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ESPOSA CAUTIVA: a la que no podía amar
ESPOSA CAUTIVA: a la que no podía amar
Por: miladyscaroline
1. Padre, por favor, anula este matrimonio

Obligada a dar el “sí, quiero”, acompañada de los aplausos y la presencia de los pocos que aún tenían en estima a su familia, Marianné solicitó hablar a solas con su padre.

Marianné había nacido en el seno de una familia que gozaba del poder que el dinero le permitía. Durante décadas, estuvieron asociados con la familia Gambino, hasta que estos decidieron traicionarlos de un momento a otro y llevarlos a la quiebra en su punto más crítico, o al menos eso era con lo que ella había crecido sabiendo… y que cerca estaba de conocer los verdaderos motivos.

Ahora, Marianné había sido obligada a sacrificarse por la familia, casándose con un hombre rico que prometía devolverles todo aquello que habían perdido.

— Pero niña, sabe que su padre está ahora con su… bueno, ya sabe, su esposo — aquella palabra sacudió el pecho de la muchacha. No se acostumbraría jamás —. Y no le gusta que lo interrumpan.

— Lo sé, nana, pero de verdad necesito hablar con él.

La pobre mujer torció el gesto y suspiró, sabiendo que al final del día se metería en problemas. Sin embargo, ¿Qué no haría por la niña de sus ojos? Aquella a la que había visto dar sus primeros pasos siendo solo una vieja empleada más de aquella mansión.

— Se prudente, ¿sí? — le rogó y se hizo a un lado.

Marianné le dedicó una sonrisa sin fuerza. Berta era como su segunda madre. Después entró. Su padre y marido estaban allí. Mariano Cavallier y Valentino Carusso. Ambos giraron el rostro en cuanto la vieron. Los ojos del segundo se iluminaron ante la belleza femenina.

— Querida esposa — mencionó con orgullo.

Marianné se forzó a sí misma a mostrar una sonrisa que lejos estaba de ser sincera. No se sentía en lo absoluto feliz, ni siquiera cuando le habían vendido a Valentino como el esposo perfecto y su comportamiento era el de un caballero. Desvió la mirada.

— Padre, ¿tiene un momento… a solas?

El hombre la miró con aprensión.

— Ahora no, Marianné. Estoy en un asunto importante con tu esposo — señaló los papeles a firmar que lo salvarían del bache económico en el que había caído su familia.

— Lo sé, padre, pero… esto también es importante.

— Querida, te he dicho que estoy ocupado.

— Creo que los negocios pueden esperar un poco, suegro — intervino Valentino, tomando la mano de Marianné y depositando un cálido beso en sus nudillos —. Deja que mi hermosa esposa diga lo que ha venido a decir.

En cuanto Valentino salió y Marianné y su padre quedaron solos, este suspiró y le advirtió sobre ser rápida en lo que había ido a decirle. No quería retrasar aquella firma un segundo más.

— ¿Y bien…? — se cruzó de brazos.

Esperanzada, Marianné lo miró a los ojos.

— Padre, yo… no quiero irme de casa.

El hombre rio como si hubiese escuchado un chiste.

— Querida, es normal, pronto te acostumbrarás.

— No lo amo, padre — confesó con el corazón encogido—… no lo amo y estoy segura de que nunca lo amaré. No seré feliz. Tampoco me acostumbraré. a una vida sin amor.

— No debes amarlo. Solo debes ser su esposa.

— Pero padre…

— Marianné, ya deja de hacerme perder el tiempo con tus tonterías, mejor ve y despídete de tu madre, no sabes cuando la volverás a ver ahora que eres una mujer casada— el hombre rodeó el escritorio y se acercó a la puerta.

— Creo que este matrimonio ha sido un error — soltó Marianné sin pensarlo. Su padre ladeó la cabeza y la miró con ojos entornados.

— Un error, ¿eh? — preguntó con incredulidad. ¿Cómo se atrevía? ¡Era una malagradecida!

— Debe haber otro modo de salir de esto. Un matrimonio sin amor no funcionaría jamás. Por favor, padre, anula esta alianza. Lo he pensado bien y…

— Tú aquí no tienes permitido pensar, Marianné. Este matrimonio es nuestra única oportunidad de volver a ser el apellido que éramos — argumentó —. No puedo permitir que tu capricho arruine todo lo que he hecho para salvar a esta familia.

— O arruinarla — replicó, consiguiendo que el rostro de su padre estallara de ira, entonces alzó la mano y le atravesó la mejilla con una bofetada que resonó en la habitación.

Marianné se tambaleó a causa del impacto, sintiendo un horrible resquemor recorrerle la mejilla. Se llevó la mano a la zona lastimada con ojos llorosos.

— ¡Eres una necia malagradecida! — exclamó — ¿Es que acaso no ves que esto lo hago por ti, por tu madre, por salvaguardar el poco prestigio que le queda a esta familia?

— ¿Qué hay de mi felicidad? — preguntó con la voz quebrada por el peso del destino que cernía sobre ella.

— La felicidad la puedes conseguir si te lo propones.

— ¿Pero al lado de un hombre que no amo, padre, que jamás amaré?

— Aun así, Marianné

— ¿Cómo estás tan seguro? — las lágrimas amenazaban con desbordarse. Se negaba a creer que todo aquello con lo que había soñado: el príncipe azul y el amor verdadero, murieran allí, a sus veintiún años.

— Lo sé y punto.

Para ella eso no era una respuesta.

— ¿Es que acaso no amabas a mi madre cuando te casaste con ella? — quiso saber.

Mariano Cavallier irguió el mentón.

— Fue un matrimonio impuesto por nuestras familias, construimos un imperio e hicimos de nuestro apellido el que es ahora.

Marianné no lo podía creer. La historia que le había contado su madre desde pequeña y con la que había fantaseado cientos de veces, se alejaba de aquella cruda verdad. ¿Esa era la vida real? ¿Tan cruel y despiadada?

— No es ese el destino que quiero para mí — se impuso.

— Es el que te ha tocado como hija de esta familia, Marianné. Debes hacer lo que se espera de ti. No hay lugar para los caprichos en nuestro mundo. Este enlace es nuestro único camino.

— Pero padre…

— ¡Ni una palabra más! — abrió la puerta y la instó a salir.

Con el corazón roto y el orgullo herido, Marianné se limpió las lágrimas y salió de allí. Se dirigió a la habitación de su madre, pues aunque sabía ella no podría hacer cambiar su desolado destino, al menos le daría consuelo.

— ¿Madre? — llamó con voz queda. La encontró a los pies de la ventana, abrazada a sí misma y con la vista perdida en el jardín.

Begonia de Luca se giró en cuanto escuchó la voz de su hija. Sus mejillas sonrojadas y ojos cristalinos le rompieron el corazón en pedazos.

— Oh, cariño — resolló la mujer, invitándola a acercarse.

— Madre — se lamentó la joven de veintiún años, y corrió a refugiarse en sus brazos como cuando era una niña pequeña y había sido amedrentada por su padre a causa de una travesura infantil.

— Cuanto desearía que las cosas que no fuesen así — confesó la mujer, devastada. Su niña apenas conocía la vida fuera de la mansión. ¿Qué haría en un matrimonio impuesto?

Marianné alzó el rostro.

— ¿En serio?

— Por supuesto que sí, cielo. Me habría encantado que salieras por esa puerta de la mano de un hombre del que de verdad estuvieses enamorada, pero…

— Lo sé, fue la decisión de padre y a él nadie le puede refutar — musitó con rencor. Su padre jamás la había querido como a su hermano ni tomado en cuenta. Para él las mujeres eran débiles y solo servían para el hogar.

— Anné, hija…

En eso, alguien llamó a la puerta.

Berta asomó la cabeza.

— Mi niña, ya te esperan — informó con pesar.

Marianné asintió. Sabía ya lo que eso significaba. Se iba de casa. Iba a dejar todo lo que conocía atrás y enfrentarse a la vida de casada.

Con un último vistazo a los ojos llenos de compasión de su madre, se secó las lágrimas y se armó de valor para salir.

— ¡Marianné! — llamó su madre por última vez, e incapaz de enfrentar la desgarradora despedida, tiró de sus brazos y la estrechó contra sí por última vez. Marianné se dejó ir, acompañadas por las lágrimas y las fuertes sacudidas involuntarias — Cuídate, mi niña, por favor cuídate — aconsejó con voz de experiencia, pues sabía la desdicha que se vivía bajo un matrimonio impuesto. Tomó sus mejillas y le besó la frente antes de dejarla ir.

A los pies de las escaleras, Valentino esperaba a Marianné con los ojos clavados en cada uno de sus movimientos. Parecía fascinado con la esposa que había conseguido para él.

Valentino la esperaba a los pies de las escaleras, con los ojos clavados en cada uno de sus movimientos y con un hambre tan voraz que a Marianné le causó miedo.

— Tienes una belleza irrepetible, Marianné. Soy tan afortunado de ser tu esposo — la aduló con suavidad, maravillado, y extendió su mano para que ella la tomara — ¿Estás lista para tu nueva vida?

Marianné aceptó el frío contacto de sus dedos contra los suyos y asintió levemente. Pero mentía. Jamás iba a estar preparada para compartir su vida al lado de un hombre que no amaba.

Mucamas y guardias observaron en silencio mientras Marianné se alejaba de la mansión Cavallier. Sus miradas llenas de compasión por aquella muchacha alegre y simpática con todos sin importar las diferencias sociales.

Desde el vestíbulo de la mansión, Mariano Cavallier se despidió con un gesto de satisfacción y orgullo. Su apellido volvería a ocupar el lugar que le correspondía. Mientras tanto, con el corazón apabullado y las lágrimas rodando por sus mejillas, Begonia de Luca observó la partida de su hija hasta que el auto desapareció en las sombras de la noche.

En el interior del lujoso auto que compartían Marianné y su esposo, el silencio se volvió casi abrumador. Solo era interrumpido por el zumbido del motor. Ella no le había dedicado en todo el camino ni una sola palabra, mucho menos una mirada, así que era completamente ajena a la molestia que sentía Valentino en ese momento.

El hombre había escuchado la conversación entre padre e hija y se sentía ofendido.

— Así que anular el matrimonio, ¿eh? — mencionó con sarcasmo. El tono de su voz era como un cuchillo afilado.

Marianné se quedó helada por un segundo ante las palabras, como si de pronto hubiese sido descubierta a mitad de una traición.

Ladeó la cabeza. Su mentón siempre erguido. Era una jovencita elegante por naturaleza.

— No comprendo a que te refieres — murmuró.

Valentino sonrió con amargura. Sus ojos reflejaban una mezcla de indignación y rabia.

— No te hagas la inocente, Marianne. He escuchado cada palabra que intercambiaste con el inepto de tu padre — gruñó entre dientes, tomando por sorpresa a la muchacha ante el juego de palabras —. Es un insulto para mi familia que después de todo lo que estoy haciendo por la tuya, sobre todo por ti, para que sigas nadando en las riquezas a las que estás acostumbrada, pienses siquiera en anular nuestro matrimonio el mismo día en el que nos hemos casado. ¿Quién te crees que eres?

El corazón de Marianné se detuvo. La forma en la que la miraba se alejaba del inocente cordero al que había conocido un par de horas antes de dar el “sí”. Ahora parecía estar frente a un lobo. Quizás siempre lo había sido.

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