Ay, que esto se pone bueno... ¿Qué pasara en esa reunión? MUCHAS GRACIAS POR SUS LECTURAS: Recuerden dejar sus comentarios, reseñar y dar muchos likes.
Savino Cancio era un hombre que no perdía el temple con demasiada facilidad, pero, en cuanto vio a Serafina Gambino coquetear con el mismo agente que había arrestado por exceso de velocidad y un alto grado de alcohol en su sistema, fue como si le hubiesen dado un puñetazo en las pelotas. Estaba ataviada dentro de una minifalda y una blusita de escote que, si mal no recordaba, la muy cínica le confesó que la había comprado pensando en el día que dejara de ser un cobarde y al fin la llevara a su cama. — Quizás yo pueda hacer que no pases la noche aquí, sino en mi casa, eh, guapa, ¿Qué dices? Savino tensó la mandíbula desde la puerta de las celdas, y todo lo que sabía del autocontrol hasta ese momento, se fue a la mi3rda. — Y quizás yo te clave una puta bala entre ceja y ceja si sigues coqueteando con una cría de diecisiete años — interrumpió, tomando al hombre por verdadera sorpresa. — ¿Quién carajos eres tú? ¡No puedes estar aquí! ¿Quién te dejó entrar? — Enzo Rossi, tu jefe. El
— ¿Está todo listo? ¿Qué dijo la cúpula? — preguntó Remo a Marcelo cuando este volvió. — Sí. Preguntaron los motivos de dicha reunión, pero no los puse en sobre aviso como me dijiste. Remo asintió. — Bien, iré por Marianné. Nos vemos a la hora acordada entonces. — Remo… — llamó Marcelo antes de que su amigo saliera del despacho — ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? — Completamente. Marcelo suspiró, entonces asintió. — Conoces las consecuencias de todo esto, pero si esa chica es realmente importante para ti… — Lo es… — admitió con una sonrisa antes de salir. Marcelo se quedó ahí, demasiado pensativo, demasiado… afligido. Cuando Remo subió a su habitación, Marianné estaba sentada en el bordillo de la cama. Se incorporó en cuanto lo vio. Traía unas bolsas consigo. — Llegaste — musitó con una sonrisa. Remo se acercó y le besó los labios. — Sí, traje esto para ti. — ¿Qué es? — quiso saber, mirando dentro de las bolsas. — Es ropa, no puedes ir con la mía a la reunión. Mar
Remo dejó ir a Marianné con demasiado esfuerzo, y durante todo el tiempo que estuvo en aquella habitación, trato de contenerse a sí mismo para no perder la cabeza. — ¿Por qué diablos tardan tanto allí dentro? — preguntó el siciliano en un gruñido bajo a su amigo Marcelo. — Ya sabes cómo funciona esto, debes ser paciente. — Y paciencia es lo que ahora mismo no tengo — cuando quiso incorporarse, la puerta de aquella habitación se abrió. Las tres mujeres salieron una tras otra, con la mirada gacha y las manos cruzadas al frente. Remo alzó en rostro buscando cualquier rastro de Marianné, y cuando la vio, acomodándose con demasiado esfuerzo las tiras de su vestido y limpiándose las lágrimas que manchaban sus mejillas, no lo resistió. Se incorporó de un salto. — ¡Remo! ¡Remo! — llamó Marcelo, pero este ni siquiera volteó a mirarlo. Remo entró a la habitación al mismo tiempo que Marianné alzaba el rostro. — Remo… — musitó ella, mostrándole una sonrisa que buscaba borrar el dolor en su
Remo cayó hacia atrás. Marianné ahogó un jadeo. Y se escuchó otro disparo. Savino había arremetido contra un Valentino que fue sacado de allí por sus esbirros con una herida a un costado. — ¡Remo está herido! — avisó Savino por un auricular, poniendo a toda la gente conectaba a través de este, en alerta. Marianné se arrodilló al verlo tendido, aterrada. — ¡Remo… Remo! — llamó, asustada. Él intentó no toser. — Estaré bien, tranquila. — ¡Tenemos que sacarte de aquí! — dijo Savino, acercándose. — No puede quedar sola, Marianné… no puede… quedar… sola — dijo con voz tambaleante. Su cuerpo ya comenzaba a experimentar el ardor de la bala dentro de su sistema con más fuerza. — No la dejaré — le prometió Savino. Remo asintió, pues era consciente de que en cualquier momento perdería el conocimiento, y no quería que Marianné quedase sin protección. La miró a los ojos. Ella derramaba lágrimas silenciosas que se limpiaba cada tanto. — Haz lo que Savino te diga. No te separes de él. —
Cuando Marianné entró a la habitación de Remo y lo vio allí, postrado en aquella cama y cobijado por un sueño profundo, la atravesó un espasmo. — ¿Va a estar bien? — preguntó al doctor con evidente preocupación. El hombre le mostró una sonrisa amable. — Sí, no se preocupe, es un hombre de roble. Marianné asintió y musitó un débil gracias, entonces esperó a que el doctor saliera de la habitación para arrastrar una silla y sentarse a la orilla de la cama. Tomó su mano y la entrelazó a la suya, sintiendo como el frío de su propio cuerpo y la calidez que todavía emanaba de él, colisionaban. No pudo evitar que las lágrimas empezaran a ahogarla, al mismo tiempo que escuchaba la puerta abrirse. Se giró confundida. Era Ginevra. También lloraba. — Todo esto es tu culpa, si lo sabes… ¿verdad? — preguntó con arrogancia contenida. Marianné abrió la boca, pero Ginevra continuó despotricando — Tú eres la única causante que de Remo haya cometido la locura de amenazar a las nonnas de la cúpula
Remo se dio el alta a sí mismo la mañana del día siguiente, y es que a pesar de no estar recuperado del todo, un hombre como él no podía perder el tiempo. — ¿Por qué no esperas un poco más? Podrías tener complicaciones con esa herida — le dijo Marianné, torciendo el gesto, mientras lo veía abotonarse la camisa frente a la ventana. — Es verdad, mi niño, además, todo con nuestra gente se está moviendo tal y como lo ordenaste — añadió la nonna, que desde bien temprano lo fue a visitar, a diferencia de Marianné, que a pesar de las insistencias de Remo, no se movió de su lado en toda la noche, y tampoco quiso ocupar la suite privada que él había ordenado pusieran a su disposición para que ella pudiera descansar. El Gambino se giró con una sonrisa. — Marianné, abuela, me siento bien como para volver a casa, además, no soporto un segundo más en este lugar. La nonna suspiró. — Muy bien, pero no podrás evitar que contrate a una enfermera que te asista médicamente en casa. — Nonna, no har
Por otro lado, Savino ya había hecho lo que Remo le pidió cuando volvió a su apartamento. Serafina le había llenado el móvil de mensajes que él ni siquiera sabía cómo diablos escribía tan rápido. Ah, y ni qué decir de los benditos emojis. ¿Qué diablos significaba una bandera roja? Abrió la puerta y su corazón se detuvo cuando vio todo el humo en el interior. ¿Qué carajos? — ¿Nina? — llamó, frunciendo el ceño. — ¡Aquiii! ¡Aquiiii! ¡En la cocina! Corrió a buscarla, preocupado. Y tuvo que ventear el humo para poder encontrarla. La descubrió tratando de sacar todo el humo de la cocina, pero sin un solo rasguño encima. Suspiró aliviado. — ¿Qué pasó aquí? — Pues tenía hambre y quise hacerme algo, pero comenzó a salir humo por todos lados. Savino rio al ver un huevo quemado en el sartén y un trozo de pizza que había congelado en otro. — Deja eso y sal de la cocina, vamos. Yo me encargo. Veinte minutos después, ya el humo se había ido y lo había limpiado todo. Cuando salió, Serafin
Cuando llegaron a la mansión Gambino, Remo entrelazó su mano a la de Marianné al bajar del auto. Para ese momento, todo el mundo ya sabía que estaban juntos, que ella era suya. Sin embargo, fue a Priscila a quien no le vino en gracia esa noticia, y todo lo que había hecho durante años para mantener a esa familia lejos de la suya, se comenzaba a tambalear. No podía consentirlo. No podía porque si Remo llegaba a enterarse de las cosas que ella tuvo que hacer en el pasado para no perder a su familia, la odiaría, la odiaría profundamente, así que debía actuar ahora con más inteligencia si quería sacar a esa definitivamente de sus vidas. Mientras tanto, ajeno a todo, salvo a la mujer que llevaba tomada de la mano, Remo no era consciente de lo que se planeaba a sus espaldas. — ¿Dónde está Marcelo? — preguntó a uno de los guardias de la mansión, mientras entraba a la casa. — En el despacho, señor. Lo está esperando. Remo asintió y llevó a Marianné a la habitación, como ella le había pedi