Avanzo y el mundo parece moverse de forma vertiginosa. No tengo idea de dónde está mi musa, pero mi esencia lo busca y encuentra. Aparezco en una habitación amplia en la cual está dispuesta sobre la cama, sus ropas de dormir. Mi mirada se desliza por el espacio con anhelo: debe estar cerca.
Una puerta abierta revela lo que intuyo es el baño. Me acerco en silencio y entonces lo veo, reflejado en el espejo. Me detengo, sin atreverme a avanzar. No quiero sobresaltarlo. Podría ser peligroso interrumpirlo en medio de… eso.
Tiene el rostro cubierto de espuma, y en su mano una navaja antigua, afilada y elegante.
Se está afeitando, de esa forma arcaica que solo había visto en viejas películas o en caricaturas de otro tiempo. Observa su propio reflejo con una concentración casi ritual. Desliza la cuchilla con precisión sobre su piel, sin lastimar su piel, y luego limpia el filo con un paño antes de repetir el movimiento.
Debo admitirlo: es hipnótico.
Ese acto íntimo, tan masculino, tan cotidiano y, sin embargo, tan cargado de sensualidad, me hechiza.
Me fascina verlo así.
Lamento haberme perdido el momento del baño, aquel en que el agua recorría su cuerpo, pero agradezco que aún solo una toalla lo proteja del mundo. Verlo así es un deleite. Y duele no poder rodearlo con mis brazos, besarle la nuca, sentir el calor de su piel contra la mía.
Cuánto daría por poder estar aquí, con cuerpo y no solo alma. Por hacerlo mío. Por dejarle saber cuánto lo deseo.
Pero no puedo.
Aún no.
Tendré que conformarme con este pequeño tentempié visual, esta ilusión que no puedo tocar.
Enjuaga su rostro, se gira y se encuentra conmigo, de pie, a pocos pasos de la puerta. El asombro cruza fugazmente su rostro, antes de que recupere la compostura.
—Te dije que nada de brujería ni cosas extrañas —dice reponiéndose y pasando por mi lado.
—Esto no es propiamente brujería —me defiendo caminando junto a él— pero admito que no es algo muy “común”.
Me observa de pies a cabeza con curiosidad por un momento y eso me agrada.
—¿Esa es tu verdadera apariencia? —pregunta mientras toma una prenda y la usa para cubrirse, sin que la toalla ni siquiera se mueva. Qué lástima.
—Es la apariencia que tenía cuando era joven —confieso con una media sonrisa—. ¿Te agrada?
Se detiene, intrigado. Sus ojos se clavan en los míos.
—Eres hermosa, lo admito. Puede que incluso más que la duquesa. Pero no entiendo… ¿“cuando eras joven"?
Titubeo un segundo. Podría mentir. Podría no haber dicho nada. Pero no sé cuánto tiempo me queda aquí, y no quiero irme con nada guardado. Quiero que lo sepa todo. Quiero que me vea.
—Termina de vestirte. Así me distraeré menos… y podré contarte mi historia.
Sus labios se entreabren, tal vez para protestar, pero se contiene. obedece. Se viste en silencio, luego se recuesta con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, expectante.
No puedo sentarme, pero tampoco me canso. Soy solo una proyección, así que no genero sombra y tampoco tengo problemas con permanecer de pie por largo rato.
—Mi nombre es Cielo Seraphina Holloway y esta es mi historia…
Le cuento todo. Cómo descubrí la magia, mi nada bonita historia familiar, mi época de rebeldía y desenfreno y termino con mi encuentro casi mortal con una bruja más joven y la apertura de mis ojos en esta nueva realidad. Todo el relato, su rostro permaneció inexpresivo y eso me descoloca.
No sé si le disgusta, le asusta, le causo repulsión debido a mi verdadera edad o simplemente le soy indiferente. Aunque hay un vínculo que nos une, él es un experto en no dejar filtrar sus emociones, mientras que, por el contrario, en ese sentido soy como un libro abierto.
Él puede sentir mi angustia, mi odio, mi alegría y hasta mi excitación. Reprimirme nunca ha sido lo mío.
—Interesante. Si no hubiera visto todo lo que he visto, te tomaría por loca —afirma masajeando su sien— ¿Y dices que pronto desaparecerás de aquí?
Su mirada gris se clava en mí y me parece tan fría que por primera vez me asusta. Trato de no demostrarlo, soy la mayor aquí, no debería dejarme amedrentar, pero no lo puedo evitar.
— ¿Cuáles son tus planes exactamente? —pregunta con filo—. ¿Cómo se supone que encajo yo en todo esto?
—¿Qué…? —balbuceo, desconcertada.
Teniendo en cuenta lo santurrona de esta época y lugar, esperé reproches por mi vida desordenada y promiscua, rechazo debido a la diferencia de edad o a mi naturaleza mágica, pero, en cambio, recibo una pregunta que me hace pensar que él de verdad se está planteando aceptarme.
—Das por hecho que vas a morir, que vas a desaparecer de este mundo —continúa con dureza—. ¿Por qué me buscaste entonces? ¿Solo querías acostarte conmigo unas cuantas veces antes de desvanecerte? Eso lo podrías tener con cualquiera.
Tiene razón. Es una verdad brutal.
Una que no había querido mirar de frente.
Una que me desgarra.
—¿Esperas que te tome de amante hasta que eso pase? ¿Y luego qué? —dice parándose frente a mí —¿hago de cuenta que nada pasó? Habremos afectado la vida de la duquesa, habrá quedado ella con la cabeza revuelta de imágenes y de paso… yo también. Porque aunque ese es su cuerpo… no eres tú.
Si las proyecciones pudieran llorar, lo haría.
—No puedo hacer nada —susurro, temblando—. Si pudiera quedarme, lo haría. Jaime… tú fuiste mi sueño. Durante más tiempo del que puedes imaginar.
Él levanta una mano como para tocarme, pero su piel traspasa la mía sin encontrar sustancia. Me duele más que un golpe.
— Entonces, ¿de qué te sirve ser una bruja poderosa? —pregunta con amargura.
Levanto el rostro, obligándome a sostener su mirada.
Ya no es una mirada fría la que veo. Es herida.
Y ahora entiendo: no es desdén… es dolor.
—Le diste vuelta a mi mundo, Cielo —dice en voz baja pero firme—. Y ahora pretende desaparecer.
—Si no planeas quedarte… o al menos luchar por hacerlo, entonces no vuelvas a aparecer frente a mí.
Sus palabras me atraviesan como una daga bien lanzada. Aguda. Certera.
—No puedo —respondo con un hilo de voz—. El cuerpo es de Elizabeth, y…
—No me des excusas cobardes —interrumpe, con los ojos encendidos—. Creí que eras distinta. No tengo ningún interés especial en la duquesa. Disfruté de su cuerpo, sí. Pero nada más. Una vez que no estés tú, no hay forma en que yo me quede a su lado fingiendo. Ella pertenece a otro.
Hace una pausa. Su voz se vuelve grave. Íntima.
—Pero si tú estás aquí… puedo encontrar la manera de cuidar de ambas.
Lo dice con tal fuerza en la mirada que mi alma vibró. No me disgusta la idea de compartirlo solo si es con ella.
Aunque dudo mucho que la duquesa esté de acuerdo.
Y yo…
¿Podrías realmente encontrar la forma de quedarme?
Poco probable. Pero por primera vez, lo deseo con una fuerza que me da miedo.
El hilo dorado se tensa, tirando de mí. El llamado es ineludible.
Solo alcanzo a susurrar:
—Sabrás de mí…
Y me desintegro, absorbida de nuevo por el cuerpo de Elizabeth.
Hola grupo. Me gustaría saber que opinan de esta historia hasta el momento.
Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto… y me asusta, pero también me emocionaNunca tuve oportunidad de elegir algo por mí m
Siempre me consideré una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y, como tal, jamás me faltó nada. He vivido rodeada de comodidades, atenciones y elogios que me han acompañado desde la infancia. Para dicha mía, la gente suele hablar con aprecio de mi temperamento apacible, y no son pocos quienes alaban mi belleza.Sé que puede sonar presuntuoso que lo diga yo misma, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más profundo que los de mi padre, no pasan desapercibidos, y mi cabello, largo y castaño como las tardes de otoño, cae con suavidad sobre una piel clara que, según dicen, recuerda a la porcelana. Más de una mirada se ha posado en mí durante los paseos por los jardines o los salones, bajo la orgullosa mirada de mis padres.Siempre supe que mi matrimonio sería una tarea sencilla para ellos. Un buen esposo no sería difícil de encontrar. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma, aún albergaba la esperanza —tal vez ingenua, pero sincera— d
Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr
Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, p
Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me