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22. AGUA FRÍA PARA LADY CATALINA

—Parece otra. Hasta la manera en que se arregla ha cambiado. Si no fuera imposible, juraría que no es Lady Elizabeth —comentó una de las criadas, con la voz cargada de veneno y resentimiento.

—¿Están insinuando que exige ser tratada como una verdadera duquesa? —pregunté, incrédula.

—Así es, mi señora. Por eso acudimos a usted. Para nosotras, la única dueña de esta mansión es usted, no esa... muchacha.

No respondí. Me limité a pasar junto a ellas, bajando las escaleras con paso firme. Necesitaba ver con mis propios ojos lo que decían.

La Lady Elizabeth que conocí era apenas una chiquilla frágil, incapaz de defenderse, inferior a mí en todo. Desde hace dos años desempeño los deberes que corresponden a la duquesa, y no permitiré que me arrebate mis privilegios solo por calentar la cama de un anciano. Esa ha sido siempre su única utilidad.

Salí de mi despacho y me dirigí al jardín, donde me indicaron que se encontraba. La vi a lo lejos y, debo admitirlo, el vestido le sentaba bien. Había algo diferente en su presencia, en su forma de moverse. Lo noté desde el momento en que cruzó el umbral de la mansión e intercambió esas breves palabras con el duque. Pensé que era una impresión pasajera.

No esperaba su regreso. Y si lo hacía, creí que sería una mujer rota. Pero la figura que se alzaba entre las flores no mostraba rastros de trauma. Era inaudito. Y doloroso de admitir, pero siempre ha sido una mujer hermosa, así que es imposible que alguno de aquellos hombres no la haya tocado. Ahora debe una mujer sucia, debe serlo, pues no hay hombre que la conozca incluyendo mi esposo que no haya tenido pensamientos pecaminosos con ese cuerpo.

La vida ha sido cruel conmigo. Para mi mala fortuna, no solo estoy atrapada en un matrimonio sin amor, sino que mi marido admira los senos grandes en una mujer y aunque he sido bendecida con otros dones, mi busto nunca se desarrolló, por lo cual rara vez me toca.

—Tu cuerpo es como el de una niña. No me gustan las niñas —afirmó el desgraciado en nuestra noche de bodas.

Me tocó y desfloró solo por obligación. Al terminar, tomó la sábana manchada de rojo y salió con ella de la habitación sin importarle las lágrimas en mis ojos. Me sentí tan humillada.

Sacudí esos recuerdos y me planté frente a ella.

Y me respondió.

Tuvo el descaro de contradecirme, incluso de insinuar que mis privilegios dependían de la cama del duque. La ira me invadió como un incendio. Su nueva actitud, su maquillaje, su porte... todo en ella me enfurecía.

Mi palma se estrelló contra su rostro con un chasquido seco. Vi su cabeza girar por la fuerza del golpe y una lágrima brotar de sus ojos azules. Una chispa de triunfo subió mis labios en una sonrisa.

Eso debería bastar para devolverle su lugar.

O eso creí... hasta que la voz del duque rompió el aire como una espada.

—Marcus, saca a tu esposa de aquí antes de que pierda el control —ordenó con una severidad helada.

Mi esposo me sujetó del brazo sin cuidado y me arrastró hacia la casa. No dijo palabra, aunque las lágrimas me corrieron por el rostro. El dolor era físico, sí, pero el verdadero castigo era saber que había perdido el favor del duque.

Jamás me había alzado la voz. Siempre elogió mi gestión, reconoció mi dedicación... hasta hoy.

—Además de fea, eres estúpida —vociferó Marcus al cerrar la puerta de nuestra habitación.

Me soltó con violencia, y una bofetada me lanzó sobre la cama.

—No sé qué le hizo esa muchacha anoche a mi padre, pero lo tiene hechizado. Y por tu culpa, ahora lo vamos a perder todo.

Me sujetó con fuerza de los hombros, forzándome a mirarlo.

—Haz lo que deberías hacer. Si es necesario, acuéstate tú con el viejo. Pero no pienso perder lo que tanto esfuerzo nos costó conseguir —su mirada me recorre con desagrado antes de volver a hablar— que tontería he dicho, no hay forma en que se acueste contigo teniendo a una mujer tan bella como esa. Tú le debes parecer repulsiva.

Marcus empieza a dar vueltas por la habitación como si fuera un animal salvaje encerrado a la par que desordena su cabello.

—Era para lo único que servías y ahora lo arruinaste —dice mirándome por última vez con rabia y saliendo de la habitación azotando la puerta.

Me quedé en silencio, temblando de furia.

No sé cómo, pero Lady Elizabeth se arrepentirá de haber regresado.

Se arrepentirá de haber cruzado en mi camino.

════ ∘◦❁◦∘ ════

Fue difícil evitar que mi rostro se hinchara, pero al final lo logré. Me maquillé con esmero, intentando disimular las marcas, y me preparé para buscar una oportunidad de hablar con el duque. Debía pedirle perdón, debía encontrar una forma de enmendar lo sucedido.

Tenía que hacerlo.

Pero durante la cena, mi peor pesadilla se hizo realidad... y todo por un comentario aparentemente inocente de esa mujer.

—Esta mansión es tan grande y los jardines tan hermosos... Es una lástima que no haya niños corriendo por aquí.

Las palabras flotaron en el aire como una pluma envenenada. Lo vi con claridad: el duque alzó la vista y miró directamente a sus hijos. Y, como si aquella frase hubiera sido una orden disfrazada de anhelo, se giró hacia mi esposo con una expresión determinada, casi impaciente.

Entonces habló. Y sus palabras, gráficas y crudas, me helaron la sangre.

—Desde ahora, hasta que me des un nieto, llegarás temprano a casa. Te encerrarás con tu esposa en la habitación y le harás el amor tanto como sea posible. No me importa si le sacas los ojos de lo duro que le das, pero no pararás hasta que me des la feliz noticia. ¿Está claro?

Sentí náuseas. Lo recordaré cada noche en mis pesadillas. Y lo más terrible es que, al despertar, no será un mal sueño... será mi realidad. Porque mi esposo, obediente como un perro de caza, no dudará en cumplir con la orden.

No fui capaz de mirarlo. No quise descubrir si su expresión reflejaba la misma conmoción que sentía yo... o si, por el contrario, había en su rostro una chispa de obediencia o, peor aún, de deseo.

Y entonces ella, como si no hubiera causado ya suficiente caos, continuó hablando con la frescura de quien se cree útil:

—Tal vez podría ayudar a Lord Lorenzo —dijo, como si se le acabara de ocurrir una brillante idea—. Podríamos organizar algunas fiestas de té aquí en la mansión, incluso un gran baile. Sería una buena forma de que conozca a algunas jóvenes agradables.

—Tú... —comenzó a decir Lorenzo, visiblemente tenso, con un destello de furia apenas contenido en sus ojos. Pero el duque lo interrumpió antes de que pudiera terminar.

—Es una idea fantástica. Quedarás encargada de ello, querida —respondió, con esa autoridad que no admitía réplica.

No sé cómo terminará todo esto. Pero algo es seguro: estoy convencida de que el primogénito del duque no siente el más mínimo interés por la compañía femenina.

Y eso, en esta casa, todos los empleados lo saben, sobre todo quienes son sus favoritos.

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