— Yo… — titubeó, sin saber qué decir.
— Tú ahora eres mi esposa. Eres la señora de Carusso. Eres mía y lo serás en toda la extensión de la palabra — habló con firmeza y posesión —. Has sido vendida como ganado a cambio de un poco de dinero sucio. No me importa si me amas o no, mientras cumplas con tu deber como esposa.
Las palabras de Valentino provocaron que Marianné ahogara un jadeo de horror, dejándola en estado de shock por un segundo.
— ¿De…ber de esposa? — preguntó con incredulidad.
Valentino volvió a sonreír. Sabía que su esposa era virgen. Era un requisito principal para aceptar el matrimonio. Jamás hubiese aceptado el enlace de estar ella marcada por otro. Sin embargo, eran otros tiempos y cualquier jovencita de la élite sabía cuál era su papel.
— No finjas que no sabes de lo que estoy hablando, Marianné — espetó con fastidio —. Dejarás que te tome cada noche, sin importar como te sientas al respecto.
El corazón de Marianné se detuvo.
Después, el auto se detuvo a los pies del hotel. Valentino se bajó sin dudar, se quitó las arrugas del saco y se dirigió hacia la puerta de su esposa.
Ella miraba al frente. Tenía los ojos abiertos y el corazón le latía como una locomotora. De repente sintió que su temperatura corporal comenzó a trabajar.
— Baja — ordenó en tono críptico.
— Me siento un poco mareada — murmuró, y aunque no mentía, buscaba cualquier excusa para evitar su destino.
Pero Valentino no era ningún tonto, así que con gesto brusco, la tomó del brazo y la arrastró fuera del auto, ignorándola.
Marianné se quejó.
— Auch, me estás lastimando — musitó, agobiada, intentando zafarse.
Valentino soltó un suspiro de fastidio.
— Deja de actuar como si te estuviese secuestrando, Marianné. Eres mi esposa y debes comenzar a comportarte como tal, así que camina y sonríe. Todos nos están mirando.
Mientras tanto, en el minibar del lujoso hotel en el que se hospedarían Marianné y Valentino por su noche de bodas, se encontraba Remo Gambino, el primogénito y sucesor en la familia Gambino. Lo acompañaba su amigo de toda la vida, Marcelo Gallo.
— ¿Qué es lo que te preocupa, Remo? Deberías estar emocionado por tu boda — mencionó Marcelo al notarlo tan pensativo y tenso.
Remo tomó un trago de su vaso antes de responder:
— No estoy seguro de estar haciendo lo correcto. No veo mi vida atada la de Ginevra.
Ginevra era la única heredera de un hombre poderoso. Si se casaba con ella, tendría el absoluto poder de Sicilia durante la siguiente década.
La familia de Remo no solo lavaba dinero, sino que transportaba armas y todo aquello que no se podía. No era legal, por supuesto, pero era el mundo en el que había crecido y haber nacido hombre lo convertía en el sucesor de todo lo que su ascendencia había construido por generaciones.
Marcelo suspiró.
— Es tu futuro, Remo. El futuro de la familia Gambino.
— Eso lo sé muy bien — gruñó con frustración.
— ¿Qué piensas hacer? Tienes que estar en tu boda en menos de una hora — dijo, y echó un rápido vistazo al reloj en su muñeca. Cuando alzó la vista, su amigo tenía la mirada perdida en algún punto fijo — Eh, Remo — lo llamó.
Pero Remo observaba detenidamente una escena que ocurría en el vestíbulo. Una mujer y un hombre. Entornó los ojos. No supo por qué le interesó tanto. Era una pareja cualquiera.
— ¿Qué crees que esté pasando entre ellos?
Marcelo se giró. No era tan experto en el lenguaje corporal como su mejor amigo.
— No lo sé, pero no es nuestro problema ahora. Estamos sobre la hora. Tu madre va a matarme si no te llevo a tiempo — se supone que había ido por él para asegurarse de que llegara a tiempo a la boda.
— Parece que no quiere ir con él — mencionó Remo, ignorando por completo las preocupaciones de su amigo.
Marcelo suspiró y volvió a echar un vistazo. Entonces reconoció a la joven pareja.
— Pelea de recién casados.
— ¿Recién casados? ¿Cómo lo sabes? — quiso saber, intrigado. La muchacha parecía demasiado joven para casarse.
— ¿No los reconoces?
— ¿Debería?
— Son Valentino Carusso y Marianné Cavallier.
Remo se tensó ante la confesión de su amigo. A Valentino lo recordaba de la universidad, y a Marianné, joder, a ella no la recordaba tan bella, tan… mujer. La última vez que la había visto tenía al menos unos dieciséis, cuando asechaba la casa de su familia por las noches y la veía en el balcón, con aquella batita blanca mientras se peinaba el cabello y fantaseaba con quién sabe qué.
De repente, Marianné experimentó un escalofrío similar a los que leía en sus novelas románticas cuando el príncipe azul se acercaba a la dulce doncella.
Ladeó la cabeza en busca de la causa. Y entonces la descubrió. Dos joyas azules la atravesaban. Capaces de desnudar su alma y de derretir el fuego más abismal. Se le cortó el aliento.
Jamás había visto a un hombre tan… imponente y atractivo. Su boca se secó y algo en su interior se avivó.
— ¿Por qué no caminas? Joder, Marianné, me darás muchos problemas — la voz de Valentino, esa que había sido sepultada por varios segundos, la sacó de sus fantasías y la trajo de regreso, tirando de ella al interior del elevador con una brusquedad casi alarmante. De repente su móvil sonó. Lo sacó y echó un vistazo a la pantalla — Espera aquí.
En cuanto Valentino se alejó un par de pasos para contestar, Marianné supo cómo respirar de nuevo.
— ¿Por qué me llamas? Sabes que estoy en mi noche de bodas — alcanzó escuchar Remo la conversación de Valentino — Sí, es una virgen apretadita, pero no sabe lo que le espera. Voy a follarla hasta sangrar — La mandíbula de Remo se endureció ante el juego de palabras —. Sí, sí, por supuesto que voy a estrenar mis nuevos juguetitos con ella. Mañana te contaré como me fue... ¿De qué hablas? No voy a enviarte fotos del culo virgen de mi esposa. Adiós.
En cuanto Valentino colgó y subió a la suite con Marianné, Remo dejó la bebida a un lado y se levantó de un salto.
— Remo, ¿a dónde vas? — le preguntó enseguida Marcelo, preocupado por hora.
— ¿Escuchaste todo lo que dijo ese bastardo? — preguntó, asqueado.
Marcelo suspiró.
— Sí, pero, nosotros no podemos hacer nada.
Remo negó.
— No dejaré que ese imbécil le haga lo mismo que le hicieron a mi hermana.
Recordar lo que le hicieron su flor alegre; así era como le decía por su dulce personalidad, era similar a sentir que le estrujaban el corazón hasta el punto de hacerlo estallar.
Fabio, el hermano mayor de Marianné, había robado la virtud de su hermana, no solo prometiéndole amor eterno, sino asegurándole que se casaría con ella, pero aquello no había sido más que una farsa, y cuando el canalla divulgó a los cuatro vientos lo que había hecho, arrastrando a la deshonra a su hermana, esta vio como única opción empujarse el suicidio, dejando a su familia devastada y rota.
En esa época, Remo comenzaba a posicionarse en los negocios familiares, y en un acto de venganza, incitado por su madre, planeó durante meses llevar a la familia Cavallier a la ruina. Hasta que lo consiguió.
— Remo, amigo, ¿Qué piensas hacer?
Remo no respondió, y tan solo le hizo una pregunta:
— ¿Vienes conmigo?
Marcelo se pellizcó el puente de la nariz. Conocía a Remo y sabía lo impulsivo que era, así que con o sin él, terminaría largándose de todas formas.
— Joder, sabes que sí — decidió, pero, antes, se aseguró de alertar a sus hombres de seguridad por si ocurría una eventualidad en la que tuvieran que ser rescatados, aunque Remo no lo necesitara.
Marianné entró a la suite nupcial con el corazón latiéndole a todo babor. Y en cuanto su esposo cerró la puerta, buscó desesperadamente poner distancia entre ambos, lo que enervó a Valentino.— Eres mi esposa, Marianné, ya te lo he dicho, ahora eres mía y tengo derechos sobre tu cuerpo, cuanto antes lo entiendas, será mucho mejor.— Por favor, no quiero — musitó, agobiada.— Debes cumplirme.— Dame un poco de tiempo.Valentino suspiró.— ¿Cuál es tu problema, eh, Marianné? ¿Es que no soy un hombre atractivo para ti? ¿Es que no me deseas?Marianné guardó silencio, y ante el insulto que representó para Valentino ese hecho, intentó tomarla a la fuerza con gesto brusco, desatando un forcejeo entre ambos que terminó arrastrándolos a la cama.Valentino tomó a Marianné de las muñecas, y cuando vio el horror reflejado en sus ojos, sintió una clase de poder que nunca antes había experimentado.— Serás mía esta noche — advirtió antes de asaltar su boca en un áspero beso.Marianné no solo sintió
Más confiada, Marianné le sonrió, ajena a que ese gesto suavizaría el corazón del hombre que, sin saberlo, había llevado a su familia a la ruina.— Gracias, Marcelo— ¿Vamos?Marianné asintió.Se fueron por una salida de emergencia, y después de cruzar un par de pasillos, llegaron a la salida. La brisa azotó con fuerza. Marianné tembló. Remo actuó enseguida y se quitó el saco de su propio traje de bodas antes de ofrecérselo.— Ten, usa esto.Marianné la aceptó con gratitud y se envolvió en la prenda cálida, sonriendo atontada. Jamás había experimentado la atención de un hombre, mucho menos de uno tan imponente y cautivador como lo era “Marcelo”.Por su parte, Remo no se sentía muy distinto respecto a sus emociones. Marianné lo había hechizado desde el primer segundo que la vio entrar al hotel, y aunque sabía era incorrecto, que debería odiarla como a cada miembro de su jodida familia, no podía evitar ver en ella algo más que su enemiga.Por un segundo, se quedaron mirando como si nada
— ¿Qué hace esta mujer aquí? — cuestionó la madre de Remo después de largos segundos de tensión. Su voz tintada de enfado y desaprobación.Remo se mantuvo sereno ante el cuestionamiento, aunque su mirada era un tanto desafiante. Sin embargo, fue Marianné la que se sintió incómoda y fuera de lugar, así que rápido quiso intervenir, sintiendo la necesidad de explicarse por sí misma.— Lo siento, no era mi intención causar problemas — dijo con suavidad — Veo que… están en un momento importante.— Sí, mi matrimonio — intervino Ginevra, orgullosa. No comprendía por qué su prometido había llegado con otra mujer a su propia ceremonia, ni porque parecía estar tan embelesado con ella. Los celos y la rabia la invadieron.Marianné volvió la vista a Remo que, para ese momento, seguía sin conocer su verdadera identidad, pero eso estaría por cambiar.— Gracias por todo, pero… creo que debería irme — musitó apenada, e intentó marcharse, pero fue él mismo Remo quien la detuvo por el brazo con un gesto
Tan pronto Marianné bajó las escaleras y atravesó el jardín de la casa, el peso de las miradas de aquella familia cayó sobre ella como toneladas de ladrillos, pero, sorpresivamente, nadie se atrevió a decirle nada ni a interponerse en su camino, ni siquiera los guardias de seguridad, así que sin más miramientos, dejó la mansión Gambino atrás.Fuera se cernía la noche, oscura y silenciosa, mientras Marianné caminaba abrazada a sí misma buscando darse abrigo y consuelo. ¿Qué pasaría ahora con ella? Debía buscar a su familia y decirles la verdad lo que había hecho. Ellos la comprenderían y protegerían.No supo por cuanto tiempo estuvo caminando, pero los primeros rayos de sol se asomaban de entre los árboles cuando llegó a la mansión Cavallier. Sus pies dolían y estaba exhausta.Llamó a la puerta con manos temblorosas, y tan solo un par de segundos después, alguien abrió.— ¿Anné?Marianné alzó el rostro al reconocer la voz de Berta, su nana.La vieja mujer la observó con una mezcla de p
— ¡Señor, señora Carusso, bienvenidos a casa! — tres mucamas recibieron al matrimonio Carusso con una sonrisa cuando llegaron a la mansión. Marianné se forzó a sonreír, pues así era ella, angelical por naturaleza. — ¿Está nuestra habitación matrimonial lista? — preguntó Valentino, con un tono arrogante y despectivo hacia sus empleadas. — Sí, señor — repitieron las tres jóvenes mujeres al unísono. — Bien, lleven mi equipaje y el de mi esposa — ordenó al tiempo que su móvil sonaba con una nueva notificación. Era el enlace a un video. Normalmente, solía ignorarlos, pero, al ver que el nombre de su esposa encabeza el titular, no dudó en descubrir de qué se trataba. “La joven esposa del único heredero Carusso, es vista huyendo en su noche de bodas con un hombre misterioso” — ¿Va a necesitar algo más, señor? — preguntó una de las mucamas, a la espera de una nueva orden antes de poder retirarse, pero el rostro de Valentino se había ensombrecido al reproducir el video, dejando que la in
Entraron por la puerta trasera, donde sabían tendrían un acceso más discreto. Remo se dirigió directamente a la mucama que los esperaba junto a la puerta del servicio y le preguntó en voz baja a donde tenía que dirigirse. La mujer, temiendo ser descubierta, pues estaba arriesgando todo por el cariño que le tenía a Savino, le indicó el camino correcto. Remo siguió las indicaciones hasta llegar. Tomó una profunda respiración con el pomo de la puerta entre su mano y entró. La escena que descubrió en el interior, no solo provocó que su corazón se saltara un latido, sino que la culpa lo azotara de forma estremecedora. Valentino se había ido en contra de Marianné por el video. Y él… él era el único culpable de eso. Se suponía que debía llevársela antes de que una cosa así sucediera, pero se le escapó de las manos y ella había sido la única en sufrir las consecuencias. Pasó un trago amargo y se acercó a la cama. — Marianné… Marianné… — llamó en voz baja, temiendo tocarla y lastimarla más
Durante todo el trayecto en auto, Marianné permaneció dormida, como si el agotamiento físico y mental hubiera vencido toda su resistencia. Y es que se veía tan frágil y vulnerable que la culpa seguía martirizando a Remo. Marcelo y Savino seguían igual de conmocionados, pero ninguno había reparado en Marianné de la misma forma en la que Remo lo había hecho. Se había convertido en alguien distinto de un momento a otro. Tan pronto llegaron a la mansión, Remo se acercó a Marianné y la despertó con suavidad. No quería alarmarla, así que esperó hasta que ella se tomara su tiempo para abrir los ojos. — Eh, Marianné, hemos llegado. Marianné observó por un instante a su alrededor, todavía desorientada, y sin fuerzas para hablar, dejó que Remo guiara su camino, mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro con los ojos cerrados. En el amplio y majestuoso comedor de la mansión Gambino, se encontraba la familia de Remo. Una camarera se acercó a su madre y avisó sobre su llegada, como se le hab
Remo le confesó a su abuela en las inesperadas circunstancias en las que había conocido a Marianné, y esta vez, no omitió ningún detalle, ni siquiera que ella era la esposa de otro y le había mentido sobre su verdadera identidad. La nonna Vittoria suspiró. — Oh, pero mi niño, trajiste a esa muchacha aquí con engaños. — Lo sé, nonna, y esto no es todo. He hecho algo de lo que no estoy seguro, pudo haber sido lo correcto — admitió culpable. — ¿Qué es eso que crees que pudo haber sido tan malo? — Es que abuela, yo soy el único culpable de que Marianné haya sido brutalmente golpeada por su esposo. — ¿Por qué dices eso, mi niño? ¿Cómo podrías tú ser el culpable de una cosa así? — Lo soy, nonna, lo soy porque yo filtré un video de Marianné huyendo conmigo en su noche de bodas. La nonna Vittoria abrió los ojos y ahogó un jadeo de impresión. — ¡Pero cariño, has manchado la reputación de esa muchacha para siempre! Remo asintió y se mesó el cabello, consciente de la gravedad de sus acc