Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.
La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.
Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.
Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.
El cuerpo humano, sobre todo el cuerpo desnudo de un hombre me parecía no solo pecaminoso, sino desagradable a la vista, pero con el capitán, no es el caso. Es muy diferente un cuerpo joven y bien trabajado al cuerpo de un anciano y no quiero ni ahondar en la diferencia de tiempo y sensaciones que tienen los encuentros de uno con respecto al otro.
Mi cuerpo vibra ante cada toque y parece deshacerse en búsqueda de un mayor contacto.
¿Por qué Cielo mantiene los ojos tan abiertos? ¿Por qué centra su atención en partes tan específicas de la anatomía de este caballero que me llena de vergüenza? No entiendo a esta mujer, de verdad que no lo hago, pero la envidio. Mira con adoración aquella mirada gris y palpa sin limitarse el pecho y otras zonas las cuales yo no podría.
Ella se desvive por él. Realmente lo buscó toda su vida y por eso, ahora lo considera suyo.
Jadeos y suspiros escapan de nuestros cuerpos sin que alguno de los dos trate de ocultarlos. Envidio la determinación de esa mujer, esa fuerza que parece la impulsa, ¿será solo debido a la magia? Es una bruja, eso ya me quedó claro. Pero no creo que sea solo por eso.
La tanda de recuerdos que encuentro en su mente me enseña un poco sobre su mundo, su vida y todo es tan diferente al mío que la envidio. En ese mundo una mujer no solo es la sombra de un hombre, una mujer tiene poder, derechos y capacidad de actuar, tiene... libertad.
Libertad... qué sueño tan hermoso.
Por Dios, no. Otra vez lo están haciendo. Lo que hacen lo disfruto y sufro en partes iguales.
Cuando terminan de hacer el amor, vuelvo a sentirme extraña, entonces las dos sabemos lo que va a pasar aquí... voy a retomar el control de mi cuerpo.
—No te atrevas a tocarlo. Es mío —dice ella con firmeza—. Dile que ahora tú eres la duquesa, y que cuando llegue el momento, yo misma le explicaré todo.
No era necesario que lo dijera. Yo no podría mirarlo a los ojos... mucho menos entregarme a él. Aunque tomo el control, permanezco un largo rato con los ojos cerrados, fingiendo dormir. Poco después, siento cómo su respiración se hace más lenta, y es él quien cae en el sueño, abrazándome con suavidad.
Cielo, al fondo de mi conciencia, está tensa. Quiere quedarse, quiere vivir este momento, mientras yo me debato entre el deseo de escapar y el temor de despertarlo. Necesito cubrir mi desnudez, limpiar mi cuerpo... pero su abrazo me ancla. Finalmente, con paciencia y sigilo, logro deslizarme fuera de sus brazos.
Me visto con rapidez y me dirijo al riachuelo. Allí, el agua helada me despierta por completo. El murmullo constante del agua y el canto tímido de las aves del amanecer logran tranquilizarme. No escucho a Cielo, así que supongo que duerme, como el capitán. Es lógico, después del torbellino de emociones y energía de hace unas horas.
Mi cuerpo se siente extraño, especialmente esa parte íntima que ahora parece ajena, sensible. Pero en general, me embarga una sensación de paz extraña. Me siento en una raíz, dejo que mis pies toquen el agua y me quedo contemplando el fluir cristalino, mientras mis pensamientos se agolpan.
¿Tendré el valor para cambiar mis condiciones? La verdad es que no quiero vivir en la calle, pero después de lo que he visto y sentido tampoco me imagino volviendo a permitir intimidad con mi marido, no después de saber lo que es el placer. Se debo obediencia, eso hace parte del matrimonio, pero...me siento muy cobarde para afrontar esto, si tan solo pudiera dormir y nunca despertar eso sería perfecto para mí, no tendría alegrías pero tampoco sufrimiento.
No sé cuánto tiempo llevo allí, cavilando. Lo que sí sé es que Cielo vuelve a hablarme, con esa voz que siempre suena como si riera por dentro.
—Eres una chica muy triste. Supongo que por eso el universo me mandó contigo. Para enseñarte a divertirte... o quizás simplemente a vivir.
¿Cómo puede tomar esto con tanta ligereza?
—No te asusta estar aquí, ¿así? ¿Y si esta situación se vuelve permanente? —Estaba lista para vaciarle mis miedos cuando ella me interrumpe.
—Claro que no. Yo ya era una mujer vieja. Aunque no quería morir, estaba preparada. Esto, para mí, es una segunda oportunidad. Quizás fugaz, pero valiosa.
—¿Fugaz?
Siento que lo dice con una resignación serena.
—Sí. La extraña aquí soy yo. Compartir un cuerpo no es natural. Tarde o temprano, la naturaleza encontrará el modo de corregirse. Lo único que puedo hacer es vivir este regalo mientras dura. Ya lo conocí a él, y aunque no pueda tenerlo, no permitiré que lo tenga otra mientras yo esté aquí. Pero cuando me haya ido... quiero que tú lo cuides. No aceptaré a nadie más a su lado.
Sus palabras me helaron.
— ¿Qué clase de locuras estás diciendo? Soy una mujer casada. Y puede que, cuando todo esto termine... sea una mujer rechazada.
Cielo suelto una carcajada vibrante que resuena en mi mente como un eco de fuego.
—No mientras yo siga aquí, querida. Pienso aprovechar mi tiempo y dejarte en una mejor situación. Quizás... hasta viuda te vuelvas pronto.
¿Lo dijo en serio? ¿Insinúa que sería capaz de...? No amo a mi esposo, claro que no. Pero pensar en su muerte... ¿Y todo por dejarme al hombre que ella ama?
—No me importaría ceder mi cuerpo —le susurro, con una mezcla de emociones que no sé nombrar—. Tú sabrías aprovecharlo mejor que yo.
—No creo que eso sea posible —responde con dulzura—. Pero por ahora, necesito que te fortalezcas, que confíes en ti. Así que vamos a empezar con una lección básica de magia: sentir el poder que fluye dentro de ti.
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer
El desdoblamiento es un arte sutil que todo ser humano puede lograr, basta con guiar la mente hacia un estado profundo de relajación. Me acomodo nuevamente en aquella cama y comienzo mi preparación. Poco a poco, me dejo caer en ese suave abismo de inconsciencia, pero justo antes de perderme por completo, fuerzo a mi mente a permanecer alerta, permitiendo que solo el cuerpo repose.Siento que el peso se desvanece y flota. No quiero flotar. Podría perder el control, alejarme demasiado de mi cuerpo y terminar… quién sabe dónde. Con esfuerzo, intento mantenerme cerca del suelo, anclada.Esperaba ver proyectada la imagen de una mujer de sesenta y cinco años, como dicta mi edad, pero frente a mí se encuentra la versión de veinte, con una bata blanca tan sencilla como pura.Me invade una felicidad extraña al volver a verme así. No comprendo del todo el porqué. Varias teorías revolotean en mi cabeza, pero la más fuerte sostiene que, al haber estado cerca de cuerpos jóvenes, al haber visto y s
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la car
Después de eso no tuve la oportunidad de volver a verlo hasta que llegó el momento de la despedida. La duquesa fue quien se hizo cargo de la salida y despedida cordial. Por el momento yo solo pongo cuidado a las costumbres para no desentonar ahora que habrá más gente a nuestro alrededor.Es extraño que una escolta me espere, pero Elizabeth dice que eso es normal para ella. “Fuera de la residencia del gran Duque, rara vez estaremos solas”, dice.Mi musa la acompaña al carruaje, pero antes de ayudarla a subir toma su mano y la besa conservándola por un momento entre la suya, diciendo en voz baja.—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas y que en definitiva… no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira con asombro, pero asiente con una sonrisa verdadera.—Lo ha escuchado, Capitán.Sube al carruaje. Antes de partir mira por la ventanilla hacia el segundo piso de la casa, desde donde se distingue la silueta de una mujer que nos observa. Si
Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiv
Me tiemblan levemente las manos, pero debo controlarme. Le pido a la mujer que deje la bandeja sobre la pequeña mesa redonda y se retire. Percibo su desconcierto al ver las prendas sobre la cama, la puerta abierta y la bañera ya preparada. Aun así, no dice una palabra; se limita a hacer una reverencia rápida antes de marcharse.Le acerco su taza. Espero a que haya bebido la mitad antes de levantarme para ayudar a quitarse el calzado.—Se siente muy bien que me atiendas así —dice él, mientras se despoja de la camisa—. Pero yo termino solo, me rinde más. Lo que me urge es verte, desnuda, mi palomita blanca, y estar dentro de ti.Sus palabras son tan gráficas que siento repelús y fuera de eso está el término “palomita blanca”, lo detesto. El desgraciado se vanagloria de que fue él quien me desfloró. Desde entonces en la intimidad me dice que soy su “palomita blanca”.Aprovechando un descuido, vierto mi té en una matera junto a la ventana y dejo la taza de nuevo en la mesa.—¿Te parece si