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— Nonna… La mujer sonrió y colocó una mano sobre su pecho, a la altura de su buen corazón. — No tienes por qué decirme nada ahora, tu corazón ya lo ha hecho por ti — le dijo como conclusión antes de despedirse, dejando a Remo con una maraña de pensamientos, esos que habían sido de pronto invadidos por una mezcla de confusión e interrogantes respecto a Marianné. Se dirigió a su habitación, presa de esa urgente necesidad que ella despertaba en él, pero, antes de abrir la puerta, Savino apareció. — Remo, hay problemas con el embarque, te necesitan — le informó su escolta y amigo fiel. Remo echó un vistazo al reloj. Casi las nueve. Se asomó con sigilo por la puerta. Marianné seguía profunda. — Bien, nos vemos abajo, antes debo hacer algo. Savino asintió, desapareciendo un segundo después. Remo solicitó la presencia de una mucama. — ¡Dígame, señor! — Voy a salir, es muy probable que no vuelva hasta el amanecer. Marianné quedará aquí. Asegúrate de traerle algo de comer cuando despi
En cuanto Remo recibió la llamada de la mucama, supo enseguida que algo andaba mal con Marianné. — ¿Qué ocurre? — Señor, creo que debería venir a la mansión cuanto antes — le dijo la joven mujer. Su tono de voz cargado de angustia y preocupación. Remo se tensó. — ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Sucede algo con Marianné? — Sí, señor, precisamente se trata de ella. Uno de los guardias de la mansión, bueno, él… — ¿Él qué? ¡Habla! — exigió, impaciente. — Ay, señor, lo que pasa es que la echó a la calle sin piedad. Yo salí a ver si la veía, pero ya no estaba y la tormenta ha tomado más fuerza — explicó rápidamente, provocando que el pulso de Remo se detuviera — ¡Venga pronto, señor, por favor! Remo se quedó en silencio por largos segundos. La sola idea de saber a Marianné desamparada, a esas alturas de la madrugada y bajo un cielo que amenazaba con caerse, provocó que su corazón comenzara a latir demasiado rápido. — Voy para allá — gruñó antes de colgar. Entonces miró a Savino. — Debemos i
Remo salió de la mansión. Savino ya había identificado al guardia que obedeció a las órdenes equivocadas. — De él me encargo después, ahora mismo necesito que reúnas al resto y des la orden de que busquen a Marianné bajo cada piedra siciliana. Savino asintió y se puso en marcha. Remo se unió a la búsqueda, importándole poco que la tormenta continuara azotando con fuerza. Savino y el resto de los guardias seguían buscando por toda Sicilia sin parar. La orden era que nadie regresara a la mansión sin ella, así les costara el amanecer y parte del otro día. Una hora después, la lluvia no cedía, y las noticias de Marianné tampoco llegaban. Remo sentía que iba a enloquecer. — ¿En dónde está? ¡No puedo habérsela tragado la tierra, carajo! — bramó, rebasado por la incertidumbre y la angustia que representaba desconocer el paradero de Marianné. Golpeó el volante con fuerza y se mesó la nuca, con la vista clavada en el frente. Fue entonces cuando vio una figura en la arena, a la orilla de
Sin vacilar, Remo se lanzó a agua en busca de Marianné, y al no verla cerca del área de donde había saltado, sintió un miedo terrible. Uno que no nunca antes había experimentado. Nadó sin rumbo, con la esperanza de encontrarla a los alrededores y que no fuese tarde. Joder, la sola idea le quemaba la piel. No podría perdonárselo. Salió a la superficie en busca de aire. — ¡Marianné! ¡Marianné! — llamó. Su corazón latiendo desesperado. Volvió a sumergirse. La lluvia y la marea eran sus peores enemigos esa noche. Nada. Emergió. Entonces vio a Savino y a su gente a los pies de las rocas, buscándolo con linternas. — ¡Remo! — ¡Aquí! — gritó. Savino apuntó la linterna en su dirección — ¡Marianné ha caído! ¡Debo encontrarla! — y una vez más, tomó una grande bocanada de aliento y se sumergió, sin dar la oportunidad a Savino de nada. Nadó todo lo que la marea y sus pulmones le permitieron. Entonces la vio. Estaba atrapada entre las piedras, completamente inconsciente. Sin pensarlo do
Luego de que Remo dejara clara su posición en cuanto a Marianné, Savino entró, robando la inocente e indiscreta mirada de Nina, que llevaba amándolo en secreto desde que supo que su corazón latía desmesuradamente cuando él estaba cerca. — Remo, el doctor está aquí — susurró Savino. Remo asintió y ordenó que subiera de inmediato, entonces llevó a Marianné a su habitación y la recostó con cuidado sobre la cama. El doctor llamó a la puerta un instante después. — Remo, muchacho, me dijo Savino que mi presencia en la mansión era importante. ¿Qué fue lo que pasó? — preguntó el hombre mayor, de casi setenta años, aunque bien conservado. Remo se mesó el cabello, todavía empapado, y señaló a Marianné en la cama. — Es por ella por quien lo he llamado, doctor Valencia. Tiene que examinarla — su respiración agitada mostraba lo increíble preocupada que se encontraba. El hombre miró detenidamente el cuerpo de la joven que descansaba en la cama, reconociendo enseguida de quién se trataba. — ¿
En cuanto Remo ordenó a las mucamas que se pusieran a la entera disposición de lo que necesitara el doctor Valencia, él y Savino se encerraron a solas en el despacho. — ¿Qué carajos significa esto? — preguntó Remo, tomando la tablet entre sus manos y mostrándose incrédulo ante el video de Marianné siendo juzgada y humillada en una cafetería. Alzó el rostro. Sus ojos cargados de emociones confusas — ¿Hace cuánto fue esto? — quiso saber con voz tensa, como si en lo más profundo de él temiera saber la respuesta. — Hace un par de horas. Justo antes de que… — Savino vaciló ante sus palabras. Y fue Remo quien las terminó por él. — Justo antes de que intentara suicidarse — susurró sombríamente, rebasado por la repentina culpa que lo asaltó en ese instante. Savino pasó un trago y asintió con solemnidad. — Ya me he puesto en contacto con el equipo y están tratando de bajar el video de todas las plataformas, pero… sabes que lo que se sube a internet difícilmente desaparece. Remo negó y le
En la habitación de Remo, la tensión se podía sentir en el aire con cada segundo que pasaba. — ¿Cómo la ves? — preguntó el doctor desde la puerta del baño. Remo negó con la cabeza. — Parece reaccionar por segundos, pero es todo. Sigue muy caliente y está temblando. El doctor comenzó a preocuparse seriamente. Fuera seguía lloviendo. No había forma de trasladarse a la clínica con aquella tormenta. Aquella habitación y sus instrumentos médicos era lo único con lo que contaba. — Hay que bajarle la fiebre a como dé lugar — no tenían de otra —. Yo bajaré a la cocina y ordenaré a una mucama que le prepare algo caliente. Deberá comer e hidratarse apenas la veamos reaccionar. Remo asintió, quedándose solo con Marianné un instante después. — Reacciona, Marianné, por favor — suplicó en voz baja y le dio un beso en la cabeza, superado, de pronto, por una emoción más fuerte que él cuando le miró los labios y se vio a sí mismo deseando algo más que eso. Pasó un trago y se humedeció los suyos
Minutos más tarde, el doctor Valencia les informó que la fiebre seguía cediendo, y que si seguía así, era cuestión de minutos para que Marianné despertara. Remo asintió, agradecido, pero no se confiaba, y ordenó que adecuaran una habitación para que el doctor descansara hasta que Marianné estuviese fuera de peligro. Una mucama también avisó a Nina que su madre solicitaba su presencia en el salón del té. Nina volteó los ojos, pues sabía de sobra el motivo de las molestias que se estaba tomando su madre. Ella estaba a punto de cumplir los dieciocho y Priscila insistía en conseguirle futuros pretendientes que le aseguraran un futuro lleno de las comodidades a las que había estado acostumbrado toda su vida. Pero nina pensaba completamente diferente. Era una Gambino. Su futuro económico y el de sus generaciones ya estaban asegurados. Sin embargo, no quería escuchar los reproches de su madre, así que soltó un suspiro de resignación. — Dile que voy en seguida — se despidió momentáneamen