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Remo rio, porque en el fondo, él sabía que una mujer como Marianné valía cada gota de sangre derramada, así que bastó que sacara su arma para que toda su gente lo respaldara. En el interior de la mansión, Marianné ahogó un jadeo de horror. — Tranquila, querida — le dijo la nonna Vittoria a Marianné con una sonrisa confortante. Ella sabía que su querido nieto no los expondría sin antes asegurarse de que mantendría la situación controlada, así que no se inmutó. — No estás en tu territorio, Valentino. No cometas el error de amenazarme, aun cuando no vienes con suficientes refuerzos — manifestó Remo con una tranquilidad perturbable. El gesto de Valentino se endureció. Miró a ambos lados de sus hombros, rabioso. ¡Carajo! Ordenó a sus esbirros que bajaran las armas. — Esto no quedará así, Gambino — amenazó — ¡Marianné es mía y no solo la tendré de vuelta, sino que la haré pagar dolorosamente por esta humillación! Remo fue invadido por un ser superior a él ante las palabras de Valentino
— ¿Cómo está la muchacha, querido? — preguntó la nonna Vittoria a su nieto cuando entró al comedor. Remo tomó asiento en su lugar, a la cabeza de la mesa. Lugar que había sido anteriormente de su padre, y antes de este, de su abuelo. — Bien, abuela, gracias por preguntar — le guiñó el ojo y colocó una mano sobre la suya. La nonna amaba las muestras de afecto de su nieto, y es que aunque los hombres de aquella familia eran fríos con sus mujeres, él había sido una maravilla excepción. — ¿Cuál será el lugar de esa mujer en la mansión? — preguntó Ginevra, llamando la atención de Remo. Remo suspiró, esperó a que las mucamas terminaban de servir la mesa y entonces la miró. — No tiene por qué tener un lugar para recibir y merecer el resto de todos. Ginevra alzó las cejas y esbozó una sonrisa irónica. — ¿Por qué habría de merecer mi respeto? ¡Por su culpa mi matrimonio no se llevó a cabo! — Marianné no tiene influencia sobre la decisión que tomé en cuanto a nuestro compromiso, Ginevra
Turbada, aunque incapaz de poder rechazarlo, Marianné recibió a Remo en su boca como si siempre lo hubiese estado esperando. Fue un beso casto, sin malas intenciones, uno que despertaba en ella nuevas emociones. Jamás había sido besada, verdaderamente besada, pero fue tal cual lo imaginó en sus pensamientos más reservados. Él sabía a fresco, a limpio, era una mezcla entre la menta y el rastro de un whisky caro, y lejos de molestarle, le gustaba, le gustaba muchísimo. Remo, por su lado, vibró ante el grato recibimiento. Estaba casi sobre ella, su cuerpo pegado al suyo y las manos enroscadas a sus caderas. Encajaba perfecta. Joder, nunca se había sentido tan hipnotizado, tan… lleno de vida. Pasó una mano por su espalda baja y estrujó la tela de su camisa, de pronto ansiando descubrir lo que se escondía debajo de ella. ¿Qué si lo hacía? ¿Qué si lo descubría…? De a poco, la fue arrastrando a la cama. Marianné no puso ningún tipo de resistencia, pues maravillada, se dejó guiar como u
La desnudó despacio. Le quitó la camisa y el sujetador. Tenía unos pechos preciosos, del tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Continuó con el pantalón y las pequeñas bragas de encaje que terminaron cayendo por sí solas en la alfombra de la habitación, a los pies de la cama. Asombrado con lo que sus ojos tenían frente a sí en ese momento, Remo se hincó ante la belleza fascinante de Marianné. Jamás se había rendido a los pies de una mujer… hasta que llegó ella. Posó las manos en sus caderas, y bajo la dulce mirada atenta de Marianné, Remo comenzó a besar su piel con ternura, saboreando cada pequeño lunar de su cuerpo, cada vello erizado y cada rincón que nunca antes había sido descubierto por ningún hombre, y que lo hizo sentir un ser superior a otros. Elevó el rostro. — Separa las piernas — le pidió. Marianné obedeció, completamente poseída, y acto seguido, sintió lo nunca imaginable: La lengua tibia de Remo entre sus labios íntimos. Sus ojos se abrieron de asombro y a
La mañana siguiente, Remo fue el primero en despertar. Lo hizo entrada las cincos de la mañana, cuando aún era oscuro en la isla Sicilia. Marianné seguía completamente dormida, todavía desnuda, todavía recuperándose. Remo sonrió con orgullo y depositó un suave beso en el arco de su espalda antes de salir fuera de la cama. Se duchó rápido y se cambió sin hacer el mayor ruido, pero, antes de salir de la habitación, Marianné abrió los ojos. — ¿Te vas? — quiso saber, un tanto inquieta, temiendo que las cosas entre ellos hubiesen cambiado. Remo se acercó a ella y se inclinó contra su boca, robándole un beso pasional. — Debo concretar la reunión, es lo que querías, ¿no? — ella asintió — Bueno, debo encargarme de que si algo sale mal, pueda sacarte de allí sin contratiempos. Ella torció el gesto. — ¿Sin contratiempos quiere decir que podría haber muertos? — era muy probable que su padre estuviese allí, y a pesar de todo, ella no quería iniciar un duelo de sangre. Remo suspiró, se sent
Savino Cancio era un hombre que no perdía el temple con demasiada facilidad, pero, en cuanto vio a Serafina Gambino coquetear con el mismo agente que había arrestado por exceso de velocidad y un alto grado de alcohol en su sistema, fue como si le hubiesen dado un puñetazo en las pelotas. Estaba ataviada dentro de una minifalda y una blusita de escote que, si mal no recordaba, la muy cínica le confesó que la había comprado pensando en el día que dejara de ser un cobarde y al fin la llevara a su cama. — Quizás yo pueda hacer que no pases la noche aquí, sino en mi casa, eh, guapa, ¿Qué dices? Savino tensó la mandíbula desde la puerta de las celdas, y todo lo que sabía del autocontrol hasta ese momento, se fue a la mi3rda. — Y quizás yo te clave una puta bala entre ceja y ceja si sigues coqueteando con una cría de diecisiete años — interrumpió, tomando al hombre por verdadera sorpresa. — ¿Quién carajos eres tú? ¡No puedes estar aquí! ¿Quién te dejó entrar? — Enzo Rossi, tu jefe. El
— ¿Está todo listo? ¿Qué dijo la cúpula? — preguntó Remo a Marcelo cuando este volvió. — Sí. Preguntaron los motivos de dicha reunión, pero no los puse en sobre aviso como me dijiste. Remo asintió. — Bien, iré por Marianné. Nos vemos a la hora acordada entonces. — Remo… — llamó Marcelo antes de que su amigo saliera del despacho — ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? — Completamente. Marcelo suspiró, entonces asintió. — Conoces las consecuencias de todo esto, pero si esa chica es realmente importante para ti… — Lo es… — admitió con una sonrisa antes de salir. Marcelo se quedó ahí, demasiado pensativo, demasiado… afligido. Cuando Remo subió a su habitación, Marianné estaba sentada en el bordillo de la cama. Se incorporó en cuanto lo vio. Traía unas bolsas consigo. — Llegaste — musitó con una sonrisa. Remo se acercó y le besó los labios. — Sí, traje esto para ti. — ¿Qué es? — quiso saber, mirando dentro de las bolsas. — Es ropa, no puedes ir con la mía a la reunión. Mar
Remo dejó ir a Marianné con demasiado esfuerzo, y durante todo el tiempo que estuvo en aquella habitación, trato de contenerse a sí mismo para no perder la cabeza. — ¿Por qué diablos tardan tanto allí dentro? — preguntó el siciliano en un gruñido bajo a su amigo Marcelo. — Ya sabes cómo funciona esto, debes ser paciente. — Y paciencia es lo que ahora mismo no tengo — cuando quiso incorporarse, la puerta de aquella habitación se abrió. Las tres mujeres salieron una tras otra, con la mirada gacha y las manos cruzadas al frente. Remo alzó en rostro buscando cualquier rastro de Marianné, y cuando la vio, acomodándose con demasiado esfuerzo las tiras de su vestido y limpiándose las lágrimas que manchaban sus mejillas, no lo resistió. Se incorporó de un salto. — ¡Remo! ¡Remo! — llamó Marcelo, pero este ni siquiera volteó a mirarlo. Remo entró a la habitación al mismo tiempo que Marianné alzaba el rostro. — Remo… — musitó ella, mostrándole una sonrisa que buscaba borrar el dolor en su