Más confiada, Marianné le sonrió, ajena a que ese gesto suavizaría el corazón del hombre que, sin saberlo, había llevado a su familia a la ruina.
— Gracias, Marcelo
— ¿Vamos?
Marianné asintió.
Se fueron por una salida de emergencia, y después de cruzar un par de pasillos, llegaron a la salida. La brisa azotó con fuerza. Marianné tembló. Remo actuó enseguida y se quitó el saco de su propio traje de bodas antes de ofrecérselo.
— Ten, usa esto.
Marianné la aceptó con gratitud y se envolvió en la prenda cálida, sonriendo atontada. Jamás había experimentado la atención de un hombre, mucho menos de uno tan imponente y cautivador como lo era “Marcelo”.
Por su parte, Remo no se sentía muy distinto respecto a sus emociones. Marianné lo había hechizado desde el primer segundo que la vio entrar al hotel, y aunque sabía era incorrecto, que debería odiarla como a cada miembro de su jodida familia, no podía evitar ver en ella algo más que su enemiga.
Por un segundo, se quedaron mirando como si nada más estuviese a su alrededor. Sin embargo, la complicidad que compartieron en ese momento se vio interrumpida por la llegada del verdadero Marcelo con el auto, recordándoles la urgencia de la situación.
— ¡Hay que darnos prisa! ¡Los escoltas están subiendo al elevador! — manifestó detrás del volante.
Y así, sin perder más tiempo, saltaron dentro del Bentley negro con vidrios polarizados. Remo ocupó el lugar del copiloto, mientras que Marianné se abrochó el cinturón en la parte de atrás.
Durante todo el trayecto en auto, reinó el silencio.
Remo trataba de pensar en todas las consecuencias que debería asumir a raíz de la decisión que había tomado impulsivamente, sin embargo, toda su atención se desviaba una y otra vez hacia el espejo retrovisor, en donde se encontraba la mujer que acababa de entrar a su vida de manera inesperada.
Por su lado, Marianné no era consciente de la intensa y arrolladora mirada que él le dedicaba, ni de la impresión y los cambios que representaría en su vida a partir de ahora.
Desde el asiento del piloto, Marcelo observaba a su amigo con intriga y preocupación, y no pudo evitar preguntarle en voz baja.
— ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Remo apartó la mirada de Marianné por un momento y la trajo al frente.
— A la mansión.
Marcelo casi se detuvo en seco.
— Te has vuelto completamente loco.
— ¿Cuándo he sido cuerdo?
Minutos después, llegaron a su destino, y al emerger del auto, Marianné quedó asombrada por la suntuosidad del lugar, que desafiabas las proporciones con su grandeza. Tenía portones altos y seguridad por doquier.
Ella también venía de una familia de grandes riquezas y comodidades. Su apellido alguna vez fue temido y respetado, pero ahora no quedaba nada de este, tan solo el desprestigio y el de qué hablar.
— ¿Vives aquí? — preguntó, todavía aturdida.
— Sí, ven conmigo — la guio hasta donde se encontraba la entrada.
Los grandes portones se abrieron para ellos, y al entrar a la mansión, fueron recibidos por una multitud de miradas que enseguida comenzaron a curiosear. Remo comprendía la razón detrás del escrutinio, pero Marianné, ajena a todo, se mostró inquieta y de repente nerviosa.
Una mujer mayor y una joven vestida de novia se acercaron con premura. La primera era la madre de Remo; Priscila, y echaba chispas por los ojos. La segunda era su prometida; Ginevra, y parecía haber estado llorando. Su mirada mostraba ansiedad y preocupación.
— ¿Dónde estabas? ¡La ceremonia tuvo que haber comenzado hace treinta minutos! — manifestó la muchacha, todavía llorosa. Jugaba ansiosa con sus dedos.
— Tuve un retraso — respondió Remo sin el mayor interés.
Ginevra asintió.
— Entonces es mejor que te des prisa. Hemos convencido al juez para que espere un poco más. Solo debes ir a cambiarte.
— Respecto a eso, Ginevra, creo que deberíamos hablar un momento a solas.
— No hay tiempo para hablar a solas.
— Yo creo que sí lo hay — replicó él a cambio.
Ginevra se tensó. Sospechaba el motivo de aquella conversación. No podía estar haciéndole eso. No ahora. No después de años de luchar por su amor.
De repente, la atención se desvió hacia Marianné cuando la madre de Remo reparó abiertamente en su presencia.
— ¿Quién eres? — preguntó en un tono firme y claro, notando cierta particularidad en aquellos ojos verdes casi aceitunados.
Marianné abrió la boca, pero en cuanto Remo analizó la intención de su madre, intervino.
— Ella viene conmigo.
— Sí, pero no es eso lo que estoy preguntando — volvió su atención a la joven —. ¿Cómo te llamas?
— Marianné.
La mujer entornó los ojos.
— Debes tener un apellido — indagó, sospechando.
Remo suspiró y se pellizcó el puente de la nariz, anticipándose a las consecuencias.
— Cavallier. Marianné Cavallier.
La mujer abrió los ojos, escandalizada, y Marianné pasó de un rostro a otro, atrapada en el centro de una situación que no comprendía del todo, y que cuando lo hiciera, no sabría si podría escapar tan fácilmente de ella.
— ¿Qué hace esta mujer aquí? — cuestionó la madre de Remo después de largos segundos de tensión. Su voz tintada de enfado y desaprobación.Remo se mantuvo sereno ante el cuestionamiento, aunque su mirada era un tanto desafiante. Sin embargo, fue Marianné la que se sintió incómoda y fuera de lugar, así que rápido quiso intervenir, sintiendo la necesidad de explicarse por sí misma.— Lo siento, no era mi intención causar problemas — dijo con suavidad — Veo que… están en un momento importante.— Sí, mi matrimonio — intervino Ginevra, orgullosa. No comprendía por qué su prometido había llegado con otra mujer a su propia ceremonia, ni porque parecía estar tan embelesado con ella. Los celos y la rabia la invadieron.Marianné volvió la vista a Remo que, para ese momento, seguía sin conocer su verdadera identidad, pero eso estaría por cambiar.— Gracias por todo, pero… creo que debería irme — musitó apenada, e intentó marcharse, pero fue él mismo Remo quien la detuvo por el brazo con un gesto
Tan pronto Marianné bajó las escaleras y atravesó el jardín de la casa, el peso de las miradas de aquella familia cayó sobre ella como toneladas de ladrillos, pero, sorpresivamente, nadie se atrevió a decirle nada ni a interponerse en su camino, ni siquiera los guardias de seguridad, así que sin más miramientos, dejó la mansión Gambino atrás.Fuera se cernía la noche, oscura y silenciosa, mientras Marianné caminaba abrazada a sí misma buscando darse abrigo y consuelo. ¿Qué pasaría ahora con ella? Debía buscar a su familia y decirles la verdad lo que había hecho. Ellos la comprenderían y protegerían.No supo por cuanto tiempo estuvo caminando, pero los primeros rayos de sol se asomaban de entre los árboles cuando llegó a la mansión Cavallier. Sus pies dolían y estaba exhausta.Llamó a la puerta con manos temblorosas, y tan solo un par de segundos después, alguien abrió.— ¿Anné?Marianné alzó el rostro al reconocer la voz de Berta, su nana.La vieja mujer la observó con una mezcla de p
— ¡Señor, señora Carusso, bienvenidos a casa! — tres mucamas recibieron al matrimonio Carusso con una sonrisa cuando llegaron a la mansión. Marianné se forzó a sonreír, pues así era ella, angelical por naturaleza. — ¿Está nuestra habitación matrimonial lista? — preguntó Valentino, con un tono arrogante y despectivo hacia sus empleadas. — Sí, señor — repitieron las tres jóvenes mujeres al unísono. — Bien, lleven mi equipaje y el de mi esposa — ordenó al tiempo que su móvil sonaba con una nueva notificación. Era el enlace a un video. Normalmente, solía ignorarlos, pero, al ver que el nombre de su esposa encabeza el titular, no dudó en descubrir de qué se trataba. “La joven esposa del único heredero Carusso, es vista huyendo en su noche de bodas con un hombre misterioso” — ¿Va a necesitar algo más, señor? — preguntó una de las mucamas, a la espera de una nueva orden antes de poder retirarse, pero el rostro de Valentino se había ensombrecido al reproducir el video, dejando que la in
Entraron por la puerta trasera, donde sabían tendrían un acceso más discreto. Remo se dirigió directamente a la mucama que los esperaba junto a la puerta del servicio y le preguntó en voz baja a donde tenía que dirigirse. La mujer, temiendo ser descubierta, pues estaba arriesgando todo por el cariño que le tenía a Savino, le indicó el camino correcto. Remo siguió las indicaciones hasta llegar. Tomó una profunda respiración con el pomo de la puerta entre su mano y entró. La escena que descubrió en el interior, no solo provocó que su corazón se saltara un latido, sino que la culpa lo azotara de forma estremecedora. Valentino se había ido en contra de Marianné por el video. Y él… él era el único culpable de eso. Se suponía que debía llevársela antes de que una cosa así sucediera, pero se le escapó de las manos y ella había sido la única en sufrir las consecuencias. Pasó un trago amargo y se acercó a la cama. — Marianné… Marianné… — llamó en voz baja, temiendo tocarla y lastimarla más
Durante todo el trayecto en auto, Marianné permaneció dormida, como si el agotamiento físico y mental hubiera vencido toda su resistencia. Y es que se veía tan frágil y vulnerable que la culpa seguía martirizando a Remo. Marcelo y Savino seguían igual de conmocionados, pero ninguno había reparado en Marianné de la misma forma en la que Remo lo había hecho. Se había convertido en alguien distinto de un momento a otro. Tan pronto llegaron a la mansión, Remo se acercó a Marianné y la despertó con suavidad. No quería alarmarla, así que esperó hasta que ella se tomara su tiempo para abrir los ojos. — Eh, Marianné, hemos llegado. Marianné observó por un instante a su alrededor, todavía desorientada, y sin fuerzas para hablar, dejó que Remo guiara su camino, mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro con los ojos cerrados. En el amplio y majestuoso comedor de la mansión Gambino, se encontraba la familia de Remo. Una camarera se acercó a su madre y avisó sobre su llegada, como se le hab
Remo le confesó a su abuela en las inesperadas circunstancias en las que había conocido a Marianné, y esta vez, no omitió ningún detalle, ni siquiera que ella era la esposa de otro y le había mentido sobre su verdadera identidad. La nonna Vittoria suspiró. — Oh, pero mi niño, trajiste a esa muchacha aquí con engaños. — Lo sé, nonna, y esto no es todo. He hecho algo de lo que no estoy seguro, pudo haber sido lo correcto — admitió culpable. — ¿Qué es eso que crees que pudo haber sido tan malo? — Es que abuela, yo soy el único culpable de que Marianné haya sido brutalmente golpeada por su esposo. — ¿Por qué dices eso, mi niño? ¿Cómo podrías tú ser el culpable de una cosa así? — Lo soy, nonna, lo soy porque yo filtré un video de Marianné huyendo conmigo en su noche de bodas. La nonna Vittoria abrió los ojos y ahogó un jadeo de impresión. — ¡Pero cariño, has manchado la reputación de esa muchacha para siempre! Remo asintió y se mesó el cabello, consciente de la gravedad de sus acc
— Nonna… La mujer sonrió y colocó una mano sobre su pecho, a la altura de su buen corazón. — No tienes por qué decirme nada ahora, tu corazón ya lo ha hecho por ti — le dijo como conclusión antes de despedirse, dejando a Remo con una maraña de pensamientos, esos que habían sido de pronto invadidos por una mezcla de confusión e interrogantes respecto a Marianné. Se dirigió a su habitación, presa de esa urgente necesidad que ella despertaba en él, pero, antes de abrir la puerta, Savino apareció. — Remo, hay problemas con el embarque, te necesitan — le informó su escolta y amigo fiel. Remo echó un vistazo al reloj. Casi las nueve. Se asomó con sigilo por la puerta. Marianné seguía profunda. — Bien, nos vemos abajo, antes debo hacer algo. Savino asintió, desapareciendo un segundo después. Remo solicitó la presencia de una mucama. — ¡Dígame, señor! — Voy a salir, es muy probable que no vuelva hasta el amanecer. Marianné quedará aquí. Asegúrate de traerle algo de comer cuando despi
En cuanto Remo recibió la llamada de la mucama, supo enseguida que algo andaba mal con Marianné. — ¿Qué ocurre? — Señor, creo que debería venir a la mansión cuanto antes — le dijo la joven mujer. Su tono de voz cargado de angustia y preocupación. Remo se tensó. — ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Sucede algo con Marianné? — Sí, señor, precisamente se trata de ella. Uno de los guardias de la mansión, bueno, él… — ¿Él qué? ¡Habla! — exigió, impaciente. — Ay, señor, lo que pasa es que la echó a la calle sin piedad. Yo salí a ver si la veía, pero ya no estaba y la tormenta ha tomado más fuerza — explicó rápidamente, provocando que el pulso de Remo se detuviera — ¡Venga pronto, señor, por favor! Remo se quedó en silencio por largos segundos. La sola idea de saber a Marianné desamparada, a esas alturas de la madrugada y bajo un cielo que amenazaba con caerse, provocó que su corazón comenzara a latir demasiado rápido. — Voy para allá — gruñó antes de colgar. Entonces miró a Savino. — Debemos i