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Creo que lo que me despertó fue el profundo silencio que llenaba el pabellón. Yacía boca abajo con la cara vuelta hacia la ventana, las mantas aún por la cintura. El tenue olor del carbón del brasero flotaba en el aire, pero no era el único. Sin molestarme por cambiar de posición, los brazos bajo la almohada y los ojos apenas entreabiertos a la luz matinal, olí miel y lavanda, lo que Risa usara para curar el zarpazo en mi espalda la noche anterior. Y algo más.

Volví a olfatear el aire con cuidado. Sí, ahí estaba, apocada como un rastro de un par de horas atrás, pero era la esencia de Risa.

Respiré hondo y alcé la cabeza lo indispensable para volverla hacia el otro lado de la habitación, aguantando el tirón de los zarpazos que ya comenzaban a cicatrizar. Un gemido sofocado acompañó mi movimiento y descubrí a Risa sentada en el fr&ia

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