20. INCREIBLE ACTUACIÓN

El rostro de Lady Catalina perdió todo el color de inmediato. Su marido, sin delicadeza alguna, la tomó bruscamente del brazo y la arrastró al interior de la casa. Mientras tanto, la duquesa Elizabeth solloza con desconsuelo sobre el hombro de su anciano esposo.

—La estrategia del momento se llama victimización —le explico a Elizabeth, mentalmente—. Lo que queremos lograr es simple, pero para eso necesitas mostrarte… así. Frágil, dolida. Y tú, querida, eres perfecta para el papel.

Por más que lo intente, yo no lograría parecer una mujer golpeada por la vida. Pero Elizabeth solo necesita ser ella misma y contar fragmentos del infierno que ha vivido hoy. Eso basta.

—Es tan injusto todo, esposo…

Ya en la sala, el alboroto obliga al duque a pedir una toalla húmeda. Una criada corre a buscarla, con la intención de refrescar el rostro de la duquesa y bajar el enrojecimiento del golpe.

—Parece que tu esposa fuera Lady Catalina —dice Elizabeth, llorando—. Es ella quien toma las decisiones en esta casa, y por eso ni siquiera los sirvientes me respetan. Esta mañana, si no fuera por el señor Charles, me habría muerto de hambre. Nadie quiso prepararme el desayuno… y luego esa mujer… me dijo cosas horribles... como siempre.

El duque la observa con asombro. No sabe cómo calmarla. No está preparado para tanto drama. Está claro que jamás imaginó el trato que su esposa ha recibido en silencio todos estos meses.

Y entonces, como un destello, se me ocurre algo. Después de haber visto tantos doramas y animé en mi vida pasada, una frase cliché resuena en mi mente. No tengo labios para sonreír, pero juro que lo haría.

—Quiero que le digas esto, palabra por palabra —le digo emocionada—. Vamos a ver si reacciona como en las telenovelas.

—Cada vez es más evidente que en esta casa no te respetan. Y faltarme el respeto a mí, es faltarte el respeto a ti. Soy tu esposa, se supone que soy una extensión de ti —dice, llevándose la mano dramáticamente a la frente—. ¡Oh, pobre de mí! Casada con un hombre que no es capaz de hacerme respetar.

El rostro del duque palidece. Elizabeth se deja caer contra el espaldar del sofá, escondiendo el rostro mientras un llanto desgarrador estremece la sala. Tiene talento, debo admitirlo. Entendió perfectamente lo que quería.

—Estoy sola en este mundo. Ni siquiera tengo a mi dama de compañía para secar mis lágrimas… y encima, soy una prisionera en lo que se suponía sería el hogar de una de las mujeres más felices del reino.

Esas palabras le salieron del alma. Nada fue falso. Solo que, por primera vez, se atrevió a decirlo en voz alta. Lástima que con la cara enterrada en el mueble no pueda ver la expresión del duque. Me encantaría saber cómo luce en este momento.

—No digas eso, palomita —susurra él con ternura.

Solo Elizabeth lo escuchó, pero aun así sintió su rabia crecer con ese apodo tan… terrible.

Afortunadamente, solo Elizabeth lo escuchó y aun así sentí crecer la rabia en su pecho ante ese apodo.

Hasta ayer, me preocupaba cómo recargar mi energía mágica. No puedo permitirme quedarme sin reservas en este lugar tan incierto. Por eso sugerí lo del amante. Pero viendo la fuerza emocional de Elizabeth, los acontecimientos del día me han llenado hasta rebosar. Y ni siquiera ha llegado la hora del almuerzo.

—Eso lo solucionaremos hoy. Dime qué quieres que haga.

La duquesa levanta lentamente su rostro, húmedo y enrojecido, del mullido respaldo para mirar al viejo con una seriedad inesperada. Hemos tocado su ego. Su único poder real, ese que le da su título nobiliario, ha sido puesto en duda ante todos.

—Quiero el control total de mi hogar. Quiero que me transfieras la mesada de duquesa que me corresponde, y que se la quites a Lady Catalina. Quiero una escolta permanente para poder salir y gastar ese dinero como la dama de alta alcurnia que soy. Quiero ser la envidia de la sociedad, como se supone que debo ser.

Toma por fin el pañuelo que el duque le había ofrecido antes. Se limpia las lágrimas, se suena con fuerza y ​​respira profundamente para continuar.

—No me opongo a que ella se encargue del trabajo que no tenga que ver con la mansión, siempre y cuando yo la supervise. Al fin y al cabo, vive en tu casa, con su marido, y come de tus alimentos. Es justo que ayude en algo.

El duque parece considerar sus palabras. Estoy impresionada. Esta chica me está llenando de orgullo.

—Le rebajaré la mesada entonces.

Elizabeth vuelve a llorar, con el mismo dramatismo que antes, y se recuesta al sofá como si el mundo se le viniera encima.

— ¿De verdad tienes algo con ella? ¿Acaso comparte tu cama y yo no lo sabía? ¡Soy tan infeliz!

Estoy anonadada. ¡Qué escena! Me siento como viendo una obra de teatro con palomitas en mano.

—Yo… ¿Con Lady Catalina? —dice el duque, horrorizado—. ¿Cómo puedes pensar algo así?

—La defienden. Una vez más, la pones por encima de mí. Pareces deberle favores a esa mujer, cuando debería ser al revés. ¿Acaso fue ella quien te cuidó en mi ausencia?

No necesito televisión. Solo un poco de vino y algo salado.

Casi siento pesar por el viejo. Una gran verdad es que al pasar de los años tendemos a volvernos más sentimentales y a aferrarnos a las cosas que creemos le dan sentido a nuestras vidas. Luego me río de mí misma... Mentiras, no siento pesar, pese a lo vulnerable que se ve en este momento, la verdad es que es un asqueroso que se aprovechó de la ambición de una familia y compró a una niña para hacer interesante el poco tiempo que le queda de vida, no importándole el daño que causaba.

—No, no es verdad.

—Entonces demuéstrale a todos que estás de mi lado.

No tengo duda de que el duque cederá completamente ante ella, pero por mi parte, aún quiero ver más drama. A mi mente llegan entonces escenas de un encuentro caliente en el jardín entre Lord Marcus y una mujer de senos esponjosos.

—Todos sabrán que solo yo tengo poder sobre ti y que todos son inferiores a ti —dice por fin el hombre.

—Increíble actuación —le digo a Elizabeth— ¿de dónde salió tanta motivación?

—Llevo mucho tiempo pensando en que fuera de los muros de esta mansión todos me creen una arribista y nada puedo hacer para evitarlo. Entonces, si de todas formas van a pensar así de mí, les daré razones para que de verdad lo hagan. Vamos a portarnos como la gran duquesa engreída y mimada que todos esperan que sea.

Y el escenario frente a mí sigue mejorando. No pensé que la pequeña motivación que le di esta mañana con lo de las empleadas fuera a rendir frutos tan abundantes, pero me encanta.

—Ya tienes al duque en tus manos —le susurro a Elizabeth, encantada—. Ahora dime… ¿Te apetece jugar un rato a torturar a Lady Catalina?

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