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Cuando quedé solo, me procuré un hacha y salí en busca de leña. Y mientras trabajaba en la mañana fría y húmeda de otoño, me pregunté cómo le diría a Risa lo que había ocurrido con Alanis. No importaba que hubiera sido una trampa, ni que para mí esa mujer, ni ninguna otra, no significaba nada. Risa necesitaba saberlo, y como humana, seguramente tendría otra perspectiva.

Comenzaba a entrar en calor cuando escuché los pasos ligeros que se acercaban por la hierba. Giré secándome el sudor de la frente y me encontré con Risa, que llegaba envuelta en su chal de lana y una sonrisa iluminando su expresión.

—¿Quieres desayunar, mi señor? —me preguntó llegando a mi lado.

—Ya di cuenta de lo que quedó de la cena, gracias —respondí, y me obligué a sobreponerme a mi vacilaci&oacu

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