12. EL HOGAR ORTEGA

Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.

En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.

—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.

—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguera ni en algo peor.

La señora Enola, madre de Iván Felipe, nos recibe en el umbral. Sus ojos, inquisitivos, se detuvieron con visible disgusto en la inusual vestimenta de mi acompañante. No es común ver a una dama vestida con pantalones. Pero bastó con que le explicara la situación y revelara la identidad de la duquesa para que su expresión se transformara por completo. Con una reverencia solemne, propia del rango de mi acompañante, inclinó la cabeza con deferencia.

—Sígame, por favor, su excelencia. Le prepararemos un atuendo adecuado y podrá disfrutar de un baño reparador mientras ellos conversan y su escolta se dispone.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Esa mujer es, sin lugar a dudas, un ser profundamente desagradable. Aunque permanezco atrapada en el interior de Elizabeth, su aura oscura se filtra como humo denso, imposible de ignorar. Por suerte, no es una bruja. Si lo fuera... prefiero no imaginar las atrocidades de las que habría sido capaz. Hay en ella un halo inconfundible: esa negrura sutil que envuelve a los corazones desprovistos de piedad.

Elizabeth lo percibe también. Pero en lugar de retroceder, esboza una sonrisa forzada y adopta una actitud altiva, cosa que jamás habría creído posible en ella.

—Puedo serlo —me dice con aire contenido—. Desde pequeña me enseñaron a tratar con distancia a las clases sociales inferiores. Lo que ocurre es que, normalmente, elijo no hacerlo.

Subimos las escaleras justo a tiempo para ver cómo mi musa se desliza por una puerta acompañada por el capitán Ortega, el amigo de mi compañero. A diferencia de su madre, ese hombre transmite una nobleza silenciosa... aunque es un lobo. Qué se le va a hacer: no todos pueden ser tan perfectos como mi Jaime.

—Puede usar esta habitación —anuncia con amabilidad la señora Enola—. Todo está dispuesto. Si necesita algo más, toque la campana y la criada la atenderá.

—Así será, señora Enola —respondo, con una sonrisa que no llega del todo a mis ojos.

Apenas se cierra la puerta, buscamos la cama con ansias. Este cuerpo, aunque joven, ha sido mimado con ciertas comodidades como dormir en camas suaves... y si le sumamos el ejercicio extra de anoche, la pobre se siente maltratada.

Me resulta extraño que se bañe sin música, sin acondicionador, sin jabón delicado para su zona íntima. Ni hablar de un secador para el cabello. Adaptarme a este mundo será, sin duda, un desafío mayor del que anticipé.

Salimos del baño cuando noto que he alcanzado cierto umbral de energía. Es el momento perfecto para una prueba.

—Veamos si podemos intercambiar lugares a voluntad —le digo a Elizabeth mentalmente—. Necesito que me digas qué sientes.

Canalizo mi energía hacia un punto de su mente y, en seguida, siento ese tirón peculiar, como si un hilo invisible me arrastrara.

—Es extraño... siento que, si quisiera, podría dormir —me responde, confirmando así mi teoría.

Yo, en cambio, no siento sueño. Solo esa fuerza que me hala, como si ella decidiera abrirme la puerta de su cuerpo. Supongo que es natural: al fin y al cabo, este cuerpo le pertenece. Reafirma mi teoría de que, tarde o temprano, cuando esta anomalía sea corregirá soy yo quien saldrá de aquí.

—Dormiré un rato. Despiértame si me necesitas —dice antes de desaparecer en un rincón apacible de mi conciencia.

Sí, podemos dormir desde "el otro lado". Incluso podemos dormir ambas al mismo tiempo si así lo deseamos.

Termino de secarme y entonces lo veo: un espejo de cuerpo entero, robusto, enmarcado en madera que parece hacer juego con la gran cama. Dejo caer la toalla y me acerco, desnuda, sin pudor.

Elizabeth ha sido bendecida por la Madre Naturaleza. Su busto generoso, sus caderas amplias y piel blanca... son el tipo de cosas que roba miradas y corazones. Con su largo cabello castaño y esos ojos azules profundos, sería una sensación en mi plano, tal como lo fui yo.

La contemplo con una sonrisa cargada de nostalgia. Me recuerda a mi yo de juventud, solo que más inocente. Físicamente podríamos haber pasado por hermanas... incluso por madre e hija, si la vida hubiera seguido otros senderos para mi.

Me visto con calma, aunque esa cama me llama como un amante paciente. Pero mi estómago ruge. Así que hago sonar la campana y pido que me traigan algo de comer. No deseo enfrentar la conversación insípida de aquella mujer en el comedor. Además, la palabra criada me resulta ofensiva. En mi mundo, suena a una humillación.

Tras una comida de sabor mediocre, me recuesto. La cama es amplia, demasiado. Sería perfecta si mi Musa estuviera aquí. Dormiría mejor si pudiera sentirlo a mi lado.

—Ahhhh —me quejo en voz alta—. ¡Este silencio me está matando!

Necesito música. O ruido de autos, un televisor encendido. Algo, lo que sea, que me ayude a calmar esta mente hiperactiva. Este mundo es... ensordecedoramente silencioso.

Y pronto deberemos emprender un largo viaje en carruaje hasta ese lugar al que llaman ducado. Un carruaje, supongo que debe ser lo mismo que un coche... jamás he montado uno. En mi época solo se usan para bodas o para paseos turísticos junto al mar, y aún así, dudo que sean iguales a los de mi hogar.

Doy vueltas. Mi cuerpo arde de energía contenida. Mi Musa me pidió que no usara magia... pero desdoblarme para ir a verlo no es estrictamente magia, ¿cierto?

Pronto tendré que separarme de él. Y hasta que llegue ese momento, quiero verlo todo el tiempo que me sea posible. Quiero tocarlo con la mirada, robarle un instante con el alma.

Así que allá voy. Necesito decirle que estoy aquí. Que lo deseo. Que lo necesito.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App