Capítulo 15

Salimos del club y subimos al auto. Mi respiración está agitada, el enojo me consume. En mi mente, me imagino arrastrando a Jennifer por el suelo, arrancándole esas extensiones baratas que tanto presume.

Cuando llegamos al apartamento de Edward, noto con sorpresa que su madre está allí. Su presencia inesperada sólo añade tensión a mi ya revuelta emoción.

—Te esperaré en la habitación —le digo mientras nos dirigimos hacia la entrada.

—¿Por qué? —responde Edward con una sonrisa pícara—. Dúchate conmigo.

—Tu madre está en la habitación de al lado —le explico en voz baja, tratando de mantener la calma.

—Sam, es solo un baño. Relájate —dice él, con una sonrisa que refleja la confianza que tiene en su capacidad para desarmar mi resistencia.

No puedo negarme a su propuesta, y él lo sabe. La sonrisa triunfante en su rostro al ver mi suspiro de derrota es la prueba de que ha ganado esta pequeña batalla.

—¿Me bajas la cremallera? —le pido, y me pongo de espaldas a él.

Me levanto el pelo y empieza a desabrochármela inmediatamente

—Amo como te quedan los vestidos. Es que te ves demasiado sexy, Sam.

Se quita los pantalones y el bóxer y yo intento no mirar su cuerpo desnudo mientras deslizo los tirantes de mi sujetador por mis brazos. Cuando estoy totalmente desnuda, Edward se mete en la ducha y me ofrece la mano. Recorre mi cuerpo con la mirada y se detiene a la altura de mis muslos con el ceño fruncido.

—¿Te pasa algo? —pregunta Edward, notando mi malestar mientras caminamos hacia la ducha.

—Lamento haberme comportado como un idiota al comienzo de todo esto —admito, mi voz cargada de arrepentimiento.

—No lo hiciste. —Él me mira con una mezcla de comprensión y cariño. —Lo que pasa es que, en ese momento, estaba preocupado y celoso. No sabía cómo manejar mis sentimientos.

—Te dije que te alejaras de tu mejor amigo solo porque estaba celoso. —Le echo un vistazo, buscando en sus ojos la seguridad que necesito.

—Yo también habría hecho lo mismo —respondo, acercándome a el. —Si veo a alguien que me importa cerca de una persona que podría hacerle daño, mi instinto es proteger. Y te lo confieso: mis celos se desbordaron.

—No te mereces ser tratada de esa manera. No quise que mi inseguridad arruinara nuestra noche.

—Lo sé —digo suavemente, sintiendo la tensión disminuir—. Aprecio que lo reconozcas. Estoy aquí porque quiero estar contigo, no porque esté tratando de hacer que te sientas mal.

Nos quedamos en silencio un momento, disfrutando de la compañía y del cálido abrazo del agua. La cercanía de Edward me tranquiliza, y por fin, me siento lista para dejar atrás el malestar de la noche.

Cojo la esponja que tengo en la ducha y me froto la piel con ella.

Entonces, Edward me la quita de las manos y vierte jabón en ella.

—Yo te puedo ayudar, linda.

Se arrodilla y se me ponen todos los pelos de punta al verlo ahí abajo delante de mí. Asciende la esponja por mis muslos y traza círculos con ella. Este chico tiene línea directa con mis hormonas. Acerca el rostro a mi piel e intento no retorcerme cuando sus labios rozan mi cadera izquierda. Apoya una de sus manos en la parte trasera de mi muslo para mantenerme en el sitio mientras hace lo mismo con la derecha.

—Dame el jabón de espuma.

Comienza a bajar el jabón hasta mi parte íntima y me quedo estática.

—¿Te gusta?

Asiento.

—Pues si esto te gusta, veamos qué pasa si la bajamos un poquito más...

Todas las células de mi cuerpo se debilitan y danzan bajo mi piel mientras Edward juega a torturarme. Doy un brinco cuando el agua me toca, y él sonríe con petulancia.

Es una sensación mucho más agradable de lo que había imaginado. Me aferro a su pelo y me muerdo el labio inferior para sofocar mis gemidos. Su madre está en la habitación de al lado, pero no puedo detenerlo, me gusta demasiado.

Cuando siento la suave lengua de Edward lamiéndome justo debajo del agua, casi pierdo el equilibrio. Esto es demasiado. Sus lametones y las caricias del agua hacen que me tiemblen las rodillas.

—Edward ... No puedo... —no sé qué estoy intentando decir, pero cuando su lengua se acelera, le tiro del pelo con fuerza

Mis piernas comienzan a temblar y él me sujeta con sus manos para sostenerme.

—Joder... —maldigo en voz baja, y espero que el ruido de la ducha ahogue mis gemidos.

Noto cómo sonríe pegado a mí antes de continuar llevándome al límite. Cierro los ojos con fuerza y dejo que el placer se apodere de mi cuerpo.

—Por favor, córrete para mí.

Y lo hago.

Cuando abro los ojos, él sigue de rodillas, con la

mano en la polla, que está dura y ansiosa. Recuperando todavía el aliento, me pongo de rodillas, coloco la mano alrededor de la suya y lo acaricio.

—Mi turno —sonrió —Levántate.

Baja la vista, asiente y se pone de pie. Me llevo su sexo a la boca y le lamo la punta.

—¡Mierda!

Inspira hondo y le doy varios lametones. Enrosco los brazos alrededor de la parte trasera de sus piernas para mantener el equilibrio sobre el suelo mojado de la ducha y me meto su pene hasta la garganta. Él pone sus manos en mi cabeza y me ayuda a hacer movimientos más profundos y acelerados.

—Creo que podemos hacer esto el resto de nuestras vidas.

Sus movimientos se aceleran un poco, y gimo. Sus sucias palabras hacen que mis labios lo succionen con más fuerza, lo que lo obliga a maldecir de nuevo. Este modo salvaje con el que reclama mi boca es algo nuevo.

Me encanta causar esto en él.

—Linda, estoy a punto de correrme en tu boca.

Yo solo asiento con mi cabeza.

Tira de mi pelo un poco más, y siento cómo los músculos de sus piernas se tensan bajo mis manos y gime mi nombre varias veces mientras se vacía en mi garganta.

—Estamos empatados, ¿verdad? —yo sonrío.

—Claro que si, Edward.

Cuando ambos estamos definitivamente limpios y listos para salir de la ducha, le paso las manos por los abdominales y recorro con los dedos el tatuaje de su estómago. Mis manos viajan hacia abajo, pero Edward me agarra de la muñeca y me detiene.

—Sé que cuesta resistirse a mí, pero mi madre está en la habitación de al lado. Contrólate, jovencita — bromea, y le doy una palmada en el brazo antes de salir de la ducha y coger una toalla.

—Yo quería otra ronda —hago un puchero.

—Pero tienes que hacer silencio.

—Haré todo el silencio que quieras.

Me toma de las caderas y me sube en mesón del baño. Me pone en el borde y me toma de las caderas para entrar en mí nuevamente. Arqueo mi espalda hacia atrás y él toma mis senos con sus manos.

—Me encantas, Sam.

Edward mete su pulgar en mi boca y comienzo a chuparlo.

—Vamos a la cama, nena.

Me toma en sus brazos y me pone boca abajo en la cama.

—Ven —mis rodillas quedan en el borde de la cama.

Entra en mí y no puedo evitar soltar un pequeño gemido. Tomo la almohada que tengo enfrente y la pongo en mi boca para no emitir ningún sonido.

—Ed...

Me comienza a levantar de las caderas y siento que en cualquier momento voy a llegar al clímax.

—Acuéstate —le ordeno.

—Como digas.

Él se acuesta en la cama y me siento encima de él para comenzar a hacer movimientos circulares. Edward cierra sus ojos y comienza a gemir mi nombre.

—Vamos, nena.

Me recuesto en su pecho y comienzo a hacer movimientos rápidos. Quiero hacerlo venir rápido. Me siento agotada, pero no pienso decirle.

—Ohh, Sam.

—Fue de lo mejor —me tumbo a su lado.

—Me encanto —besa mi mano.

Nos quedamos en silencio mientras nuestras respiraciones se normalizan, el calor del agua ayudando a aliviar la tensión que ambos sentimos.

—Oye, amor —dice Edward, rompiendo el silencio—. ¿Qué tanto te dijo Jennifer?

—Nada importante —respondo, tratando de minimizar el impacto.

—Dime —insiste, su mirada preocupada.

—Me dijo que era una niña para ti y que también me veía como una prostituta —digo con frialdad, recordando las palabras hirientes.

—Te juro que...

—No te preocupes —lo interrumpo—. Yo me encargué de ella.

—Me encanta que seas tan segura —dice, admiración en su voz.

—Siempre he sido así, nene —respondo con una sonrisa y un leve susurro de risa.

—Tengo hambre —se sienta en el borde de la ducha—. ¿Qué te parece si preparamos algo para comer después de esto?

—Perfecto —digo, aliviada por el cambio de tema—. Cocinar algo juntos suena justo lo que necesitamos.

—Entonces, ¿qué te apetece? —pregunta, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Lo que sea, siempre y cuando estemos juntos —respondo, tomándolo de la mano y saliendo de la ducha.

La idea de compartir una comida relajada me hace sonreír, aliviando el peso de la noche.

Edward se pone su pantalón de pijama mientras yo me visto con una de sus camisetas, tratando de sentirme un poco más decente antes de salir a la cocina.

Al abrir la puerta, casi grito cuando veo a su madre en la cocina.

—¡Mamá! —exclama Edward, visiblemente sorprendido.

—Hola, hijo —responde ella con una sonrisa cálida—. Hola, Sam.

—Hola —digo, tratando de mantener la compostura.

—Ed, lamento venir sin avisar. Mañana tengo una cita médica temprano y me dijeron que este área es conveniente.

—No pasa nada, mamá —responde Edward, intentando sonar relajado.

—¿Dónde estaban? —pregunta, mirando mi vestimenta con curiosidad.

—Fuimos con unos amigos, pero luego hubo un problema y decidimos regresar al apartamento —explica Edward, mientras yo me sonrojo un poco.

—¿Quieren comer algo? —ofrece ella, con amabilidad.

—Sí —respondemos al unísono.

—Entonces pediré una pizza —dice, tomando el teléfono para hacer el pedido.

Regresamos a la habitación y, tan pronto como cerramos la puerta, me lanzo sobre Edward con un suspiro de alivio.

—Qué vergüenza —susurro, escondiendo mi rostro en su pecho—. Estoy con tu camiseta, despeinada, y es obvio que tu mamá sabe que acabamos de... Bueno, ya sabes.

—No te preocupes —dice Edward, acariciando mi cabello—. Ella no se va a fijar en eso. Lo importante es que estamos juntos.

—Ella también fue adolescente —se ríe —Aunque dudo que haya sido ninfomaníaca como tú.

—Tú también eres adicto al sexo.

Esperamos unos minutos y la madre de Edward nos llama para comer. La pizza está recién llegada, y aunque me esfuerzo por disfrutarla, solo logro comer dos pedazos. La verdad es que mi estómago está más lleno de nervios que de hambre.

—Estaba deliciosa —le digo, mientras dejo mi plato y me inclino para agradecer—. Gracias.

—Con mucho gusto —responde ella, levantándose para recoger los platos—. Lamento haber venido sin avisar. No sabía que se quedarían aquí esta noche.

—No pasa nada —le aseguro con una sonrisa—. Nos alegra verte.

Después de lavar los vasos y recoger todo, regresamos a la habitación. Mientras cierro la puerta detrás de nosotros, siento una mezcla de alivio y agotamiento. Es la primera vez que me siento tan cansada, y la razón es obvia: el caos emocional de la noche ha dejado una marca.

—Descansa, amor —le digo a Edward, mientras me acomodo en la cama.

—Igual, nena —responde él, pasándome un brazo por los hombros y acercándome hacia él.

La tranquilidad de la habitación es un contraste agradable con el bullicio de la noche. Me acomodo en su abrazo, sintiendo la calidez y seguridad que me proporciona. Edward enciende una luz tenue en la mesita de noche y se estira junto a mí.

—¿Sabes? —comienza a decir en voz baja—. Me alegra que estés aquí, a pesar de todo.

—También me alegra estar aquí —respondo, mirando cómo sus ojos se cierran lentamente—. A veces siento que todo esto es como un sueño, pero en el mejor sentido.

—Ya lo creo —dice él, besando suavemente mi frente—. Y quiero que sepas que, a pesar de las dificultades y las personas difíciles, contigo todo vale la pena.

Nos quedamos en silencio unos momentos, disfrutando de la paz que nos rodea. A medida que me dejo llevar por el cansancio, siento que finalmente puedo relajarme. La noche se cierra alrededor de nosotros, y en el abrazo de Edward, encuentro la serenidad que tanto necesitaba.

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