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27. ELIZABETH - EVIDENCIA DE EVOLUCIÓN

Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.

Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.

Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto… y me asusta, pero también me emociona

Nunca tuve oportunidad de elegir algo por mí misma, diferente a un vestido o un adorno bonito que lo complementara. Mis clases y mi cuidado en belleza y salud siempre fueron dirigidos a encontrarme un buen partido. Así que eso me hace pensar: ¿si no hubiera llegado esa crisis, habría sido diferente la vida para mí? Lo digo porque, ahora que recuerdo, aunque mis padres reñían por dinero, la verdad es que nuestro ritmo de vida nunca cambió. Siempre se siguió gastando igual, por lo que deduzco ahora que, a ojos de todos, debíamos seguir siendo una familia prestante. Así que mis hermanos varones también habrían podido formalizar una unión.

Mi familia… aún no escucho nada de ellos, ni un gracias por tu sacrificio, menos palabras de disculpa. En los casi cinco meses que llevo de casada, solo los he visto tres veces, y no vienen realmente a verme a mí; Vienen por el duque.

Aunque me di cuenta en la segunda visita, había decidido mirar para otro lado. Dolía menos si hacía eso. En esa segunda visita, el duque debió partir de improviso poco después de la llegada de mis padres, y ellos partieron casi de inmediato también.

¿Casualidad? Ahora no lo creo.

Nunca preguntaron si era feliz o si me trataban bien; solo miraron el lujo en la decoración y lo costoso de mis vestidos. A mis hermanos aún no los veo, pero sí he escuchado que asisten ahora a las grandes galas de la alta sociedad, galas a las cuales me he negado a asistir para no aumentar las habladurías.

Yo estoy aquí atrapada, y ellos disfrutan de los beneficios.

Se supone que son mi familia, tenemos la misma sangre, y aun así siento que Odeth, una mujer que hasta hace poco era una completa desconocida para mí, se preocupa más por mí. Fue ella la única que prestó atención al dolor y vergüenza en mi mirada tras la noche de bodas. Fue ella quien, sin tener que decirle nada y sin conocerme, me dio el cálido abrazo que necesitaba y me dijo con una mirada que inspiraba confianza: "Ser mujer a veces apesta, pero somos más fuertes de lo que parecemos. Usted puede. Recuerde que ahora es la duquesa Elizabeth de Quiroga".

Los recuerdos que tiene Cielo de una amistad, aunque son extraños para mí debido a que es una amistad profunda con un hombre, me hacen anhelar un tipo de relación así. Quiero poder contarle abiertamente a alguien mis penas, sentir que, aunque no me puedan solucionar la vida, está ahí para escucharme y ayudarme a descargar el peso de mi alma. Y entonces, vuelvo a pensar en Odeth. Nunca la he llamado amiga, quizás por vergüenza, porque nunca había tenido una, pero ahora me siento lista para llamarla así.

Dejo escurrir con libertad las lágrimas por mi rostro. Nadie me mira, no hay de quién esconderme.

Estoy considerando seguir parcialmente el consejo de Cielo y cortar mis lazos con ellos. No quiero venganza realmente; Al fin de cuentas, son mi familia. Pero, a menos que sean ellos quienes vengan y quieran hablar expresamente conmigo, no los buscaré y le pediré al duque que elimine los beneficios que les ha brindado. Ellos deben buscar sus propias soluciones.

Por lo menos, ya no soy una carga para ellos. Eso debe hacerles la vida más fácil.

Siento que, poco a poco, tengo menos miedo a la vida, y eso debo agradecérselo a Cielo. Ella es extrema, apasionada, llena de ideas retadoras, y aunque posiblemente no llegue a ser tan desinhibida como ella, no puedo negar que la admiro y envidio su fuerza en partes iguales. Y no hablo solo de la magia.

Siento que me obliga a conocerme a mí misma, a pensar en temas que antes no me atrevía y a tener mi propio juicio.

Río con algo de amargura al darme cuenta de que, desde pequeña, soñé con un matrimonio, un hogar, y ni siquiera había pensado en las cualidades reales que deseaba para la persona que me acompañara el resto de la vida. Pensaba en un rostro, una fortuna y quizás una edad, nada más.

El capitán Jaime es el sueño de la vida de Cielo. Él es su Musa, la persona a la que está unida a través del hilo rojo del destino. Pero, aun antes de encontrarla, ella ya tenía en mente sus cualidades: carácter fuerte, competitivo, asertivo, territorial. Nunca le importó el físico, ni siquiera el sexo de esa persona.

Termino acostada en la banca, sin despegar la vista del cielo, y una conclusión emerge en mi cabeza: estoy viviendo una segunda oportunidad en la vida, y debo aprovecharla, porque no sé cuánto dure.

—¿Sabías que si pides un deseo a una estrella fugaz se puede hacer realidad?

La voz de Cielo resuena nuevamente en mi cabeza y eso me hace sonreír.

—No lo sabía —confieso.

Una suave brisa me obliga a retirar el cabello de mis ojos.

— Si pasara en este momento una estrella de esas, ¿qué le pedirías?— pregunto curiosa y ella responde sin dudar.

—Poder estar con quien amo.

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