3. ¿Lo he matado?

Marianné entró a la suite nupcial con el corazón latiéndole a todo babor. Y en cuanto su esposo cerró la puerta, buscó desesperadamente poner distancia entre ambos, lo que enervó a Valentino.

— Eres mi esposa, Marianné, ya te lo he dicho, ahora eres mía y tengo derechos sobre tu cuerpo, cuanto antes lo entiendas, será mucho mejor.

— Por favor, no quiero — musitó, agobiada.

— Debes cumplirme.

— Dame un poco de tiempo.

Valentino suspiró.

— ¿Cuál es tu problema, eh, Marianné? ¿Es que no soy un hombre atractivo para ti? ¿Es que no me deseas?

Marianné guardó silencio, y ante el insulto que representó para Valentino ese hecho, intentó tomarla a la fuerza con gesto brusco, desatando un forcejeo entre ambos que terminó arrastrándolos a la cama.

Valentino tomó a Marianné de las muñecas, y cuando vio el horror reflejado en sus ojos, sintió una clase de poder que nunca antes había experimentado.

— Serás mía esta noche — advirtió antes de asaltar su boca en un áspero beso.

Marianné no solo sintió que devolvería el estómago, sino que el terror se apoderó de ella al creer que no tendría escapatoria o algo con lo que defenderse, excepto por la botella de champán que reposaba a un lado de la cama, y sin pensarlo, la tomó en su poder y golpeó la cabeza de su esposo ahogando un grito de desesperación.

El cuerpo se desvaneció a un costado de la cama, pero no fue eso lo que lo dejó inconsciente, sino el golpe que se provocó a sí mismo al chocar contra la pata de la veladora.

Y el miedo que sintió Marianné en ese momento hizo que se incorporara de un salto.

— ¿Va…Valentino? — balbuceó con el pulso disparado. Todo empeoró ante el silencio. Se acercó con sigilo y removió su hombro. No respondió — Dios mío. ¿Qué he hecho? ¿Lo he… matado?

El solo pensamiento la golpeó como una ola de tres metros.

Si lo había hecho, si había matado a su propio esposo, las consecuencias serían fatales. Sería juzgada y condenada. Sin saber qué hacer y presa del miedo, descubrió que la única alternativa que tenía en ese momento al alcance de sus manos, era escapar, y fue lo que intentó hacer, pero, apenas salió, chocó contra un cuerpo grande y fornido que la hizo tambalearse.

Desorientada, alzó la vista, y enseguida todo de ella reaccionó a la presencia masculina que tenía frente a sí.

El hombre del minibar. Reconoció. Y otra vez se le cortó el aliento.

— Tú… — consiguió decir.

Remo Gambino entornó los ojos y la estudió en silencio por largos segundos. Temblaba como una hoja y estaba tan pálida como la misma. La angustia y el miedo se reflejaban en aquella dulce y verde mirada. Sin embargo, no fue lo único que notó, y su atención fue llevada al interior de la habitación, en donde yacía un cuerpo al parecer… sin vida.

Valentino.

Al darse cuenta de que ese hombre había presenciado lo que ella había hecho, el corazón de Marianné comenzó a dispararse con fuerza.

— Por favor, no digas nada — le pidió, con la voz mezclada de miedo y súplica.

En eso, Remo vio una oportunidad ante la situación, y sin pensarlo dos veces, le dijo:

— Sígueme — señaló el largo pasillo que los llevaría hasta las escaleras de emergencia.

Marianné abrió los ojos.

— ¿Qué?

— No tienes muchas opciones ahora mismo. O dejas que te saque de aquí, o dentro de… — echó un rápido vistazo al reloj en su muñeca y volvió con ella — sesenta segundos, los escoltas de tu marido estarán aquí.

Era cierto, si Valentino no les comunicaba que ya podían retirarse hasta mañana, sospecharían, vendrían a la habitación y entonces quién sabe qué harían con ella.

Pasó un trago.

— ¿A… a dónde iremos? — quiso saber. Su padre no la recibiría de vuelta, y mucho menos tendría su apoyo después de lo que había hecho.

— Deja que yo me encargue de eso — respondió con serenidad, perdiéndose de pronto en la belleza cautivadora de Marianné.

Su amigo, Marcelo Gallo, lo tomó del brazo, sacándolo prontamente del embrujo.

— ¿Qué estás haciendo? ¿Has perdido la cabeza? — susurró en voz baja.

— Ve por el auto y llévalo a la salida de emergencia.

— Remo… — advirtió, pero su amigo había tomado una decisión — ¡Carajo! ¡Nos vemos allí!

Le dedicó una mirada y una sonrisa torcida a esa muchacha antes de desaparecer.

En cuanto Marianné y Remo quedaron solos, este le dijo:

— Ve por tus cosas.

— Mi equipaje aún no lo han subido.

— Bien, entonces nos iremos sin él. Sígueme.

— ¡Espera…! — le pidió ella, todavía a mitad del pasillo. Nerviosa. Estaba aceptando la ayuda de un hombre de quién no sabía absolutamente nada. Él se giró hacia ella, con esa poderosa mirada capaz de descubrir lo que había en lo más profundo de su alma — ¿Cómo te llamas?

Remo se quedó en silencio por un corto segundo, y respondió:

— Marcelo, Marcelo Gallo — no podía decirle quién era en realidad, al menos no hasta saber qué haría con ella.

Enviar a su hermano Fabio a la cárcel no había sido suficiente, tampoco dejar a los Cavallier en la ruina. En él habían sembrado la semilla del odio y siempre había querido verlos reducidos al polvo, tal como quedaron ellos con la muerte de su flor, y ahora que tenía una valiosa oportunidad en la palma de sus manos… ¿Qué haría? ¿La tomaría? ¿Usaría a Marianné para terminar de destruir a esa m*****a familia?

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