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Entraron por la puerta trasera, donde sabían tendrían un acceso más discreto. Remo se dirigió directamente a la mucama que los esperaba junto a la puerta del servicio y le preguntó en voz baja a donde tenía que dirigirse. La mujer, temiendo ser descubierta, pues estaba arriesgando todo por el cariño que le tenía a Savino, le indicó el camino correcto. Remo siguió las indicaciones hasta llegar. Tomó una profunda respiración con el pomo de la puerta entre su mano y entró. La escena que descubrió en el interior, no solo provocó que su corazón se saltara un latido, sino que la culpa lo azotara de forma estremecedora. Valentino se había ido en contra de Marianné por el video. Y él… él era el único culpable de eso. Se suponía que debía llevársela antes de que una cosa así sucediera, pero se le escapó de las manos y ella había sido la única en sufrir las consecuencias. Pasó un trago amargo y se acercó a la cama. — Marianné… Marianné… — llamó en voz baja, temiendo tocarla y lastimarla más
Durante todo el trayecto en auto, Marianné permaneció dormida, como si el agotamiento físico y mental hubiera vencido toda su resistencia. Y es que se veía tan frágil y vulnerable que la culpa seguía martirizando a Remo. Marcelo y Savino seguían igual de conmocionados, pero ninguno había reparado en Marianné de la misma forma en la que Remo lo había hecho. Se había convertido en alguien distinto de un momento a otro. Tan pronto llegaron a la mansión, Remo se acercó a Marianné y la despertó con suavidad. No quería alarmarla, así que esperó hasta que ella se tomara su tiempo para abrir los ojos. — Eh, Marianné, hemos llegado. Marianné observó por un instante a su alrededor, todavía desorientada, y sin fuerzas para hablar, dejó que Remo guiara su camino, mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro con los ojos cerrados. En el amplio y majestuoso comedor de la mansión Gambino, se encontraba la familia de Remo. Una camarera se acercó a su madre y avisó sobre su llegada, como se le hab
Remo le confesó a su abuela en las inesperadas circunstancias en las que había conocido a Marianné, y esta vez, no omitió ningún detalle, ni siquiera que ella era la esposa de otro y le había mentido sobre su verdadera identidad. La nonna Vittoria suspiró. — Oh, pero mi niño, trajiste a esa muchacha aquí con engaños. — Lo sé, nonna, y esto no es todo. He hecho algo de lo que no estoy seguro, pudo haber sido lo correcto — admitió culpable. — ¿Qué es eso que crees que pudo haber sido tan malo? — Es que abuela, yo soy el único culpable de que Marianné haya sido brutalmente golpeada por su esposo. — ¿Por qué dices eso, mi niño? ¿Cómo podrías tú ser el culpable de una cosa así? — Lo soy, nonna, lo soy porque yo filtré un video de Marianné huyendo conmigo en su noche de bodas. La nonna Vittoria abrió los ojos y ahogó un jadeo de impresión. — ¡Pero cariño, has manchado la reputación de esa muchacha para siempre! Remo asintió y se mesó el cabello, consciente de la gravedad de sus acc
— Nonna… La mujer sonrió y colocó una mano sobre su pecho, a la altura de su buen corazón. — No tienes por qué decirme nada ahora, tu corazón ya lo ha hecho por ti — le dijo como conclusión antes de despedirse, dejando a Remo con una maraña de pensamientos, esos que habían sido de pronto invadidos por una mezcla de confusión e interrogantes respecto a Marianné. Se dirigió a su habitación, presa de esa urgente necesidad que ella despertaba en él, pero, antes de abrir la puerta, Savino apareció. — Remo, hay problemas con el embarque, te necesitan — le informó su escolta y amigo fiel. Remo echó un vistazo al reloj. Casi las nueve. Se asomó con sigilo por la puerta. Marianné seguía profunda. — Bien, nos vemos abajo, antes debo hacer algo. Savino asintió, desapareciendo un segundo después. Remo solicitó la presencia de una mucama. — ¡Dígame, señor! — Voy a salir, es muy probable que no vuelva hasta el amanecer. Marianné quedará aquí. Asegúrate de traerle algo de comer cuando despi
En cuanto Remo recibió la llamada de la mucama, supo enseguida que algo andaba mal con Marianné. — ¿Qué ocurre? — Señor, creo que debería venir a la mansión cuanto antes — le dijo la joven mujer. Su tono de voz cargado de angustia y preocupación. Remo se tensó. — ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Sucede algo con Marianné? — Sí, señor, precisamente se trata de ella. Uno de los guardias de la mansión, bueno, él… — ¿Él qué? ¡Habla! — exigió, impaciente. — Ay, señor, lo que pasa es que la echó a la calle sin piedad. Yo salí a ver si la veía, pero ya no estaba y la tormenta ha tomado más fuerza — explicó rápidamente, provocando que el pulso de Remo se detuviera — ¡Venga pronto, señor, por favor! Remo se quedó en silencio por largos segundos. La sola idea de saber a Marianné desamparada, a esas alturas de la madrugada y bajo un cielo que amenazaba con caerse, provocó que su corazón comenzara a latir demasiado rápido. — Voy para allá — gruñó antes de colgar. Entonces miró a Savino. — Debemos i
Remo salió de la mansión. Savino ya había identificado al guardia que obedeció a las órdenes equivocadas. — De él me encargo después, ahora mismo necesito que reúnas al resto y des la orden de que busquen a Marianné bajo cada piedra siciliana. Savino asintió y se puso en marcha. Remo se unió a la búsqueda, importándole poco que la tormenta continuara azotando con fuerza. Savino y el resto de los guardias seguían buscando por toda Sicilia sin parar. La orden era que nadie regresara a la mansión sin ella, así les costara el amanecer y parte del otro día. Una hora después, la lluvia no cedía, y las noticias de Marianné tampoco llegaban. Remo sentía que iba a enloquecer. — ¿En dónde está? ¡No puedo habérsela tragado la tierra, carajo! — bramó, rebasado por la incertidumbre y la angustia que representaba desconocer el paradero de Marianné. Golpeó el volante con fuerza y se mesó la nuca, con la vista clavada en el frente. Fue entonces cuando vio una figura en la arena, a la orilla de
Sin vacilar, Remo se lanzó a agua en busca de Marianné, y al no verla cerca del área de donde había saltado, sintió un miedo terrible. Uno que no nunca antes había experimentado. Nadó sin rumbo, con la esperanza de encontrarla a los alrededores y que no fuese tarde. Joder, la sola idea le quemaba la piel. No podría perdonárselo. Salió a la superficie en busca de aire. — ¡Marianné! ¡Marianné! — llamó. Su corazón latiendo desesperado. Volvió a sumergirse. La lluvia y la marea eran sus peores enemigos esa noche. Nada. Emergió. Entonces vio a Savino y a su gente a los pies de las rocas, buscándolo con linternas. — ¡Remo! — ¡Aquí! — gritó. Savino apuntó la linterna en su dirección — ¡Marianné ha caído! ¡Debo encontrarla! — y una vez más, tomó una grande bocanada de aliento y se sumergió, sin dar la oportunidad a Savino de nada. Nadó todo lo que la marea y sus pulmones le permitieron. Entonces la vio. Estaba atrapada entre las piedras, completamente inconsciente. Sin pensarlo do
Luego de que Remo dejara clara su posición en cuanto a Marianné, Savino entró, robando la inocente e indiscreta mirada de Nina, que llevaba amándolo en secreto desde que supo que su corazón latía desmesuradamente cuando él estaba cerca. — Remo, el doctor está aquí — susurró Savino. Remo asintió y ordenó que subiera de inmediato, entonces llevó a Marianné a su habitación y la recostó con cuidado sobre la cama. El doctor llamó a la puerta un instante después. — Remo, muchacho, me dijo Savino que mi presencia en la mansión era importante. ¿Qué fue lo que pasó? — preguntó el hombre mayor, de casi setenta años, aunque bien conservado. Remo se mesó el cabello, todavía empapado, y señaló a Marianné en la cama. — Es por ella por quien lo he llamado, doctor Valencia. Tiene que examinarla — su respiración agitada mostraba lo increíble preocupada que se encontraba. El hombre miró detenidamente el cuerpo de la joven que descansaba en la cama, reconociendo enseguida de quién se trataba. — ¿