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Nos demoramos en el claro hasta que sentí que Risa temblaba de frío. Entonces, muy a mi pesar, me incorporé y le lamí la mejilla con suavidad antes de dar un par de pasos hacia el pabellón.

—Sí, buena idea, mi señor —murmuró poniéndose de pie, y me siguió frotándose las manos.

Ya dentro, la dejé agregando leña al hogar en el comedor mientras iba a vestirme. A último momento decidí jugarle un poco sucio a mi pequeña y me puse sólo los pantalones, echándome encima una bata de piel. Tal como iba a verla por las noches en el castillo.

Su reacción me ilustró a la perfección el proceso que enfrentaba a cada paso.

Primero me miró arriba abajo con expresión interrogante, como si hubiera algo que le resultaba familiar pero no lograra darse cuenta qué. Cerró los ojos un instante, y

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