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Volvimos a cambiar para pasar la noche, porque no había espacio para todos en los carromatos. Me echaba con Mora frente a los últimos rescoldos del fuego cuando Artos se nos acercó con una expresión seria inusual en él.

—Oye, Mael, necesito tu ayuda —dijo sin rodeos, indicándole a Mora que no hacía falta que nos dejara a solas—. Por más que Alanis se niegue a reconocerlo, su territorio dista de ser seguro. Hay humanos al otro lado de las colinas, que ya han empezado a aventurarse en su valle para cazar. Con ese blanco tan cerca, es cuestión de tiempo hasta que los descubran y le vayan con el cuento. Son sólo una docena, no podrían defenderse si el blanco envía a sus vasallos.

Asentí, instándolo a continuar. Artos se encogió de hombros suspirando.

—No he logrado convencerla de que vengan a nuestro territorio. Entiendo por qué se

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