Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.
No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.
No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.
Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, permitirme disfrutar de los atributos que la providencia le había otorgado con tanta generosidad. Ella tiene un lugar en el mundo, una familia, un hombre al que pertenece, y no me corresponde ni un solo ápice de lo que le ha sido dado. Yo mismo no toleraría que alguien osara posar los ojos en lo que es mío; por eso, sus palabras, su pregunta y la respuesta que les siguieron, me golpeó con la fuerza de un vendaval:
— ¿Qué cree que será de mí una vez que vuelva al ducado? Usted, al igual que yo, señor Jaime, sabe que la gente es implacable. Tendrán teorías sobre todo lo que he vivido y, lamentablemente, algunas de ellas serán ciertas.
¿Acaba de sobrevivir a esta experiencia y ya piensa en lo que dirá la sociedad? La idea me resulta absurda. Deduzco, por el estado de sus ropas, por su belleza y por lo bien que conozco la bajeza de ciertos hombres, los horrores que debrá soportado. Pero nada, absolutamente nada, es más importante que seguir con vida. Estoy a punto de objetar cuando la duquesa continúa:
—Y sobre todo, ¿cuál supone que será la nueva actitud del duque hacia mí al saber que alguien más ha puesto sus manos sobre su esposa?
No esperaba que su reflexión llegara tan lejos, pero tiene razón. Hay hombres que, pese a haber fallado en su deber de proteger a los suyos, condenan a las víctimas. Todo parece indicar que el duque es uno de ellos.
La aristocracia no es fuerte en esta parte del mundo; algunos que ostentan títulos carecen incluso de fortuna. Pero ese no es el caso del duque Quiroga. Su poder y riqueza son incuestionables, lo que hace aún más evidente que el fallo de protección ha sido enteramente suyo.
Por primera vez, me permito observar atentamente a la duquesa. Es muy joven, apenas debe rozar los diecinueve años. Su piel es nívea, su cabello castaño aunque desordenado, cae en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos... Sus ojos son de un azul tan claro y cristalino que, incluso, superan en luminosidad a los de la señorita Rebeca. Su apariencia es angelical, un rasgo acentuado en este momento por la expresión de indefensión que empaña su mirada y el deplorable estado de sus ropas.
No puedo evitar sentir compasión por ella. Es una verdad triste, pero innegable: no todas las familias velan por el bienestar de sus hijas, y este, parece ser uno de esos casos. Ha sido entregada a otro hogar sin respaldo, sin una red de protección. Y cuando el duque la abandone—porque lo hará, aunque no inmediatamente también por razones sociales—, su "manchada reputación" le arrebatará cualquier posibilidad de rehacer su vida.
Aun así, tampoco es correcto que acceda a su petición. No porque tema perder la recompensa del duque, sino porque ahí afuera, sola y vulnerable, alguien se aprovechará de ella. Es demasiado hermosa, demasiado joven... y si no tiene cuidado, terminará en una casa de mala muerte, obligada a Dios sabe qué. No. Sus posibilidades son mayores si intenta regresar a su hogar.
Por eso, me aventuro a expresar mi opinión:
—Sé que esta no es una situación fácil, duquesa, pero saldrá adelante. Usted es joven y bella, sí, pero no es solo eso. Lo que acaba de hacer no es algo que cualquiera haría. Esa decisión ya la ha marcado de por vida. Una mujer que deja de ser víctima siempre encontrará la manera de sobresalir. Estoy seguro de ello.
Me observa entonces con una intensidad que me toma por sorpresa. Un delicado rubor cubre sus mejillas, y en ese instante deseo que mis palabras lleguen hasta ella, que la impulsen a actuar, a mostrar al mundo la fuerza que ahora sé que posee.
Pero no dice nada. Súbitamente aparta la mirada, avergonzada.
—¿Duquesa? ¿Se encuentra bien?
Dudo. Tal vez no debí expresarme así. Quizás haya entrado en shock. Lo último que necesito es un ataque de histeria, lo que más detesto de las damas de sociedad.
Sin embargo, antes de que pueda reaccionar, ella retrocede y, con un suspiro tembloroso, su cuerpo cede. Apenas logro sostenerla antes de que toque el suelo.
—¡Duquesa! ¡Duquesa! ¿Me escucha? —la llamo con urgencia, acomodándola entre mis brazos.
Su cabeza descansa contra mi pecho, y el calor de su cuerpo se filtra a través de mi camisa, provocándome una extraña sensación. Entonces, con un murmullo apenas audible, sus labios se abren:
—Necesito un baño y cambiarme de ropa —musita.
Parpadeo, sorprendido.
—¿Podría vigilar el área mientras lo hago?
—Pero acaba de desmayarse. Podría ser peligroso —objeto, aún perturbado por la sensación que me recorre.
—Le aseguro que estoy perfectamente bien.
Levanta el rostro y busca mi mirada. Me quedé inmóvil. Hay algo distinto en sus ojos... un fulgor azul, un destello etéreo que no estaba allí antes.
—¿Podría soltarme? —pregunta con un leve deje de desafío—. Soy más que capaz de valerme por mí misma.
¿Qué acaba de pasar? ¿De dónde salió la fuerza que reflleja su mirada? No entiendo. Pero, aún confundido, la suelto y me giro hacia mi tula.
—Puede ponerse esto —digo, alcanzándole unas prendas—. Son las más pequeñas que llevo conmigo.
Ella las toma con una sonrisa, una sonrisa que, de forma inequívoca, tiene la intención de desarmarme. Y para mi sorpresa, lo consigue. No soy un niño, hace mucho que me considero un hombre diestro con las mujeres, pero esto... esto se siente diferente.
—Gracias —susurra.
Intento disipar la extraña intimidad que ha comenzado a envolvernos.
—Después del baño le prepararé algo de comer. Debe estar hambrienta.
Ella me mira, y en sus ojos hay una chispa que aviva mi imaginación.
—Claro —responde, con una voz aterciopelada que deja un eco inquietante en mi pecho—. Después del baño.
NOTA DE AUTOR
Rebeca es la protagonista de AMOR SALVAJE, novela en la cual Jaime es solo un personaje secundario.
Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me
El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.Ella extiende una mano
Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.El cuerpo humano, sobre
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer
El desdoblamiento es un arte sutil que todo ser humano puede lograr, basta con guiar la mente hacia un estado profundo de relajación. Me acomodo nuevamente en aquella cama y comienzo mi preparación. Poco a poco, me dejo caer en ese suave abismo de inconsciencia, pero justo antes de perderme por completo, fuerzo a mi mente a permanecer alerta, permitiendo que solo el cuerpo repose.Siento que el peso se desvanece y flota. No quiero flotar. Podría perder el control, alejarme demasiado de mi cuerpo y terminar… quién sabe dónde. Con esfuerzo, intento mantenerme cerca del suelo, anclada.Esperaba ver proyectada la imagen de una mujer de sesenta y cinco años, como dicta mi edad, pero frente a mí se encuentra la versión de veinte, con una bata blanca tan sencilla como pura.Me invade una felicidad extraña al volver a verme así. No comprendo del todo el porqué. Varias teorías revolotean en mi cabeza, pero la más fuerte sostiene que, al haber estado cerca de cuerpos jóvenes, al haber visto y s
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la car