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El truco era tan simple como terrorífico. Alanis vistió su vistoso atuendo de bruja, que incluía un gran sombrero puntiagudo y un cayado alto como ella, y todos los demás vestimos de negro de pies a cabeza. Para completar el disfraz de espíritus malignos, nos untamos caras y manos con barro. Uno de los muchachos cruzó el filo de la colina y bajó un poco por la ladera opuesta, para que supiéramos dónde emboscar a los cazadores furtivos.

Eran una docena, flacos y andrajosos, armados con arcos rudimentarios y lanzas que más bien eran estacas largas afiladas en un extremo. Alanis me había explicado que a los campesinos apenas les quedaba para comer después de pagar impuestos al señor de esas tierras, y solían recurrir a la caza para subsistir. Cuando cazaban tanto que les costaba hallar presas, algunos valientes decidían unir fuerzas para desafiar la leyenda de la bruja y pasa

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