—¿Y si cambiamos el té por un vino? —pregunto mientras extiendo una copa llena de un exquisito Cabernet Sauvignon—. Tu padre guarda verdaderas joyas en la cava.
Él acepta la copa sin protestar, con un gesto que mezcla curiosidad y algo más… ¿Expectación?
—Quiero que la mires —le indico mientras me acomodo a su lado—. No te alejes. Tranquilo… ya sé que entre nosotros no habrá nada.
Hay temor en sus ojos, pero también esa chispa, el anhelo de alguien que aún no sabe cómo confiar, pero quiere hacerlo. Debo admitirlo: en mi mundo tenía muchos amigos homosexuales, y los extraño profundamente. Siempre fueron mejores amigas que muchas mujeres. Más leales. Más libres.
Mis palabras inician el conjuro sin perder de vista el vino que ahora será la pantalla que mostrará a este hombre la escena recuerdo que se dibuja en mi cabeza.
Lamo lentamente la yema de mi anular, invocando energía, y la sumerjo con delicadeza en el vino sin interrumpir el encantamiento. Luego, ese mismo dedo danza por el borde de la copa, trazando un círculo de poder hasta que queda completamente seco.
—Tus ojos… —susurra Lorenzo, atónito por el destello que sabe que no es natural.
—Observa la copa —le digo—. Y dime si lo que ves es algo que podría darle sentido a tu existencia.
Sus ojos se aferran al rojo profundo. El vino refleja una escena de mi juventud: un trío, cuerpos en libertad absoluta, deseo y placer sin ataduras. No parpadea. No puede.
Me inclino hacia su oído, mi aliento cálido como un roce de medianoche.
—No es lo ideal, lo sé —susurro—, pero dime… ¿Qué otra opción tienes en este mundo si buscas un gramo de verdadera libertad? Esta sociedad exige esposas, herederos, máscaras eternas. Pero si me dices que sí… yo encontraré a una mujer cuya alma anhele lo mismo que la tuya. Una que no tema compartir su lecho con un tercero.
Él no dice nada, pero la imagen, la promesa, lo están desgarrando por dentro. Lo leo en sus labios entreabiertos, en la tensión de su mandíbula. Años de silencio, de represión, de deseo contenido.
—Tendrás que aprender a amarla —añado suavemente—. Será tu compañera, tu refugio. Y juntos, los dos, compartirán al otro.
—¿Le daría mi apellido a un hijo que no lleve mi sangre? —pregunta, como si buscara un ancla a la cordura.
—Quizá sí, quizá no —respondo, acariciando su barbilla con el dorso de la mano—. Pero créeme… en el calor de esos momentos, cuando los cuerpos se entrelacen y las almas se fundan, tu cuerpo podría sorprenderte. Y si no es tu sangre, ¿realmente te importaría?
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Al salir del salón, dejo atrás a un Lorenzo visiblemente perturbado. La charla “educativa” que acabamos de tener ha sido, me atrevería a decir, reveladora para él. Al principio, no creía posible un milagro como el que le propuse. Pero ahora… ahora sabe que existe. Solo teme por minucias, como la condenación de su alma.
Ah, el alma… esa eterna excusa de los cobardes. ¿Acaso las preferencias sexuales deciden su destino eterno? Sé que no. Lo que condena o salva a un alma no es el deseo, sino el daño causado a otras. Trato de explicárselo, le hablo de los verdaderos pecados: la crueldad, la traición, la violencia. Pero no logra creerme del todo. Supongo que esa es una conclusión a la que debe llegar por sí mismo. Tarde o temprano lo hará.
Subo la escalera rumbo a la habitación compartida. No tengo más opción, eso fue lo que le dije al viejo para no perder control sobre él. Por algún tiempo lo tendremos al lado en la cama, pero afortunadamente, sé que por lo menos en tres días no tendrá ánimos de nada. Pero aunque no lo tenga, debe ver este cuerpo joven y bien formado a su lado cuando abra los ojos. Un incentivo visual no viene mal: tal vez deje sin abotonar los primeros broches de la larga batola de Elizabeth. Una pequeña provocación para mantenerlo… motivado.
Por otro lado, estoy segura de que en la habitación compartida del ala sur de la casa, la historia debe ser diferente. Río imaginando la sorpresa de esa mujer y del propio Marcus al darse cuenta del exceso de energía que necesitan desfogar. En un par de días esa mujer estará rogándome para que encuentre la manera de que el duque los deje de hostigar y con ello calmar el celo de su marido.
Cuatro o cinco días de ese té, deben hacer maravillas en ella. Espero que el hecho de que su marido le preste por fin tanta atención le suavice un poco el carácter y no empeore las cosas. Nunca ha sido mi caso, pero supongo que no tener el mejor cuerpo de todos y saber que tu marido prefiere a otra y te lo restriegue en la cara, vuelve agrio a cualquiera.
Quizá les esté haciendo un favor, después de todo.
—Elizabeth, despierta —la llamo mentalmente—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan cansada?
Siento cómo se despereza en lo profundo de mi conciencia, aún somnolienta.
—Dormía tan bien… —susurra—. Tal vez estoy recuperando sueño del largo viaje.
Puede ser. Aunque juraría que en el carruaje fue ella quien durmió más. No le doy demasiada importancia y comienzo a contarle lo ocurrido mientras descansaba.
—¿¡Estás loca!? —exclama, casi gritando dentro de nuestra mente compartida.
—No, no lo estoy —respondo con una calma calculada mientras me despojo de mis ropas y me pongo su larga batola—. Solo estoy decidida a arreglarte la vida. Y esta es la forma más rápida.
—Cambiemos de lugar —dice con urgencia, observando con incomodidad al duque que duerme profundamente en la cama—. Estás tan desinhibida que te cambias delante de él…
—Por mí no hay problema, pero él no se despertará la mañana. Lo que le di es tan potente que ni un terremoto lo despertará. Te lo garantizo.
No refuta, pero aun así cambiamos de lugar.
No me gusta ceder el control, pero sé que debo dárselo.
—Dormiré. Haz lo que quieras esta noche.
Me retiro al rincón más profundo de su mente, pero no logro desconectarme por completo. Ella lo hace con una facilidad que me intriga… y me inquieta.
Hace siete días que no veo a mi Musa, y lo extraño más de lo que me atrevo a confesar. Aunque sé que no le agrada que me desdoble, no puedo resistir la tentación.
Elizabeth camina, y mi esencia se queda anclada en el suelo de madera. Cuando se da vuelta para regresar, me encuentra allí. Me observa, boquiabierta. Es la primera vez que me ve.
Pongo un dedo en mis labios, pidiéndole silencio.
—Soy yo —le susurro con una sonrisa—, pero solo tú y mi Musa pueden verme.
—Te ves… muy joven —dice, con asombro.
—Lo sé. Es extraño, pero así era yo en mi juventud —respondo, observando mis propias manos, luego rozando mi rostro, como redescubriéndome—. Quiero ver a mi Musa. Así que, por un rato, estarás sola.
—Deséame suerte —añado, alejándome de ella mientras se estira el hilo dorado que me ata a su cuerpo. Ese lazo que no parece ser irrompible, según parece.
Avanzo y el mundo parece moverse de forma vertiginosa. No tengo idea de dónde está mi musa, pero mi esencia lo busca y encuentra. Aparezco en una habitación amplia en la cual está dispuesta sobre la cama, sus ropas de dormir. Mi mirada se desliza por el espacio con anhelo: debe estar cerca.Una puerta abierta revela lo que intuyo es el baño. Me acerco en silencio y entonces lo veo, reflejado en el espejo. Me detengo, sin atreverme a avanzar. No quiero sobresaltarlo. Podría ser peligroso interrumpirlo en medio de… eso.Tiene el rostro cubierto de espuma, y en su mano una navaja antigua, afilada y elegante.Se está afeitando, de esa forma arcaica que solo había visto en viejas películas o en caricaturas de otro tiempo. Observa su propio reflejo con una concentración casi ritual. Desliza la cuchilla con precisión sobre su piel, sin lastimar su piel, y luego limpia el filo con un paño antes de repetir el movimiento.Debo admitirlo: es hipnótico.Ese acto íntimo, tan masculino, tan cotidi
Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto… y me asusta, pero también me emocionaNunca tuve oportunidad de elegir algo por mí m
Cielo ha estado inusualmente callada desde que regresó. No estoy segura si la embarga la tristeza o la decepción, pero sin duda, algo profundo ocurrió en su encuentro con el capitán Jaime. No quiero invadir sus recuerdos ni presionarla. Prefiero esperar… esperar a que ella decida hablar.Debe pensar un rato, así que no pienso molestarla por hoy. Seré valiente y afrontaré mi día, además, hoy llega mi amiga Odeth, así que realmente no estaré sola. Una sonrisa se instala en mi rostro al pensar que la veré nuevamente.Al incorporarme, noto algo extraño: los botones superiores de mi pijama están desabrochados. La imagen de aquel hombre contemplando mi busto mientras duermo se impone en mi mente como un fantasma incómodo, y una sensación áspera y desagradable me recorre el cuerpo. Qué horror… Ojalá el duque no lo haya notado.Me dirijo a mi habitación–armario con la intención de vestirme. Por costumbre, estiro la mano hacia un vestido de tonos claros, pero una duda se cuela de pronto en mis
Siempre me consideré una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y, como tal, jamás me faltó nada. He vivido rodeada de comodidades, atenciones y elogios que me han acompañado desde la infancia. Para dicha mía, la gente suele hablar con aprecio de mi temperamento apacible, y no son pocos quienes alaban mi belleza.Sé que puede sonar presuntuoso que lo diga yo misma, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más profundo que los de mi padre, no pasan desapercibidos, y mi cabello, largo y castaño como las tardes de otoño, cae con suavidad sobre una piel clara que, según dicen, recuerda a la porcelana. Más de una mirada se ha posado en mí durante los paseos por los jardines o los salones, bajo la orgullosa mirada de mis padres.Siempre supe que mi matrimonio sería una tarea sencilla para ellos. Un buen esposo no sería difícil de encontrar. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma, aún albergaba la esperanza —tal vez ingenua, pero sincera— d
Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr