3. HILO ROJO

El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.

—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.

Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.

Lo miro con aburrimiento.  Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.

—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, ​​posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.

—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.

Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no fluye como debería.

Un vacío me invade, mis fuerzas me abandonan. Caigo sobre la cama y, antes de poder reaccionar, el hombre rasga la parte superior de mi vestido, dejando expuesto mi busto. Este no es mi cuerpo. Es joven, hermoso, pero no es mío. Y sin embargo, siento cada roce, cada presión contra la piel.

Las manos del hombre recorren mi piel con urgencia. Intenta besarme, pero giro el rostro a tiempo. Su boca húmeda se posa en mi cuello y una oleada de asco me recorre.

Entonces, las visiones llegan. Recuerdos ajenos destellan en mi mente. Son suyos... de la verdadera dueña de este cuerpo. La duquesa Elizabeth.

Todo tiene sentido. Estamos atrapados aquí, juntas. Yo tengo el control, pero ella lo siente todo. Y está aterrada. Algo en su miedo bloquea mi magia.

Su mano se desliza bajo mi falda, tratando de separar mis piernas. Logro golpearlo, pero solo consigo enfurecerlo más.

—Será mejor para ti si cooperas —escupe con crueldad—. Quizás hasta lo disfrutes.

El golpe que me propina parte de mi labio.

Es difícil concentrarse. Necesito hacerla reaccionar.

"Coopera". La orden resuena en mi mente. "¿Acaso quieres que esa cosa asquerosa esté dentro de nosotras? Déjamelo a mí.  Te aseguro que te gustará sentir el poder fluyendo por tu cuerpo.

Algo cambia. Lo siento. El flujo de energía vuelve a encenderse.

Los dedos del sujeto están peligrosamente cerca de mi entrada y entonces murmuro el conjuro:

 — Jude fode sho... jude fode sho... jude fode sho.

Él se aparta de golpe, llevándose las manos al cuello. Jadea. Su respiración se convierte en un gorgoteo desesperado. Sus ojos desorbitados buscan respuestas que nunca encontrarán.

Sonrío al ver el miedo pintado en su rostro.

—Y yo que pensaba ser amable contigo —susurro mientras me levanto de la cama, arreglándome lo mejor posible.

Aún no es momento de hablar con la duquesa. Antes, debemos ponernos a salvo.

Con sigilo, abro la puerta. Afuera, dos hombres juegan con dados, riendo entre tragos. Sus conversaciones son tan vulgares como sus intenciones.

—Braulio se está demorando mucho, ¿crees que haya despertado? —dice uno.

—Eso espero.  Tres días sin despertar es mucho tiempo, y no me agrada la idea de haberla matado —dice el segundo— aquel hombre se pondría furioso si muere antes de que él llegue a verla.

Un escalofrío me recorre. Incluso si pagaran su rescate, la duquesa jamás saldría viva de aquí. Y si lo hiciera... tal vez desearía no haberlo hecho.

No me resulta difícil escabullirme, pero debo apresurarme. Apenas me he alejado unos metros cuando un grito rasga la noche.

—¡No está! ¡Encuéntrenla!

Una voz nueva.

¿Cuatro personas para cuidar a una chica? Parece que no querían correr riesgos.  

Doy un paso más... y entonces mis fuerzas me abandonan.

La oscuridad me envuelve.

════ ∘◦❁◦∘ ════

Una extraña sensación de adormecimiento me invade. Estoy despierta, pero mis sentidos están embotados, como si flotara entre el sueño y la vigilia. Imágenes desconocidas desfilan por mi mente: algunas fascinantes, otras aterradoras. No sé qué sentir ante este caos de visiones y emociones.

Pero hay algo que sí sé.

Ella está dentro de mí.

Lo percibo en cada fibra de mi ser, en cada pensamiento que no me pertenece del todo. Su presencia es innegable. Su nombre... es Cielo.

—¡Encuéntrenla!

El grito rasga la noche y me arrastra de vuelta a la realidad.

Recojo mi falda para evitar tropezar y corro, mordiendo mi llanto y conteniendo los gemidos de dolor que intentan escapar de mis labios. Mis pies descalzos se hunden en la tierra, se desgarran con piedras y raíces ocultas bajo la maleza. Apenas ha caído el sol, y aunque la oscuridad y la soledad no me intimidan, las bestias que pueden acechar entre los árboles sí lo hacen.

No sé nada de supervivencia, pero los recuerdos de Cielo han sido mi salvación.

Gracias a ella, supe qué plantas evitar y he esquivado con habilidad los lugares donde acechan alimañas venenosas.

—Por fin sé cómo comunicarnos —su voz resuena en mi mente, serena y firme—. Primero salgamos de esta... luego tú y yo hablaremos.

—Bien —respondo sin aliento—. ¿Qué debería hacer?

Me escondo tras un arbusto de hojas anchas, alejándome de los troncos que los hombres inspeccionan con antorchas.

—Dime qué hacer —insisto, angustiada por su repentino silencio.

Entonces, un torrente de emociones ajenas me sacude.

—¡No puede ser! —Cielo jadea, y siento en ella una mezcla de asombro e incredulidad—. ¡Estoy sintiendo a mi Musa! ¡Está cerca... muy cerca!

Su euforia se convierte en un impulso, una fuerza cálida que revitaliza mi cuerpo y me señala el camino.

—¡Encuéntrenla! ¡Que no escape! —brama uno de los hombres—. Buscaremos toda la noche si es necesario.

Avanzo con cautela, oculta en las sombras, deslizándome entre la vegetación sin hacer ruido.

—Puede esconderse, duquesa —vocifera otra voz—, pero no podrá salir de aquí sin ayuda. Además... estará más seguro con nosotros que con los animales salvajes.

Qué gran mentira.

Algo me llama. No sé cómo explicarlo, pero la sensación me arrastra con fuerza.

Me apoyo contra un árbol, recuperando el aliento, y entonces el movimiento de unas plantas cercanas capta mi atención.

Y lo veo.

Él.

No hay duda. Es la persona a la que Cielo llama Musa , el hombre que ha sido objeto de sus incontables fantasías.

Y, en el instante en que nuestras miradas se cruzan, lo comprendo.

Mi corazón se agita, pero no de miedo. Algo invisible, algo innegable me une a él.

Entonces lo veo con claridad.

El hilo rojo.

Fino, brillante, etéreo... conectando nuestros dedos meñiques.

El destino nos ha encontrado.

NOTA DE AUTOR

Hola grupo, por favor dirigirse al capítulo 102 de AMOR SALVAJE.  Aquí se unen esas historias.  

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