La familia de Edward había programado un viaje familiar, y por supuesto, yo estaba invitada. En otras circunstancias, este momento habría sido genial, pero estamos peleados y no pienso hablar con él.
Llegamos a la cabaña y voy a la habitación que los padres de Ed nos han asignado. Miro alrededor y noto que afuera hay un jacuzzi. Sé que si no estuviéramos enfadados, mi novio me estaría haciendo el amor en ese jacuzzi ahora mismo. —No fue para tanto —dice Edward, tumbándose en la cama. —Edward, llamaste a mi mejor amigo a mis espaldas y le dijiste que se alejara de mí o lo matarías. —Tu mejor amigo con el que te has besado. ¿Ya lo olvidaste? —Creí que ya habíamos superado ese tema. Además, en ese tiempo tú y yo no éramos nada. No sé qué hacer en este momento. Edward se queda en silencio, mirando al techo, mientras yo me siento en la orilla de la cama, tratando de no llorar. La tensión en el aire es palpable, cada palabra que decimos parece añadir más distancia entre nosotros. —¿Por qué no puedes confiar en mí? —le pregunto suavemente, sin apartar la vista de mis manos. —No es eso, Sam —dice él, suspirando—. Es solo que... no soporto la idea de perderte. Y Luke... él siempre está ahí, como una sombra en nuestra relación. —Luke es mi amigo, Ed. Nada más. —me acerco un poco más, buscando sus ojos—. Tienes que entender eso. —Lo intento, pero es difícil —admite, finalmente encontrando mi mirada—. No quiero ser ese tipo de novio que te controla o te aleja de tus amigos. Creo que jamás había estado tan molesta con él. Nunca antes había tenido que lidiar con alguien sobre todo lo que está sucediendo. Estoy segura de que Luke jamás me prohibiría estar con alguien solo por celos. Ya deja de pensar en Luke. —¿Qué? ¿Me vas a dejar? —pregunta Edward con la voz temblorosa y entrecortada. No lo pienso dejar, pero tampoco pienso dejar que se salga con la suya. —Tienes que confiar en mí. Se supone que tenemos una relación. Tú mismo me dijiste que la confianza es lo más importante en una relación. Edward se coloca delante de mí, en silencio. Respiro hondo esperando que mi ira disminuya, pero no lo consigo. —No quiero que vuelvas a verte con Luke. No me da confianza ese idiota. —Casi lo matas —recuerdo la pelea. —No fue para tanto. Además, el idiota también me dio un buen golpe. —Quiero estar sola un rato. Salgo al balcón y me siento en una de las sillas para quedarme viendo a la nada. Escucho cómo la puerta de la habitación se cierra con brusquedad y sé que se ha ido. No me gusta pelear con Edward, pero tampoco tiene el derecho de decirme qué hacer y qué no hacer. —¿Sam? —escucho la voz de Drake afuera de la habitación. —¡Entra! Estoy en el balcón. Escucho que la puerta se abre y, segundos después, llega a mi lado. —Hola —dice mientras se sienta en la silla que tengo al lado. —Hola —lo miro un instante antes de volver a fijar la vista en el agua. —¿Te sientes bien? Me tomo un momento para reflexionar sobre su pregunta: ¿estoy bien? No. ¿Lo estaré? Sí. —Eso creo —doy un suspiro—. Solo necesito un poco de tiempo para procesar todo esto. Drake asiente, y ambos nos quedamos en silencio, mirando el horizonte. Me acomodo en la silla y subo mis pies para envolver mis rodillas con mis brazos. —¿Qué fue lo que sucedió? —pregunta Drake. —No quiero estresarte con mis problemas de pareja —respondo con un suspiro. —Está bien, pero quiero que sepas que soy tu amigo y puedes hablar conmigo si lo necesitas. —Lo sé —murmuro, agradecida por su apoyo. Edward Sé que está furiosa por lo que sucedió; lo pude ver en su rostro. Fiel a mi naturaleza, golpeo la pared junto a la escalera con el puño. —¡Mierda! La pared no es de yeso laminado, sino de madera maciza, y duele como el demonio. Me froto el puño con la otra mano, obligándome a no repetir mi estúpida reacción. Afortunadamente, no me he roto nada, solo me saldrán moretones, pero ya estoy más que acostumbrado. Debería volver arriba y tratar de hablar con ella, pero sinceramente, me da un poco de miedo. Nunca la había visto tan cabreada. No puedo quedarme aquí sentado, pero sé que si lo hago acabaré subiendo y tensando más la cuerda con mi chica. Decido dar un paseo. Eso es lo que hace la gente normal cuando está molesta en lugar de golpear paredes y romper cosas. Miro hacia la puerta de lo que era nuestra habitación hasta hace veinte minutos, vuelvo a bajar la escalera y salgo a la calle. —Edward, ¿qué sucedió? —mi hermano me persigue. —Nada de qué preocuparse. —¿Qué hiciste? —¿Por qué siempre piensan que he hecho algo malo? Sí, hice algo, pero no quiero hablar al respecto. —Entiendo. Veo que mi madre abre la puerta. —Hola, hijo. ¿A dónde vas? ¿Por qué Sam no está contigo? ¿Por qué me preguntan por ella? Parece que la amaran más a ella que a mí. —Está descansando —miento descaradamente—. Me voy. Para cuando llego a una señal de stop unas cuantas calles más allá, me doy cuenta de que no tengo ni idea de hacia dónde voy ni de cómo volver a la cabaña. Escucho pasos detrás de mí y luego una voz femenina que no es la de Sam. —¿Necesitas ayuda? Para mi sorpresa, cuando me doy la vuelta me encuentro con una chica que tiene más o menos la edad de mi hermano. Miro a nuestro alrededor. No hay nada, solo una carretera de gravilla vacía y el bosque. —¿Tú la necesitas? —le devuelvo la pregunta. Me sonríe y se aproxima. Debe faltarle un tornillo o algo para estar aquí en medio de la nada, preguntándole a un completo desconocido con un aspecto como el mío si se ha perdido. —Estoy escapando —me sonríe. —¿De quién? —De mis fastidiosos padres. ¿Tú de quién te escapas? ¿Qué le hace pensar eso? —No estoy huyendo de nadie. —Parece todo lo contrario. Maldigo cuando oigo sus pasos crujiendo en la gravilla por detrás de mí. La chica, con una expresión juguetona, se detiene a mi lado y me mira con curiosidad. —¿Quieres hablar de eso? —pregunta, como si fuera lo más natural del mundo. —No, gracias —respondo con sequedad. —Deberías relajarte un poco —dice, apoyándose en un árbol cercano—. A veces, hablar con un extraño ayuda. —No necesito la ayuda de nadie. —A veces no sabemos lo que necesitamos hasta que lo encontramos. Me cruzo de brazos, irritado por su insistencia. Pero hay algo en su actitud despreocupada que me hace sentir un poco menos tenso. —Entonces, ¿qué haces aquí exactamente? —le pregunto, tratando de desviar la atención. —Vine a caminar y despejarme. Mis padres me tienen harta con sus constantes peleas. Y tú, ¿por qué estás realmente aquí? —Problemas de pareja —admito, aunque me cuesta decirlo en voz alta. —Ah, ya veo. A veces el amor es complicado. —Se encoge de hombros—. Pero no puedes dejar que te consuma. Estoy empezando a hartarme de no ver nada más que gravilla y árboles mientras camino por este pequeño pueblo. La desconocida todavía me sigue, y estoy empezando a irritarme. —¿Por qué demonios me sigues? —volteo a verla. —No te sigo. Estoy yendo a la cabaña de mis padres. —Déjame tranquilo. —Qué simpático —sonríe falsamente. —Me lo dicen de seguido. —Pues te han mentido —replica, y a continuación oigo una risita a mi espalda. Cállate, niña. —¿Tú de dónde eres? Finjo no oírla y sigo caminando. Creo que tengo que girar a la izquierda en el siguiente stop. Al menos, eso espero. —Las cabañas son a la derecha —dice cuando me ve caminar a la izquierda. Tiene los ojos azul claro, y su falda es tan larga que la arrastra por la gravilla. —¿También viniste con tu familia? —Sí. —¿Siempre eres de pocas palabras? ¿Y tú siempre eres tan entrometida? —He venido con mi familia y mi novia. Tengo novia, por cierto —le advierto. —Entiendo. —Bien. Acelero el paso con la esperanza de crear distancia entre nosotros. Giro a la derecha, y ella hace lo propio. Ambos nos apartamos al césped cuando pasa un auto por delante, y pronto me alcanza de nuevo. —¿Y en dónde está tu supuesta novia? —Descansando. —Hum... —Hum, ¿qué? —volteo a verla. —Nada —responde con la vista al frente. —¿Por qué me continúas siguiendo? Quiero estar solo. —Parece que quieres cualquier cosa, menos estar solo. ¿Por qué no vas con tu novia? —Porque dijo que quería estar sola. —¿Qué le hiciste a la pobre chica? —¿Siempre eres tan irritante? —La verdad es que sí —sonríe. —Qué insoportable. Seguimos caminando en silencio durante unos minutos, pero su presencia es imposible de ignorar. Cada paso que doy parece resonar más fuerte en mi cabeza, cada crujido de la gravilla bajo nuestros pies se convierte en un recordatorio constante de lo incómoda que es esta situación. —¿Siempre eres así de terco? —pregunta de repente. —¿Siempre eres así de metiche? —respondo, sin detenerme. —Solo trato de entenderte. Me pareces interesante. —Pues no lo soy. —Eso lo decides tú, no yo. Esta chica es, sin duda, la persona más insoportable que he conocido en toda mi vida. —Oye, ¿qué le hiciste a tu novia? —pregunta sin rodeos. —Ni siquiera sé tu nombre. —Roxy. —Yo soy Edward. —Cuéntame sobre tu novia, Edward. —¿Por qué te interesa tanto? —Porque pareces estar al borde de una crisis. Si hablas de ello, quizás te sientas mejor. Soy una desconocida, así que puedes desahogarte conmigo. Miro al cielo, donde el sol se está poniendo, y siento cómo la temperatura baja lentamente. —No creo que quieras escuchar mi vida amorosa. —Sí, quiero. —Oye, pareces una chica... buena y todo eso, pero no te conozco, y tú no me conoces a mí. No creo que esta conversación tenga mucho sentido. —Bueno, al menos lo intenté. Nos acercamos a la cabaña y me siento aliviado de haber llegado finalmente. —He llegado —digo, preparándome para despedirme. —¡Espera! ¿Eres el hijo de Leonardo y Dorotea? Me sorprende que sepa quién soy. —Sí, ¿por qué? —Debí haberlo sospechado —rueda los ojos con una sonrisa—. Te pareces mucho a tu padre. —¿Y tú quién eres? —Mi padre y el tuyo eran compañeros en la universidad. Acabo de pasar la última hora escuchando historias sobre sus andanzas juntos. —Vaya, nunca pensé que encontraría una coincidencia como esta.—¿Quieren brownies? —pregunta Dorotea, sacudiendo una caja de mezcla para brownies. —¡Sí! —respondemos Drake y yo al unísono, con entusiasmo. Dorotea es una experta en la cocina, especialmente cuando se trata de repostería. Le encanta preparar pasteles, galletas y, por supuesto, brownies. La casa siempre huele a dulces cuando ella está en la cocina. —Ya está oscuro y Edward aún no llega —murmura Dorotea, mirando hacia la puerta principal con preocupación. Edward lleva fuera casi tres horas, y estoy haciendo todo lo posible por no preocuparme. Sé que está bien; si algo le sucediera, lo sabría. Es una de esas corazonadas inexplicables que me dicen que todo está bajo control. Sin embargo, mi mente no puede evitar imaginar el peor escenario: que su frustración se convierta en una excusa para buscar un bar. Aunque desearía que se alejara de mí, la idea de verlo regresar tambaleándose, con el aliento a alcohol, me resulta insoportable. Dorotea comienza a hacer una mueca mientras mezcla
—¿Le prohibiste ver a su mejor amigo? —Roxy parece incrédula. —¿Es tan malo? —frunzo el ceño, y ella asiente con firmeza. Mientras paseamos hacia la cabaña de sus padres, un par de faros iluminan el camino. Inicialmente, tenía la intención de regresar a la de mi padre, pero Roxy es bastante persuasiva. Me pidió que la acompañara a su casa para terminar nuestra charla, y acepté. —No puedo creer que ella no haya terminado contigo —dice, poniéndose del lado de Sam. Eso no puede pasar. No puedo imaginar mi vida sin Sam a mi lado. —Oye, ¿qué piensas hacer al respecto? —pregunta Roxy mientras abre la puerta de la cabaña de sus padres. Me detengo, considerando sus palabras. No tengo una respuesta clara, solo sé que necesito arreglar las cosas con Sam antes de que sea demasiado tarde. Roxy me invita a entrar con un gesto, como si diera por hecho que voy a hacerlo. Al entrar, me doy cuenta de que la cabaña es lujosa, mucho más grande que la nuestra. —Ellos están arriba —sonríe. —¿Quié
Toco el lado de la cama de Sam y noto que está vacío. Me levanto, alarmado, y la veo en el balcón, sentada en una silla, con la mirada perdida en el horizonte.—Buenos días —digo, caminando hacia ella.—Buenos días —responde sin mirarme, su voz cargada de desdén.—¿Qué tienes? —pregunto, sintiendo la tensión en el aire.—¿De verdad me preguntas eso? —rueda los ojos sin mirarme.—¿Estás así por lo de anoche? —me atrevo a preguntar, aunque sé que puede no ser la mejor pregunta.—Sí —responde con un tono frío.—Pero...—En vez de venir y hablar conmigo para solucionar las cosas, te fuiste a la maldita cabaña a beber con esa... —ella misma se detiene, mordiéndose el labio.—No seas ridícula, Sam.—¿Ridícula? —levanta ambas cejas con incredulidad—. Espero que tú no me digas nada cuando yo haga lo mismo.—Sabía que no te ibas a quedar calladita —ruedo mis ojos, frustrado.—¿Disculpa? —se levanta de la silla con indignación—. ¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana y voy a quedarme call
El pánico me invade al ver a mi novio, o tal vez exnovio, sentado al lado de esa chica. Ni siquiera parece darse cuenta de mi presencia cuando me siento junto a Drake, al otro lado de la mesa, lo más lejos posible de él.—Drake, tienes una novia muy bonita —dice el hombre.Edward empieza a toser, o quizás se está atragantando. No quiero mirarlo para saber cuál de las dos es, pero no puedo evitarlo. Cuando lo hago, lo veo mirándome con furia.—No es mi novia, pero sí es bonita —responde Drake, mirando a su hermano, esperando que hable.Como era previsible, Edward no dice nada. La chica parece algo desorientada y un poco incómoda. Me alegra. Edward se acerca para susurrarle algo al oído, y ella le sonríe antes de sacudir la cabeza.—Me llamo Roxy —dice con una sonrisa —Es un gusto conocerte.—Igualmente.Igualmente, zorra.Tengo el corazón acelerado y apenas puedo ver con claridad. Si no estuviésemos compartiendo mesa con la familia de Edward, ya le habría lanzado una copa a él y a su a
Es nuestro último día de vacaciones y estoy decidida a no volver a casa de mis padres mañana. Si tengo que ir, iré con Edward. No me importa enfrentarme a mi padre. —Buenos días, linda —Edward me da un beso corto pero tierno. —Buenos días, Eddie. —Odié estar peleado contigo —admite—. Prometo no volver a hacerlo. —Eso espero. —Quiero pedirle perdón a Luke. ¿Edward pidiéndole perdón a alguien? Eso es nuevo. —¿Te sientes bien? —bromeo un poco. —Sí —dice, entrelazando nuestras manos—. Hice mal en decirle que se alejara de ti. No quiero ser como tu padre. —No menciones a mi padre —respondo, frunciendo el ceño. —Nena, es tu papá. —Los padres quieren la felicidad de sus hijos. Tú me haces feliz, Ed. —Tú también me haces feliz, nena. Vamos al baño para cepillarnos los dientes y luego descendemos a desayunar. Los padres de Edward nos reciben con sonrisas cálidas al vernos juntos. —¿Ya están bien? —pregunta Leonardo. —Sí —respondemos al unísono. —Qué bueno, porque Sam... —empiez
Después de regresar de nuestras vacaciones, estacionamos frente a mi casa. El aire fresco de la tarde me envuelve, y aunque aún falta tiempo para la cena, pienso que sería perfecto que Edward se quedara desde ya. Hay algo reconfortante en la idea de estar en casa, rodeados de las personas que más nos importan. —¡Ya llegamos! —grito con entusiasmo al abrir la puerta, dejando que el sonido de mi voz se disperse por el interior de la casa. En cuestión de segundos, escucho el eco de pasos apresurados bajando las escaleras. Mis padres aparecen en el umbral, sus rostros iluminados por sonrisas amplias. Mamá es la primera en alcanzarnos, envolviéndonos en un abrazo cálido, seguido de papá, quien no tarda en unirse. —Qué bueno que han regresado —dice mamá, con la alegría reflejada en su mirada. Es evidente que han estado esperando este momento con ansias. —¿Tienen hambre? —pregunta papá, siempre atento, con una sonrisa que promete más de lo que se ve a simple vista. —Sí, mucha —respondem
Me despierto con la luz del sol filtrándose por las cortinas, y al voltear, me doy cuenta de que Edward ya no está en la cama. Me estiro, dejando que mis músculos se despierten lentamente, y escucho el suave clic de las teclas en la computadora. Me levanto y, al acercarme a la sala, lo veo sentado en la mesa del comedor, absorto en la pantalla. Me acerco con sigilo, apoyando las manos en sus hombros mientras le doy un beso en la mejilla. —¿Qué haces tan temprano? —le susurro, todavía con voz adormilada. Edward sonríe y me jala suavemente hacia su regazo. —Estaba viendo algunos apartamentos —responde, señalando la pantalla. Miro la pantalla, curiosa. Hay varias pestañas abiertas, todas con fotos de apartamentos de diferentes tamaños y estilos. Algunos son modernos y minimalistas, mientras que otros tienen un encanto más clásico. Veo uno en particular que me llama la atención, con grandes ventanales y una vista impresionante de la ciudad. —¿Este te gusta? —le pregunto, señalando l
Mi celular recibe varios mensajes y, al revisar, veo que Carla, la asesora inmobiliaria, me está enviando mensajes llenos de cumplidos y sugiriendo que salgamos. La incomodidad se convierte en frustración mientras leo sus palabras. Me siento incómoda y molesta por su comportamiento. Inmediatamente le cuento a Sam, quien está a mi lado. —Mira esto —le digo, mostrándole los mensajes en mi pantalla. Sam lee rápidamente, sus cejas se fruncen y sus labios se aprietan en una línea delgada. La incomodidad en su expresión es palpable. —No puedo creerlo —dice con una mezcla de enojo y celos—. ¿Cómo se atreve a hacer algo así? —Lo sé, es completamente inapropiado —respondo—. No quiero que esto afecte nuestra búsqueda de la casa. Sam respira hondo, tratando de calmarse, pero puedo ver que está visiblemente afectada. Sin decir una palabra más, se da la vuelta y se dirige a la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Sigo su ejemplo y la sigo hasta la habitación, encontrándola sentad