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5. Que nadie se atreva a tocar a Marianné

— ¿Qué hace esta mujer aquí? — cuestionó la madre de Remo después de largos segundos de tensión. Su voz tintada de enfado y desaprobación.

Remo se mantuvo sereno ante el cuestionamiento, aunque su mirada era un tanto desafiante. Sin embargo, fue Marianné la que se sintió incómoda y fuera de lugar, así que rápido quiso intervenir, sintiendo la necesidad de explicarse por sí misma.

— Lo siento, no era mi intención causar problemas — dijo con suavidad — Veo que… están en un momento importante.

— Sí, mi matrimonio — intervino Ginevra, orgullosa. No comprendía por qué su prometido había llegado con otra mujer a su propia ceremonia, ni porque parecía estar tan embelesado con ella. Los celos y la rabia la invadieron.

Marianné volvió la vista a Remo que, para ese momento, seguía sin conocer su verdadera identidad, pero eso estaría por cambiar.

— Gracias por todo, pero… creo que debería irme — musitó apenada, e intentó marcharse, pero fue él mismo Remo quien la detuvo por el brazo con un gesto que robó el asombro de su prometida y madre.

— Yo te traje y solo yo decido si te quedas o no.

— ¿Qué estás diciendo? ¡Esta chiquilla no va a permanecer un segundo más en mi propiedad! ¡Guardias! — llamó con autoridad, provocando que miembros del círculo familiar se acercaran, incluidos primos de Remo, agregando más tensión al escenario.

Cuando un guardia de la mansión intentó tomar a la desorientada Marianné del brazo, Remo se interpuso como cual protector, con poder y frialdad, dejando claro que no iba a permitir que nadie la tocara.

— Eso no va a suceder, madre — decidió.

— Remo, ¿es que te has vuelto completamente loco? — preguntó su primo.

Remo abrió la boca para encarar a su primo, pero de pronto Marianné dio un paso al frente, mirándolo extrañada por lo que acababa de escuchar.

— ¿Te llamas Remo? — preguntó, recelosa — Dijiste que te llamabas Marcelo.

Remo suspiró y cerró por un segundo los ojos.

Todo iba a revelarse en ese momento.

— Ay, niña, ¿al menos sabes de quienes estas rodeada en este preciso momento? — le preguntó Ginevra con gesto despectivo y enojado.

Marianné pasó un trago, y su sola expresión dio una respuesta. Fue la madre de Remo quien disfrutó de la satisfacción de revelarlo, y dando un paso al frente, dijo:

— Mi hijo no se llama Marcelo. Se llama Remo... Remo Gambino — confesó con autoridad.

La revelación golpeó a Marianné como un martillo, y un jadeo de impresión se ahogó en su garganta mientras retrocedía, buscando poner distancia entre ella y el hombre que ahora representaba todo lo que su familia le inculcó que debería odiar.

De pronto, tropezó con una piedra, y sin poder evitarlo, cayó al suelo.

— ¡Marianné! — Remo se apresuró a alcanzarla y a querer ayudarla, pero el rechazó de Marianné fue casi inminente, horrorizada por la idea de ser tocada por un mentiroso como él.

— Déjame — se incorporó temblorosa. Su expresión llena de angustia y miedo al tiempo que buscaba una salida.

Pero Remo, con un solo gesto de poder y autoridad, ordenó a los guardias que bloquearan la puerta, impidiendo que Marianné se marchara.

Ella lo miró con rabia. ¡No podía retenerla allí! ¡No tenía derecho! Pero él no opinaba lo mismo, y parecía decidido a tenerla en su control, así que se dirigió a su amigo de toda la vida y le pidió que acompañara a Marianné a su habitación y se asegurara de que allí lo esperara.

A pesar de la resistencia de Marianné, Marcelo consiguió convencerla de que obedecer era lo mejor que podía hacer en ese momento.

Resignada, Marianné miró a Remo por última vez rencor y vulnerabilidad, y fue arrastrando los pies… y el alma, hasta la habitación asignada.

— Espera aquí.

Marianné se giró.

— ¿Qué harán conmigo? — preguntó apresurada.

Marcelo sintió el peso de la responsabilidad, pues había sido parte de tal engaño a aquella muchacha.

— Si te sirve de algo, yo si me llamo Marcelo — confesó, buscando transmitirle confianza —… y si Remo está haciendo todo esto, es porque no tiene intenciones de hacerte daño.

Después salió de la habitación, dejando a Marianné con una increíble incertidumbre.

Mientras tanto, en el presuntuoso jardín de la mansión Gambino, la tensión palpaba en el aire, y todo el mundo miraba a Remo, aguardando incrédulos por una explicación. Fue su primo quién insistió en saber que pretendía al traer al enemigo a casa.

— A ti no tengo por qué darte explicaciones de mi vida personal.

— Esto no se trata de tu vida personal, Remo. Se trata de la familia — manifestó, apoyado por su tía, aquella que lo había criado como a un hijo más — ¡No permitiré que impongas la presencia de esa mujer aquí!

— ¿Tú no vas a permitirlo? — lo retó con ironía. Sus ojos, de un azul cobalto, brillando con determinación — ¿Tú y quién más? — miró a cada miembro de su familia — Marianné se queda, y a quién no le guste, que se enfrente a mí. ¿Quién será el primero?

Y es que aunque sus intenciones con Marianné no eran transparentes, no iba a permitir que nadie más se sintiera con el derecho de lastimarla.

Nadie se atrevió a decir nada, excepto Ginevra.

— ¿Qué pasará con la boda? — quiso saber. Estaba confundida y angustiada.

Remo la miró con compasión. Ginevra no era una mala mujer, pero comprendía si se sentía herida ante la decisión que había tomado respecto a ellos.

— Lo siento, Ginevra, pero… la boda ya no puede continuar.

Su madre cerró los ojos y negó con reprobación.

Ginevra, por su parte, se quedó en silencio por largos segundos.

— ¿Qué quieres decir con eso? — preguntó al fin, luchando por comprender.

— Creo que eres demasiado inteligente como para saberlo.

— ¡No puedes hacerme esto! — chilló. La madre de Remo colocó una mano en su hombro, pidiéndole guardar la compostura, pero ella la ignoró y dio un paso al frente — ¡Los invitados ya comenzaron a murmurar!

— Remo, no puedes humillar de esta forma a Ginevra. ¡Es tu prometida por elección!

— Jamás fue mi elección, madre — dijo y volvió su atención a Ginevra — No tienes por qué dar explicaciones a los invitados, yo lo haré.

Y sin decir más, se dirigió al centro del jardín, donde se iba a llevar a cabo la ceremonia y donde aguardaban los invitados, curiosos e impacientes.

La noticia les llegó sin demasiados detalles, pero los murmullos y las preguntas llenaron el aire mientras comenzaban a retirarse de a poco.

Ginevra no soportó la humillación y se fue corriendo con el corazón destrozado. El primo de Remo la siguió.

Cuando el lugar quedó completamente vacío y solo quedaban los familiares más cercanos, estos se quedaron mirando a Remo como si hubiese perdido la cabeza de un momento a otro, excepto por su hermana de diecisiete, la aventura y enamoradiza; Serafina “Nina” Gambino, que sonreía orgullosa y cómplice porque Remo siempre se salía con la suya, además, esa muchacha era tan preciosa como una hada y su hermano parecía haberlo notado bastante bien.

A Remo no le importaban las miradas asesinas que le lanzaban sus familiares en ese momento, ni las palabras de desaprobación que resonaban en el aire mientras dejaba atrás el escándalo que suponía la presencia de Marianné en la mansión. Y decidido, subió a verla.

Marianné caminaba de un lado a otro en la habitación, ansiosa y claramente perturbada por la situación en la que se había metido.

De pronto, escuchó que la puerta se abría, y se detuvo abruptamente.

Era él… y no puedo evitar quedarse una vez más sin aliento.

— Marianné — mencionó él después de un largo segundo y entró con cautela a la habitación.

Marianné retrocedió dos pasos, dejando claro que no lo quería cerca de ella.

— ¿Por qué me mentiste? — quiso saber. Sus ojos brillaban con una mezcla de miedo e incertidumbre.

Remo la observó por un momento, y no por qué le dolió esa mirada. Entonces respondió:

— No habrías venido conmigo de saber quién era en realidad.

Por supuesto que no lo habría hecho. Jamás se habría metido a sí misma a la boca del gran y feroz lobo.

Finalmente suspiró.

— ¿Qué harás conmigo? ¿Vas a lastimarme?

Remo entornó los ojos, cuestionando su pregunta.

— ¿Piensas que voy a lastimarte, Marianné?

— ¿Por qué no lo harías? Tú y tu familia han querido destruir a la mía por años.

— ¿Es eso lo que te han dicho? — preguntó y rio sin gracia — Escucha, Marianné… — antes de que pudiese terminar, su móvil sonó. Lo sacó regañadientes y echó un rápido vistazo a la pantalla. Carajo. Era importante. Suspiró y volvió la vista hacia ella — Debo contestar, espera aquí.

— ¡Pero…!

Sin darle tiempo para réplicas, Remo salió de la habitación. Contestó el móvil enseguida.

— ¿Qué pasa, Savino? — preguntó enseguida.

Savino Cancio era su escolta personal. Hijo y nieto de generaciones de escoltas de la familia Gambino.

— Está vivo.

Sabía de quién hablaba.

M****a.

— Eso significa un problema.

— ¿Para la familia Gambino?

— Para Marianné.

Savino se quedó pensativo.

— Lo resolveré.

— No, no hagas nada, no por ahora. Mantenme informado de todo lo que suceda y escuches — después colgó y volvió a la habitación.

Marianné se incorporó apresurada en cuanto lo vio, y sin esperar a que él hablaba, ella lo hizo primero.

— ¡Tienes que dejar que me vaya!

— Eso no va a ser posible, Marianné.

— ¡Pero no puedes obligarme a estar aquí!

Remo se la quedó mirando. Su mente trabajando en lo que se proponía. Después asintió.

— Tienes razón — se hizo a un lado de la puerta —. Puedes irte cuando quieras.

Marianné frunció el ceño, extrañada por su repentino cambio de decisión.

— ¿Lo dices en serio? — preguntó. ¿La dejaría ir sin más?

— Sí, ve…

Al principio, Marianné dudo, pero no se quedaría a averiguar por qué la dejaría ir así sin más, así que salió de allí sin sospechar que las verdaderas intenciones de Remo eran traerla de regreso, y que sintiera que ningún lugar fuera de la mansión era seguro para ella, ni siquiera con su propia familia.

En cuanto desapareció de su campo de visión, Remo echó mano a su bolsillo y sacó su móvil. Hizo una llamada rápida.

— Síguela y asegúrate de que nadie le ponga un dedo encima.

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