Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.
Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.
Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.
—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.
Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta fortuna a su muerte.
Desgraciadamente, la actitud de mi familia no hace más que reforzar su teoría, dejándome sin defensa. Supongo que muchos piensan lo mismo. Pero la verdad es que, si hallara una puerta por la cual escapar de esta realidad, la cruzaría sin dudarlo, sin importar a dónde me llevase.
Oré tanto al llegar aquí, implorando un milagro, que ahora me resulta imposible creer en un Dios que, si existe, o no me escucha o simplemente no le importo.
Estos días han sido tranquilos. El duque ha partido a la capital por asuntos de negocios. El calor sofocante me obliga a dormir con las ventanas abiertas, pero esta noche ni siquiera eso basta. Incapaz de conciliar el sueño, decido salir a tomar aire.
Los pasillos están desiertos. Aprovecho la soledad de la mansión para bajar las escaleras y escabullirme por la puerta trasera.
Un leve viento acaricia mis mejillas, refrescando momentáneamente mi piel ardiente. Pero no es lo único que hace, trae consigo ligeros sonidos que me inquietan y me hacen pensar en que alguien puede necesitar ayuda. Con cautela, busco el origen y descubro que hay una pareja en una situación que me es bochornosa y a la vez intrigante.
Están en medio del jardín teniendo relaciones y ella parece disfrutar el momento. Lo que a la distancia interpreté como quejidos de dolor son realmente de gozo a juzgar también por las expresiones en el rostro de la castaña. Las ropas sencillas de la mujer muestran lo humilde de su cuna, pero no creo que al distinguido Lord Marcus le interese eso, pues está más concentrado en saborear y amasar aquellos senos esponjosos que no caben en sus manos.
No me agrada ese hombre. Y, sin embargo, no puedo apartar la vista.
Algo en esta escena despierta una sensación extraña en mi interior, algo que no comprendo. ¿Seré capaz algún día de sentir placer en el contacto con un hombre? ¿O estaré condenada a la repulsión y la indiferencia por el resto de mi vida?
—Voltéate —ordena el hombre a la par que baja sus pantalones para dejar al descubierto su blancuzco trasero y hundir sin reparo su carne en ella.
—¡Ahí! ¡Ahí! —dice la fulana cuya voz se escucha cada vez más aguda.
¿Qué pensará la esposa de este hombre? ¿La tratará de la misma forma en que lo hace con esta mujer?
Me siento sucia por mirar, pero el cuerpo me traiciona y me mantiene ahí, inmóvil. Muchas preguntas más se arremolinan en mi mente, pero recobro el juicio y salgo huyendo cuando sin querer muevo una de las ramas que me estaban ocultando. Llego agitada y peor de acalorada que cuando salí.
Mi marido llegó en la mañana y muy a mi pesar requirió de mi presencia en la alcohoba, argumentando lo mucho que me había extrañado. Pese a los intentos del viejo, no me es posible sentir nada placentero en su contacto. Permanezco inerte bajo su peso, dejando que haga lo que desee. Ya no me duele ni me hace sangrar como la primera noche, y por eso me considero afortunada.
En la tarde llegó una carta desde el pueblo de Miraflores. Mi abuelo materno había fallecido. Imploré al Duque su autorización para ir a su entierro, pues el pueblo estaba a menos de un día de camino en coche. De mala gana accedió a dejarme ir sola con mi dama de compañía, pues sus obligaciones no le permitían ausentarse en este momento.
El viaje fue agotador, pero tal y como fueron las instrucciones del Duque, una vez realizado el entierro, parto de regreso a mi prisión dorada. Solo llevábamos cuatro horas de camino cuando el sonido de disparos nos sorprenden y la carreta acelera desbocada. Nos tomamos de la mano con Odeth esperando poder salir ilesas de lo que sea que esté pasando.
—Lleva una buena escolta, Duquesa. No se preocupe, todo saldrá bien.
Su mirada grita miedo, pues al igual que yo, escucha los gritos e improperios que demuestran que afuera de este coche se está llevando a cabo un enfrentamiento. Tras unos angustiosos minutos el coche por fin se detiene, al igual que los sonidos de lucha. Nos abrazamos con Odeth.
La puerta se abre y antes de poder mirar quién está ahí, escucho una voz.
—Me alegra que esté bien Duquesa. Es más placentero nuestro plan si usted está viva.
El miedo me recorre al saber lo que eso significa. Hemos sido secuestradas. Volteo a ver al hombre, el cual sin reparo se estira hasta mí y me hace bajar a la fuerza del carruaje.
—¿Qué hacemos con la otra? —pregunta un segundo hombre.
—Lo que quieran siempre y cuando no la maten. Necesito que le diga al Duque lo que pasó. Debe negociar si quiere recuperar a su preciada muñeca nueva.
Me retuerzo con desesperación y grito tratando de llegar con Odeth, pero entonces el hombre me da una bofetada tan fuerte que caigo al suelo y mi cabeza golpea contra una piedra.
—¡Maldición! —esa palabra dicha con frustración es lo último que escucho.
Dejo de sentir mi cuerpo, todo se vuelve oscuro y empiezo a sentir que floto. Es un sensación de liberación que me reconforta y deseo seguir el camino. No veo el camino, pero sé que ahí está. Entonces en medio de esa oscuridad, se que hay alguien a mi lado.
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Sé que cabo de tener un extraño sueño, pero no lo recuerdo.
Un dolor punzante me late en el costado de la cabeza. Me retuerzo con incomodidad antes de abrir los ojos y, al hacerlo, me invade el desconcierto.
El lugar en el que me encuentro es de apariencia antigua y miserable: paredes de piedra húmeda, un suelo de tierra compacta y un hedor rancio que me revuelve el estómago. No tengo idea de dónde estoy, pero hay algo más, algo que se siente distinto... aunque aún no sé qué es.
Intento ordenar mis pensamientos. Lo último que recuerdo es caer en una trampa y ser alcanzada por el destello dorado de uno de los hechizos de Mariana. Esa bruja codiciosa ansiaba mi grimorio. Pero si sigo viva, significa que algo no salió como ella esperaba. Y eso quiere decir que aún puedo recuperarlo.
Un portazo interrumpe mis pensamientos.
La puerta de madera se abre de golpe, dejando entrar a un hombre de unos cuarenta años. Su aspecto es deplorable: barba rala y sucia, ropas raídas, un hedor que llena la habitación. Pero su presencia me resulta irrelevante, porque hay algo mucho más... interesante que acapara mi atención.
Al bajar la vista hacia mis manos, mis ojos se ensanchan.
Son jóvenes.
Paso los dedos por mi busto: firme.
Tomo un mechón de mi cabello y descubro que es largo, suave y de un castaño claro sin rastro de canas.
Mi corazón da un vuelco. Este no es mi cuerpo.
—Me alegra que haya despertado, duquesa —ronronea el hombre mientras se acerca con una sonrisa sucia, su mirada recorriéndome de pies a cabeza—. No sería divertido si no estuviera consciente.
Arqueo una ceja, divertida.
¿Me acaba de llamar duquesa? Soy la gran Cielo Seraphina Holloway, una de las mejores brujas de mi generación.
¿Y realmente cree que va a forzarme? No importa que este no sea mi cuerpo.
Pobre iluso. Ningún hombre me ha tocado jamás sin mi consentimiento... y hace más de cincuenta años que no me apetece uno.
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr
Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, p
Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me
El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.Ella extiende una mano
Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.El cuerpo humano, sobre
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos