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23. COMPROBANDO LA TEORÍA

Tras el intrigante almuerzo, nos dirigimos a la sala. Habría seguido disfrutando de tan placentera atmósfera, de no haber sido por Lady Catalina.

Aunque el color de su rostro aún no se había normalizado del todo, fue directamente al piano de cola que hasta hace un momento había asumido era pura decoración. Para mi sorpresa, sus manos se movieron con soltura sobre las teclas, arrancando una melodía lo suficientemente armoniosa como para disipar —en parte— las densas energías que todavía se cernían en el ambiente.

Su marido la observaba con el ceño fruncido, probablemente aun procesando la orden de alcoba emitida por el duque. Mientras tanto, Lorenzo parecía absorto, perdido en algún pensamiento mientras miraba por la ventana.

—Pediré que nos traigan té —le dije al duque antes de desaparecer, envuelta en las notas del improvisado concierto.

Las empleadas me miraron con extrañeza, pero ninguna se atrevió a desafiarme abiertamente.

—Queremos tomar té —les dije a dos jóvenes en la cocina, entregándoles un par de sobres—. Este es para Lord Marcus y su esposa; este otro, para el resto.

Cuando regresaba a la sala, una empleada entraba con la bandeja.

—Yo los reparto, no te preocupes —le dije, tomando la charola con una sonrisa que no admitía réplica.

Conocía bien la coloración de cada infusión: sabía cuáles llevaban el potenciador y cuáles simplemente relajaban. Bastaba un susurro, un par de palabras antiguas pronunciadas con intención, para activar con intensidad sus propiedades. Por supuesto, mi bebida permanecía al margen del encantamiento.

Uno a uno recibieron el té de mis manos. Me miraban con desdén, pero ninguno se atrevió a rechazarlo. Quizás era solo por el placer ilusorio de verme como una mucama temporal. No me importaba.

A mitad del té, se levanta Lady Catalina y pide la palabra.

—Quiero disculparme con la duquesa por mis malas acciones —dice para mi sorpresa— me extralimité tratando de ayudar y cuando la duquesa quiso tomar el control de lo que le corresponde me sentí impotente —sus lágrimas brotaron y mi respeto por ella aumentó, es buena en juegos femeninos, aunque poco creativa para amarrar a un hombre.

Su marido no tardó en seguirle el juego. La abrazó y aseguró que todo estaba resuelto.

—Estoy segura de que no volveremos a tener problemas —le dije, acercándome para tomar su mano.

Puede que, a ojos del duque, solo fuéramos dos mujeres reconciliadas. Pero ella y yo sabíamos la verdad. Y sospecho que los otros dos hombres también.

—Me alegra que todo terminara bien —dijo el duque—. Tal vez por la tensión del momento, pero estoy agotado. ¿Subimos, querida?

—Sube tú primero. Tengo que hablar con Lord Lorenzo… sobre la misión que me encomendaste —le respondí en tono dulce.

Él ascendió y se marchó, llevándose a Lord Marcus ya su esposa. No sin recordarles delante de mí, con una sonrisa cargada de intención, que esa noche debían comenzar la fabricación del nieto.

—Continúo aquí —dijo Lorenzo desde su silla—. Deberías al menos fingir que no lo disfrutas tanto.

—¿Y para qué ocultarlo contigo? —replique, una vez solos—. Creo que tú y yo podríamos ser grandes aliados.

Levantó las cejas, sorprendido, y luego soltó una risa baja. Era el momento de comprobar mi teoría.

—Ya que estamos solos, podemos hablar de forma más… íntima —dije, sentándome a su lado en el sofá.

Su sonrisa se congeló cuando mis dedos rozaron su brazo. Me incliné, dejando a la vista un escote cuidadosamente calculado mientras acomodaba el nudo de su corbata azul.

—¿Q-qué crees que haces? —preguntó, tartamudeando.

—Solo ajusta tu corbata… a menos que quieras algo más.

Lorenzo era un hombre alto, robusto y pulcro hasta el exceso. Desde el inicio me pareció extraño que el hermano mayor no se hubiera casado aún, pero cuando la amante de Marcus casi dejó al descubierto sus exuberantes pechos sin provocar en él ni un pestañeo… lo comprendí todo.

Este hombre es gay.

—No hay forma de que quiera algo así contigo. Eres la mujer de mi padre —dijo, apartándose.

—Lo entiendo. Tal vez no soy tu tipo. Pero en ese caso, necesito saber qué tipo de mujer prefieres… para ayudarte a encontrarla —le respondí, con fingida inocencia.

Estoy esperando el reproche de mi actuar por parte de la duquesa, pero nada. En mi cabeza hay silencio total. Está durmiendo y aunque me sorprende, no me disgusta, pues sin ella prestando atención puedo ser más libre en mí actuar.

Me acerqué una vez más. Entonces, él se puso de pie.

—¿No te gustan las blancas como yo? ¿Prefieres trigueñas, de cabello oscuro? ¿De busto discreto como Lady Catalina? ¿Refinadas? ¿Salvajes?

Me levanté con calma, acercándome hasta su oído.

— ¿O una que te permita compartirte con otros hombres?

La cara de espanto que pone no me da tiempo a cubrir mi rostro con el abanico. Mi sonrisa llega antes que el movimiento de mi mano.

— ¿Qué clase de locuras dices? ¡Soy un hombre!

Aunque no lo crea, entiendo su situación y me compadezco. Si en mi mundo no siempre eran bien vistas las parejas del mismo sexo, en este me atrevo a suponer que la situación es mucho peor.

—No pienso exponerte, incluso hasta te ayudaré a tapar ese “problema” social, pero a cambio vas a dejar de hacerle comentarios tontos a la duquesa para hacerla sentir mal.

Examiné las memorias de la duquesa con respecto a este hombre y todo al respecto eran tonterías. Malas miradas, insinuaciones de lo interesada que es ella y su familia, pero nada alarmante como lo que hace el menor y su esposa. Este hombre no maneja los negocios del duque, sino que invirtió y tiene sus propios negocios.

—¿Por qué hablas de ti en tercera persona? —pregunta asustado.

—Eso no importa. Lo que importa es que te conviene más tenerme de amiga que de enemiga. Y yo… puedo ser la solución a tus problemas.

Estoy convencida de que, incluso en este mundo, existen formas diversas de amar. En algún lugar debe de haber una mujer y un hombre dispuestos a compartir un techo, un apellido… y un pacto. Lorenzo puede tenerlo todo, si se atreve a jugar bien sus cartas.

—Eres un demonio —murmuró.

—No, querido. Los demonios son feos. Yo soy… una bruja y esta bruja puede hacer que hasta hijos tengas.

No cree en mis palabras, pero no importa, tengo formas para demostrarle que sé de qué estoy hablando.

—Te enseñaré un concepto nuevo, se llama poliamor.

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