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La ladera era escarpada, y bajé con cuidado hasta la roca que ocultaba a Mora. Los nuestros se habían repartido en posiciones similares alrededor, esperando mi señal. A los pies de la colina, fuera del reparo del bosque, los pesados carromatos formaban un círculo protector alrededor del grupo que se reunía a comer en torno al fuego.

—Jamás imaginé que vería a Artos vestido de gitano —dijo Mora divertida, señalando a mi tío allá abajo.

—¿Ustedes creen que se tragarán el cebo? —inquirí, porque para mí resultaba evidente que aquéllos allí abajo eran lobos, no humanos.

—Míralos y dímelo —respondió mi hermana, señalando las sombras que se movían entre nosotros y los carromatos.

Los atacantes se mantenían ocultos entre los árboles, observando a sus presas, igno

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