2. Deber de esposa

— Yo… — titubeó, sin saber qué decir.

— Tú ahora eres mi esposa. Eres la señora de Carusso. Eres mía y lo serás en toda la extensión de la palabra — habló con firmeza y posesión —. Has sido vendida como ganado a cambio de un poco de dinero sucio. No me importa si me amas o no, mientras cumplas con tu deber como esposa.

Las palabras de Valentino provocaron que Marianné ahogara un jadeo de horror, dejándola en estado de shock por un segundo.

— ¿De…ber de esposa? — preguntó con incredulidad.

Valentino volvió a sonreír. Sabía que su esposa era virgen. Era un requisito principal para aceptar el matrimonio. Jamás hubiese aceptado el enlace de estar ella marcada por otro. Sin embargo, eran otros tiempos y cualquier jovencita de la élite sabía cuál era su papel.

— No finjas que no sabes de lo que estoy hablando, Marianné — espetó con fastidio —. Dejarás que te tome cada noche, sin importar como te sientas al respecto.

El corazón de Marianné se detuvo.

Después, el auto se detuvo a los pies del hotel. Valentino se bajó sin dudar, se quitó las arrugas del saco y se dirigió hacia la puerta de su esposa.

Ella miraba al frente. Tenía los ojos abiertos y el corazón le latía como una locomotora. De repente sintió que su temperatura corporal comenzó a trabajar.

— Baja — ordenó en tono críptico.

— Me siento un poco mareada — murmuró, y aunque no mentía, buscaba cualquier excusa para evitar su destino.

Pero Valentino no era ningún tonto, así que con gesto brusco, la tomó del brazo y la arrastró fuera del auto, ignorándola.

Marianné se quejó.

— Auch, me estás lastimando — musitó, agobiada, intentando zafarse.

Valentino soltó un suspiro de fastidio.

— Deja de actuar como si te estuviese secuestrando, Marianné. Eres mi esposa y debes comenzar a comportarte como tal, así que camina y sonríe. Todos nos están mirando.

Mientras tanto, en el minibar del lujoso hotel en el que se hospedarían Marianné y Valentino por su noche de bodas, se encontraba Remo Gambino, el primogénito y sucesor en la familia Gambino. Lo acompañaba su amigo de toda la vida, Marcelo Gallo.

— ¿Qué es lo que te preocupa, Remo? Deberías estar emocionado por tu boda — mencionó Marcelo al notarlo tan pensativo y tenso.

Remo tomó un trago de su vaso antes de responder:

— No estoy seguro de estar haciendo lo correcto. No veo mi vida atada la de Ginevra.

Ginevra era la única heredera de un hombre poderoso. Si se casaba con ella, tendría el absoluto poder de Sicilia durante la siguiente década.

La familia de Remo no solo lavaba dinero, sino que transportaba armas y todo aquello que no se podía. No era legal, por supuesto, pero era el mundo en el que había crecido y haber nacido hombre lo convertía en el sucesor de todo lo que su ascendencia había construido por generaciones.

Marcelo suspiró.

— Es tu futuro, Remo. El futuro de la familia Gambino.

— Eso lo sé muy bien — gruñó con frustración.

— ¿Qué piensas hacer? Tienes que estar en tu boda en menos de una hora — dijo, y echó un rápido vistazo al reloj en su muñeca. Cuando alzó la vista, su amigo tenía la mirada perdida en algún punto fijo — Eh, Remo — lo llamó.

Pero Remo observaba detenidamente una escena que ocurría en el vestíbulo. Una mujer y un hombre. Entornó los ojos. No supo por qué le interesó tanto. Era una pareja cualquiera.

— ¿Qué crees que esté pasando entre ellos?

Marcelo se giró. No era tan experto en el lenguaje corporal como su mejor amigo.

— No lo sé, pero no es nuestro problema ahora. Estamos sobre la hora. Tu madre va a matarme si no te llevo a tiempo — se supone que había ido por él para asegurarse de que llegara a tiempo a la boda.

— Parece que no quiere ir con él — mencionó Remo, ignorando por completo las preocupaciones de su amigo.

Marcelo suspiró y volvió a echar un vistazo. Entonces reconoció a la joven pareja.

— Pelea de recién casados.

— ¿Recién casados? ¿Cómo lo sabes? — quiso saber, intrigado. La muchacha parecía demasiado joven para casarse.

— ¿No los reconoces?

— ¿Debería?

— Son Valentino Carusso y Marianné Cavallier.

Remo se tensó ante la confesión de su amigo. A Valentino lo recordaba de la universidad, y a Marianné, joder, a ella no la recordaba tan bella, tan… mujer. La última vez que la había visto tenía al menos unos dieciséis, cuando asechaba la casa de su familia por las noches y la veía en el balcón, con aquella batita blanca mientras se peinaba el cabello y fantaseaba con quién sabe qué.

De repente, Marianné experimentó un escalofrío similar a los que leía en sus novelas románticas cuando el príncipe azul se acercaba a la dulce doncella.

Ladeó la cabeza en busca de la causa. Y entonces la descubrió. Dos joyas azules la atravesaban. Capaces de desnudar su alma y de derretir el fuego más abismal. Se le cortó el aliento.

Jamás había visto a un hombre tan… imponente y atractivo. Su boca se secó y algo en su interior se avivó.

— ¿Por qué no caminas? Joder, Marianné, me darás muchos problemas — la voz de Valentino, esa que había sido sepultada por varios segundos, la sacó de sus fantasías y la trajo de regreso, tirando de ella al interior del elevador con una brusquedad casi alarmante. De repente su móvil sonó. Lo sacó y echó un vistazo a la pantalla — Espera aquí.

En cuanto Valentino se alejó un par de pasos para contestar, Marianné supo cómo respirar de nuevo.

— ¿Por qué me llamas? Sabes que estoy en mi noche de bodas — alcanzó escuchar Remo la conversación de Valentino — Sí, es una virgen apretadita, pero no sabe lo que le espera. Voy a follarla hasta sangrar — La mandíbula de Remo se endureció ante el juego de palabras —. Sí, sí, por supuesto que voy a estrenar mis nuevos juguetitos con ella. Mañana te contaré como me fue... ¿De qué hablas? No voy a enviarte fotos del culo virgen de mi esposa. Adiós.

En cuanto Valentino colgó y subió a la suite con Marianné, Remo dejó la bebida a un lado y se levantó de un salto.

— Remo, ¿a dónde vas? — le preguntó enseguida Marcelo, preocupado por hora.

— ¿Escuchaste todo lo que dijo ese bastardo? — preguntó, asqueado.

Marcelo suspiró.

— Sí, pero, nosotros no podemos hacer nada.

Remo negó.

— No dejaré que ese imbécil le haga lo mismo que le hicieron a mi hermana.

Recordar lo que le hicieron su flor alegre; así era como le decía por su dulce personalidad, era similar a sentir que le estrujaban el corazón hasta el punto de hacerlo estallar.

Fabio, el hermano mayor de Marianné, había robado la virtud de su hermana, no solo prometiéndole amor eterno, sino asegurándole que se casaría con ella, pero aquello no había sido más que una farsa, y cuando el canalla divulgó a los cuatro vientos lo que había hecho, arrastrando a la deshonra a su hermana, esta vio como única opción empujarse el suicidio, dejando a su familia devastada y rota.

En esa época, Remo comenzaba a posicionarse en los negocios familiares, y en un acto de venganza, incitado por su madre, planeó durante meses llevar a la familia Cavallier a la ruina. Hasta que lo consiguió.

— Remo, amigo, ¿Qué piensas hacer?

Remo no respondió, y tan solo le hizo una pregunta:

— ¿Vienes conmigo?

Marcelo se pellizcó el puente de la nariz. Conocía a Remo y sabía lo impulsivo que era, así que con o sin él, terminaría largándose de todas formas.

— Joder, sabes que sí — decidió, pero, antes, se aseguró de alertar a sus hombres de seguridad por si ocurría una eventualidad en la que tuvieran que ser rescatados, aunque Remo no lo necesitara.

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