—¿Quieren brownies? —pregunta Dorotea, sacudiendo una caja de mezcla para brownies. —¡Sí! —respondemos Drake y yo al unísono, con entusiasmo. Dorotea es una experta en la cocina, especialmente cuando se trata de repostería. Le encanta preparar pasteles, galletas y, por supuesto, brownies. La casa siempre huele a dulces cuando ella está en la cocina. —Ya está oscuro y Edward aún no llega —murmura Dorotea, mirando hacia la puerta principal con preocupación. Edward lleva fuera casi tres horas, y estoy haciendo todo lo posible por no preocuparme. Sé que está bien; si algo le sucediera, lo sabría. Es una de esas corazonadas inexplicables que me dicen que todo está bajo control. Sin embargo, mi mente no puede evitar imaginar el peor escenario: que su frustración se convierta en una excusa para buscar un bar. Aunque desearía que se alejara de mí, la idea de verlo regresar tambaleándose, con el aliento a alcohol, me resulta insoportable. Dorotea comienza a hacer una mueca mientras mezcla
—¿Le prohibiste ver a su mejor amigo? —Roxy parece incrédula. —¿Es tan malo? —frunzo el ceño, y ella asiente con firmeza. Mientras paseamos hacia la cabaña de sus padres, un par de faros iluminan el camino. Inicialmente, tenía la intención de regresar a la de mi padre, pero Roxy es bastante persuasiva. Me pidió que la acompañara a su casa para terminar nuestra charla, y acepté. —No puedo creer que ella no haya terminado contigo —dice, poniéndose del lado de Sam. Eso no puede pasar. No puedo imaginar mi vida sin Sam a mi lado. —Oye, ¿qué piensas hacer al respecto? —pregunta Roxy mientras abre la puerta de la cabaña de sus padres. Me detengo, considerando sus palabras. No tengo una respuesta clara, solo sé que necesito arreglar las cosas con Sam antes de que sea demasiado tarde. Roxy me invita a entrar con un gesto, como si diera por hecho que voy a hacerlo. Al entrar, me doy cuenta de que la cabaña es lujosa, mucho más grande que la nuestra. —Ellos están arriba —sonríe. —¿Quié
Toco el lado de la cama de Sam y noto que está vacío. Me levanto, alarmado, y la veo en el balcón, sentada en una silla, con la mirada perdida en el horizonte.—Buenos días —digo, caminando hacia ella.—Buenos días —responde sin mirarme, su voz cargada de desdén.—¿Qué tienes? —pregunto, sintiendo la tensión en el aire.—¿De verdad me preguntas eso? —rueda los ojos sin mirarme.—¿Estás así por lo de anoche? —me atrevo a preguntar, aunque sé que puede no ser la mejor pregunta.—Sí —responde con un tono frío.—Pero...—En vez de venir y hablar conmigo para solucionar las cosas, te fuiste a la maldita cabaña a beber con esa... —ella misma se detiene, mordiéndose el labio.—No seas ridícula, Sam.—¿Ridícula? —levanta ambas cejas con incredulidad—. Espero que tú no me digas nada cuando yo haga lo mismo.—Sabía que no te ibas a quedar calladita —ruedo mis ojos, frustrado.—¿Disculpa? —se levanta de la silla con indignación—. ¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana y voy a quedarme call
El pánico me invade al ver a mi novio, o tal vez exnovio, sentado al lado de esa chica. Ni siquiera parece darse cuenta de mi presencia cuando me siento junto a Drake, al otro lado de la mesa, lo más lejos posible de él.—Drake, tienes una novia muy bonita —dice el hombre.Edward empieza a toser, o quizás se está atragantando. No quiero mirarlo para saber cuál de las dos es, pero no puedo evitarlo. Cuando lo hago, lo veo mirándome con furia.—No es mi novia, pero sí es bonita —responde Drake, mirando a su hermano, esperando que hable.Como era previsible, Edward no dice nada. La chica parece algo desorientada y un poco incómoda. Me alegra. Edward se acerca para susurrarle algo al oído, y ella le sonríe antes de sacudir la cabeza.—Me llamo Roxy —dice con una sonrisa —Es un gusto conocerte.—Igualmente.Igualmente, zorra.Tengo el corazón acelerado y apenas puedo ver con claridad. Si no estuviésemos compartiendo mesa con la familia de Edward, ya le habría lanzado una copa a él y a su a
Es nuestro último día de vacaciones y estoy decidida a no volver a casa de mis padres mañana. Si tengo que ir, iré con Edward. No me importa enfrentarme a mi padre. —Buenos días, linda —Edward me da un beso corto pero tierno. —Buenos días, Eddie. —Odié estar peleado contigo —admite—. Prometo no volver a hacerlo. —Eso espero. —Quiero pedirle perdón a Luke. ¿Edward pidiéndole perdón a alguien? Eso es nuevo. —¿Te sientes bien? —bromeo un poco. —Sí —dice, entrelazando nuestras manos—. Hice mal en decirle que se alejara de ti. No quiero ser como tu padre. —No menciones a mi padre —respondo, frunciendo el ceño. —Nena, es tu papá. —Los padres quieren la felicidad de sus hijos. Tú me haces feliz, Ed. —Tú también me haces feliz, nena. Vamos al baño para cepillarnos los dientes y luego descendemos a desayunar. Los padres de Edward nos reciben con sonrisas cálidas al vernos juntos. —¿Ya están bien? —pregunta Leonardo. —Sí —respondemos al unísono. —Qué bueno, porque Sam... —empiez
Después de regresar de nuestras vacaciones, estacionamos frente a mi casa. El aire fresco de la tarde me envuelve, y aunque aún falta tiempo para la cena, pienso que sería perfecto que Edward se quedara desde ya. Hay algo reconfortante en la idea de estar en casa, rodeados de las personas que más nos importan. —¡Ya llegamos! —grito con entusiasmo al abrir la puerta, dejando que el sonido de mi voz se disperse por el interior de la casa. En cuestión de segundos, escucho el eco de pasos apresurados bajando las escaleras. Mis padres aparecen en el umbral, sus rostros iluminados por sonrisas amplias. Mamá es la primera en alcanzarnos, envolviéndonos en un abrazo cálido, seguido de papá, quien no tarda en unirse. —Qué bueno que han regresado —dice mamá, con la alegría reflejada en su mirada. Es evidente que han estado esperando este momento con ansias. —¿Tienen hambre? —pregunta papá, siempre atento, con una sonrisa que promete más de lo que se ve a simple vista. —Sí, mucha —respondem
Me despierto con la luz del sol filtrándose por las cortinas, y al voltear, me doy cuenta de que Edward ya no está en la cama. Me estiro, dejando que mis músculos se despierten lentamente, y escucho el suave clic de las teclas en la computadora. Me levanto y, al acercarme a la sala, lo veo sentado en la mesa del comedor, absorto en la pantalla. Me acerco con sigilo, apoyando las manos en sus hombros mientras le doy un beso en la mejilla. —¿Qué haces tan temprano? —le susurro, todavía con voz adormilada. Edward sonríe y me jala suavemente hacia su regazo. —Estaba viendo algunos apartamentos —responde, señalando la pantalla. Miro la pantalla, curiosa. Hay varias pestañas abiertas, todas con fotos de apartamentos de diferentes tamaños y estilos. Algunos son modernos y minimalistas, mientras que otros tienen un encanto más clásico. Veo uno en particular que me llama la atención, con grandes ventanales y una vista impresionante de la ciudad. —¿Este te gusta? —le pregunto, señalando l
Mi celular recibe varios mensajes y, al revisar, veo que Carla, la asesora inmobiliaria, me está enviando mensajes llenos de cumplidos y sugiriendo que salgamos. La incomodidad se convierte en frustración mientras leo sus palabras. Me siento incómoda y molesta por su comportamiento. Inmediatamente le cuento a Sam, quien está a mi lado. —Mira esto —le digo, mostrándole los mensajes en mi pantalla. Sam lee rápidamente, sus cejas se fruncen y sus labios se aprietan en una línea delgada. La incomodidad en su expresión es palpable. —No puedo creerlo —dice con una mezcla de enojo y celos—. ¿Cómo se atreve a hacer algo así? —Lo sé, es completamente inapropiado —respondo—. No quiero que esto afecte nuestra búsqueda de la casa. Sam respira hondo, tratando de calmarse, pero puedo ver que está visiblemente afectada. Sin decir una palabra más, se da la vuelta y se dirige a la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Sigo su ejemplo y la sigo hasta la habitación, encontrándola sentad