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Por la tarde se me ocurrió que tal vez podríamos dar un paseo a caballo, y Risa aceptó de inmediato. Desde que llegara había estado dedicada día y noche al clan de Ragnar, de modo que no había visto del bosque más que lo que flanqueaba la huella que llevaba del camino al pabellón. Me encargué de ensillar a mi semental y a su yegua Briga mientras ella preparaba una merienda para el camino, por las dudas, y nos alejamos al paso hacia el sur, con Bardo volando bajo frente a nosotros.

Cruzamos el bosque sin prisa, conversando sobre el futuro de los lobos de Ragnar, y la llevé a la cañada donde habían vivido los dos últimos años, hasta que los rescatáramos.

Risa la recorrió a paso lento, transida de pena al ver las chozas precarias, desnudas, y la absoluta ausencia de hasta los elementos más básicos para la vida cotidiana.

Entre tanto, fui al

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