La proverbial sonrisa de Artos vaciló al darse cuenta que Milo estaba herido, y al parecer eso le resultó motivo suficiente para justificar mi ánimo, lo cual agregó una línea más a la lista de cosas que me hacían sentir culpable.
Para no tener que contar lo sucedido dos veces, nos entretuvimos hablando de cuestiones prácticas e inmediatas sobre la semana de marcha que teníamos por delante. Eamon llegó dos horas después, y apenas se sentaba a la mesa con su Beta y su Gamma cuando madre me llamó.
—Necesito hablar con tus tíos antes que partan —dijo—. Y contigo, claro. ¿Puedo invitarlos a desayunar?
Su invitación no tenía nada de extraño en esas circunstancias, y me dirigí con Artos, Eamon y Milo a los aposentos de madre, mientras los demás permanecían en el comedor principal.
Mis tíos abrazaron
Los humanos se apartaban amedrentados del camino al vernos llegar al galope, precedidos por las exploradoras en cuatro patas. Su mensaje nos había encontrado a las afueras del pueblo que rodeaba el castillo, obligándonos a lanzarnos en aquella carrera desesperada: “Se los llevaron. Noreia herida.”Nuestras exploradoras nos esperaban en las afueras de la ciudadela para guiarnos al pabellón de caza por el camino más corto.—Fui al amanecer a ver cómo seguía todo —explicó una sin aminorar la marcha—. La cañada estaba desierta, y encontré a Enyd y Noreia en el sendero al pabellón. Los guardias se presentaron antes del alba, armados hasta los dientes, en busca de los lobos. Enyd y Noreia cambiaron para enfrentarlos, pero no pudieron hacer nada para evitar que se los llevaran.—¿Qué le ocurrió a Noreia? —pregunté.—Cuatro lanzazos, uno de ellos en el pecho. Ayudé a Enyd a cargarla de regreso a la cañada y volví al convento para enviarles el cuervo.
Las voces me despertaron en plena noche. Eran los cautivos. No decían nada en concreto, no hablaban entre sí, era como si murmuraran palabras ininteligibles en sueños. Dormían en el pabellón, junto a Enyd, las exploradoras y media docena de los nuestros. Los demás dormíamos en el bosque, donde el sendero salía al claro.—Enyd —llamé, dirigiéndome a la construcción de piedra y madera.—¿Alfa? —respondió medio dormida.—Están hablando en sueños. Están agitados, como si tuvieran pesadillas.—Oh, no hace falta que permanezcas abierto a ellos. Es que nunca duermen bien. En ocasiones también lloran o gimen en sueños.La sanadora bajaba envuelta en una bata de lana cuando entré al pabellón, y se apresuró a reavivar el fuego.—¿Cómo siguen? —pregunté, sentándome frente al hogar mientras ella acercaba una silla.Enyd se encogió de hombros y meneó levemente la cabeza.—Creo que aún es muy pronto para saberlo. Es su primer día sin cargar
Los días siguientes demandaron un sinfín de decisiones y movimientos que requerían una evaluación cuidadosa antes de ser puestos en práctica. Éramos pocos para todo lo que necesitábamos hacer, y no teníamos más alternativa que esperar refuerzos. Eamon ya casi llegaba al puesto de Baltar, desde donde se adelantaría a la lenta columna de suministros para venir a nuestro encuentro.En tanto, Mendel partió con sus hijos hacia el norte, para explorar y custodiar el único camino que llegaba del reino vecino. Baltar permaneció en el castillo con el grueso de nuestras magras fuerzas, poniendo orden en el excesivo personal de servicio y en el pueblo, donde por suerte contábamos con la asistencia de los sacerdotes y las monjas del convento, que se desvivían respondiendo dudas y calmando las lógicas inquietudes de los humanos.Yo tuve que regresar al pabellón a pedido de Enyd, para ayudarla con el clan de Ragnar. Despojarlos de la plata los había afectado más de lo que creíamos,
Dejé que Garold les hablara de nosotros, y pronto percibí que el ambiente se distendía poco a poco. Las escuché murmurar, aunque no logré comprender qué decían, y cuando Garold mencionó la aldea, oí un sonido que me hizo pensar que una de ellas se acercaba a gatas a su puerta. Una cabeza clara se asomó a medias al corredor.—¿Cómo son las casas, Alfa Mael? —preguntó Garold, volviéndose hacia mí sin inmutarse.Sólo entonces recordé que en sus cartas, Noreia nos había contado que la persecución constante de los parias había obligado al clan de Ragnar a vivir sólo en cuatro patas, en constante movimiento, durante al menos dos generaciones.Lo enfrenté ignorando a la mujer que nos espiaba y describí lo mejor que pude las viviendas de los aldeanos, la configuración general de la aldea, las tierras de cultivo con su canal de riego, los bosques. Ignoro por qué les hablé de la cascada, y sentí una honda punzada de melancolía al describirla, porque me recordaba invariabl
Por suerte no era una noche despejada, y antes que los licántropos se recuperaran como para volver a darnos pelea, las oscuras nubes de tormenta que llegaban de las montañas ocultaron la luna, menguando su influencia. Para nuestra sorpresa, tan pronto el cielo estuvo cubierto los licántropos comenzaron a temblar violentamente, y sus cuerpos cambiaron ante nuestros ojos, encogiéndose, normalizándose. El proceso pareció consumir toda su energía, porque quedaron inconscientes antes de terminar de transformarse.Los primeros relámpagos relumbraron sobre sus formas humanas, débiles y enflaquecidas. Despertaron bruscamente, y descubrirse desnudos al aire libre, rodeados por nosotros en cuatro patas, los hizo retroceder a amontonarse aterrorizados. Envié a las exploradoras a cambiar y vestirse para venir por las mujeres.—Garold —llamé.El Gamma miró a su alrededor, busc&aac
La ladera era escarpada, y bajé con cuidado hasta la roca que ocultaba a Mora. Los nuestros se habían repartido en posiciones similares alrededor, esperando mi señal. A los pies de la colina, fuera del reparo del bosque, los pesados carromatos formaban un círculo protector alrededor del grupo que se reunía a comer en torno al fuego.—Jamás imaginé que vería a Artos vestido de gitano —dijo Mora divertida, señalando a mi tío allá abajo.—¿Ustedes creen que se tragarán el cebo? —inquirí, porque para mí resultaba evidente que aquéllos allí abajo eran lobos, no humanos.—Míralos y dímelo —respondió mi hermana, señalando las sombras que se movían entre nosotros y los carromatos.Los atacantes se mantenían ocultos entre los árboles, observando a sus presas, igno
Volvimos a cambiar para pasar la noche, porque no había espacio para todos en los carromatos. Me echaba con Mora frente a los últimos rescoldos del fuego cuando Artos se nos acercó con una expresión seria inusual en él.—Oye, Mael, necesito tu ayuda —dijo sin rodeos, indicándole a Mora que no hacía falta que nos dejara a solas—. Por más que Alanis se niegue a reconocerlo, su territorio dista de ser seguro. Hay humanos al otro lado de las colinas, que ya han empezado a aventurarse en su valle para cazar. Con ese blanco tan cerca, es cuestión de tiempo hasta que los descubran y le vayan con el cuento. Son sólo una docena, no podrían defenderse si el blanco envía a sus vasallos.Asentí, instándolo a continuar. Artos se encogió de hombros suspirando.—No he logrado convencerla de que vengan a nuestro territorio. Entiendo por qué se
Los gitanos estaban ansiosos por recuperar sus hogares rodantes, pero cuando Alanis les preguntó qué rumbo tomarían, quedó a la vista que no se habían detenido a pensarlo.—Nuestras cabezas tienen precio en el norte, y al oeste de aquí los nobles exprimen tanto a los campesinos, que no les queda una moneda para gastar en nosotros —dijo el jefe de familia, apesadumbrado.Alanis se volvió hacia mí alzando las cejas, esperando que hablara. Por supuesto, los gitanos no tenían forma de saber los cambios que trajera el verano en nuestro territorio. Me tomé un momento para considerar la situación antes de abrir la boca. Tal como le dijera a Mendel meses atrás, no ganaríamos solos esta guerra. Necesitábamos humanos en los que pudiéramos confiar, tanto como era posible confiar en una raza tan mezquina. Si Alanis les había abierto su hogar a estos mercadere