Capítulo 25

Después de regresar de nuestras vacaciones, estacionamos frente a mi casa. El aire fresco de la tarde me envuelve, y aunque aún falta tiempo para la cena, pienso que sería perfecto que Edward se quedara desde ya. Hay algo reconfortante en la idea de estar en casa, rodeados de las personas que más nos importan.

—¡Ya llegamos! —grito con entusiasmo al abrir la puerta, dejando que el sonido de mi voz se disperse por el interior de la casa.

En cuestión de segundos, escucho el eco de pasos apresurados bajando las escaleras. Mis padres aparecen en el umbral, sus rostros iluminados por sonrisas amplias. Mamá es la primera en alcanzarnos, envolviéndonos en un abrazo cálido, seguido de papá, quien no tarda en unirse.

—Qué bueno que han regresado —dice mamá, con la alegría reflejada en su mirada. Es evidente que han estado esperando este momento con ansias.

—¿Tienen hambre? —pregunta papá, siempre atento, con una sonrisa que promete más de lo que se ve a simple vista.

—Sí, mucha —respondemos Edward y yo al unísono, compartiendo una mirada cómplice.

Nos dirigimos al comedor, donde la mesa ya está preparada. Las servilletas perfectamente dobladas, los vasos brillando bajo la luz suave del atardecer que se cuela por las ventanas. Nos sentamos mientras mamá se acerca con una bandeja llena de sándwiches que huelen como un trozo de cielo. Las verduras frescas, crujientes y llenas de color, y la salsa secreta que solo ella sabe hacer, completan la obra maestra culinaria.

—Esto se ve increíble —comenta Edward, tomando uno de los sándwiches. Lo mira con admiración antes de darle el primer mordisco.

—Gracias —responde mamá, claramente complacida con el cumplido.

Comenzamos a comer mientras les contamos todo sobre el viaje. Hablamos de las risas compartidas, de las pequeñas aventuras y, por supuesto, de los desafíos que enfrentamos, como el incidente con Roxy. Edward, con su sinceridad habitual, les confiesa que hubo un momento en el que consideró dejarme, no porque quisiera, sino porque temía que fuerzas externas pudieran separarnos.

—Hubo un instante en el que pensé que alejarme de Sam sería lo mejor para ella —dice Edward, con voz suave pero firme, sus ojos fijos en los de mis padres—. Pero el solo pensar en vivir sin ella… No, simplemente no podía hacerlo.

Papá, que había estado escuchando con atención, suspira profundamente. Su expresión se suaviza, mostrando una mezcla de arrepentimiento y alivio.

—Lo siento mucho, chicos. Realmente lamento cómo manejé las cosas. Estuve mal, y les prometo que no volveré a interferir de esa manera —admite papá, su voz cargada de sinceridad.

—Eso ya quedó atrás, papá —le digo, sonriendo mientras le aprieto suavemente la mano—. Todos cometemos errores.

—Lo importante es que al final todo salió bien —agrega Edward, mirándome con esos ojos llenos de cariño que me derriten.

Mamá, que ha estado escuchando en silencio, asiente con la cabeza, claramente conmovida por las palabras de Edward y mi papá.

—Estamos muy contentos de tenerlos de vuelta, y de verlos tan unidos —dice ella, su voz teñida de emoción.

Después de terminar nuestros sándwiches, me recuesto en la silla, sintiendo una calidez reconfortante en el estómago, no solo por la comida, sino por la atmósfera de amor que nos rodea.

—Estaba delicioso, mamá —digo finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado mientras comíamos.

Edward asiente, limpiándose las comisuras de los labios con una servilleta—. Estaba increíble, pero creo que voy a regresar esta noche. Me siento un poco cansado y necesito descansar un rato.

Papá lo mira, con una pequeña sonrisa asomándose en sus labios, y dice:

—Quédate, Edward. Pueden descansar en la habitación de Sam. No hay necesidad de que te vayas ahora.

Edward me mira, buscando mi aprobación, y yo solo puedo sonreír ante la invitación de mi papá. Sin pensarlo dos veces, ambos nos levantamos de la mesa y subimos las escaleras, dejando que la conversación de nuestros padres quede atrás.

Al entrar en mi habitación, cerramos la puerta y, sin decir una palabra, nos dejamos caer en la cama. El colchón nos recibe con una suavidad que parece abrazarnos, y por un momento, todo lo que ha pasado en los últimos días parece desvanecerse en el aire. Me acurruco contra él, sintiendo su calor, y suspiro profundamente, sabiendo que, sin importar lo que venga, estamos juntos en esto.

—¿Sabes algo? —murmuro, rompiendo el silencio—. Me encanta cómo siempre logramos encontrar paz en medio del caos.

Edward sonríe, besando suavemente mi frente.

—Esa es nuestra magia, nena. Estar juntos hace que todo lo demás valga la pena.

—No fue tan malo —volteo a verlo.

—Quiero besarte —su petición es más una advertencia y entiendo la razón, él no habla de cualquier beso, se refiere a esos besos con sabor a cielo e infierno; alma y fuego.

—Yo también, amor.

Sin esperar más, su boca vuelve a tomar la mía y la pasión es la que se adueña de nuestro beso, las tentativas caricias en las que nos sumergimos, hacen que las piernas me tiemblen. Enredo una de mis manos en su cuello, en busca de una mejor estabilidad.

—Tus padres están afuera, nena.

La mano que antes estaba en mi mejilla, va hasta mi mandíbula profundizando nuestro beso, mientras que la otra se dirige a mi trasero, acercándonos tanto que puedo sentir su erección frotarse en la parte baja de mi estómago.

—Sam, tus padres...

—Están afuera —lo imito.

—No quiero que nos escuchen.

Dejando clara su intención de retomar en lo que estábamos, me besa y una parte de mí, una muy obstinada, quiere seguir, aceptar su juego.

Tomando mis labios, él se mueve con perfecta sincronización en mi boca.

—Esto no está bien, nena —susurra.

—Solo nos estamos besando —digo risueña.

—Entonces, disfruta.

Obedeciendo a sus palabras, disfruto el placer que me provoca sentir su boca, deja la mía para darle atención a mi cuello. Inclina más su cuerpo, tomando mi muslo y llevándolo a la altura de su cintura. Edward se pega más a mí y siento su erección sobre mi estómago.

El roce de nuestros cuerpos es parte de una maravillosa tormenta de sensualidad, mi cuerpo me exige por más, y sin algún pudor, me dejo llevar, moviendo mis caderas hacia él, una y otra vez, causando que ambos soltemos leves gruñidos.

—Nena, no hagas eso —me suplica —No voy a poder contenerme.

—Ups.

—Amor, iré a darme un baño —se separa —No quiero que tus papás nos llamen y yo esté así.

Edward entra a la ducha y yo me quedo esperándolo desde la cama. Me siento para tratar de controlar mi respiración, pero se me hace casi imposible. Edward me ha dejado con las ganas

Después de un rato, me levanto de la cama, acomodándome el cabello, y decido que es momento de hablar con mamá. Necesito claridad sobre algo que ha estado rondando mi mente desde que regresamos. Camino por el pasillo en silencio, tratando de ordenar mis pensamientos antes de encontrarla en la sala, sentada en su sillón favorito, leyendo un libro.

—Pensé que iban a dormir un rato —dice, levantando la vista cuando me acerco.

—Sí, pero necesito hablar contigo —respondo, sentándome a su lado. Hay algo en su mirada, una mezcla de comprensión y preocupación, que me hace sentir que este es el momento adecuado para sacar lo que tengo dentro—. Sé que tú y papá ya se disculparon por todo lo que pasó, pero… quiero saber si tú también pensabas igual que él. ¿También querías separarme de Edward?

Mamá cierra su libro, dejándolo a un lado, y me mira con esa expresión serena que siempre tiene cuando sabe que algo es importante.

—¿Separarte de Edward? —pregunta, como si estuviera probando las palabras en su boca, y yo asiento lentamente, esperando su respuesta—. No, cariño. Nunca pensé en algo así. Puedo ver cuánto se aman. La forma en que se miran, cómo se cuidan mutuamente… eso no es algo que se pueda separar fácilmente. Ni algo que yo quisiera romper.

Siento un alivio profundo al escuchar sus palabras, como si un peso se deslizara de mis hombros.

—Me alegra tanto que papá haya entrado en razón —digo, con una sonrisa que refleja la paz que siento ahora.

Mamá me toma las manos, apretándolas con calidez—. Yo siempre pelearía por ti, mi amor. Nunca permitiría que te envíen lejos o que te separen de quien amas. Eres mi hija, y siempre te apoyaré en lo que te haga feliz.

Sus palabras tocan lo más profundo de mi corazón, y sin pensarlo dos veces, me inclino hacia adelante y la abrazo con fuerza. Siento cómo ella me envuelve con sus brazos, transmitiéndome toda la seguridad y el amor que solo una madre puede ofrecer.

—Gracias, mamá —susurro contra su hombro, sintiéndome más conectada a ella que nunca.

—Siempre estaré aquí para ti, no lo olvides —me dice suavemente, acariciando mi cabello—. Ahora, ve y disfruta de estar con Edward. Ambos se merecen ser felices.

Nos quedamos así, abrazadas por unos momentos más, en silencio, pero un silencio lleno de entendimiento y cariño. Luego, me separo lentamente, dándole una última sonrisa antes de regresar a la habitación donde Edward me espera. Mientras subo las escaleras, siento una paz interior que no había sentido en mucho tiempo, sabiendo que no importa lo que venga, tengo el apoyo de mi familia y del hombre que amo. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que realmente importa.

Regreso a la habitación y veo que Edward está acostado en la cama. Cierro la puerta y me acuesto a su lado.

—¿Ya no tienes problemas? —me burlo.

—Qué graciosa, Sam.

—Lo siento, amor.

—Yo también siento no poder haberte hecho el amor hace unos minutos.

—¿Por qué somos tan calientes?

—Tú me pones así, nena.

Encendemos la televisión y Edward pone una película de acción. La verdad está bastante entretenida, así que no creo que vaya a quedarme dormida como usualmente lo hago.

Después de dos horas de descanso, es hora de salir a cenar con mis papás. Me levanto de la cama y voy directo al armario, buscando algo que me haga sentir elegante pero cómoda. Opto por un vestido negro corto que abraza mi figura en los lugares correctos, y unas sandalias de tacón que combinan perfectamente. Cuando termino de vestirme, me giro hacia Edward, que me mira con una sonrisa en el rostro.

—Qué linda estás —me dice mientras se inclina para besarme.

—Gracias —respondo con una sonrisa, sintiendo un pequeño rubor en mis mejillas.

Salimos de mi habitación y al llegar a la sala, veo que mis papás ya nos están esperando. Están de pie junto a la puerta, conversando entre ellos, y al verme, mi mamá me lanza una mirada de aprobación.

—¿Listos para irnos? —pregunta mi papá mientras agarra las llaves del auto.

—Sí, pero… —empiezo, mirando a Edward y luego a mis papás— ¿A dónde vamos a ir?

—Es una sorpresa —responde mi mamá con una sonrisa traviesa.

Aunque no tengo idea de qué restaurante han elegido, prefiero estar bien arreglada por si acaso. Nos dirigimos al auto, y mientras mi papá conduce, mis padres comienzan a hablar sobre la empresa y los nuevos diseños que están por lanzar. Escucho con atención mientras acaricio suavemente la mano de Edward, notando cómo su tensión disminuye. Mis padres también mencionan que Luke, un viejo amigo de la familia, empezará a trabajar con ellos, lo que me hace pensar que la empresa realmente está creciendo.

—Eso es genial —comento, girando la cabeza para ver a Edward, que simplemente asiente, manteniendo una expresión neutral.

Finalmente llegamos a nuestro destino: Crepas, un restaurante especializado en comida saludable. Es uno de mis lugares favoritos; venden crepes rellenos de pollo, carne, y tienen opciones vegetarianas que son una delicia. También ofrecen ensaladas frescas, sándwiches saludables y una selección de postres que siempre me hacen agua la boca.

Nos reciben en la puerta y nos conducen a nuestra mesa. Una señora mayor, con una sonrisa cálida, nos entrega las cartas. Aunque ya sé exactamente lo que voy a pedir, paso un momento leyendo el menú, disfrutando del ambiente acogedor del lugar.

—Voy a ordenar los crepes de carne con un toque de pimienta —le digo a la camarera cuando llega a tomar nuestra orden—. Y de postre, un helado de vainilla con salsa de chocolate, por favor.

Edward y mis papás hacen sus pedidos, y mientras esperamos la comida, la conversación fluye de manera ligera y agradable. Justo cuando pienso en cuánto disfruto de estos momentos en familia, mi papá menciona algo que me toma por sorpresa.

—Hija, en unas semanas es tu cumpleaños —dice con una sonrisa—. ¿Ya sabes qué quieres hacer?

Me congelo por un segundo. Había olvidado por completo que mi cumpleaños estaba tan cerca.

—Se me había olvidado mi cumpleaños —admito, riendo ligeramente, pero luego una idea se enciende en mi mente—. ¿Qué les parece si vamos a París? Sería genial si pudiéramos ir los cuatro.

Mis padres se miran entre sí, y luego mi papá asiente con una sonrisa.

—Me parece una excelente idea —responde—. Buscaré los boletos cuando lleguemos a casa.

Me vuelvo hacia Edward, que ha estado escuchando en silencio—. ¿Vendrás? —le pregunto, esperanzada.

—No me he perdido nunca tu cumpleaños. ¿Por qué me perdería este? —me dice con una sonrisa cálida, tomando mi mano sobre la mesa.

Cuando la comida llega, todos nos sumimos en un cómodo silencio, disfrutando del delicioso banquete frente a nosotros. Mi plato, como siempre, es una delicia; los sabores se mezclan perfectamente, creando una experiencia culinaria que me hace cerrar los ojos en apreciación. Mi papá es el primero en terminar, seguido de Edward, mientras mi mamá y yo disfrutamos un poco más de nuestras porciones.

Finalmente, llega el momento del postre, y no puedo evitar expresar mi satisfacción.

—Amo este postre —digo, saboreando el último bocado de mi helado de vainilla con salsa de chocolate.

Edward sonríe, mirándome con adoración mientras limpia suavemente una mancha de chocolate de la comisura de mis labios.

—Y yo amo verte feliz —dice, y no puedo evitar sonreír aún más, sintiéndome completamente en paz en ese momento.

Salimos del restaurante, y mientras caminamos hacia el auto, no puedo dejar de pensar en cuánto deseo pasar la noche con Edward. La idea de quedarme en su apartamento me emociona, pero una pequeña parte de mí se pregunta cómo reaccionarán mis padres. Justo cuando estoy a punto de decir algo, Edward toma la iniciativa.

—Richard —llama la atención de mi papá, con su tono respetuoso de siempre—. Me preguntaba… ¿Sam se puede quedar esta noche conmigo?

Mi papá se detiene un momento, reflexionando antes de responder con una sonrisa tranquila.

—Sam es mayor de edad —dice con un tono de confianza—. Ella es quien toma sus decisiones, y confío en ella.

Me siento aliviada al escuchar esas palabras, y una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras miro a Edward.

—Yo sí quiero —le digo con firmeza, mirándolo a los ojos.

Al llegar a casa, subo rápidamente a mi habitación y preparo una pequeña maleta. No necesito mucho, solo lo esencial para pasar la noche, pero el simple hecho de saber que estaré con él me llena de emoción. Bajamos las escaleras, nos despedimos de mis padres, y luego nos dirigimos hacia el auto de Edward.

Mientras conduce hacia su apartamento, me toma la mano suavemente y luego rompe el silencio.

—Oye, nena —comienza, con un tono pensativo—. Estaba pensando… ¿Qué te parecería si viviéramos juntos? Tal vez sea una idea demasiado apresurada, pero…

Lo interrumpo antes de que pueda terminar, sin dudarlo ni un segundo.

—Yo quiero —le digo, apretando su mano—. Me encanta estar contigo.

Él sonríe, visiblemente aliviado por mi respuesta, pero su expresión se vuelve más seria mientras añade.

—Debemos hablar con tus padres. Quiero que todo esté bien con ellos.

—Lo sé —asiento—. Lo haremos en su debido momento. Pero, Edward, en serio, estar contigo es todo lo que necesito. No hay nada más que quiera.

—¿Ni siquiera un regalo de cumpleaños? —me pregunta, levantando una ceja con una sonrisa traviesa.

—Contigo es suficiente —respondo sinceramente.

—Sam… —parece que va a insistir, pero yo le interrumpo de nuevo.

—No quiero nada, amor. De verdad, no necesito más que a ti.

Él sonríe, pero no me deja zafarme tan fácilmente.

—Yo sé exactamente qué te voy a dar —dice, su sonrisa ahora más grande, reflejando la emoción de quien guarda un gran secreto.

Intrigada, intento sacarle más información, pero él se mantiene firme en no revelar nada más. Llegamos a su apartamento y mientras cruzamos la puerta, siento que esta noche será diferente, especial. Algo está cambiando entre nosotros, y no puedo evitar sentir que este es solo el comienzo de un nuevo capítulo en nuestras vidas.

—¿Una buena follada me darás de cumpleaños? —muerdo mi labio.

—Esa te la daré esta noche, nena.

—Me encanta.

Él sonríe de medio lado y me sube en su hombro para llevarme hasta su cama. Aprovecho y le hago un chupado en su nuca.

—Tranquila, nena. Todo el mundo sabe que soy solo tuyo.

—Más les vale, Ed.

—Te castigaré por lo que acabas de hacer, nena.

—Me encanta que me castigues —meto mi dedo a mi boca y lo muerdo levemente.

Algo en la mirada de Edward me hace sentir perfecta, amada y segura. Sus ojos no abandonan mi cuerpo en ningún momento.

Paso mis manos alrededor de su cuello y me mira con una enorme sonrisa. Lo atraigo hacia mí y puedo sentir como su pene roza contra mi vientre. Edward mete su mano por debajo de mi vestido y comienza a tocarme por encima de mi panty.

—Esto es mío —gruñe —Y seguirá siéndolo.

No puedo contenerme y me voy contra sus labios en un beso demasiado profundo y rudo. Su lengua danza con la mía, mientras que sus dedos hace varios círculos en mi clítoris.

La piel me arde bajo la intensa sensación de su lengua en mi boca, y sus dedos jugando con mi parte más sensible. Me quita el vestido y mis senos quedan casi expuestos, me quita el sostén y pone una mano en ellos para comenzar a masajearlos. Pone su cabeza entre ellos y comienza a morderme los pezones, y de vez en cuando lo aprieta bastante fuerte.

Nos volvemos a besar, nuestras respiraciones hacen eco, chocando una contra la otra mientras hunde los dedos en mi interior en un vaivén rápido, malditamente delicioso, agudo y avasallador. La sensación es tan rica, tan indescriptible, una maravilla de la existencia. Mi cuerpo se estremece entre sus brazos. La forma en la que me toca, me mima, me besa, me calienta y me lleva a miles de rincones benditos es insuperable.

La enorme protuberancia de su pene se hace más grande. Me excita esta forma caliente en la que me tienta, me seduce y me posesiona. Mi clítoris se hincha y gimo ante las puertas del orgasmo. Él se mueve, trazando patrones enloquecedores con sus dedos.

—Edward...

El timbre comienza a sonar y mi novio comienza a maldecir.

—Me daré una ducha.

—¿Qué? —me mira Ed.

—No pienso quedarme caliente.

—Yo no pienso abrir la puerta.

El timbre vuelve a sonar y la voz de Drake se escucha desde afuera del apartamento.

—Me daré la ducha —le aseguro.

Edward se acomoda su amigo, el cual se le nota bastante y yo suelto una carcajada al verlo.

Entro a la ducha y dejo que toda el agua fría caiga por mi cuerpo.

Esta me las va a pagar.

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