Toco el lado de la cama de Sam y noto que está vacío. Me levanto, alarmado, y la veo en el balcón, sentada en una silla, con la mirada perdida en el horizonte.
—Buenos días —digo, caminando hacia ella. —Buenos días —responde sin mirarme, su voz cargada de desdén. —¿Qué tienes? —pregunto, sintiendo la tensión en el aire. —¿De verdad me preguntas eso? —rueda los ojos sin mirarme. —¿Estás así por lo de anoche? —me atrevo a preguntar, aunque sé que puede no ser la mejor pregunta. —Sí —responde con un tono frío. —Pero... —En vez de venir y hablar conmigo para solucionar las cosas, te fuiste a la m*****a cabaña a beber con esa... —ella misma se detiene, mordiéndose el labio. —No seas ridícula, Sam. —¿Ridícula? —levanta ambas cejas con incredulidad—. Espero que tú no me digas nada cuando yo haga lo mismo. —Sabía que no te ibas a quedar calladita —ruedo mis ojos, frustrado. —¿Disculpa? —se levanta de la silla con indignación—. ¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana y voy a quedarme callada? Se nota que no me conoces, Edward. —No, no te conozco —respondo, levantando la voz—. Qué pésimo despertar. Sam respira hondo, claramente tratando de calmarse. —No se trata solo de lo que hiciste anoche —dice con un tono más controlado—. Se trata de cómo estás manejando todo esto. No solo me estás apartando, sino que no te importan mis sentimientos. Me acerco un paso más, intentando entender su punto. —¿Qué esperabas que hiciera? Me sentí perdido y necesitaba hablar con alguien. No sabía cómo arreglar las cosas sin tu ayuda. —Pero en vez de buscarme, te escondiste en el alcohol —dice con tristeza—. No es así como se solucionan los problemas. —Lo sé, pero también sé que no sé cómo hablar contigo sin que esto termine en una pelea —admito, sintiendo el peso de mis propias palabras. Entro al baño y me doy una ducha rápida antes de salir de la cabaña. No tengo ganas de estar en el mismo lugar que Samantha. Encuentro una cafetería cercana para desayunar. El café tiene un sabor extraño y el sándwich que pedí está horrible. Abro tres sobres de azúcar a la vez, los vierto en el café y lo mezclo con una cucharilla de plástico, tratando de mejorar el sabor. Odio haber venido a este lugar. —Buenos días, Ed —escucho una voz familiar. —¿Roxy? —me giro para verla—. ¿Me estás persiguiendo? —En absoluto —sonríe—. ¿Qué haces aquí solo? —Discutí con Samantha. Miro la entrada de la cafetería y veo que hay una fila interminable. Me dan ganas de levantarme y decirles a todos que este lugar no vale la pena. —¿Pero te disculpaste? —pregunta mientras se sienta en mi mesa. —Eres demasiado... estresante —ruedo los ojos—. ¿Por qué te importa tanto? —Eres mi amigo. —Apenas nos conocimos ayer. No creo que seamos amigos, Roxy. Ella se encoge de hombros y sonríe con indiferencia. —Lo sé, pero me importa lo que te pase. Además, no me gusta ver a la gente que conozco en problemas. —No estoy seguro de qué hacer —admito—. La verdad es que no sé cómo arreglar esto con Samantha. —Tal vez deberías empezar por ser honesto con ella —sugiere, inclinándose hacia adelante—. A veces, las disculpas son el primer paso para solucionar las cosas. Suspirando, asiento con resignación. —Tienes razón. Solo espero que aún sea posible solucionarlo. Roxy sonríe y toma un sorbo de su café. —No te preocupes, Ed. A veces un buen desayuno y una charla sincera pueden hacer maravillas. Miro cómo cambia su expresión al instante. Si empieza a llorar, me veré obligado a desaparecer, porque no puedo soportar tanto drama, y menos a estas horas. —Escucha, lo que dije es porque casi no tengo amigas —comienza a explicar. —¿Ni una? —Desde que estoy con Sam —admito—, mis amigas la odian porque ella está a mi lado. —Entiendo. ¿Y ella tiene amigos? —Es bastante popular. —Mira, sinceramente creo que deberías pedirle una disculpa a Sam. —Ya se le pasará, ella me ama. —Edward, el hecho de que ella te ame no significa que no pueda vivir sin ti. —Ya deja de hablar de Samantha —digo, agotado. —Está bien. —Cuéntame sobre tu novia. Ella empieza a contarme cómo, al principio, solo eran amigas. En ese momento, a Roxy no le atraían las chicas, pero su novia hacía todas las cosas que a Roxy le gustaban en una relación. Un día, estaban juntas en la habitación de Roxy y su novia se le declaró. Al principio, ella no aceptó porque no sabía cómo contarle a sus padres, y cuando finalmente lo hizo, la dejaron encerrada durante dos meses. El resto de la mañana y parte de la tarde la paso escuchando los problemas de esta chica. No me molesta tanto como pensaba. Odio admitirlo, pero su compañía no me agobia. Es una marginada, como yo, pero no me juzga porque apenas me conoce. Un montón de extraños entran y salen de la cafetería, y cada vez que veo a una rubia entrar, no puedo evitar levantar la vista con la esperanza de que sea mi novia. —El tiempo se ha pasado volando —dice, mirando su celular. —Sí, bastante. —¿Qué te vas a poner esta noche? Mi pijama, probablemente. —¿Esta noche? —Para la cena con nuestros padres. —No sabía que teníamos una cena. —Ayúdame a buscar un vestido elegante. Me levanto y la sigo por el barrio hasta una pequeña tienda de ropa llena de vestidos coloridos y bisutería de mal gusto. —No hay nada bonito —dice, tomando un vestido rosado que parece de payaso. —El que tienes en la mano es espantoso —admito, y ella lo vuelve a colgar. No puedo dejar de pensar en qué estará haciendo mi novia. Seguramente está preocupada por dónde estoy. También sé que su primera opción es que estoy con Roxy, lo cual es cierto. —Sam no sabe que te gustan las chicas. —¿Y por qué no se lo dijiste? —Porque quiero que sienta lo mismo que yo siento con Luke. —Pues deberías decírselo, Edward. Parece que mi orientación sexual te importa una m****a. —No es eso... —Tienes que decírselo, Ed. —Está bien. —Tienes que ponerte elegante, Edward. Iremos a un restaurante lujoso. —¿Y si no quiero ir? —Cariño, tus padres no te van a dejar pasar por alto. —¿Qué es eso de cariño? Roxy entra al probador con un vestido y, al salir para mostrármelo, no puedo evitar pensar que a mi novia le quedaría perfecto, especialmente con el escote que realza sus atributos. —Ese vestido es el mejor que he visto —le soy sincero—. Los otros me parecen horribles. SAMANTHA Me miro en el espejo por milésima vez y vuelvo a mirar a Drake. —¿Me veo bien? —Por supuesto que sí. El tacto del vestido no es el más cómodo. La tela es algo gruesa y me pica cuando me muevo. —¿Por qué no nos dijeron de esta cena? Hubiera traído un vestido. —Sinceramente, yo también pienso lo mismo. —¿Crees que tu hermano llegará antes de que nos vayamos? Edward se ha ido después de nuestra pelea y no ha regresado desde entonces. Tampoco ha llamado ni enviado mensajes. Seguramente está con esa chica misteriosa con la que tanto le gusta compartir nuestros problemas. Sí, esa chica con la que parece hablar más que conmigo. Con lo cabreado que estaba, no me sorprendería si intentara hacerme daño. No..., no lo haría. —Es Edward —dice Drake—. Le gusta hacer lo que se le da la gana. —De eso me he dado cuenta. —¿Sabes qué sentí anoche cuando me dijo que había estado con otra chica? —¿Qué? —pregunto, curiosa. —Que habíamos llegado a nuestro final. —No, Sam. Mi hermano es incapaz de serte infiel. ¿Te sientes bien? —Un poco enfadada, pero ya está. Es como si fuera inmune a ello ahora, a todo. No tengo ganas de pasar por lo mismo una y otra vez. Estoy empezando a pensar que es una causa perdida, y la verdad es que se me parte el alma —digo, esforzándome por no llorar. —Es momento de irnos —grita Leonardo desde abajo. Me pongo los tacones negros que combinan con mi vestido y salimos de la habitación. —No podemos esperar a Edward —dice Dorotea. —Lo sé —responde Leonardo. Durante el camino, Drake me mira varias veces para asegurarse de que estoy bien, y yo le sonrío. Se pone a contar algunas anécdotas del pasado, y estoy segura de que lo hace para distraerme. Cuando Leonardo detiene el coche en nuestro destino, veo que el restaurante es impresionante. Es una cabaña de troncos inmensa, pero el interior es moderno y elegante, con decoración en blanco y negro y detalles grises en las paredes y el suelo. La iluminación es algo tenue, creando un ambiente íntimo. Para mi sorpresa, mi vestido es lo que más brilla en la habitación. Cuando la luz se refleja en las cuentas, éstas centellean como diamantes en la oscuridad, llamando la atención de todos. —Mucho gusto —nos sonríe la mesera. Leonardo da el nombre de su amigo que hizo la reservación, y ella nos hace seguirla. Detesto que casi todos los hombres me estén mirando. Debería haberme puesto aquel monstruo rosa; habría llamado menos la atención. Un hombre de mediana edad derrama su copa y Drake me acerca a su costado cuando pasamos junto a él. No es un vestido tan exagerado. Me llega justo por encima de la rodilla. Un hombre se acerca a saludar a Leonardo, y luego se aproxima una mujer. Fijo mi vista en la chica que está a su lado y reconozco que es la misma mujer con la que ha estado Edward. Pero lo peor de todo es que lleva el mismo maldito vestido que yo. Y ahí está él, el idiota de Edward.El pánico me invade al ver a mi novio, o tal vez exnovio, sentado al lado de esa chica. Ni siquiera parece darse cuenta de mi presencia cuando me siento junto a Drake, al otro lado de la mesa, lo más lejos posible de él.—Drake, tienes una novia muy bonita —dice el hombre.Edward empieza a toser, o quizás se está atragantando. No quiero mirarlo para saber cuál de las dos es, pero no puedo evitarlo. Cuando lo hago, lo veo mirándome con furia.—No es mi novia, pero sí es bonita —responde Drake, mirando a su hermano, esperando que hable.Como era previsible, Edward no dice nada. La chica parece algo desorientada y un poco incómoda. Me alegra. Edward se acerca para susurrarle algo al oído, y ella le sonríe antes de sacudir la cabeza.—Me llamo Roxy —dice con una sonrisa —Es un gusto conocerte.—Igualmente.Igualmente, zorra.Tengo el corazón acelerado y apenas puedo ver con claridad. Si no estuviésemos compartiendo mesa con la familia de Edward, ya le habría lanzado una copa a él y a su a
Es nuestro último día de vacaciones y estoy decidida a no volver a casa de mis padres mañana. Si tengo que ir, iré con Edward. No me importa enfrentarme a mi padre. —Buenos días, linda —Edward me da un beso corto pero tierno. —Buenos días, Eddie. —Odié estar peleado contigo —admite—. Prometo no volver a hacerlo. —Eso espero. —Quiero pedirle perdón a Luke. ¿Edward pidiéndole perdón a alguien? Eso es nuevo. —¿Te sientes bien? —bromeo un poco. —Sí —dice, entrelazando nuestras manos—. Hice mal en decirle que se alejara de ti. No quiero ser como tu padre. —No menciones a mi padre —respondo, frunciendo el ceño. —Nena, es tu papá. —Los padres quieren la felicidad de sus hijos. Tú me haces feliz, Ed. —Tú también me haces feliz, nena. Vamos al baño para cepillarnos los dientes y luego descendemos a desayunar. Los padres de Edward nos reciben con sonrisas cálidas al vernos juntos. —¿Ya están bien? —pregunta Leonardo. —Sí —respondemos al unísono. —Qué bueno, porque Sam... —empiez
Después de regresar de nuestras vacaciones, estacionamos frente a mi casa. El aire fresco de la tarde me envuelve, y aunque aún falta tiempo para la cena, pienso que sería perfecto que Edward se quedara desde ya. Hay algo reconfortante en la idea de estar en casa, rodeados de las personas que más nos importan. —¡Ya llegamos! —grito con entusiasmo al abrir la puerta, dejando que el sonido de mi voz se disperse por el interior de la casa. En cuestión de segundos, escucho el eco de pasos apresurados bajando las escaleras. Mis padres aparecen en el umbral, sus rostros iluminados por sonrisas amplias. Mamá es la primera en alcanzarnos, envolviéndonos en un abrazo cálido, seguido de papá, quien no tarda en unirse. —Qué bueno que han regresado —dice mamá, con la alegría reflejada en su mirada. Es evidente que han estado esperando este momento con ansias. —¿Tienen hambre? —pregunta papá, siempre atento, con una sonrisa que promete más de lo que se ve a simple vista. —Sí, mucha —respondem
Me despierto con la luz del sol filtrándose por las cortinas, y al voltear, me doy cuenta de que Edward ya no está en la cama. Me estiro, dejando que mis músculos se despierten lentamente, y escucho el suave clic de las teclas en la computadora. Me levanto y, al acercarme a la sala, lo veo sentado en la mesa del comedor, absorto en la pantalla. Me acerco con sigilo, apoyando las manos en sus hombros mientras le doy un beso en la mejilla. —¿Qué haces tan temprano? —le susurro, todavía con voz adormilada. Edward sonríe y me jala suavemente hacia su regazo. —Estaba viendo algunos apartamentos —responde, señalando la pantalla. Miro la pantalla, curiosa. Hay varias pestañas abiertas, todas con fotos de apartamentos de diferentes tamaños y estilos. Algunos son modernos y minimalistas, mientras que otros tienen un encanto más clásico. Veo uno en particular que me llama la atención, con grandes ventanales y una vista impresionante de la ciudad. —¿Este te gusta? —le pregunto, señalando l
Mi celular recibe varios mensajes y, al revisar, veo que Carla, la asesora inmobiliaria, me está enviando mensajes llenos de cumplidos y sugiriendo que salgamos. La incomodidad se convierte en frustración mientras leo sus palabras. Me siento incómoda y molesta por su comportamiento. Inmediatamente le cuento a Sam, quien está a mi lado. —Mira esto —le digo, mostrándole los mensajes en mi pantalla. Sam lee rápidamente, sus cejas se fruncen y sus labios se aprietan en una línea delgada. La incomodidad en su expresión es palpable. —No puedo creerlo —dice con una mezcla de enojo y celos—. ¿Cómo se atreve a hacer algo así? —Lo sé, es completamente inapropiado —respondo—. No quiero que esto afecte nuestra búsqueda de la casa. Sam respira hondo, tratando de calmarse, pero puedo ver que está visiblemente afectada. Sin decir una palabra más, se da la vuelta y se dirige a la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Sigo su ejemplo y la sigo hasta la habitación, encontrándola sentad
Mi celular suena a las cinco de la mañana, despertándome de golpe. Es una amiga de mi madre.¿Para qué me puede estar llamando a esta hora?Cuando contesto, me dice que su modelo principal de pasarela le ha cancelado y que me necesita. Me quedo en silencio, aún intentando procesar la información. No soy modelo, ni mucho menos una profesional en esto, pero antes de que pueda negarme, ella insiste en que soy la única que puede ayudarla en este momento.—Samantha, sé que no eres modelo, pero confío en ti. Además, no es la primera vez que desfilas, ¿recuerdas aquella vez en la fiesta de tu madre? Lo hiciste increíble —dice con un tono de urgencia.—Eso fue hace años y era solo una fiesta de cumpleaños, no una pasarela de verdad —respondo, pero su persistencia me deja sin opciones.—Por favor, Samantha. Necesito a alguien de confianza, y eres la única que puede hacerlo.Finalmente, acepto. Ella me da las instrucciones para el día, y me promete que todo saldrá bien.Después de colgar, me qu
El sol apenas comienza a filtrarse por las cortinas cuando siento a Sam moverse a mi lado. Me estiro, tratando de sacudirme el sueño, y recuerdo lo que habíamos planeado para hoy. O mejor dicho, lo que ella había planeado: compras.Suspiro, mirando el techo. Adoro a Sam, no hay nada en este mundo que no haría por ella. Pero, sinceramente, acompañarla a comprar ropa para nuestro viaje a París no es lo que tenía en mente para un sábado.Me giro hacia ella y la veo revisando algo en su celular, probablemente ya planificando la ruta de tiendas.—Buenos días, amor —le digo, tratando de sonar más entusiasmado de lo que realmente estoy.Ella sonríe y me da un beso rápido en los labios.—Buenos días. ¿Estás listo para nuestro día de compras? —pregunta con esa chispa en los ojos que hace que sea imposible negarle nada.—Claro que sí —respondo, aunque por dentro estoy pensando en mil formas de escapar.Nos levantamos, y mientras ella se arregla, yo me preparo mentalmente. Sé que Sam se emociona
El día finalmente ha llegado: nos vamos a París. La emoción corre por mis venas mientras reviso mi maleta por última vez, asegurándome de que todo esté en orden. Es mi primer viaje con Edward y mis padres, y quiero que todo salga perfecto, justo como lo he imaginado.Bajo las escaleras con mi maleta en mano. Edward está sentado en la sala, concentrado en su celular, mientras mis padres ya están cargando el auto.—Por fin llegas —dice, levantándose para recibirme. Sus ojos brillan cuando me mira—. Estás hermosa, nena.—Gracias —respondo, devolviéndole una sonrisa. Me da un beso suave, pero cargado de cariño.Edward toma mi maleta y la sube al auto. Nuestro chofer ya está listo para llevarnos al aeropuerto. Sin embargo, mientras me siento en el asiento, una sensación incómoda se instala en mi estómago, como un nudo de nervios que no se disipa.Intento ignorarlo, no quiero alarmar a nadie, especialmente a Edward o a mis padres. Pero en el fondo, una sombra de preocupación comienza a form