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En cuanto Remo ordenó a las mucamas que se pusieran a la entera disposición de lo que necesitara el doctor Valencia, él y Savino se encerraron a solas en el despacho. — ¿Qué carajos significa esto? — preguntó Remo, tomando la tablet entre sus manos y mostrándose incrédulo ante el video de Marianné siendo juzgada y humillada en una cafetería. Alzó el rostro. Sus ojos cargados de emociones confusas — ¿Hace cuánto fue esto? — quiso saber con voz tensa, como si en lo más profundo de él temiera saber la respuesta. — Hace un par de horas. Justo antes de que… — Savino vaciló ante sus palabras. Y fue Remo quien las terminó por él. — Justo antes de que intentara suicidarse — susurró sombríamente, rebasado por la repentina culpa que lo asaltó en ese instante. Savino pasó un trago y asintió con solemnidad. — Ya me he puesto en contacto con el equipo y están tratando de bajar el video de todas las plataformas, pero… sabes que lo que se sube a internet difícilmente desaparece. Remo negó y le
En la habitación de Remo, la tensión se podía sentir en el aire con cada segundo que pasaba. — ¿Cómo la ves? — preguntó el doctor desde la puerta del baño. Remo negó con la cabeza. — Parece reaccionar por segundos, pero es todo. Sigue muy caliente y está temblando. El doctor comenzó a preocuparse seriamente. Fuera seguía lloviendo. No había forma de trasladarse a la clínica con aquella tormenta. Aquella habitación y sus instrumentos médicos era lo único con lo que contaba. — Hay que bajarle la fiebre a como dé lugar — no tenían de otra —. Yo bajaré a la cocina y ordenaré a una mucama que le prepare algo caliente. Deberá comer e hidratarse apenas la veamos reaccionar. Remo asintió, quedándose solo con Marianné un instante después. — Reacciona, Marianné, por favor — suplicó en voz baja y le dio un beso en la cabeza, superado, de pronto, por una emoción más fuerte que él cuando le miró los labios y se vio a sí mismo deseando algo más que eso. Pasó un trago y se humedeció los suyos
Minutos más tarde, el doctor Valencia les informó que la fiebre seguía cediendo, y que si seguía así, era cuestión de minutos para que Marianné despertara. Remo asintió, agradecido, pero no se confiaba, y ordenó que adecuaran una habitación para que el doctor descansara hasta que Marianné estuviese fuera de peligro. Una mucama también avisó a Nina que su madre solicitaba su presencia en el salón del té. Nina volteó los ojos, pues sabía de sobra el motivo de las molestias que se estaba tomando su madre. Ella estaba a punto de cumplir los dieciocho y Priscila insistía en conseguirle futuros pretendientes que le aseguraran un futuro lleno de las comodidades a las que había estado acostumbrado toda su vida. Pero nina pensaba completamente diferente. Era una Gambino. Su futuro económico y el de sus generaciones ya estaban asegurados. Sin embargo, no quería escuchar los reproches de su madre, así que soltó un suspiro de resignación. — Dile que voy en seguida — se despidió momentáneamen
En cuanto Remo llegó a la habitación, preguntó a Savino que estaba ocurriendo con Marianné, pero este simplemente se encogió de hombros, abrió la puerta y se hizo a un lado para que lo descubriera por sí mismo. Y efectivamente, así fue. El pulso de Remo se detuvo en cuanto vio a Marianné en el piso, con la mirada gacha, sosteniendo su mano al mismo tiempo que por la otra bajaban hilos de sangre. — ¡Marianné! — exclamó con voz preocupada, y no dudó en acercarse a ella, sin sospechar que como respuesta recibiría un inminente rechazo. — ¡No me toques! — finalmente alzó el rostro, revelando el cansancio que la consumía, con ojeras profundas bajo sus ojos y rastros de lágrimas secas en sus mejillas. Remo sintió un nudo en la garganta al verla en ese estado, y la culpa otra vez se hizo presente. — Marianné… — ¿Es cierto que tú enviaste a mi hermano a la cárcel? — interrumpió con voz ronca. Remo frunció el ceño y se quedó momentáneamente sin palabras. — No comprendo a que viene esa p
— No voy a seguir esta absurda discusión contigo, Marianné — musitó, pasando del brillo de sus ojos a sus labios. Y allí estaba otra vez esa urgente necesidad de querer besarlos. Tal vez lo habría hecho… pero alguien llamó a la puerta, y aunque Remo y Marianné se quedaron momentáneamente prendados al otro, ignorando a quien sea que estuviese allí fuera, fue el Gambino quien rompió el contacto y se acercó a la puerta. Era el doctor Valencia. — Remo, tu mucama me informó que Marianné… — sin terminar la frase, se dio cuenta de desastre en la habitación. Cojines y objetos de cristales quebrados en el piso. Remo se pasó la mano por el rostro y se hizo a un lado. — Marianné se ha cortado. El doctor Valencia asintió, comprendiendo, y se acercó a una Marianné que le dedicó una última mirada de desprecio a Remo antes de saludar al familiar rostro del doctor. — Muchacha, pero, esto es una herida profunda — le dijo el doctor. Remo se había quedado atento a cualquier cosa junto a la puerta
Priscila ya se mostraba seriamente preocupada. No podía permitir que su primogénito, el heredero a la corona de la mafia Siciliana, truncara su destino por esa… precisamente por esa, así que esperó a que nadie la viera salir y le ordenó a su escolta que la llevara al lugar que ya ambos sabían. Una vez dentro del auto, sacó el móvil de su costosa bolsa y marcó un número sin registrar. — Tenemos que vernos. — ¡Ya te he dicho que…! — Es importante — replicó con arrogancia y volteó los ojos —. No estaría llamando si no lo fuera — después colgó, completamente segura, de que la otra persona, al otro lado de la línea, iba a acudir a su encuentro. Mientras tanto, en el despacho de la mansión Gambino, se encontraban Remo, Marcelo y Savino. Trabajaban arduamente en la próxima entrega de todo tipo de armas, desde las más pequeñas hasta las más letales, por una cuantiosa cantidad, casi invaluable, de dinero sucio. Sus principales compradores provenían del gabinete presidencial. — Hagamos un
Una mucama llamó a la puerta despacio para cambiar las sábanas. Era la misma que había enviado Priscila para que la mantuviera informada de lo que pasaba en esa habitación esa madrugada, y al entrar, se quedó asombrada, no solo por el hecho de verlos dormidos, juntos, sino por la forma en la que sus manos, sin intención se entrelazaban. Entró con cuidado y dejó el juego de sábanas limpio a los pies de la cama, en el pequeño baúl, y al salir, echó mano a su móvil. Entonces llamó. — ¿Señora? — saludó al contestar. — ¿Qué quieres? ¿Para qué me llamas? — contestó Priscila con fastidio. Parecía agitada. — Bueno, lo que pasa es que usted me dijo que la mantuviese informada de lo que pasara con su hijo y esa muchacha. Priscila se ató el botón de su camisa de seda, se asiló un poco el cabello y se acercó a la ventana de aquella casucha privada. — Te escucho. La mucama le relató lo que había visto en la habitación, lo que inquietó y puso en alerta a Priscila. — ¿Tuvieron intimidad? — q
— Savino, necesito saber qué pasa en la mansión Cavallier ahora mismo — le pidió Remo a su escolta personal —. Quién entra, quien sale y lo que se habla dentro de sus paredes. ¡Quiero saberlo absolutamente todo! Savino asintió sin cuestionamientos e hizo una llamada rápida a su contacto en la mansión. Mientras tanto, Marcelo Gallo, que también se encontraba allí, miró a Remo con atención, y preguntó: — ¿Qué está pasando? — Nada, solo quiero estar un paso delante de mis enemigos. Marcelo guardó silencio por largos segundos, y aunque lo que sea que estuviese ocurriendo no le inquietaba o preocupaba, sabía que se trataba de algo más que eso. Y lo dedujo enseguida. — Lo saben…. ¿verdad? Saben que Marianné está aquí. Remo bebió un trago de su vaso de bourbon antes de responder, pero, al querer hacerlo, se escuchó un fuerte grito del exterior. Los tres hombres en aquella habitación se miraron entre sí antes de asomarse por la ventana del despacho y presenciar la figura de Valentino C