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19. LA QUE MANDA EN LA CASA

— ¿Cómo que no podemos salir de aquí? Creí que eras la esposa del dueño, no una prisionera —me dice Cielo en cuanto retomamos nuestros lugares.

—Se supone que, por seguridad, no debemos hacerlo —le responde con calma—. Por eso siempre debemos llevar escolta.

—Pero hay muchos guardias rondando los límites de la mansión. ¿No podrían acompañarnos algunos de ellos? —insiste.

Comprendo por qué lo dice, pero no es tan sencillo. Ninguno de ellos se moverá sin la autorización directa del duque, y mucho menos nos dejarán cruzar los portones.

—Son normas de seguridad. Para salir, al menos cinco guardias deben escoltarme, y eso reduciría la vigilancia de la mansión. Las salidas deben planearse con anticipación. Además… una dama no puede salir sin su dama de compañía.

Mis palabras le parecen absurdas. No tiene que decirlo, lo siento. Sin embargo, guarda silencio.

Cielo es fuerte. Nunca había conocido a una mujer como ella, y no me refiero solo a su magia. Tiene esa firmeza serena de quien no necesita aprobación. Sabe lo que quiere, y lo defiende sin miedo al juicio de los demás. Es admirable.

Tomo papel y tinta, y le escribo una carta a mi querida Odeth. La doblo con cuidado, derrito la cera para sellarla y estampo el escudo familiar. Solo espero que acepte volver. No la culparía si no lo hace. Después de todo, lo que vivió fue una experiencia atroz.

—No seas terca. Por el momento lo único que podemos hacer es enviarle esta carta. No pasa nada porque se mueva un solo guardia. Solo espero que regrese con ella —le digo.

En silencio nos dirigimos a la entrada. Hablo con uno de los guardias y le entrego el sobre junto con las instrucciones precisas.

—Como lo ordene, su Excelencia —responde con una leve reverencia antes de partir de inmediato.

—No está mal, pero he visto hombres más sexys rondando por aquí —dice Cielo de pronto, dejándome completamente desconcertada.

—¿Sexy? ¿Qué es eso?

Percibo su frustración ante mi ignorancia. Definitivamente, el mundo del que proviene es muy distinto al mío. Lo piensa un instante antes de explicarme con paciencia.

—Antes de entregarle la carta a ese guardia, pasamos cerca de otros dos, y los ignoraste por completo. Así que ese hombre tiene algo especial para ti. ¿Acaso te gusta? ¿Te llama la atención?

Creo entender su confusión. Pero no es lo que imagina.

—Soy una mujer casada —respondo con firmeza, aunque mi rostro se calienta al recordar nuestra conversación de anoche y la promesa—. Los dos primeros eran nuevos. No los conozco, por eso busqué un rostro familiar… alguien que también conociera y supiera cómo encontrar a Odeth.

Tal vez esperaba otra respuesta. La noto ligeramente decepcionada, pero luego se ríe con suavidad.

—Debí imaginar algo así.

No quiero encerrarme en la casa, así que busco una banca en el jardín. Es un buen lugar para hablar sin preocuparme de que alguien malinterprete mis gestos o mi silencio. No quiero que piensen que estoy perdiendo la razón por conversar con alguien que solo yo puedo oír.

—“Sexy” es cuando una persona te atrae de forma sexual. Puede ser por su físico, sus gestos o hasta por su forma de ser —explica al fin—. Todos encontramos atractivas cosas distintas. ¿Me hice entender?

¿Atracción sexual? La única vez que sentí algo parecido, ni siquiera fue mío. Fue como un eco, una emoción prestada, provocada por lo que Cielo sintió al ver al Capitán. Yo solo fui arrastrada por esa marea ajena.

En casa, el contacto con hombres estaba prohibido. Mis únicos referentes eran mis hermanos, y por supuesto, ellos no cuentan como hombres a mis ojos. Fuera de casa, solo veía hombres en misa, y ese tampoco era lugar para pensar en esas cosas…

Aunque… ahora que lo pienso, hubo una vez. Un amigo de papá vino de visita y trajo consigo a su hijo. No estoy segura si eso fue lo que Cielo llama atracción sexual, pero recuerdo que me puse tan roja que creí tener fiebre.

Agacho la cabeza, intentando recordar más momentos así. Pensé que, en mi fiesta de cumpleaños número dieciocho, conocería gente nueva y tal vez, por fin, algo diferente sucedería. Muchos invitados llegaron: amigos de papá, conocidos de mis hermanos… pero esa noche fue cuando el duque me vio por primera vez y decidió sellar mi destino.

—Creo que me gusta la sonrisa de un hombre. Me parece… sexy —es lo único que alcanzo a decir.

Cielo estaba por decir algo, pero entonces apareció Lady Catalina, avanzando con su habitual altivez como si el jardín entero le perteneciera.

—Lady Elizabeth, la estaba buscando —dijo con una sonrisa apenas disimulada—. Un extraño rumor llegó a mí esta mañana.

—No dejes que esa plana arrogante te pisotee —masculló Cielo en mi mente—. ¿Desde cuándo tiene derecho a hablarte así?

De todas las personas a las que podría enfrentarse, Lady Catalina es, sin duda, una de las menos intimidantes. Pero durante demasiado tiempo dejó que sea Cielo quien luche mis batallas. Ya no. Si quiero ser fuerte, debo empezar por defenderme yo misma.

¿Cómo lo haría Cielo? Me enderezo y respiro profundo.

—Claro que no tiene ese derecho —le respondo mentalmente a Cielo, con determinación.

Miro a Catalina con frialdad, y al hablar, dejo atrás a la joven asustada que solía ser.

—¿Acaso usted y yo somos amigas, Lady Catalina?

La seguridad en su rostro titubea un instante, pero se recompone rápido, como si cada músculo de su rostro supiera mentir con elegancia.

—¿A qué te refieres? Somos familia… En fin —responde con desdén, ignorando mi pregunta—. Me han llegado rumores de que ahora deseas imponer tu voluntad en esta casa.

Me incorporo con lentitud desde la banca donde contemplaba las flores del jardín y la enfrento, alzando el mentón.

—Querida —dice con falsa dulzura—, lo que intento es ayudarte. No tienes experiencia en asuntos de administración ni de personal. Además, las ocupaciones de una duquesa son muchas y complejas. Sería una carga demasiado grande para ti. Deberías agradecerme la vida tranquila que te ofrezco. ¿Por qué complicarte?

— ¿Cuáles son exactamente esas ocupaciones? —pregunta Cielo, curiosa.

—Ahora te explico —le susurro, sin apartar la mirada de Catalina.

En el pasado, sus palabras me habrían hecho dudar. Incluso me habrían parecido razonables. Pero eso era antes.

—Su Excelencia. Debe llamarme Su Excelencia, o simplemente, duquesa —corrijo con voz firme—. Y no se trata de rumores: es la verdad. Decidí comportarme como lo que soy… una esposa, una mujer adulta, y sobre todo, la dueña legítima de este título.

—¡Llevo años ocupándome de estas responsabilidades! —réplica, alzando la voz.

—No de todas. Jamás la he visto entrar en la habitación del duque, pero sí he sido testigo de cómo malgasta el presupuesto asignado a la duquesa como si fuese suyo.

Su reacción es tan rápida como violenta: una bofetada estalla en mi mejilla. El ardor se mezcla con una súbita oleada de emociones. Mis ojos se llenan de lágrimas.

—¡Tú…! —escupe con rabia, fuera de sí.

Por un instante siento que me quiebro. Estoy a punto de ceder, de cambiar lugares con Cielo, de ocultarme tras su fuerza… cuando una voz masculina resuena como un trueno desde la entrada del jardín.

—Marcus, saca a tu esposa de aquí antes de que pierda el control —ordena el duque con una severidad que hiela el aire.

—Llora. Llora fuerte y abrázalo —dice Cielo sorprendiéndome.

No tiene que repetirlo. Ya estoy llorando, con la garganta cerrada y el alma abierta. No finjo. Es un llanto real. Necesario. Me aferro al duque, como una dama en apuros. 

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