Capítulo 29

El sol apenas comienza a filtrarse por las cortinas cuando siento a Sam moverse a mi lado. Me estiro, tratando de sacudirme el sueño, y recuerdo lo que habíamos planeado para hoy. O mejor dicho, lo que ella había planeado: compras.

Suspiro, mirando el techo. Adoro a Sam, no hay nada en este mundo que no haría por ella. Pero, sinceramente, acompañarla a comprar ropa para nuestro viaje a París no es lo que tenía en mente para un sábado.

Me giro hacia ella y la veo revisando algo en su celular, probablemente ya planificando la ruta de tiendas.

—Buenos días, amor —le digo, tratando de sonar más entusiasmado de lo que realmente estoy.

Ella sonríe y me da un beso rápido en los labios.

—Buenos días. ¿Estás listo para nuestro día de compras? —pregunta con esa chispa en los ojos que hace que sea imposible negarle nada.

—Claro que sí —respondo, aunque por dentro estoy pensando en mil formas de escapar.

Nos levantamos, y mientras ella se arregla, yo me preparo mentalmente. Sé que Sam se emocionará con cada prenda que vea, cada accesorio que considere llevar a París. Y yo… bueno, intentaré no quejarme demasiado.

Llegamos al centro comercial y, como esperaba, Sam no pierde tiempo. Apenas entramos, se dirige directamente a una de sus tiendas de ropa favoritas. La sigo, intentando mantener el ánimo, mientras ella se sumerge en un mar de opciones.

Primero son los vestidos. Sam toma uno tras otro, examinándolos con ojo crítico antes de llevarlos al probador. Se mide un vestido rojo ajustado, luego otro con estampado floral, y un tercero con un corte que cae suavemente sobre sus caderas. Cada uno parece hecho a medida para ella, pero por la expresión en su rostro, sé que está evaluando cada detalle.

—¿Qué te parece este? —pregunta, saliendo del probador con un vestido de verano que, honestamente, me deja sin aliento.

—Es… perfecto, te ves increíble —respondo, sin tener que mentir.

Ella sonríe, satisfecha con mi respuesta, y luego vuelve a probarse otro.

Después de los vestidos, Sam pasa a los accesorios. Se detiene en una sección llena de gorros y sombreros, probándose varios mientras se mira al espejo. Uno de ala ancha, otro de estilo bohemio, e incluso uno de esos pequeños que apenas cubren su cabeza pero que, de alguna manera, se ven adorables en ella.

—¿Qué opinas de este? —me pregunta, inclinando la cabeza para que pueda ver mejor el gorro que ha elegido.

—Me gusta. Es muy… tú —le digo, sonriendo al ver lo bien que lo lleva.

Mientras Sam sigue absorta en su búsqueda de ropa, una idea me cruza por la mente, y siento una mezcla de nervios y emoción. París es el lugar perfecto para hacer algo que llevo tiempo planeando. Sé que Sam siempre ha soñado con una propuesta romántica, y ¿qué podría ser más romántico que la ciudad del amor?

Le digo a Sam que necesito salir un momento para hacer una llamada, y ella apenas levanta la mirada de los vestidos que está revisando. Aprovechando su distracción, salgo de la tienda y camino rápidamente hacia una joyería que vi al entrar al centro comercial. Mi corazón late con fuerza mientras pienso en la importancia de lo que estoy a punto de hacer.

Al entrar en la tienda de anillos, un amable vendedor se acerca y me pregunta en qué puede ayudarme.

—Estoy buscando un anillo de compromiso —digo, sintiendo un nudo en la garganta al decirlo en voz alta.

El vendedor sonríe, probablemente acostumbrado a ver a tipos nerviosos como yo.

—¿Tiene alguna idea de lo que busca? —pregunta mientras me muestra una bandeja llena de anillos.

—Algo clásico, pero que también sea único, como ella —respondo, pensando en Sam.

El vendedor asiente y comienza a mostrarme diferentes opciones. Algunos tienen diamantes grandes, otros son más sencillos pero elegantes. Todos son hermosos, pero ninguno parece el indicado hasta que veo uno en particular. Es un anillo con un diseño atemporal, un diamante central rodeado por pequeños destellos que lo hacen brillar aún más. Es sencillo, pero tiene un toque de elegancia que sé que a Sam le encantará.

—Este —digo sin dudarlo, sintiendo que es el perfecto.

El vendedor me explica un poco más sobre el anillo, pero honestamente, no estoy prestando mucha atención. Solo puedo pensar en cómo se verá en la mano de Sam, en el momento en que se lo ofrezca y le pida que sea mi esposa.

Pago por el anillo, asegurándome de que todo esté en orden, y lo guardo en una pequeña caja. Mientras camino de regreso a la tienda donde dejé a Sam, me siento increíblemente emocionado y un poco asustado al mismo tiempo.

Cuando regreso a la tienda, Sam ya está fuera, esperando con cinco bolsas en la mano. La veo escanear la multitud en busca de mí, y cuando me ve, sonríe, pero puedo notar una pizca de curiosidad en su mirada.

Me apresuro a alcanzarla y, sin decir una palabra, le tomo algunas de las bolsas para aliviar su carga.

—¿Dónde estabas? —me pregunta con un tono que mezcla sorpresa y algo de preocupación.

—Lo siento, me distraje con algo —le respondo, intentando sonar casual.

Ella arquea una ceja, obviamente no del todo convencida.

—¿Qué podría haberte distraído tanto? Pensé que te habías perdido o algo —dice con una pequeña risa.

Miro hacia las bolsas que estoy sosteniendo y luego vuelvo a mirarla, sonriendo para tranquilizarla.

—Nada importante, solo tenía que hacer una pequeña diligencia. Nada de qué preocuparse —le aseguro, sin querer darle pistas sobre la sorpresa que tengo planeada.

Sam me observa por un segundo más, como si intentara leerme, pero luego decide dejarlo pasar.

—Bueno, espero que haya valido la pena, porque encontré unos vestidos increíbles —dice, cambiando de tema mientras caminamos hacia la salida del centro comercial.

Mientras caminamos hacia el estacionamiento, me viene una idea a la cabeza. A Sam le encanta la comida rápida, y después de toda esa caminata por el centro comercial, probablemente esté hambrienta.

—¿Qué te parece si comemos una hamburguesa? —le pregunto con una sonrisa, sabiendo que no podrá resistirse.

Ella se detiene un momento, como si estuviera considerando la oferta, pero su sonrisa traviesa me da la respuesta antes de que diga nada.

—¡Claro que sí! —responde con entusiasmo—. Me muero de hambre.

Nos dirigimos a la zona de restaurantes del centro comercial, y mientras hacemos fila para pedir, veo cómo se relaja, contenta de que el día termine con algo tan simple y reconfortante como una buena hamburguesa.

—¿Qué vas a pedir? —le pregunto mientras miro el menú.

—Creo que iré por la clásica, con papas y una soda grande —me dice, como si lo tuviera decidido desde antes de llegar.

—Suena perfecto —coincido, y cuando llega nuestro turno, hago el pedido para los dos.

Nos sentamos a esperar nuestra comida, y mientras lo hacemos, la observo, pensando en lo fácil que es estar con ella.

Mientras disfrutamos de nuestras hamburguesas, no puedo evitar pensar en lo que tengo planeado para París. La idea ha estado rondando mi cabeza desde hace semanas, pero quiero estar seguro de que ella siente lo mismo. Así que, entre bocado y bocado, me armo de valor y suelto la pregunta.

—Sam, ¿alguna vez has pensado en casarte? —le pregunto con un tono que intento mantener casual.

Ella se detiene un momento, como si estuviera sorprendida por la pregunta, pero luego su rostro se ilumina con una sonrisa que me derrite.

—Por supuesto que sí —responde sin titubear—. Especialmente si es contigo.

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