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El susurro de pasos ligeros sobre el piso de piedra me despertó al amanecer. Había vuelto a cambiar para pasar la noche en el comedor, frente al fuego que ya casi se había apagado. Alcé la cabeza y vi que Risa se detenía bruscamente a mitad de camino del hogar. Ya se había vestido para el día, los hombros envueltos en un grueso chal de lana.

Encontró mis ojos y apretó los dientes, el ceño levemente fruncido, respirando hondo. Y por primera vez desde aquella noche en que me rechazara volví a percibir su esencia de amapola y orquídeas salvajes. A pesar de que su corazón latía casi con tanta fuerza como el mío, no había rastros de temor en su agitación, y ese detalle resultó un bálsamo para mi espíritu.

Dándome cuenta que no se acercaba al hogar por mí, me apresuré a incorporarme y retroceder, haciéndole lu

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