Marianné entró a la suite nupcial con el corazón latiéndole a todo babor. Y en cuanto su esposo cerró la puerta, buscó desesperadamente poner distancia entre ambos, lo que enervó a Valentino.
— Eres mi esposa, Marianné, ya te lo he dicho, ahora eres mía y tengo derechos sobre tu cuerpo, cuanto antes lo entiendas, será mucho mejor.
— Por favor, no quiero — musitó, agobiada.
— Debes cumplirme.
— Dame un poco de tiempo.
Valentino suspiró.
— ¿Cuál es tu problema, eh, Marianné? ¿Es que no soy un hombre atractivo para ti? ¿Es que no me deseas?
Marianné guardó silencio, y ante el insulto que representó para Valentino ese hecho, intentó tomarla a la fuerza con gesto brusco, desatando un forcejeo entre ambos que terminó arrastrándolos a la cama.
Valentino tomó a Marianné de las muñecas, y cuando vio el horror reflejado en sus ojos, sintió una clase de poder que nunca antes había experimentado.
— Serás mía esta noche — advirtió antes de asaltar su boca en un áspero beso.
Marianné no solo sintió que devolvería el estómago, sino que el terror se apoderó de ella al creer que no tendría escapatoria o algo con lo que defenderse, excepto por la botella de champán que reposaba a un lado de la cama, y sin pensarlo, la tomó en su poder y golpeó la cabeza de su esposo ahogando un grito de desesperación.
El cuerpo se desvaneció a un costado de la cama, pero no fue eso lo que lo dejó inconsciente, sino el golpe que se provocó a sí mismo al chocar contra la pata de la veladora.
Y el miedo que sintió Marianné en ese momento hizo que se incorporara de un salto.
— ¿Va…Valentino? — balbuceó con el pulso disparado. Todo empeoró ante el silencio. Se acercó con sigilo y removió su hombro. No respondió — Dios mío. ¿Qué he hecho? ¿Lo he… matado?
El solo pensamiento la golpeó como una ola de tres metros.
Si lo había hecho, si había matado a su propio esposo, las consecuencias serían fatales. Sería juzgada y condenada. Sin saber qué hacer y presa del miedo, descubrió que la única alternativa que tenía en ese momento al alcance de sus manos, era escapar, y fue lo que intentó hacer, pero, apenas salió, chocó contra un cuerpo grande y fornido que la hizo tambalearse.
Desorientada, alzó la vista, y enseguida todo de ella reaccionó a la presencia masculina que tenía frente a sí.
El hombre del minibar. Reconoció. Y otra vez se le cortó el aliento.
— Tú… — consiguió decir.
Remo Gambino entornó los ojos y la estudió en silencio por largos segundos. Temblaba como una hoja y estaba tan pálida como la misma. La angustia y el miedo se reflejaban en aquella dulce y verde mirada. Sin embargo, no fue lo único que notó, y su atención fue llevada al interior de la habitación, en donde yacía un cuerpo al parecer… sin vida.
Valentino.
Al darse cuenta de que ese hombre había presenciado lo que ella había hecho, el corazón de Marianné comenzó a dispararse con fuerza.
— Por favor, no digas nada — le pidió, con la voz mezclada de miedo y súplica.
En eso, Remo vio una oportunidad ante la situación, y sin pensarlo dos veces, le dijo:
— Sígueme — señaló el largo pasillo que los llevaría hasta las escaleras de emergencia.
Marianné abrió los ojos.
— ¿Qué?
— No tienes muchas opciones ahora mismo. O dejas que te saque de aquí, o dentro de… — echó un rápido vistazo al reloj en su muñeca y volvió con ella — sesenta segundos, los escoltas de tu marido estarán aquí.
Era cierto, si Valentino no les comunicaba que ya podían retirarse hasta mañana, sospecharían, vendrían a la habitación y entonces quién sabe qué harían con ella.
Pasó un trago.
— ¿A… a dónde iremos? — quiso saber. Su padre no la recibiría de vuelta, y mucho menos tendría su apoyo después de lo que había hecho.
— Deja que yo me encargue de eso — respondió con serenidad, perdiéndose de pronto en la belleza cautivadora de Marianné.
Su amigo, Marcelo Gallo, lo tomó del brazo, sacándolo prontamente del embrujo.
— ¿Qué estás haciendo? ¿Has perdido la cabeza? — susurró en voz baja.
— Ve por el auto y llévalo a la salida de emergencia.
— Remo… — advirtió, pero su amigo había tomado una decisión — ¡Carajo! ¡Nos vemos allí!
Le dedicó una mirada y una sonrisa torcida a esa muchacha antes de desaparecer.
En cuanto Marianné y Remo quedaron solos, este le dijo:
— Ve por tus cosas.
— Mi equipaje aún no lo han subido.
— Bien, entonces nos iremos sin él. Sígueme.
— ¡Espera…! — le pidió ella, todavía a mitad del pasillo. Nerviosa. Estaba aceptando la ayuda de un hombre de quién no sabía absolutamente nada. Él se giró hacia ella, con esa poderosa mirada capaz de descubrir lo que había en lo más profundo de su alma — ¿Cómo te llamas?
Remo se quedó en silencio por un corto segundo, y respondió:
— Marcelo, Marcelo Gallo — no podía decirle quién era en realidad, al menos no hasta saber qué haría con ella.
Enviar a su hermano Fabio a la cárcel no había sido suficiente, tampoco dejar a los Cavallier en la ruina. En él habían sembrado la semilla del odio y siempre había querido verlos reducidos al polvo, tal como quedaron ellos con la muerte de su flor, y ahora que tenía una valiosa oportunidad en la palma de sus manos… ¿Qué haría? ¿La tomaría? ¿Usaría a Marianné para terminar de destruir a esa m*****a familia?
Más confiada, Marianné le sonrió, ajena a que ese gesto suavizaría el corazón del hombre que, sin saberlo, había llevado a su familia a la ruina.— Gracias, Marcelo— ¿Vamos?Marianné asintió.Se fueron por una salida de emergencia, y después de cruzar un par de pasillos, llegaron a la salida. La brisa azotó con fuerza. Marianné tembló. Remo actuó enseguida y se quitó el saco de su propio traje de bodas antes de ofrecérselo.— Ten, usa esto.Marianné la aceptó con gratitud y se envolvió en la prenda cálida, sonriendo atontada. Jamás había experimentado la atención de un hombre, mucho menos de uno tan imponente y cautivador como lo era “Marcelo”.Por su parte, Remo no se sentía muy distinto respecto a sus emociones. Marianné lo había hechizado desde el primer segundo que la vio entrar al hotel, y aunque sabía era incorrecto, que debería odiarla como a cada miembro de su jodida familia, no podía evitar ver en ella algo más que su enemiga.Por un segundo, se quedaron mirando como si nada
— ¿Qué hace esta mujer aquí? — cuestionó la madre de Remo después de largos segundos de tensión. Su voz tintada de enfado y desaprobación.Remo se mantuvo sereno ante el cuestionamiento, aunque su mirada era un tanto desafiante. Sin embargo, fue Marianné la que se sintió incómoda y fuera de lugar, así que rápido quiso intervenir, sintiendo la necesidad de explicarse por sí misma.— Lo siento, no era mi intención causar problemas — dijo con suavidad — Veo que… están en un momento importante.— Sí, mi matrimonio — intervino Ginevra, orgullosa. No comprendía por qué su prometido había llegado con otra mujer a su propia ceremonia, ni porque parecía estar tan embelesado con ella. Los celos y la rabia la invadieron.Marianné volvió la vista a Remo que, para ese momento, seguía sin conocer su verdadera identidad, pero eso estaría por cambiar.— Gracias por todo, pero… creo que debería irme — musitó apenada, e intentó marcharse, pero fue él mismo Remo quien la detuvo por el brazo con un gesto
Tan pronto Marianné bajó las escaleras y atravesó el jardín de la casa, el peso de las miradas de aquella familia cayó sobre ella como toneladas de ladrillos, pero, sorpresivamente, nadie se atrevió a decirle nada ni a interponerse en su camino, ni siquiera los guardias de seguridad, así que sin más miramientos, dejó la mansión Gambino atrás.Fuera se cernía la noche, oscura y silenciosa, mientras Marianné caminaba abrazada a sí misma buscando darse abrigo y consuelo. ¿Qué pasaría ahora con ella? Debía buscar a su familia y decirles la verdad lo que había hecho. Ellos la comprenderían y protegerían.No supo por cuanto tiempo estuvo caminando, pero los primeros rayos de sol se asomaban de entre los árboles cuando llegó a la mansión Cavallier. Sus pies dolían y estaba exhausta.Llamó a la puerta con manos temblorosas, y tan solo un par de segundos después, alguien abrió.— ¿Anné?Marianné alzó el rostro al reconocer la voz de Berta, su nana.La vieja mujer la observó con una mezcla de p
— ¡Señor, señora Carusso, bienvenidos a casa! — tres mucamas recibieron al matrimonio Carusso con una sonrisa cuando llegaron a la mansión. Marianné se forzó a sonreír, pues así era ella, angelical por naturaleza. — ¿Está nuestra habitación matrimonial lista? — preguntó Valentino, con un tono arrogante y despectivo hacia sus empleadas. — Sí, señor — repitieron las tres jóvenes mujeres al unísono. — Bien, lleven mi equipaje y el de mi esposa — ordenó al tiempo que su móvil sonaba con una nueva notificación. Era el enlace a un video. Normalmente, solía ignorarlos, pero, al ver que el nombre de su esposa encabeza el titular, no dudó en descubrir de qué se trataba. “La joven esposa del único heredero Carusso, es vista huyendo en su noche de bodas con un hombre misterioso” — ¿Va a necesitar algo más, señor? — preguntó una de las mucamas, a la espera de una nueva orden antes de poder retirarse, pero el rostro de Valentino se había ensombrecido al reproducir el video, dejando que la in
Entraron por la puerta trasera, donde sabían tendrían un acceso más discreto. Remo se dirigió directamente a la mucama que los esperaba junto a la puerta del servicio y le preguntó en voz baja a donde tenía que dirigirse. La mujer, temiendo ser descubierta, pues estaba arriesgando todo por el cariño que le tenía a Savino, le indicó el camino correcto. Remo siguió las indicaciones hasta llegar. Tomó una profunda respiración con el pomo de la puerta entre su mano y entró. La escena que descubrió en el interior, no solo provocó que su corazón se saltara un latido, sino que la culpa lo azotara de forma estremecedora. Valentino se había ido en contra de Marianné por el video. Y él… él era el único culpable de eso. Se suponía que debía llevársela antes de que una cosa así sucediera, pero se le escapó de las manos y ella había sido la única en sufrir las consecuencias. Pasó un trago amargo y se acercó a la cama. — Marianné… Marianné… — llamó en voz baja, temiendo tocarla y lastimarla más
Durante todo el trayecto en auto, Marianné permaneció dormida, como si el agotamiento físico y mental hubiera vencido toda su resistencia. Y es que se veía tan frágil y vulnerable que la culpa seguía martirizando a Remo. Marcelo y Savino seguían igual de conmocionados, pero ninguno había reparado en Marianné de la misma forma en la que Remo lo había hecho. Se había convertido en alguien distinto de un momento a otro. Tan pronto llegaron a la mansión, Remo se acercó a Marianné y la despertó con suavidad. No quería alarmarla, así que esperó hasta que ella se tomara su tiempo para abrir los ojos. — Eh, Marianné, hemos llegado. Marianné observó por un instante a su alrededor, todavía desorientada, y sin fuerzas para hablar, dejó que Remo guiara su camino, mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro con los ojos cerrados. En el amplio y majestuoso comedor de la mansión Gambino, se encontraba la familia de Remo. Una camarera se acercó a su madre y avisó sobre su llegada, como se le hab
Remo le confesó a su abuela en las inesperadas circunstancias en las que había conocido a Marianné, y esta vez, no omitió ningún detalle, ni siquiera que ella era la esposa de otro y le había mentido sobre su verdadera identidad. La nonna Vittoria suspiró. — Oh, pero mi niño, trajiste a esa muchacha aquí con engaños. — Lo sé, nonna, y esto no es todo. He hecho algo de lo que no estoy seguro, pudo haber sido lo correcto — admitió culpable. — ¿Qué es eso que crees que pudo haber sido tan malo? — Es que abuela, yo soy el único culpable de que Marianné haya sido brutalmente golpeada por su esposo. — ¿Por qué dices eso, mi niño? ¿Cómo podrías tú ser el culpable de una cosa así? — Lo soy, nonna, lo soy porque yo filtré un video de Marianné huyendo conmigo en su noche de bodas. La nonna Vittoria abrió los ojos y ahogó un jadeo de impresión. — ¡Pero cariño, has manchado la reputación de esa muchacha para siempre! Remo asintió y se mesó el cabello, consciente de la gravedad de sus acc
— Nonna… La mujer sonrió y colocó una mano sobre su pecho, a la altura de su buen corazón. — No tienes por qué decirme nada ahora, tu corazón ya lo ha hecho por ti — le dijo como conclusión antes de despedirse, dejando a Remo con una maraña de pensamientos, esos que habían sido de pronto invadidos por una mezcla de confusión e interrogantes respecto a Marianné. Se dirigió a su habitación, presa de esa urgente necesidad que ella despertaba en él, pero, antes de abrir la puerta, Savino apareció. — Remo, hay problemas con el embarque, te necesitan — le informó su escolta y amigo fiel. Remo echó un vistazo al reloj. Casi las nueve. Se asomó con sigilo por la puerta. Marianné seguía profunda. — Bien, nos vemos abajo, antes debo hacer algo. Savino asintió, desapareciendo un segundo después. Remo solicitó la presencia de una mucama. — ¡Dígame, señor! — Voy a salir, es muy probable que no vuelva hasta el amanecer. Marianné quedará aquí. Asegúrate de traerle algo de comer cuando despi