Dejé que Garold les hablara de nosotros, y pronto percibí que el ambiente se distendía poco a poco. Las escuché murmurar, aunque no logré comprender qué decían, y cuando Garold mencionó la aldea, oí un sonido que me hizo pensar que una de ellas se acercaba a gatas a su puerta. Una cabeza clara se asomó a medias al corredor.
—¿Cómo son las casas, Alfa Mael? —preguntó Garold, volviéndose hacia mí sin inmutarse.
Sólo entonces recordé que en sus cartas, Noreia nos había contado que la persecución constante de los parias había obligado al clan de Ragnar a vivir sólo en cuatro patas, en constante movimiento, durante al menos dos generaciones.
Lo enfrenté ignorando a la mujer que nos espiaba y describí lo mejor que pude las viviendas de los aldeanos, la configuración general de la aldea, las tierras de cultivo con su canal de riego, los bosques. Ignoro por qué les hablé de la cascada, y sentí una honda punzada de melancolía al describirla, porque me recordaba invariabl
Por suerte no era una noche despejada, y antes que los licántropos se recuperaran como para volver a darnos pelea, las oscuras nubes de tormenta que llegaban de las montañas ocultaron la luna, menguando su influencia. Para nuestra sorpresa, tan pronto el cielo estuvo cubierto los licántropos comenzaron a temblar violentamente, y sus cuerpos cambiaron ante nuestros ojos, encogiéndose, normalizándose. El proceso pareció consumir toda su energía, porque quedaron inconscientes antes de terminar de transformarse.Los primeros relámpagos relumbraron sobre sus formas humanas, débiles y enflaquecidas. Despertaron bruscamente, y descubrirse desnudos al aire libre, rodeados por nosotros en cuatro patas, los hizo retroceder a amontonarse aterrorizados. Envié a las exploradoras a cambiar y vestirse para venir por las mujeres.—Garold —llamé.El Gamma miró a su alrededor, busc&aac
La ladera era escarpada, y bajé con cuidado hasta la roca que ocultaba a Mora. Los nuestros se habían repartido en posiciones similares alrededor, esperando mi señal. A los pies de la colina, fuera del reparo del bosque, los pesados carromatos formaban un círculo protector alrededor del grupo que se reunía a comer en torno al fuego.—Jamás imaginé que vería a Artos vestido de gitano —dijo Mora divertida, señalando a mi tío allá abajo.—¿Ustedes creen que se tragarán el cebo? —inquirí, porque para mí resultaba evidente que aquéllos allí abajo eran lobos, no humanos.—Míralos y dímelo —respondió mi hermana, señalando las sombras que se movían entre nosotros y los carromatos.Los atacantes se mantenían ocultos entre los árboles, observando a sus presas, igno
Volvimos a cambiar para pasar la noche, porque no había espacio para todos en los carromatos. Me echaba con Mora frente a los últimos rescoldos del fuego cuando Artos se nos acercó con una expresión seria inusual en él.—Oye, Mael, necesito tu ayuda —dijo sin rodeos, indicándole a Mora que no hacía falta que nos dejara a solas—. Por más que Alanis se niegue a reconocerlo, su territorio dista de ser seguro. Hay humanos al otro lado de las colinas, que ya han empezado a aventurarse en su valle para cazar. Con ese blanco tan cerca, es cuestión de tiempo hasta que los descubran y le vayan con el cuento. Son sólo una docena, no podrían defenderse si el blanco envía a sus vasallos.Asentí, instándolo a continuar. Artos se encogió de hombros suspirando.—No he logrado convencerla de que vengan a nuestro territorio. Entiendo por qué se
Los gitanos estaban ansiosos por recuperar sus hogares rodantes, pero cuando Alanis les preguntó qué rumbo tomarían, quedó a la vista que no se habían detenido a pensarlo.—Nuestras cabezas tienen precio en el norte, y al oeste de aquí los nobles exprimen tanto a los campesinos, que no les queda una moneda para gastar en nosotros —dijo el jefe de familia, apesadumbrado.Alanis se volvió hacia mí alzando las cejas, esperando que hablara. Por supuesto, los gitanos no tenían forma de saber los cambios que trajera el verano en nuestro territorio. Me tomé un momento para considerar la situación antes de abrir la boca. Tal como le dijera a Mendel meses atrás, no ganaríamos solos esta guerra. Necesitábamos humanos en los que pudiéramos confiar, tanto como era posible confiar en una raza tan mezquina. Si Alanis les había abierto su hogar a estos mercadere
El truco era tan simple como terrorífico. Alanis vistió su vistoso atuendo de bruja, que incluía un gran sombrero puntiagudo y un cayado alto como ella, y todos los demás vestimos de negro de pies a cabeza. Para completar el disfraz de espíritus malignos, nos untamos caras y manos con barro. Uno de los muchachos cruzó el filo de la colina y bajó un poco por la ladera opuesta, para que supiéramos dónde emboscar a los cazadores furtivos.Eran una docena, flacos y andrajosos, armados con arcos rudimentarios y lanzas que más bien eran estacas largas afiladas en un extremo. Alanis me había explicado que a los campesinos apenas les quedaba para comer después de pagar impuestos al señor de esas tierras, y solían recurrir a la caza para subsistir. Cuando cazaban tanto que les costaba hallar presas, algunos valientes decidían unir fuerzas para desafiar la leyenda de la bruja y pasa
Sus labios acariciaron los míos como un soplo, llamándome. Abrí los ojos sintiendo que el corazón latía con fuerza en mi pecho y allí estaba, hermosa, dulce, irresistible, tendiéndome una mano con una sonrisa adorable. Su cabellera de nieve caía sedosa sobre el escote del enagua que le había regalado cuando llegara al castillo, insinuando su pecho palpitante, y sus ojos purpúreos encontraron los míos sin rastros de miedo ni rechazo.Sabía que era un sueño. No era la primera vez que hallaba a Risa tras una noche de plenilunio lejos de ella. Sin embargo, era el sueño más vívido que tuviera jamás.Me instó a incorporarme cuando tomé su mano. Yo seguía en la galería de la morada de Alanis, hundido en el sillón junto a las puertas abiertas. Me puse de pie y la dejé guiarme hacia la laguna. Su mano se sentía t
No lograba comprender cómo había llegado allí, y el embotamiento que aún perduraba del licor no ayudaba. En ese momento escuché las voces y risas que se acercaban desde la morada. Lo primero que se me ocurrió fue arrojarme al agua. El frío transformó el embotamiento en una jaqueca tan repentina como dolorosa. Me froté la cara y sacudí la cabeza, pero seguía sintiendo como si me clavaran dagas en las sienes y la nuca.Cuando distinguí a las hijas de Alanis que llegaban a recoger agua, trepé con torpeza a la orilla. Tenía una sola manera de regresar a la morada. Cambié, aliviado al comprobar que el dolor de cabeza cedía un poco, y busqué el camino más directo a la gran cabaña. Pero no llegué muy lejos, porque trastabillé al primer paso. Me eché jadeando de dolor. ¿Qué demonios me ocurría? Era como si mi cu
Esa noche, durante la cena, advertí que Alanis no se mostraba tan segura y despreocupada como solía. También procuraba evitar mi mirada, lo cual no era fácil, sentados a las cabeceras de la mesa, uno frente al otro. Me pareció que prestaba atención a la conducta de sus hijos, y su sonrisa era forzada al celebrar sus gracias.—Deja de mirarla así, tío, que el aire se corta con cuchillo.Me volví hacia Brenan sorprendido. No había dejado de comer ni conversar con los demás. Era el único que se atrevía a hablarme así fuera de mis hermanos de camada y madre, y sólo lo hacía desde que quedara incluido entre quienes conocían mi vínculo con Risa. No se lo diría jamás, pero me gustaba que se tomara el atrevimiento de tanto en tanto, porque nunca lo hacía en vano.—Lo siento, no me di cuenta —murmuré b