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24. INTIMIDAD FORZADA: CATALINA Y MARCUS

—No quiero que me toques —murmuro apenas cruzamos el umbral de la habitación.

Su respuesta es una risa seca, tan cruel como el filo de una daga bien afilada.

—¿Crees qué deseo tocarte? Tampoco esto es un deleite para mí, pero la orden ha sido dada… y se cumplirá.

Comienza a desabotonar su camisa con una lentitud irritante, mientras el cinturón cae con un chasquido grave. Sin querer, mis ojos se deslizan hacia su entrepierna. Está parcialmente erecto. ¿Cómo es posible? ¿Esta grotesca situación lo excita?

Soy yo quien ríe esta vez, con un tono amargo, casi histérico.

—¿Esa erección es por complacerlo a él? ¿O estás pensando en los pechos de esa sirvienta a la que tanto proteges? —pregunto, sintiendo que las lágrimas vuelven a arderme detrás de los ojos.

—¿Y qué importa?

Sus pantalones, junto con la ropa interior, caen al suelo. Se queda allí, con la camisa a medio poner, revelando su cuerpo sin pudor alguno. Un temblor me recorre antes incluso de que me toque. Nunca antes lo había visto así, con la claridad cruel del día. No había contemplado su virilidad con tanta nitidez, y me aterra saber que esa cosa ha estado dentro de mí.

Aprieto los párpados con fuerza.

Retrocedo sin pensar hasta que mi espalda choca contra la pared. No tengo más a dónde escapar.

—Date la vuelta —ordena con voz grave—. Tu esposo te ayudará a deshacer los amarres del vestido más rápido.

No tengo elección. La intimidada es uno de los deberes matrimoniales. Me lo han repetido tantas veces que ya ni sé si lo creo o simplemente lo acepto por costumbre. Resistirme solo haría que todo empeorara. Siento sus manos en mi espalda, torpes, pero decididas, deshaciendo los amarres con una urgencia brutal.

—Saca los brazos. Rápido —gruñe, refiriéndose a las mangas del vestido.

La prenda cae a mis pies. No me giro. Mantengo la mirada fija en la pared, con el corazón golpeando como un tambor de guerra en mi pecho.

—Sigues plana de pecho, pero al menos ahora tienes la cintura más ancha. Podrás tener hijos más fácil. Si tener un hijo hará que tengamos el favor del viejo, pues te lo haré como si fuera una tarea una y otra vez hasta que tu periodo se retire.

No lo miro, pero siento su respiración pesada a mi espalda, y su mano, moviéndose con ansias contra su propia virilidad.

—Y te garantizo que si en unas cuantas semanas no estás en embarazo, tendremos serios problemas. Pediré la nulidad del matrimonio por tu esterilidad y ahora si seré libre para elegir a una mujer a mi gusto.

No dudo que lo haga. Me devolvería a casa de mis padres como si fuera un objeto defectuoso. Lo odio, lo odio y aun así debo cumplir. Debo quedar en embarazo de este puerco.

Se agacha y baja mis calzones. Ni siquiera se molestó en quitarme el sostén.

—No te preocupes —susurra con una lascivia repugnante—. Esto no tomará mucho. Ya soy demasiado duro.

Mis piernas flaquean. Detesto su tono, esa vulgaridad con la que habla. No hay ni una sombra de caballero en él.

—Pon tus manos en la pared y empínate.

No entiendo que es lo que quiere hacer estando yo de pie. Las pocas veces que me ha tocado ha sido en esa cama.

—Separa las piernas —ordena con tono más grave aún.

Siento su mano en mi intimidad, explorando con descaro, y luego su dureza restregarse contra mí.

—¿No pensarás que…?

No termino de hablar cuando su carne se clava en la mía. No estaba preparada, aunque no dolió tanto como lo recordaba. Sus manos me sujetan con fuerza por la cadera, y su cuerpo embiste el mío con una intensidad nueva, casi animal. Jadea. Lo escucho. Por primera vez, no hay silencio.

Miro por encima del hombro y su expresión me descoloca. Es… deseo. Un deseo crudo, impúdico. Y, contra toda lógica, algo dentro de mí reacciona.

—Sigues tan apretada… y tan húmeda —susurra jadeando.

¿Qué es esta locura? Mi cuerpo no lo rechaza. Al contrario, se entrega sin que yo lo ordene. Lo necesita. Lo desea… aunque mi alma grite que lo odia.

—Eres un animal —alcanzó a decir al sentir su espasmo final minutos después, caliente y profundo dentro de mí.

Quiero ir al baño. Limpiarme. Borrar su huella. Pero sus manos me toman de la cadera y me lanzan a la cama con brusquedad.

—Curioso… aún está dispuesto a más —dice mientras acaricia su miembro, endurecido de nuevo.

Abro los ojos con horror. Está más grande. Más endurecido. Su torso peludo, empapado en sudor, me provoca arcadas. Incluso su espalda está cubierta de pelo. Es grotesco. Y, sin embargo, mi cuerpo… ese traidor… arde en silencio.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

No comprendo del todo lo que ocurrió… pero terminé teniendo sexo con mi esposo cuatro veces. Y hasta él estaba asombrado.

A la final una sensación extraña me asaltó, un escalofrío me recorrió y aunque fue una sensación muy corta, en esa última vez no sentí dolor.

Supongo que alcancé ese punto en el cual ya dejó de importarme.

Mi esposo ronca y eso me hace imposible dormir en esa cama, así que después de asearme, trato de volver a mi habitación, pero me encuentro con la sorpresa de que el duque la hizo clausurar.

—El duque ha ordenado que, por el momento, únicamente hagan uso de la habitación conyugal —me informa mi dama de compañía con una reverencia forzada.

—Maldita Lady Elizabeth, estoy segura de que fue idea de ella —mascullo con rabia—ya encontraré la forma de desquitarme.

Siento el cuerpo entumecido, dolorido, agotado. No me queda más opción que sacudir a Marcus para que se aparte y me deje un rincón de la cama.

—Pensé que te habías ido —murmura sin abrir los ojos.

—No podemos volver a nuestras habitaciones. Es una orden del duque —le informo, con desgana.

Esta vez sí abre los ojos y me lanza una mirada lánguida, cargada de fastidio.

—Maldito viejo —resopla—. Por ahora, durmamos. Estoy hecho trizas.

Se da la vuelta y vuelve a perderse en ese sopor grosero que lo envuelve.

Yo, en cambio, permanezco despierta, alimentando pensamientos más útiles.

Las instrucciones ya están dadas en la cocina. Discretas, precisas.

“Temo que nuestra querida Lady Elizabeth sufrirá un inoportuno malestar estomacal durante algunos días”, pienso con satisfacción, mientras una sonrisa apenas perceptible se dibuja en mis labios.

Y solo entonces, finalmente, me permito dormir.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

No estoy segura de cuanto dormí, pero ya es tarde. El lado de la cama está vacío y lo agradezco. Marcus ya debe estar ayudando al duque en su trabajo. Me arreglo y parto hacia la cocina en dónde mis instrucciones fueron bien recibidas por esas dos.

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