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La boda de Marcello y Ginevra fue la primera en celebrarse, y por supuesto, todos fueron invitados. Se mudaron a una propiedad en la que serían solo ellos y la familia que juntos formarían. El personal de servicio contaba con apenas una mucama, un jardinero y un chofer, pues Ginevra quería tomar su rol como ama de casa y hacer las cosas por su cuenta, como tanto había querido y soñado en silencio.Cuando la bebé nació, porque fue una niña, la llamaron emperatriz, y fue la adoración de Marcello, tanto que dedicaba largas noches a dormirla mientras Ginevra se recuperaba de una cesárea de emergencia bastante complicada.Por otro lado, Fabio y Florencia retomaron las vidas que habían pausado hace más de cinco años, y con su hija, se fueron a vivir a Roma.Florencia allí tenía su trabajo, y por ende, la vida que había hecho como madre soltera en un barrio común de la ciudad. Lo único que a Fabio no le gustaba era su vecino, que parecía demasiado interesado en ella, tanto que los celos comen
Obligada a dar el “sí, quiero”, acompañada de los aplausos y la presencia de los pocos que aún tenían en estima a su familia, Marianné solicitó hablar a solas con su padre. Marianné había nacido en el seno de una familia que gozaba del poder que el dinero le permitía. Durante décadas, estuvieron asociados con la familia Gambino, hasta que estos decidieron traicionarlos de un momento a otro y llevarlos a la quiebra en su punto más crítico, o al menos eso era con lo que ella había crecido sabiendo… y que cerca estaba de conocer los verdaderos motivos. Ahora, Marianné había sido obligada a sacrificarse por la familia, casándose con un hombre rico que prometía devolverles todo aquello que habían perdido. — Pero niña, sabe que su padre está ahora con su… bueno, ya sabe, su esposo — aquella palabra sacudió el pecho de la muchacha. No se acostumbraría jamás —. Y no le gusta que lo interrumpan. — Lo sé, nana, pero de verdad necesito hablar con él. La pobre mujer torció el gesto y suspiró
— Yo… — titubeó, sin saber qué decir.— Tú ahora eres mi esposa. Eres la señora de Carusso. Eres mía y lo serás en toda la extensión de la palabra — habló con firmeza y posesión —. Has sido vendida como ganado a cambio de un poco de dinero sucio. No me importa si me amas o no, mientras cumplas con tu deber como esposa.Las palabras de Valentino provocaron que Marianné ahogara un jadeo de horror, dejándola en estado de shock por un segundo.— ¿De…ber de esposa? — preguntó con incredulidad.Valentino volvió a sonreír. Sabía que su esposa era virgen. Era un requisito principal para aceptar el matrimonio. Jamás hubiese aceptado el enlace de estar ella marcada por otro. Sin embargo, eran otros tiempos y cualquier jovencita de la élite sabía cuál era su papel.— No finjas que no sabes de lo que estoy hablando, Marianné — espetó con fastidio —. Dejarás que te tome cada noche, sin importar como te sientas al respecto.El corazón de Marianné se detuvo.Después, el auto se detuvo a los pies del
Marianné entró a la suite nupcial con el corazón latiéndole a todo babor. Y en cuanto su esposo cerró la puerta, buscó desesperadamente poner distancia entre ambos, lo que enervó a Valentino.— Eres mi esposa, Marianné, ya te lo he dicho, ahora eres mía y tengo derechos sobre tu cuerpo, cuanto antes lo entiendas, será mucho mejor.— Por favor, no quiero — musitó, agobiada.— Debes cumplirme.— Dame un poco de tiempo.Valentino suspiró.— ¿Cuál es tu problema, eh, Marianné? ¿Es que no soy un hombre atractivo para ti? ¿Es que no me deseas?Marianné guardó silencio, y ante el insulto que representó para Valentino ese hecho, intentó tomarla a la fuerza con gesto brusco, desatando un forcejeo entre ambos que terminó arrastrándolos a la cama.Valentino tomó a Marianné de las muñecas, y cuando vio el horror reflejado en sus ojos, sintió una clase de poder que nunca antes había experimentado.— Serás mía esta noche — advirtió antes de asaltar su boca en un áspero beso.Marianné no solo sintió
Más confiada, Marianné le sonrió, ajena a que ese gesto suavizaría el corazón del hombre que, sin saberlo, había llevado a su familia a la ruina.— Gracias, Marcelo— ¿Vamos?Marianné asintió.Se fueron por una salida de emergencia, y después de cruzar un par de pasillos, llegaron a la salida. La brisa azotó con fuerza. Marianné tembló. Remo actuó enseguida y se quitó el saco de su propio traje de bodas antes de ofrecérselo.— Ten, usa esto.Marianné la aceptó con gratitud y se envolvió en la prenda cálida, sonriendo atontada. Jamás había experimentado la atención de un hombre, mucho menos de uno tan imponente y cautivador como lo era “Marcelo”.Por su parte, Remo no se sentía muy distinto respecto a sus emociones. Marianné lo había hechizado desde el primer segundo que la vio entrar al hotel, y aunque sabía era incorrecto, que debería odiarla como a cada miembro de su jodida familia, no podía evitar ver en ella algo más que su enemiga.Por un segundo, se quedaron mirando como si nada
— ¿Qué hace esta mujer aquí? — cuestionó la madre de Remo después de largos segundos de tensión. Su voz tintada de enfado y desaprobación.Remo se mantuvo sereno ante el cuestionamiento, aunque su mirada era un tanto desafiante. Sin embargo, fue Marianné la que se sintió incómoda y fuera de lugar, así que rápido quiso intervenir, sintiendo la necesidad de explicarse por sí misma.— Lo siento, no era mi intención causar problemas — dijo con suavidad — Veo que… están en un momento importante.— Sí, mi matrimonio — intervino Ginevra, orgullosa. No comprendía por qué su prometido había llegado con otra mujer a su propia ceremonia, ni porque parecía estar tan embelesado con ella. Los celos y la rabia la invadieron.Marianné volvió la vista a Remo que, para ese momento, seguía sin conocer su verdadera identidad, pero eso estaría por cambiar.— Gracias por todo, pero… creo que debería irme — musitó apenada, e intentó marcharse, pero fue él mismo Remo quien la detuvo por el brazo con un gesto
Tan pronto Marianné bajó las escaleras y atravesó el jardín de la casa, el peso de las miradas de aquella familia cayó sobre ella como toneladas de ladrillos, pero, sorpresivamente, nadie se atrevió a decirle nada ni a interponerse en su camino, ni siquiera los guardias de seguridad, así que sin más miramientos, dejó la mansión Gambino atrás.Fuera se cernía la noche, oscura y silenciosa, mientras Marianné caminaba abrazada a sí misma buscando darse abrigo y consuelo. ¿Qué pasaría ahora con ella? Debía buscar a su familia y decirles la verdad lo que había hecho. Ellos la comprenderían y protegerían.No supo por cuanto tiempo estuvo caminando, pero los primeros rayos de sol se asomaban de entre los árboles cuando llegó a la mansión Cavallier. Sus pies dolían y estaba exhausta.Llamó a la puerta con manos temblorosas, y tan solo un par de segundos después, alguien abrió.— ¿Anné?Marianné alzó el rostro al reconocer la voz de Berta, su nana.La vieja mujer la observó con una mezcla de p
— ¡Señor, señora Carusso, bienvenidos a casa! — tres mucamas recibieron al matrimonio Carusso con una sonrisa cuando llegaron a la mansión. Marianné se forzó a sonreír, pues así era ella, angelical por naturaleza. — ¿Está nuestra habitación matrimonial lista? — preguntó Valentino, con un tono arrogante y despectivo hacia sus empleadas. — Sí, señor — repitieron las tres jóvenes mujeres al unísono. — Bien, lleven mi equipaje y el de mi esposa — ordenó al tiempo que su móvil sonaba con una nueva notificación. Era el enlace a un video. Normalmente, solía ignorarlos, pero, al ver que el nombre de su esposa encabeza el titular, no dudó en descubrir de qué se trataba. “La joven esposa del único heredero Carusso, es vista huyendo en su noche de bodas con un hombre misterioso” — ¿Va a necesitar algo más, señor? — preguntó una de las mucamas, a la espera de una nueva orden antes de poder retirarse, pero el rostro de Valentino se había ensombrecido al reproducir el video, dejando que la in