— ¿Cómo que no podemos salir de aquí? Creí que eras la esposa del dueño, no una prisionera —me dice Cielo en cuanto retomamos nuestros lugares.
—Se supone que, por seguridad, no debemos hacerlo —le responde con calma—. Por eso siempre debemos llevar escolta.
—Pero hay muchos guardias rondando los límites de la mansión. ¿No podrían acompañarnos algunos de ellos? —insiste.
Comprendo por qué lo dice, pero no es tan sencillo. Ninguno de ellos se moverá sin la autorización directa del duque, y mucho menos nos dejarán cruzar los portones.
—Son normas de seguridad. Para salir, al menos cinco guardias deben escoltarme, y eso reduciría la vigilancia de la mansión. Las salidas deben planearse con anticipación. Además… una dama no puede salir sin su dama de compañía.
Mis palabras le parecen absurdas. No tiene que decirlo, lo siento. Sin embargo, guarda silencio.
Cielo es fuerte. Nunca había conocido a una mujer como ella, y no me refiero solo a su magia. Tiene esa firmeza serena de quien no necesita aprobación. Sabe lo que quiere, y lo defiende sin miedo al juicio de los demás. Es admirable.
Tomo papel y tinta, y le escribo una carta a mi querida Odeth. La doblo con cuidado, derrito la cera para sellarla y estampo el escudo familiar. Solo espero que acepte volver. No la culparía si no lo hace. Después de todo, lo que vivió fue una experiencia atroz.
—No seas terca. Por el momento lo único que podemos hacer es enviarle esta carta. No pasa nada porque se mueva un solo guardia. Solo espero que regrese con ella —le digo.
En silencio nos dirigimos a la entrada. Hablo con uno de los guardias y le entrego el sobre junto con las instrucciones precisas.
—Como lo ordene, su Excelencia —responde con una leve reverencia antes de partir de inmediato.
—No está mal, pero he visto hombres más sexys rondando por aquí —dice Cielo de pronto, dejándome completamente desconcertada.
—¿Sexy? ¿Qué es eso?
Percibo su frustración ante mi ignorancia. Definitivamente, el mundo del que proviene es muy distinto al mío. Lo piensa un instante antes de explicarme con paciencia.
—Antes de entregarle la carta a ese guardia, pasamos cerca de otros dos, y los ignoraste por completo. Así que ese hombre tiene algo especial para ti. ¿Acaso te gusta? ¿Te llama la atención?
Creo entender su confusión. Pero no es lo que imagina.
—Soy una mujer casada —respondo con firmeza, aunque mi rostro se calienta al recordar nuestra conversación de anoche y la promesa—. Los dos primeros eran nuevos. No los conozco, por eso busqué un rostro familiar… alguien que también conociera y supiera cómo encontrar a Odeth.
Tal vez esperaba otra respuesta. La noto ligeramente decepcionada, pero luego se ríe con suavidad.
—Debí imaginar algo así.
No quiero encerrarme en la casa, así que busco una banca en el jardín. Es un buen lugar para hablar sin preocuparme de que alguien malinterprete mis gestos o mi silencio. No quiero que piensen que estoy perdiendo la razón por conversar con alguien que solo yo puedo oír.
—“Sexy” es cuando una persona te atrae de forma sexual. Puede ser por su físico, sus gestos o hasta por su forma de ser —explica al fin—. Todos encontramos atractivas cosas distintas. ¿Me hice entender?
¿Atracción sexual? La única vez que sentí algo parecido, ni siquiera fue mío. Fue como un eco, una emoción prestada, provocada por lo que Cielo sintió al ver al Capitán. Yo solo fui arrastrada por esa marea ajena.
En casa, el contacto con hombres estaba prohibido. Mis únicos referentes eran mis hermanos, y por supuesto, ellos no cuentan como hombres a mis ojos. Fuera de casa, solo veía hombres en misa, y ese tampoco era lugar para pensar en esas cosas…
Aunque… ahora que lo pienso, hubo una vez. Un amigo de papá vino de visita y trajo consigo a su hijo. No estoy segura si eso fue lo que Cielo llama atracción sexual, pero recuerdo que me puse tan roja que creí tener fiebre.
Agacho la cabeza, intentando recordar más momentos así. Pensé que, en mi fiesta de cumpleaños número dieciocho, conocería gente nueva y tal vez, por fin, algo diferente sucedería. Muchos invitados llegaron: amigos de papá, conocidos de mis hermanos… pero esa noche fue cuando el duque me vio por primera vez y decidió sellar mi destino.
—Creo que me gusta la sonrisa de un hombre. Me parece… sexy —es lo único que alcanzo a decir.
Cielo estaba por decir algo, pero entonces apareció Lady Catalina, avanzando con su habitual altivez como si el jardín entero le perteneciera.
—Lady Elizabeth, la estaba buscando —dijo con una sonrisa apenas disimulada—. Un extraño rumor llegó a mí esta mañana.
—No dejes que esa plana arrogante te pisotee —masculló Cielo en mi mente—. ¿Desde cuándo tiene derecho a hablarte así?
De todas las personas a las que podría enfrentarse, Lady Catalina es, sin duda, una de las menos intimidantes. Pero durante demasiado tiempo dejó que sea Cielo quien luche mis batallas. Ya no. Si quiero ser fuerte, debo empezar por defenderme yo misma.
¿Cómo lo haría Cielo? Me enderezo y respiro profundo.
—Claro que no tiene ese derecho —le respondo mentalmente a Cielo, con determinación.
Miro a Catalina con frialdad, y al hablar, dejo atrás a la joven asustada que solía ser.
—¿Acaso usted y yo somos amigas, Lady Catalina?
La seguridad en su rostro titubea un instante, pero se recompone rápido, como si cada músculo de su rostro supiera mentir con elegancia.
—¿A qué te refieres? Somos familia… En fin —responde con desdén, ignorando mi pregunta—. Me han llegado rumores de que ahora deseas imponer tu voluntad en esta casa.
Me incorporo con lentitud desde la banca donde contemplaba las flores del jardín y la enfrento, alzando el mentón.
—Querida —dice con falsa dulzura—, lo que intento es ayudarte. No tienes experiencia en asuntos de administración ni de personal. Además, las ocupaciones de una duquesa son muchas y complejas. Sería una carga demasiado grande para ti. Deberías agradecerme la vida tranquila que te ofrezco. ¿Por qué complicarte?
— ¿Cuáles son exactamente esas ocupaciones? —pregunta Cielo, curiosa.
—Ahora te explico —le susurro, sin apartar la mirada de Catalina.
En el pasado, sus palabras me habrían hecho dudar. Incluso me habrían parecido razonables. Pero eso era antes.
—Su Excelencia. Debe llamarme Su Excelencia, o simplemente, duquesa —corrijo con voz firme—. Y no se trata de rumores: es la verdad. Decidí comportarme como lo que soy… una esposa, una mujer adulta, y sobre todo, la dueña legítima de este título.
—¡Llevo años ocupándome de estas responsabilidades! —réplica, alzando la voz.
—No de todas. Jamás la he visto entrar en la habitación del duque, pero sí he sido testigo de cómo malgasta el presupuesto asignado a la duquesa como si fuese suyo.
Su reacción es tan rápida como violenta: una bofetada estalla en mi mejilla. El ardor se mezcla con una súbita oleada de emociones. Mis ojos se llenan de lágrimas.
—¡Tú…! —escupe con rabia, fuera de sí.
Por un instante siento que me quiebro. Estoy a punto de ceder, de cambiar lugares con Cielo, de ocultarme tras su fuerza… cuando una voz masculina resuena como un trueno desde la entrada del jardín.
—Marcus, saca a tu esposa de aquí antes de que pierda el control —ordena el duque con una severidad que hiela el aire.
—Llora. Llora fuerte y abrázalo —dice Cielo sorprendiéndome.
No tiene que repetirlo. Ya estoy llorando, con la garganta cerrada y el alma abierta. No finjo. Es un llanto real. Necesario. Me aferro al duque, como una dama en apuros.
El rostro de Lady Catalina perdió todo el color de inmediato. Su marido, sin delicadeza alguna, la tomó bruscamente del brazo y la arrastró al interior de la casa. Mientras tanto, la duquesa Elizabeth solloza con desconsuelo sobre el hombro de su anciano esposo.—La estrategia del momento se llama victimización —le explico a Elizabeth, mentalmente—. Lo que queremos lograr es simple, pero para eso necesitas mostrarte… así. Frágil, dolida. Y tú, querida, eres perfecta para el papel.Por más que lo intente, yo no lograría parecer una mujer golpeada por la vida. Pero Elizabeth solo necesita ser ella misma y contar fragmentos del infierno que ha vivido hoy. Eso basta.—Es tan injusto todo, esposo…Ya en la sala, el alboroto obliga al duque a pedir una toalla húmeda. Una criada corre a buscarla, con la intención de refrescar el rostro de la duquesa y bajar el enrojecimiento del golpe.—Parece que tu esposa fuera Lady Catalina —dice Elizabeth, llorando—. Es ella quien toma las decisiones en
— ¿Torturar? —replica con voz temerosa—. No quiero hacerle daño a nadie, no de verdad.Río suavemente, con ese deje entre la burla y la ternura que me provoca su actitud. No sabía si llamarla inocente o sencillamente ingenua.—Cambiemos el término, entonces —propongo—. Llamémoslo atormentar. Ejecutaremos ataques psicológicos contra esa mujer —aclaro, como quien enseña con paciencia.—¿Ataques psicológicos?En serio, si estuviera en control del cuerpo pondría los ojos en blanco. ¿Piensa repetir todo lo que digo? Porque si es así, esta conversación será eterna. Inhalo y exhalo recordándome que este mundo es en algunos sentidos más inocente que el mío y sobre todo las mujeres.—Existen muchas formas de causar daño a alguien y nosotras las mujeres somos expertas en el daño psicológico. Te daré un ejemplo: desde que llegaste a esta casa Lady Catalina no ha dejado de actuar como la dueña y al ser tu más joven que ella, te ha hecho creer que de verdad ella es más importante, más inteligente
—Parece otra. Hasta la manera en que se arregla ha cambiado. Si no fuera imposible, juraría que no es Lady Elizabeth —comentó una de las criadas, con la voz cargada de veneno y resentimiento.—¿Están insinuando que exige ser tratada como una verdadera duquesa? —pregunté, incrédula.—Así es, mi señora. Por eso acudimos a usted. Para nosotras, la única dueña de esta mansión es usted, no esa... muchacha.No respondí. Me limité a pasar junto a ellas, bajando las escaleras con paso firme. Necesitaba ver con mis propios ojos lo que decían.La Lady Elizabeth que conocí era apenas una chiquilla frágil, incapaz de defenderse, inferior a mí en todo. Desde hace dos años desempeño los deberes que corresponden a la duquesa, y no permitiré que me arrebate mis privilegios solo por calentar la cama de un anciano. Esa ha sido siempre su única utilidad.Salí de mi despacho y me dirigí al jardín, donde me indicaron que se encontraba. La vi a lo lejos y, debo admitirlo, el vestido le sentaba bien. Había
Tras el intrigante almuerzo, nos dirigimos a la sala. Habría seguido disfrutando de tan placentera atmósfera, de no haber sido por Lady Catalina.Aunque el color de su rostro aún no se había normalizado del todo, fue directamente al piano de cola que hasta hace un momento había asumido era pura decoración. Para mi sorpresa, sus manos se movieron con soltura sobre las teclas, arrancando una melodía lo suficientemente armoniosa como para disipar —en parte— las densas energías que todavía se cernían en el ambiente.Su marido la observaba con el ceño fruncido, probablemente aun procesando la orden de alcoba emitida por el duque. Mientras tanto, Lorenzo parecía absorto, perdido en algún pensamiento mientras miraba por la ventana.—Pediré que nos traigan té —le dije al duque antes de desaparecer, envuelta en las notas del improvisado concierto.Las empleadas me miraron con extrañeza, pero ninguna se atrevió a desafiarme abiertamente.—Queremos tomar té —les dije a dos jóvenes en la cocina,
—No quiero que me toques —murmuro apenas cruzamos el umbral de la habitación.Su respuesta es una risa seca, tan cruel como el filo de una daga bien afilada.—¿Crees qué deseo tocarte? Tampoco esto es un deleite para mí, pero la orden ha sido dada… y se cumplirá.Comienza a desabotonar su camisa con una lentitud irritante, mientras el cinturón cae con un chasquido grave. Sin querer, mis ojos se deslizan hacia su entrepierna. Está parcialmente erecto. ¿Cómo es posible? ¿Esta grotesca situación lo excita?Soy yo quien ríe esta vez, con un tono amargo, casi histérico.—¿Esa erección es por complacerlo a él? ¿O estás pensando en los pechos de esa sirvienta a la que tanto proteges? —pregunto, sintiendo que las lágrimas vuelven a arderme detrás de los ojos.—¿Y qué importa?Sus pantalones, junto con la ropa interior, caen al suelo. Se queda allí, con la camisa a medio poner, revelando su cuerpo sin pudor alguno. Un temblor me recorre antes incluso de que me toque. Nunca antes lo había visto
—¿Y si cambiamos el té por un vino? —pregunto mientras extiendo una copa llena de un exquisito Cabernet Sauvignon—. Tu padre guarda verdaderas joyas en la cava.Él acepta la copa sin protestar, con un gesto que mezcla curiosidad y algo más… ¿Expectación?—Quiero que la mires —le indico mientras me acomodo a su lado—. No te alejes. Tranquilo… ya sé que entre nosotros no habrá nada.Hay temor en sus ojos, pero también esa chispa, el anhelo de alguien que aún no sabe cómo confiar, pero quiere hacerlo. Debo admitirlo: en mi mundo tenía muchos amigos homosexuales, y los extraño profundamente. Siempre fueron mejores amigas que muchas mujeres. Más leales. Más libres.Mis palabras inician el conjuro sin perder de vista el vino que ahora será la pantalla que mostrará a este hombre la escena recuerdo que se dibuja en mi cabeza.Lamo lentamente la yema de mi anular, invocando energía, y la sumerjo con delicadeza en el vino sin interrumpir el encantamiento. Luego, ese mismo dedo danza por el bord
Avanzo y el mundo parece moverse de forma vertiginosa. No tengo idea de dónde está mi musa, pero mi esencia lo busca y encuentra. Aparezco en una habitación amplia en la cual está dispuesta sobre la cama, sus ropas de dormir. Mi mirada se desliza por el espacio con anhelo: debe estar cerca.Una puerta abierta revela lo que intuyo es el baño. Me acerco en silencio y entonces lo veo, reflejado en el espejo. Me detengo, sin atreverme a avanzar. No quiero sobresaltarlo. Podría ser peligroso interrumpirlo en medio de… eso.Tiene el rostro cubierto de espuma, y en su mano una navaja antigua, afilada y elegante.Se está afeitando, de esa forma arcaica que solo había visto en viejas películas o en caricaturas de otro tiempo. Observa su propio reflejo con una concentración casi ritual. Desliza la cuchilla con precisión sobre su piel, sin lastimar su piel, y luego limpia el filo con un paño antes de repetir el movimiento.Debo admitirlo: es hipnótico.Ese acto íntimo, tan masculino, tan cotidi
Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto… y me asusta, pero también me emocionaNunca tuve oportunidad de elegir algo por mí m