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Serafina no supo por cuanto tiempo estuvo caminando sin rumbo fijo, pero lo cierto es que volvió a la mansión poco antes de la madrugada, empapada de agua y el alma arrastrándola por el piso.Una mucama le avisó sobre los regalos de cumpleaños que comenzaron a llegar desde esa misma tarde, aunque no sería hasta el día siguiente cuando cumpliese oficialmente la mayoría de edad.— Gracias, los veré después — informó con una media sonrisa antes de encerrarse en su habitación hasta el día siguiente.Despertó gracias a los pequeños golpecitos sobre la puerta, así que se incorporó sonámbula y abrió, solo para darse cuenta de que no había nadie allí, salvo por una pequeña caja a la altura de sus pies que notó cuando bajó la vista.Entornó los ojos al tiempo que la tomaba y volvía a la habitación.Era una caja rectangular aterciopelada, color marfil. Seguramente se trataba de cualquier otro regalo de cumpleaños, uno al que tampoco pudo haberle prestado atención, pero, por extraño que fuese, es
Remo y Marianné llevaron a la mansión la noticia de su reciente compromiso, alegrándolos a todos. La nonna no se pudo mostrar más feliz por ellos y las felicitaciones no faltaron por parte de Florencia, Fabio y Marcello, incluso Ginevra también les deseó lo bueno.— Sé que en un principio me porté mal contigo, y no sabes cuánto lo lamento, Marianné, pero si de algo sirve, estoy muy arrepentida. Jamás amé a Remo, no como se nota que tú lo amas a él… ni tampoco me amó, no de la forma tan intensa en la que se te ama a ti — le había dicho Ginevra a Marianné, en un momento a solas que compartieron.Marianné le sonrió, pues se notaba que era sincera, además.— También me alegra que vayas a casarte con Marcello. Es un buen hombre.Ginevra asintió, echándole un rápido vistazo a su prometido.— Lo es, tanto que… no sé si lo merezca.— ¿Le quieres?— Con todo mi ser.— ¿No crees que eso sea suficiente?— No es eso, es solo que… no quiero que algún día me reproche.Marianné arrugó la frente.— ¿P
— ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Te lo prohíbo!— Serafina…— ¡Vete de aquí! ¡No tienes derecho a jugar conmigo de esta forma, mald¡ito cobarde!— Llámame como quieras, pero escúchame muy bien. No vas a casarte con ese bueno para nada.Serafina respondió con una risa sin gracia.— ¿Quién va a impedirlo, tú? No me hagas reír. No tienes las suficientes pelotas para hacerlo. Me casaré con Filippo y no podrás hacer absolutamente nada al respecto.Savino apretó los puños.— ¿Y qué harás en la noche de bodas, eh? — se acercó un paso, luego otro. Serafina no se intimidó, o al menos fingió no hacerlo — ¿Qué harás cuando descubra que ya no eres pura? ¿Qué ya fuiste de otro hombre? ¡Que fuiste mía!Serafina pasó un trago y una lágrima la traicionó.— ¿Qué más te da? No es como si te importara, de ser así no me hubieses llevado a la cama para luego dejarme tirada. Ahora soy una mujer manchada, pero esa responsabilidad es mía, fui yo la que cayó redondita en tu juego.La mirada de Savino se suavizó. Le
— ¿Cómo has podido? ¡Te la confié una y mil veces carajo! ¡Me dijiste que jamás correspondiste a sus insinuaciones! ¡Me dijiste que…!— ¡Sé lo que te dije, Remo! — al fin Savino habló, interrumpiéndolo — ¡Sé lo que te dije y durante mucho tiempo fue así, pero… no pude evitarlo!Remo sonrió sin sonreír.— No pudiste evitarlo, ¿eh? ¿Por quién me tomas?— Remo…— ¡Es mi hermana, joder, mi hermana! ¡Y tú… tú eras mi amigo, Savino!Savino pasó un trago.— Jamás fue mi intención traicionar tu confianza.— Pero lo hiciste.— Si quieres que te diga que me arrepiento, no puedo. Me enamoré de Serafina. Me enamoré como nunca esperé hacerlo.Ante aquella confesión, Remo se quedó mudo. Conocía a Savino de toda la vida y jamás lo había visto hablar así acerca de sus sentimientos, aquellos que tenía por su hermana.Contrariado, se mesó el cabello y echó la cabeza hacia atrás en busca de aliento.— ¿Desde cuándo?— Remo…— Savino, necesito saber desde cuando tú y mi hermana… — ni siquiera pudo termina
Savino no supo por cuanto tiempo estuvo allí, pero sin darse cuenta, se quedó dormido junto a la puerta de la habitación, y es que cuando dijo que no se movería de allí hasta verla y pedirle, no, suplicarle que por favor no se casara, hablara muy en serio.Tan en serio que Serafina se llevó una escalofriante sorpresa cuando volvió entrada la mañana.Había caminado por las calles sicilianas durante las últimas horas, sin rumbo fijo, abrazada a sí misma mientras pensaba sobre la decisión que había tomado.No amaba a Filippo. Jamás lo amaría. Por eso tomó la decisión de comprar un boleto de avión, que saldría un par de horas antes de la boda y se iría lejos de allí, donde nadie la encontrara, donde el recuerdo de Savino no doliera tan profundamente.También se disculpó con Filippo, pero es que de verdad no podía casarse con él, y no supo qué pasó por su cabeza cuando le dijo que sí.La reacción de Filippo fue por supuesto de enojo. Estaba diciéndole todo aquello HORAS antes de la boda, y
La boda de Marcello y Ginevra fue la primera en celebrarse, y por supuesto, todos fueron invitados. Se mudaron a una propiedad en la que serían solo ellos y la familia que juntos formarían. El personal de servicio contaba con apenas una mucama, un jardinero y un chofer, pues Ginevra quería tomar su rol como ama de casa y hacer las cosas por su cuenta, como tanto había querido y soñado en silencio.Cuando la bebé nació, porque fue una niña, la llamaron emperatriz, y fue la adoración de Marcello, tanto que dedicaba largas noches a dormirla mientras Ginevra se recuperaba de una cesárea de emergencia bastante complicada.Por otro lado, Fabio y Florencia retomaron las vidas que habían pausado hace más de cinco años, y con su hija, se fueron a vivir a Roma.Florencia allí tenía su trabajo, y por ende, la vida que había hecho como madre soltera en un barrio común de la ciudad. Lo único que a Fabio no le gustaba era su vecino, que parecía demasiado interesado en ella, tanto que los celos comen
Obligada a dar el “sí, quiero”, acompañada de los aplausos y la presencia de los pocos que aún tenían en estima a su familia, Marianné solicitó hablar a solas con su padre. Marianné había nacido en el seno de una familia que gozaba del poder que el dinero le permitía. Durante décadas, estuvieron asociados con la familia Gambino, hasta que estos decidieron traicionarlos de un momento a otro y llevarlos a la quiebra en su punto más crítico, o al menos eso era con lo que ella había crecido sabiendo… y que cerca estaba de conocer los verdaderos motivos. Ahora, Marianné había sido obligada a sacrificarse por la familia, casándose con un hombre rico que prometía devolverles todo aquello que habían perdido. — Pero niña, sabe que su padre está ahora con su… bueno, ya sabe, su esposo — aquella palabra sacudió el pecho de la muchacha. No se acostumbraría jamás —. Y no le gusta que lo interrumpan. — Lo sé, nana, pero de verdad necesito hablar con él. La pobre mujer torció el gesto y suspiró
— Yo… — titubeó, sin saber qué decir.— Tú ahora eres mi esposa. Eres la señora de Carusso. Eres mía y lo serás en toda la extensión de la palabra — habló con firmeza y posesión —. Has sido vendida como ganado a cambio de un poco de dinero sucio. No me importa si me amas o no, mientras cumplas con tu deber como esposa.Las palabras de Valentino provocaron que Marianné ahogara un jadeo de horror, dejándola en estado de shock por un segundo.— ¿De…ber de esposa? — preguntó con incredulidad.Valentino volvió a sonreír. Sabía que su esposa era virgen. Era un requisito principal para aceptar el matrimonio. Jamás hubiese aceptado el enlace de estar ella marcada por otro. Sin embargo, eran otros tiempos y cualquier jovencita de la élite sabía cuál era su papel.— No finjas que no sabes de lo que estoy hablando, Marianné — espetó con fastidio —. Dejarás que te tome cada noche, sin importar como te sientas al respecto.El corazón de Marianné se detuvo.Después, el auto se detuvo a los pies del