Podía enamorarse de cualquier mujer sobre la faz de la tierra y ser correspondido, pero era un terco por naturaleza y se encaprichó con ella… la única a la que tenía prohibido amar. La hija de sus enemigos. La hermana del miserable que deshonró a la suya y la empujó al suicidio. Marianné Cavallier, obligada a casarse para salvar a su familia de la ruina económica, ve su horrible destino pasar frente a sus ojos cuando su nuevo esposo intenta abusar de ella en la noche de bodas. Dividida, entre escapar y ser señalada por la alta sociedad Siciliana o aceptar su despiadado destino a manos de un hombre que no amaba, se ve a sí misma en un peligro aún mayor tras aceptar inocentemente la ayuda del enemigo mortal de su propia familia. Remo Gambino está destinado a casarse con la prometida que ha elegido su madre para asegurar el poder y el prestigio que les garantiza la corona de Sicilia. De camino a su propia ceremonia, presencia el maltrato hacia la única mujer a la que debería importarle un comino lo que le suceda; sin embargo, preso de un impulso del corazón, decide intervenir, y a pesar de reconocer su identidad como la hija de sus enemigos, la rescata y la lleva a su mansión con la intención de quien sabe que, lo único que sabe es que no puede apartarse de ella. Esta decisión desata un escándalo entre ambas familias, obligando a Remo y a Anné a enfrentarse a los desafíos sociales y, a la creciente atracción que comienza a despertarse en ellos cada día. — ¡No permitiré que impongas la presencia de esa mujer aquí! — Marianné se queda, y a quién no le guste, que se enfrente a mí. ¿Quién será el primero?
Leer másLa boda de Marcello y Ginevra fue la primera en celebrarse, y por supuesto, todos fueron invitados. Se mudaron a una propiedad en la que serían solo ellos y la familia que juntos formarían. El personal de servicio contaba con apenas una mucama, un jardinero y un chofer, pues Ginevra quería tomar su rol como ama de casa y hacer las cosas por su cuenta, como tanto había querido y soñado en silencio.Cuando la bebé nació, porque fue una niña, la llamaron emperatriz, y fue la adoración de Marcello, tanto que dedicaba largas noches a dormirla mientras Ginevra se recuperaba de una cesárea de emergencia bastante complicada.Por otro lado, Fabio y Florencia retomaron las vidas que habían pausado hace más de cinco años, y con su hija, se fueron a vivir a Roma.Florencia allí tenía su trabajo, y por ende, la vida que había hecho como madre soltera en un barrio común de la ciudad. Lo único que a Fabio no le gustaba era su vecino, que parecía demasiado interesado en ella, tanto que los celos comen
Savino no supo por cuanto tiempo estuvo allí, pero sin darse cuenta, se quedó dormido junto a la puerta de la habitación, y es que cuando dijo que no se movería de allí hasta verla y pedirle, no, suplicarle que por favor no se casara, hablara muy en serio.Tan en serio que Serafina se llevó una escalofriante sorpresa cuando volvió entrada la mañana.Había caminado por las calles sicilianas durante las últimas horas, sin rumbo fijo, abrazada a sí misma mientras pensaba sobre la decisión que había tomado.No amaba a Filippo. Jamás lo amaría. Por eso tomó la decisión de comprar un boleto de avión, que saldría un par de horas antes de la boda y se iría lejos de allí, donde nadie la encontrara, donde el recuerdo de Savino no doliera tan profundamente.También se disculpó con Filippo, pero es que de verdad no podía casarse con él, y no supo qué pasó por su cabeza cuando le dijo que sí.La reacción de Filippo fue por supuesto de enojo. Estaba diciéndole todo aquello HORAS antes de la boda, y
— ¿Cómo has podido? ¡Te la confié una y mil veces carajo! ¡Me dijiste que jamás correspondiste a sus insinuaciones! ¡Me dijiste que…!— ¡Sé lo que te dije, Remo! — al fin Savino habló, interrumpiéndolo — ¡Sé lo que te dije y durante mucho tiempo fue así, pero… no pude evitarlo!Remo sonrió sin sonreír.— No pudiste evitarlo, ¿eh? ¿Por quién me tomas?— Remo…— ¡Es mi hermana, joder, mi hermana! ¡Y tú… tú eras mi amigo, Savino!Savino pasó un trago.— Jamás fue mi intención traicionar tu confianza.— Pero lo hiciste.— Si quieres que te diga que me arrepiento, no puedo. Me enamoré de Serafina. Me enamoré como nunca esperé hacerlo.Ante aquella confesión, Remo se quedó mudo. Conocía a Savino de toda la vida y jamás lo había visto hablar así acerca de sus sentimientos, aquellos que tenía por su hermana.Contrariado, se mesó el cabello y echó la cabeza hacia atrás en busca de aliento.— ¿Desde cuándo?— Remo…— Savino, necesito saber desde cuando tú y mi hermana… — ni siquiera pudo termina
— ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Te lo prohíbo!— Serafina…— ¡Vete de aquí! ¡No tienes derecho a jugar conmigo de esta forma, mald¡ito cobarde!— Llámame como quieras, pero escúchame muy bien. No vas a casarte con ese bueno para nada.Serafina respondió con una risa sin gracia.— ¿Quién va a impedirlo, tú? No me hagas reír. No tienes las suficientes pelotas para hacerlo. Me casaré con Filippo y no podrás hacer absolutamente nada al respecto.Savino apretó los puños.— ¿Y qué harás en la noche de bodas, eh? — se acercó un paso, luego otro. Serafina no se intimidó, o al menos fingió no hacerlo — ¿Qué harás cuando descubra que ya no eres pura? ¿Qué ya fuiste de otro hombre? ¡Que fuiste mía!Serafina pasó un trago y una lágrima la traicionó.— ¿Qué más te da? No es como si te importara, de ser así no me hubieses llevado a la cama para luego dejarme tirada. Ahora soy una mujer manchada, pero esa responsabilidad es mía, fui yo la que cayó redondita en tu juego.La mirada de Savino se suavizó. Le
Remo y Marianné llevaron a la mansión la noticia de su reciente compromiso, alegrándolos a todos. La nonna no se pudo mostrar más feliz por ellos y las felicitaciones no faltaron por parte de Florencia, Fabio y Marcello, incluso Ginevra también les deseó lo bueno.— Sé que en un principio me porté mal contigo, y no sabes cuánto lo lamento, Marianné, pero si de algo sirve, estoy muy arrepentida. Jamás amé a Remo, no como se nota que tú lo amas a él… ni tampoco me amó, no de la forma tan intensa en la que se te ama a ti — le había dicho Ginevra a Marianné, en un momento a solas que compartieron.Marianné le sonrió, pues se notaba que era sincera, además.— También me alegra que vayas a casarte con Marcello. Es un buen hombre.Ginevra asintió, echándole un rápido vistazo a su prometido.— Lo es, tanto que… no sé si lo merezca.— ¿Le quieres?— Con todo mi ser.— ¿No crees que eso sea suficiente?— No es eso, es solo que… no quiero que algún día me reproche.Marianné arrugó la frente.— ¿P
Serafina no supo por cuanto tiempo estuvo caminando sin rumbo fijo, pero lo cierto es que volvió a la mansión poco antes de la madrugada, empapada de agua y el alma arrastrándola por el piso.Una mucama le avisó sobre los regalos de cumpleaños que comenzaron a llegar desde esa misma tarde, aunque no sería hasta el día siguiente cuando cumpliese oficialmente la mayoría de edad.— Gracias, los veré después — informó con una media sonrisa antes de encerrarse en su habitación hasta el día siguiente.Despertó gracias a los pequeños golpecitos sobre la puerta, así que se incorporó sonámbula y abrió, solo para darse cuenta de que no había nadie allí, salvo por una pequeña caja a la altura de sus pies que notó cuando bajó la vista.Entornó los ojos al tiempo que la tomaba y volvía a la habitación.Era una caja rectangular aterciopelada, color marfil. Seguramente se trataba de cualquier otro regalo de cumpleaños, uno al que tampoco pudo haberle prestado atención, pero, por extraño que fuese, es
La muerte de Valentino Carusso apañó todos los medios televisivos durante la semana siguiente, y para bien o para mal, aquello había forjado la relación de Remo y Marianné para siempre.Se encontraban en la habitación cuando una mucama les avisó sobre unos sobres que habían llegado para los dos.Se trataba de unas cartas individuales, firmadas por Priscila. Cada una dedicada a la pareja de futuros padres primerizos.Con Marianné se disculpaba por no haber sido su madre, pero le aseguraba que jamás había sido su culpa y que no había nada de malo en ella, al contrario, fueron las ambiciones y los miedos de Priscila los que la llevaron a decisiones equivocadas.A Remo le pedía perdón por no ser la madre amorosa que merecía, y también por no haber sido ella la que lo trajo a la vida, pero sí había algo de lo que podía estar seguro, y es que lo había amado en su forma desde el día uno. Le confesó quienes eran sus verdaderos padres, y que lamentaba que para esa fecha no pudiera conocerlos, p
Marcello llevaba las últimas tres horas tratando de comunicarse con Ginevra, pero ella definitivamente se negaba a contestarle, hasta que tuvo que sobornar a una de sus mucamas para que lo mantuviera al tanto de lo que pasaba con ella.— ¿Señor Marcello?— ¿Sí?— Lo llamo porque… bueno… usted me dijo que si pasaba cualquier cosa con la señorita Ginevra se lo hiciera saber.— Sí, ¿Qué pasó? ¿Ginevra está bien? — preguntó incorporándose fuera de la silla de su escritorio.— Sí, el señor, su padre… bueno, él y la señorita discutieron muy fuerte y ella salió de la mansión.Marcello abrió los ojos.— ¡¿Qué?!— Sí, señor, la señorita había solicitado hablar con su padre de algo importante y urgente. De repente se escucharon gritos, y lo último que vi fue cuando salió llorando.— ¿Sabes a dónde fue?— ¡Sí, señor! La verdad se veía muy mal y la alcancé en la puerta. Le di la dirección de mi casita. Allí mi madre iba a recibirla antes de que cayera el temporal. Se notaba que no tenía a donde ir
— ¿Estás lista? — preguntó Remo a Marianné, a los pies de la mansión Cavallier.Marianné asintió. Su corazón bombeaba y apuntaba a querer salirse en cualquier momento, y es que ahora que sabía la verdad sobre su vida, guardaba en su pecho demasiados sentimientos encontrados.Remo ordenó a dos de sus guardias que se quedaran fuera de la mansión, mientras dos más los custodiaban a la puerta. La condición era aquella: No iba a entrar a esa casa sin su gente respaldándola. No se fiaba de su padre.— ¡Mi niña! ¡Qué alegría verte! — saludó la nana de Marianné al abrir la puerta, con una sonrisa de felicidad en el rostro.Marianné sonrió, y enseguida aprovechó para abrazarla con fuerza.— Mi madre, nana…— Está en el salón del té, mi niña. Te está esperando allí.— ¿Y mi… padre?La mujer bajó la mirada.— No está en la mansión.Marianné sintió alivio, a diferencia de Remo, que notó cierta particularidad en el tono de voz de la mujer.— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara?— No me gusta