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21. UNA MANSIÓN TAN GRANDE Y SIN NIÑOS

— ¿Torturar? —replica con voz temerosa—. No quiero hacerle daño a nadie, no de verdad.

Río suavemente, con ese deje entre la burla y la ternura que me provoca su actitud. No sabía si llamarla inocente o sencillamente ingenua.

—Cambiemos el término, entonces —propongo—. Llamémoslo atormentar. Ejecutaremos ataques psicológicos contra esa mujer —aclaro, como quien enseña con paciencia.

—¿Ataques psicológicos?

En serio, si estuviera en control del cuerpo pondría los ojos en blanco. ¿Piensa repetir todo lo que digo? Porque si es así, esta conversación será eterna. Inhalo y exhalo recordándome que este mundo es en algunos sentidos más inocente que el mío y sobre todo las mujeres.

—Existen muchas formas de causar daño a alguien y nosotras las mujeres somos expertas en el daño psicológico. Te daré un ejemplo: desde que llegaste a esta casa Lady Catalina no ha dejado de actuar como la dueña y al ser tu más joven que ella, te ha hecho creer que de verdad ella es más importante, más inteligente o más habilidosa. Solo que ella creó la duda en tu mente y no luchaste contra eso, hasta ahora. Nunca te había hecho daño físico, pero si torturaba tu mente con su trato el cual se extendió a los empleados haciendo que te sintieras más insegura.

Sus ojos se entornaron, pensativa. Mis palabras hacen mella en ella, lo sé. Y eso es perfecto. Poco a poco comienzo a percibir un cambio en ella… y sé que los demás también lo notan.

Ya casi es hora de almorzar y tendremos una gran cena familiar, así que estamos en nuestra habitación retocándonos para la ocasión. El duque entendió que necesitaba descansar un rato y esperar a que la hinchazón de mis ojos menguara, así que ese tiempo fue muy bien aprovechado para instruir a mi pupila.

—Además del hecho de que su marido la engaña con una mujer de senos descomunales —comento con un deje de diversión venenosa—, ¿qué más sabes de Lady Catalina?

Mientras se retoca el maquillaje arruinado por el llanto, Elizabeth busca en su memoria. Finalmente, responde:

—No hablo mucho con ella, pero… aunque es muy capaz y organizada, siempre parece amargada, negativa. Y ahora que lo pienso, junto a su marido, se muestra terriblemente insegura. Nunca levanta la cabeza.

¡Ah! Oro puro. Tal vez ella aún no lo comprenda, pero lo que acababa de decir es un tesoro.

— ¿Alguna vez los has visto cariñosos? ¿Un gesto tierno, una caricia siquiera?

La pregunta la toma por sorpresa.

—No… nunca. Ahora que lo mencionas, ni una mirada cálida entre ellos.

Casi podía saborear lo que se avecinaba esa noche. El golpe que recibiría Lady Catalina —sin que ni siquiera lo viera venir— sería tan exquisito, tan devastador, que una chispa de placer recorrió mi cuerpo. No era lógico, lo sabía, pero esa anticipación me embriagaba. Siempre lo hacía, cuando sabía que alguien sufriría… y que yo sería la causa.

—Tengo un plan —dije, con una sonrisa que ella no pudo ver—. Y necesitaremos un poco de ese té especial que le dimos al duque.

╰───────✧────────╮

—¿Estás más tranquila, palomita? —pregunta el duque cuando paso por su recámara camino al comedor.

—Mucho mejor, gracias al duque, que ha sabido hacerme sentir apoyada —responde Elizabeth con una tímida sonrisa.

—Hablé con mi hijo y con su esposa; todo está en orden ahora. Tu escolta estará lista mañana y, en cuanto a tu dama de compañía… mientras descansabas, pasó la señorita Odeth. La he recontratado, por supuesto con mejores honorarios. Iniciará mañana mismo. Te atenderá como mereces.

Sus palabras llenan de dicha a Elizabeth y hacen que una sonrisa real adorne sus labios y con ello se enternezca el corazón del duque.

—Pídeme lo que deseas, solo dilo —dice él, tomando la mano de Elizabeth y besándola con ternura.

Al llegar al comedor, todos se levantaron en señal de respeto y no volvieron a sentarse hasta que lo hicieron el duque y Elizabeth.

—Espero que podamos disfrutar de un almuerzo tranquilo —anuncia el patriarca con tono solemne—. Es el primer almuerzo en familia desde el regreso de mi preciada esposa.

Para asegurarse de que todos vieran el gesto, vuelve a besar la mano de su esposa. Elizabeth, siguiendo el juego, responde con una sonrisa dulce y agrega con voz suave:

—Por mi parte, todo está olvidado. Somos una familia; Debemos esforzarnos por llevarnos bien.

La respuesta fue un murmullo de sonrisas falsas y asentimientos hipócritas.

El almuerzo avanza con tranquilidad

Las miradas incómodas pasean de un lado a otro, pero yo solo trato de descifrar a la figura nueva para mí. Un hombre de presencia extraña cuyo nombre es Lorenzo y que es el hijo mayor del duque.

—Propongo un brindis —dijo al finalizar el almuerzo—. Por la duquesa, y por el milagro que nos ha permitido tenerla de nuevo entre nosotros.

Las copas se alzaron, pero algo en su tono y en su mirada me produjo un ligero escalofrío. ¿Sarcasmo? ¿Rencor? No era solo mi imaginación.

Poco después, dos empleadas comenzaron a retirar los platos. Una de ellas, sin el menor recato, se inclinó con excesiva soltura frente a Lord Marcus, ofreciéndole una visión bastante generosa de sus encantos. Lady Catalina se removió en su asiento, incómoda, aunque no dijo nada.

—Cambiemos de sitio —le susurro a Elizabeth—. Acabamos de descubrir a la amante de Lord Marcus.

—¡Claro que no! No sabes nada de etiqueta en la mesa —dice, paranoica—. Además, no debes provocar un escándalo.

—Pero si ya terminamos de almorzar. Solo queda el vino. Y no haré ningún escándalo. Solo quiero ver qué puedo averiguar de ese tal Lorenzo —respondo, refiriéndome al misterioso primogénito. Qué nombre tan disonante para un título nobiliario… Lord Lorenzo.

Necesito comprobar una sospecha. No quiero explicarle nada aún a Elizabeth. A regañadientes, me cede el control del cuerpo.

—Esta mansión es tan grande y los jardines tan hermosos… Es una lástima que no haya niños corriendo por aquí —digo con una expresión de inocente melancolía, dirigiéndome al duque.

Él gira la mirada hacia sus hijos, con una severidad que congeló el ambiente.

—Tienes toda la razón, querida. Marcus, Catalina… ya llevan dos años de casados. Es hora de que me den un nieto. Y tú, Lorenzo… debería darte vergüenza de que tu hermano menor se casara antes que tú. Necesito que elijas esposa.

El comentario cae como una bomba en la mesa. Nadie lo esperaba. Ni siquiera yo, hace apenas diez minutos. Pero me encanta.

—¡Oh, qué vergüenza! —exclamo, cubriéndome los labios con las manos—. He hablado sin pensar.

—No te avergüences, querida —responde el duque con una sonrisa paternal—. Quienes deben avergonzarse son mis hijos, que siendo ya hombres hechos y derechos, aún no han dejado su semilla en el mundo.

Su mirada se endurece al posarla sobre Lord Marcus.

—Desde ahora, hasta que me des un nieto, llegarás temprano a casa. Te encerrarás con tu esposa en la habitación y le harás el amor tanto como sea posible. No me importa si le sacas los ojos de lo duro que le das, pero no pararás hasta que me des la feliz noticia. ¿Está claro?

Fue tan difícil controlar la risa ante la imagen que pintó el viejo que debí esconder el gesto que sin duda mis labios hicieron tras el abanico. ¿Recuerdan que les dije que me excita ver sufrir? Prácticamente me humedecí al ver que el color que había perdido el rostro de Lord Marcus lo había ganado Lady Catalina. Ninguno de los dos quiere cumplir esa orden.

Sin duda ese fue otro matrimonio no concertado, pero esta vez, ninguno de los dos le está sacando el gusto a la situación.

—Tal vez pueda ayudar a Lord Lorenzo —digo de pronto como si hubiera tenido una epifanía y atrayendo todas las miradas—. Podríamos organizar algunas fiestas de té en la mansión y, quizás, un gran baile. Sería una buena forma de que conozca a jóvenes que puedan ser de su agrado —añado, dirigiendo una sonrisa resplandeciente hacia Lorenzo.

—Tú… —empieza a decir Lorenzo, visiblemente irritado, pero su padre lo interrumpe antes de que pudiera continuar.

—Es una idea fantástica. Quedarás encargada de ello, querida.

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