. Nos sentamos a esperar nuestra comida, y mientras lo hacemos, la observo, pensando en lo fácil que es estar con ella. Mientras disfrutamos de nuestras hamburguesas, no puedo evitar pensar en lo que tengo planeado para París. La idea ha estado rondando mi cabeza desde hace semanas, pero quiero estar seguro de que ella siente lo mismo. Así que, entre bocado y bocado, me armo de valor y suelto la pregunta. —Sam, ¿alguna vez has pensado en casarte? —le pregunto con un tono que intento mantener casual. Ella se detiene un momento, como si estuviera sorprendida por la pregunta, pero luego su rostro se ilumina con una sonrisa que me derrite. —Por supuesto que sí —responde sin titubear—. Especialmente si es contigo.El día finalmente ha llegado: nos vamos a París. La emoción corre por mis venas mientras reviso mi maleta por última vez, asegurándome de que todo esté en orden. Es mi primer viaje con Edward y mis padres, y quiero que todo salga perfecto, justo como lo he imaginado.Bajo las escaleras con mi maleta en mano. Edward está sentado en la sala, concentrado en su celular, mientras mis padres ya están cargando el auto.—Por fin llegas —dice, levantándose para recibirme. Sus ojos brillan cuando me mira—. Estás hermosa, nena.—Gracias —respondo, devolviéndole una sonrisa. Me da un beso suave, pero cargado de cariño.Edward toma mi maleta y la sube al auto. Nuestro chofer ya está listo para llevarnos al aeropuerto. Sin embargo, mientras me siento en el asiento, una sensación incómoda se instala en mi estómago, como un nudo de nervios que no se disipa.Intento ignorarlo, no quiero alarmar a nadie, especialmente a Edward o a mis padres. Pero en el fondo, una sombra de preocupación comienza a form
Una corriente de cosquilleo recorre mi cuerpo mientras Edward me llena de besos, su toque es suave pero intensamente electrizante. —Eddie… —murmuro, retorciéndome ligeramente en la cama. —Feliz cumpleaños, futura esposa —me susurra, plantando un suave beso en mis labios. —Gracias, cariño. Sin dejar de sonreír, Edward continúa su recorrido con besos, descendiendo lentamente desde mi cuello hasta llegar a mi abdomen. Siento que mi respiración se acelera y arqueo la espalda ante la cálida sensación de sus labios sobre mi piel. —Ven aquí, nena —dice, tomándome de la mano. Me guía hasta el balcón, donde el aire fresco de la mañana acaricia mi piel. Edward se sienta en una de las sillas y me mira con una expresión traviesa, una chispa de picardía iluminando sus ojos. —Siéntate conmigo un momento —me pide, tirando suavemente de mi mano para que me acerque. Mientras me acerco, la luz del sol baña todo el lugar, iluminando el comienzo de lo que promete ser un día lleno de sorpr
Edward Tengo a Sam completamente desnuda en mi cama. La veo dormir mientras admiro lo sexy que se ve respirando lento y con el cabello a lo largo de la almohada. Me paseo descalzo por la cocina, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies, mientras sostengo una cerveza en la mano. La casa está en silencio, excepto por el suave zumbido del refrigerador y el sonido de las puertas de la despensa que abro y cierro en busca de algo para comer. Pero la búsqueda no es muy fructífera; no hay nada preparado y la nevera parece tan vacía como mi estómago. Decido pedir comida a domicilio, optando por un poco de deliciosa comida italiana que sé que ambos disfrutaremos. Antes de hacer el pedido, mis ojos se detienen en una bandeja de fresas que reposa en la encimera. Me acerco y comienzo a cortarlas en rodajas, disfrutando del aroma dulce que se desprende de cada corte. Las coloco en un tazón, y con un movimiento casi automático, saco un bote de crema batida del refrigerador y la rocío sobre l
La emoción me invade desde el momento en que me despierto. Hoy es un día importante. Edward y yo tenemos una reunión para planear nuestra boda, y aunque todavía hay muchos detalles por definir, sé que hay algo en lo que no estoy dispuesta a ceder: quiero casarme en la playa.El sol brilla intensamente mientras nos dirigimos al lugar donde hemos quedado con la organizadora de bodas. Mi mente ya está llena de ideas sobre cómo quiero que sea nuestro gran día: una ceremonia al atardecer, con el sonido de las olas de fondo y una decoración sencilla pero elegante, con flores blancas y toques de azul marino que complementen el paisaje natural.—¿Nerviosa? —me pregunta Edward mientras me toma de la mano, sus ojos reflejando la misma emoción que siento yo.—Un poco, pero en el buen sentido —respondo, apretando suavemente su mano—. No puedo esperar para empezar a planear cada detalle.Al llegar al lugar de la reunión, nos recibe Amelia, la organizadora de bodas. Es una mujer con una energía pos
Hoy es el cumpleaños de Edward, pero Drake me había hecho prometer que fingiera olvidar la fecha para darle una gran sorpresa en la noche. Me estiro bajo las sábanas, sintiendo el calor de Edward a mi lado. Su mano descansa sobre mi cintura, y la otra está bajo su cabeza mientras duerme plácidamente. Con cuidado, aparto su brazo y me levanto de la cama sin hacer ruido. Me apresuro al baño, consciente de que tengo un sinfín de cosas por hacer hoy, y el tiempo no está de mi lado. —¿Qué hora es, nena? —su voz adormilada interrumpe el silencio. —Las seis de la mañana —le respondo con una sonrisa, intentando sonar casual. —¿Y qué haces arreglada tan temprano, Sam? —pregunta mientras se incorpora un poco, frotándose los ojos. —Voy a salir a desayunar con unas amigas —miento, tratando de mantener la naturalidad. —Pensé que pasaríamos el día juntos… —dice, con una expresión de ligera decepción en su rostro. —No creo que podamos, cariño. Prometí que sería un día de chicas —le dig
Desayunamos unas deliciosas tostadas mientras navegamos en el computador, buscando el lugar perfecto para nuestra boda. El sol de la mañana entra por la ventana de la cocina, llenando el espacio con una luz cálida y acogedora. El aroma del café recién hecho flota en el aire, mezclándose con el dulce olor de las tostadas.—¿Qué piensas de Santorini? —le pregunto a Ed, señalando la pantalla donde se despliegan imágenes de la hermosa isla griega. Los acantilados blancos, las aguas cristalinas y el cielo azul parecen sacados de un sueño.Ed se inclina un poco más cerca de la pantalla, sus ojos brillan con interés mientras observa las imágenes. Se queda en silencio por un momento, como si estuviera imaginando cómo sería casarnos en un lugar tan mágico.—Me gusta mucho —responde finalmente, girando su rostro hacia mí con una sonrisa suave—. ¿Quieres que nos casemos en Santorini?La idea de casarnos en Santorini me emociona, pero quiero asegurarme de que él también lo desee. No quiero que se
Hoy comenzamos la mudanza a nuestra nueva casa. Es un día que he estado esperando con ansias, aunque también con un poco de nerviosismo. No es solo una mudanza, es el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas, y eso me llena de emoción. Edward está empacando algunas cosas en la habitación, concentrado en asegurarse de que todo esté bien protegido para el traslado. Lo observo desde la puerta, viendo cómo cuidadosamente envuelve un marco con nuestra foto favorita en papel burbuja. Me hace sonreír cómo se toma su tiempo con cada detalle, queriendo que todo llegue en perfecto estado. —¿Estás segura de que empacamos todo? —pregunta de repente, levantando la vista para mirarme. —Creo que sí —respondo, aunque en el fondo sé que siempre hay algo que se queda atrás en cada mudanza—. Pero si se nos olvida algo, siempre podemos volver. Él asiente y vuelve a su tarea, pero no puedo evitar seguir observándolo. Hay algo en ver a Edward así, tan concentrado y decidido, que me hace sent
Maldición. Hoy es la cita con la doctora para saber el sexo del bebé. Es un momento que he estado esperando con ansias, pero también uno que me llena de nervios.Me siento en la sala, revisando mi teléfono para distraerme mientras Sam se prepara. Cuando la veo salir de la habitación, mi corazón da un vuelco. Está radiante con ese vestido blanco que resalta su panza, que ya es imposible de ignorar. Cada día que pasa, ella está más hermosa, y la emoción de saber que pronto seremos padres se hace más real.Me acerco a ella, incapaz de resistir la tentación de besarla. Sus labios son suaves y cálidos, y el contacto de mi mano en su vientre me hace sentir una conexión inmediata con nuestro bebé.—Estás hermosa —le susurro, y ella me responde con una sonrisa tímida, esa que siempre me derrite.Tomo su mano con ternura y la guío hacia el carro. Es un momento solemne, casi sagrado, y ambos lo sabemos. Subimos al auto y comienzo a conducir hacia la clínica, mis pensamientos en mil direcciones.