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Dejé que Garold les hablara de nosotros, y pronto percibí que el ambiente se distendía poco a poco. Las escuché murmurar, aunque no logré comprender qué decían, y cuando Garold mencionó la aldea, oí un sonido que me hizo pensar que una de ellas se acercaba a gatas a su puerta. Una cabeza clara se asomó a medias al corredor.

—¿Cómo son las casas, Alfa Mael? —preguntó Garold, volviéndose hacia mí sin inmutarse.

Sólo entonces recordé que en sus cartas, Noreia nos había contado que la persecución constante de los parias había obligado al clan de Ragnar a vivir sólo en cuatro patas, en constante movimiento, durante al menos dos generaciones.

Lo enfrenté ignorando a la mujer que nos espiaba y describí lo mejor que pude las viviendas de los aldeanos, la configuración general de la aldea, las tierras de cultivo con su canal de riego, los bosques. Ignoro por qué les hablé de la cascada, y sentí una honda punzada de melancolía al describirla, porque me recordaba invariabl

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