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— No voy a seguir esta absurda discusión contigo, Marianné — musitó, pasando del brillo de sus ojos a sus labios. Y allí estaba otra vez esa urgente necesidad de querer besarlos. Tal vez lo habría hecho… pero alguien llamó a la puerta, y aunque Remo y Marianné se quedaron momentáneamente prendados al otro, ignorando a quien sea que estuviese allí fuera, fue el Gambino quien rompió el contacto y se acercó a la puerta. Era el doctor Valencia. — Remo, tu mucama me informó que Marianné… — sin terminar la frase, se dio cuenta de desastre en la habitación. Cojines y objetos de cristales quebrados en el piso. Remo se pasó la mano por el rostro y se hizo a un lado. — Marianné se ha cortado. El doctor Valencia asintió, comprendiendo, y se acercó a una Marianné que le dedicó una última mirada de desprecio a Remo antes de saludar al familiar rostro del doctor. — Muchacha, pero, esto es una herida profunda — le dijo el doctor. Remo se había quedado atento a cualquier cosa junto a la puerta
Priscila ya se mostraba seriamente preocupada. No podía permitir que su primogénito, el heredero a la corona de la mafia Siciliana, truncara su destino por esa… precisamente por esa, así que esperó a que nadie la viera salir y le ordenó a su escolta que la llevara al lugar que ya ambos sabían. Una vez dentro del auto, sacó el móvil de su costosa bolsa y marcó un número sin registrar. — Tenemos que vernos. — ¡Ya te he dicho que…! — Es importante — replicó con arrogancia y volteó los ojos —. No estaría llamando si no lo fuera — después colgó, completamente segura, de que la otra persona, al otro lado de la línea, iba a acudir a su encuentro. Mientras tanto, en el despacho de la mansión Gambino, se encontraban Remo, Marcelo y Savino. Trabajaban arduamente en la próxima entrega de todo tipo de armas, desde las más pequeñas hasta las más letales, por una cuantiosa cantidad, casi invaluable, de dinero sucio. Sus principales compradores provenían del gabinete presidencial. — Hagamos un
Una mucama llamó a la puerta despacio para cambiar las sábanas. Era la misma que había enviado Priscila para que la mantuviera informada de lo que pasaba en esa habitación esa madrugada, y al entrar, se quedó asombrada, no solo por el hecho de verlos dormidos, juntos, sino por la forma en la que sus manos, sin intención se entrelazaban. Entró con cuidado y dejó el juego de sábanas limpio a los pies de la cama, en el pequeño baúl, y al salir, echó mano a su móvil. Entonces llamó. — ¿Señora? — saludó al contestar. — ¿Qué quieres? ¿Para qué me llamas? — contestó Priscila con fastidio. Parecía agitada. — Bueno, lo que pasa es que usted me dijo que la mantuviese informada de lo que pasara con su hijo y esa muchacha. Priscila se ató el botón de su camisa de seda, se asiló un poco el cabello y se acercó a la ventana de aquella casucha privada. — Te escucho. La mucama le relató lo que había visto en la habitación, lo que inquietó y puso en alerta a Priscila. — ¿Tuvieron intimidad? — q
— Savino, necesito saber qué pasa en la mansión Cavallier ahora mismo — le pidió Remo a su escolta personal —. Quién entra, quien sale y lo que se habla dentro de sus paredes. ¡Quiero saberlo absolutamente todo! Savino asintió sin cuestionamientos e hizo una llamada rápida a su contacto en la mansión. Mientras tanto, Marcelo Gallo, que también se encontraba allí, miró a Remo con atención, y preguntó: — ¿Qué está pasando? — Nada, solo quiero estar un paso delante de mis enemigos. Marcelo guardó silencio por largos segundos, y aunque lo que sea que estuviese ocurriendo no le inquietaba o preocupaba, sabía que se trataba de algo más que eso. Y lo dedujo enseguida. — Lo saben…. ¿verdad? Saben que Marianné está aquí. Remo bebió un trago de su vaso de bourbon antes de responder, pero, al querer hacerlo, se escuchó un fuerte grito del exterior. Los tres hombres en aquella habitación se miraron entre sí antes de asomarse por la ventana del despacho y presenciar la figura de Valentino C
Remo rio, porque en el fondo, él sabía que una mujer como Marianné valía cada gota de sangre derramada, así que bastó que sacara su arma para que toda su gente lo respaldara. En el interior de la mansión, Marianné ahogó un jadeo de horror. — Tranquila, querida — le dijo la nonna Vittoria a Marianné con una sonrisa confortante. Ella sabía que su querido nieto no los expondría sin antes asegurarse de que mantendría la situación controlada, así que no se inmutó. — No estás en tu territorio, Valentino. No cometas el error de amenazarme, aun cuando no vienes con suficientes refuerzos — manifestó Remo con una tranquilidad perturbable. El gesto de Valentino se endureció. Miró a ambos lados de sus hombros, rabioso. ¡Carajo! Ordenó a sus esbirros que bajaran las armas. — Esto no quedará así, Gambino — amenazó — ¡Marianné es mía y no solo la tendré de vuelta, sino que la haré pagar dolorosamente por esta humillación! Remo fue invadido por un ser superior a él ante las palabras de Valentino
— ¿Cómo está la muchacha, querido? — preguntó la nonna Vittoria a su nieto cuando entró al comedor. Remo tomó asiento en su lugar, a la cabeza de la mesa. Lugar que había sido anteriormente de su padre, y antes de este, de su abuelo. — Bien, abuela, gracias por preguntar — le guiñó el ojo y colocó una mano sobre la suya. La nonna amaba las muestras de afecto de su nieto, y es que aunque los hombres de aquella familia eran fríos con sus mujeres, él había sido una maravilla excepción. — ¿Cuál será el lugar de esa mujer en la mansión? — preguntó Ginevra, llamando la atención de Remo. Remo suspiró, esperó a que las mucamas terminaban de servir la mesa y entonces la miró. — No tiene por qué tener un lugar para recibir y merecer el resto de todos. Ginevra alzó las cejas y esbozó una sonrisa irónica. — ¿Por qué habría de merecer mi respeto? ¡Por su culpa mi matrimonio no se llevó a cabo! — Marianné no tiene influencia sobre la decisión que tomé en cuanto a nuestro compromiso, Ginevra
Turbada, aunque incapaz de poder rechazarlo, Marianné recibió a Remo en su boca como si siempre lo hubiese estado esperando. Fue un beso casto, sin malas intenciones, uno que despertaba en ella nuevas emociones. Jamás había sido besada, verdaderamente besada, pero fue tal cual lo imaginó en sus pensamientos más reservados. Él sabía a fresco, a limpio, era una mezcla entre la menta y el rastro de un whisky caro, y lejos de molestarle, le gustaba, le gustaba muchísimo. Remo, por su lado, vibró ante el grato recibimiento. Estaba casi sobre ella, su cuerpo pegado al suyo y las manos enroscadas a sus caderas. Encajaba perfecta. Joder, nunca se había sentido tan hipnotizado, tan… lleno de vida. Pasó una mano por su espalda baja y estrujó la tela de su camisa, de pronto ansiando descubrir lo que se escondía debajo de ella. ¿Qué si lo hacía? ¿Qué si lo descubría…? De a poco, la fue arrastrando a la cama. Marianné no puso ningún tipo de resistencia, pues maravillada, se dejó guiar como u
La desnudó despacio. Le quitó la camisa y el sujetador. Tenía unos pechos preciosos, del tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Continuó con el pantalón y las pequeñas bragas de encaje que terminaron cayendo por sí solas en la alfombra de la habitación, a los pies de la cama. Asombrado con lo que sus ojos tenían frente a sí en ese momento, Remo se hincó ante la belleza fascinante de Marianné. Jamás se había rendido a los pies de una mujer… hasta que llegó ella. Posó las manos en sus caderas, y bajo la dulce mirada atenta de Marianné, Remo comenzó a besar su piel con ternura, saboreando cada pequeño lunar de su cuerpo, cada vello erizado y cada rincón que nunca antes había sido descubierto por ningún hombre, y que lo hizo sentir un ser superior a otros. Elevó el rostro. — Separa las piernas — le pidió. Marianné obedeció, completamente poseída, y acto seguido, sintió lo nunca imaginable: La lengua tibia de Remo entre sus labios íntimos. Sus ojos se abrieron de asombro y a