Los gitanos estaban ansiosos por recuperar sus hogares rodantes, pero cuando Alanis les preguntó qué rumbo tomarían, quedó a la vista que no se habían detenido a pensarlo.
—Nuestras cabezas tienen precio en el norte, y al oeste de aquí los nobles exprimen tanto a los campesinos, que no les queda una moneda para gastar en nosotros —dijo el jefe de familia, apesadumbrado.
Alanis se volvió hacia mí alzando las cejas, esperando que hablara. Por supuesto, los gitanos no tenían forma de saber los cambios que trajera el verano en nuestro territorio. Me tomé un momento para considerar la situación antes de abrir la boca. Tal como le dijera a Mendel meses atrás, no ganaríamos solos esta guerra. Necesitábamos humanos en los que pudiéramos confiar, tanto como era posible confiar en una raza tan mezquina. Si Alanis les había abierto su hogar a estos mercadere
El truco era tan simple como terrorífico. Alanis vistió su vistoso atuendo de bruja, que incluía un gran sombrero puntiagudo y un cayado alto como ella, y todos los demás vestimos de negro de pies a cabeza. Para completar el disfraz de espíritus malignos, nos untamos caras y manos con barro. Uno de los muchachos cruzó el filo de la colina y bajó un poco por la ladera opuesta, para que supiéramos dónde emboscar a los cazadores furtivos.Eran una docena, flacos y andrajosos, armados con arcos rudimentarios y lanzas que más bien eran estacas largas afiladas en un extremo. Alanis me había explicado que a los campesinos apenas les quedaba para comer después de pagar impuestos al señor de esas tierras, y solían recurrir a la caza para subsistir. Cuando cazaban tanto que les costaba hallar presas, algunos valientes decidían unir fuerzas para desafiar la leyenda de la bruja y pasa
Sus labios acariciaron los míos como un soplo, llamándome. Abrí los ojos sintiendo que el corazón latía con fuerza en mi pecho y allí estaba, hermosa, dulce, irresistible, tendiéndome una mano con una sonrisa adorable. Su cabellera de nieve caía sedosa sobre el escote del enagua que le había regalado cuando llegara al castillo, insinuando su pecho palpitante, y sus ojos purpúreos encontraron los míos sin rastros de miedo ni rechazo.Sabía que era un sueño. No era la primera vez que hallaba a Risa tras una noche de plenilunio lejos de ella. Sin embargo, era el sueño más vívido que tuviera jamás.Me instó a incorporarme cuando tomé su mano. Yo seguía en la galería de la morada de Alanis, hundido en el sillón junto a las puertas abiertas. Me puse de pie y la dejé guiarme hacia la laguna. Su mano se sentía t
No lograba comprender cómo había llegado allí, y el embotamiento que aún perduraba del licor no ayudaba. En ese momento escuché las voces y risas que se acercaban desde la morada. Lo primero que se me ocurrió fue arrojarme al agua. El frío transformó el embotamiento en una jaqueca tan repentina como dolorosa. Me froté la cara y sacudí la cabeza, pero seguía sintiendo como si me clavaran dagas en las sienes y la nuca.Cuando distinguí a las hijas de Alanis que llegaban a recoger agua, trepé con torpeza a la orilla. Tenía una sola manera de regresar a la morada. Cambié, aliviado al comprobar que el dolor de cabeza cedía un poco, y busqué el camino más directo a la gran cabaña. Pero no llegué muy lejos, porque trastabillé al primer paso. Me eché jadeando de dolor. ¿Qué demonios me ocurría? Era como si mi cu
Esa noche, durante la cena, advertí que Alanis no se mostraba tan segura y despreocupada como solía. También procuraba evitar mi mirada, lo cual no era fácil, sentados a las cabeceras de la mesa, uno frente al otro. Me pareció que prestaba atención a la conducta de sus hijos, y su sonrisa era forzada al celebrar sus gracias.—Deja de mirarla así, tío, que el aire se corta con cuchillo.Me volví hacia Brenan sorprendido. No había dejado de comer ni conversar con los demás. Era el único que se atrevía a hablarme así fuera de mis hermanos de camada y madre, y sólo lo hacía desde que quedara incluido entre quienes conocían mi vínculo con Risa. No se lo diría jamás, pero me gustaba que se tomara el atrevimiento de tanto en tanto, porque nunca lo hacía en vano.—Lo siento, no me di cuenta —murmuré b
Los hijos mayores de Artos bastaban y sobraban para traer a la pandilla de nobles a nuestra presencia. Golpeados y sucios tras la batalla, maniatados, no se hicieron rogar cuando les ordenaron que se arrodillaran ante nosotros, agachando la cabeza temblorosos.Cambiar ante humanos no era algo que nos gustara, pero Eamon tenía razón con que nos convenía impresionarlos. De modo que eso hicimos. Nos contemplaron con ojos desorbitados mientras nos envolvíamos en batas de piel, volviendo a bajar la cabeza cuando nos acercamos a ellos, tolerando el vaho acre de su pavor.—Mírenme —ordenó Eamon con voz glacial, y aguardó a que obedecieran para acuclillarse ante ellos, mientras Artos y yo permanecíamos de pie tras él—. Mírennos bien. Nos vemos iguales a ustedes, ¿no?Los humanos asintieron.—¡Piedad, mi señor lobo! —suplicó uno, y los dem
No me di cuenta que me había dejado caer de nuevo en mi silla, boquiabierto por la noticia, hasta que Mora se inclinó a besar mi frente.—Sabía que tú pasarías por aquí antes de regresar al Valle, y aun así accedió a venir —susurró en mi oído.Me eché hacia atrás para que me soltara, el corazón batiendo como un tambor en mi pecho y mil preguntas en la cabeza. Mora acercó una silla para sentarse tan cerca que nuestras rodillas se tocaban y tomó mis manos, buscando mis ojos con la misma sonrisa vacilante.—¿Qué hace aquí? —inquirí con voz enronquecida por la emoción.Mora ladeó la cabeza como decidiendo la mejor forma de darme una mala noticia y respiró hondo.—Ragnar regresó con su hermana, sanos y salvos, una semana después que yo llegué aqu&iacut
No tengo idea qué se habló durante la comida, porque mi cabeza estaba en otra parte. En el pabellón del bosque, para ser preciso. A pesar de todo, me sorprendió que Bardo regresara tan pronto. La tormenta había amainado un poco y sólo lloviznaba, así que me excusé para salir al balcón a escuchar su mensaje solo.—¡Mael! —exclamó, y escuchar mi nombre en su voz me hizo estremecer de pies a cabeza—. Ven cuando quieras.No era usual que los cuervos repitieran más de dos palabras, pero ya me sorprendería en otro momento. En ése me quedé mirando a Bardo, procesando que, contra toda lógica, Risa me permitía visitarla. El cuervo se sacudió el agua de las alas y me picoteó el brazo, como diciendo que lo dejara irse o entrar a secarse.—Risa —le dije, tocándole el pico.—¡Risa! —r
El susurro de pasos ligeros sobre el piso de piedra me despertó al amanecer. Había vuelto a cambiar para pasar la noche en el comedor, frente al fuego que ya casi se había apagado. Alcé la cabeza y vi que Risa se detenía bruscamente a mitad de camino del hogar. Ya se había vestido para el día, los hombros envueltos en un grueso chal de lana.Encontró mis ojos y apretó los dientes, el ceño levemente fruncido, respirando hondo. Y por primera vez desde aquella noche en que me rechazara volví a percibir su esencia de amapola y orquídeas salvajes. A pesar de que su corazón latía casi con tanta fuerza como el mío, no había rastros de temor en su agitación, y ese detalle resultó un bálsamo para mi espíritu.Dándome cuenta que no se acercaba al hogar por mí, me apresuré a incorporarme y retroceder, haciéndole lu