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4. CAPITÁN LUIS JAIME ENRIQUEZ

Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.

Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.

Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.

—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.

Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue uno de sus captores.

Me sumerjo en su mente y hallo el motivo. Fue él. Él lastimó a Odeth. Y ella cree que también mancilló su cuerpo. No lo vio, pero en medio de su inconsciencia escuchó cosas, sintió cosas... Y ahora, su sangre hierve. Como la mía.

No sé de victimización, pero sí de venganza y poder. Algún día aprenderé a tomar el control total de su cuerpo. Por ahora, debo hacer que esta inocente encuentre el valor de tomar las riendas de su vida, que no sea solo un sujeto pasivo mientras otros escriben su historia.

—Queda otro hombre, y no tardará en llegar. ¿Quieres volver a ese sucio lugar? Lo que sea que te hagan ahora, estando despierta, lo sentirás de verdad. Una y otra vez.

No busco calmarla ni reconfortarla. Solo la empujo al borde del abismo. Y cuando uno llega ahí, solo hay dos opciones: o te derrumbas, o deja de temer y peleas con todo lo que tienes. Para mi fortuna, la duquesa elige lo segundo.

Toma la daga con manos temblorosas y, sin vacilar, se acerca a los hombres que siguen forcejeando. La lucha es tan feroz que no notan su presencia hasta que es demasiado tarde.

El cuchillo brilla a la luz incierta. Se hunde una vez. Y otra. Y otra.

La joven sigue apuñalando sin detenerse, hasta que una detonación rasga el aire. Algo más ha sucedido.

Mi Musa sigue en el suelo, con el peso muerto del hombre sobre su brazo, mientras en la otra mano sostiene el arma con la que ha derribado al último de nuestros perseguidores.

La daga cae. Solo queda el sonido entrecortado de la respiración de Elizabeth. Retrocede, cubriendo el rostro con las manos. Se cree un monstruo. No veo nada, no me deja ver nada, pero entonces siento el peso de la tela sobre los hombros.

—Encenderé una fogata y me encargaré de estos hombres —su voz es baja, firme—. Por favor, cálmese, duquesa. Lo peor ha pasado. Le garantizo que ahora todo estará bien.

Ella lo mira, y lo que siente es... gratitud. Y por primera vez en su vida, admiración.

De alguna forma, eso me resulta triste. No solo agradece que la haya salvado. Lo admira porque, pese a que su vestido está roto y su pecho queda expuesto, la mirada de mi Musa no la ha acariciado con intenciones indebidas. Sobre sus hombros descansa una camisa limpia.

Su rostro arde cuando toma plena conciencia del estado de su ropa.

—No tengo prendas de mujer conmigo —afirma él mientras aviva el fuego—. Tendrá que vestirse de hombre hasta llegar al próximo pueblo. Prometo conseguirle ropa apropiada y garantizarle su regreso a casa.

La chica no dice nada. Se abraza a sí misma, aspirando el aroma varonil impregnado en la prenda. Observa las llamas, tratando de dejar su mente en blanco, pero no lo consigue.

—Pregúntale su nombre y de dónde es —le ordeno—. Quiero saber algo de él. Él no es importante para ti... pero sí para mí.

—Sé que es importante para ti. Lo siento —su voz es apenas un susurro—. Si supiera cómo cambiar de lugar contigo de nuevo... lo haría.

— ¿Decía algo? No la escuché —dice mi Musa mientras rebusca algo dentro de una bolsa.

Por supuesto, él no tiene manera de saber que en este cuerpo coexisten dos mentes, ni que su existencia es vital para una de ellas.

De pronto, se detiene. Sus ojos se fijan en nosotras y se acerca con firmeza.

—Perdón mi falta de modales. Soy el Capitán Luis Jaime Enríquez, y le doy mi palabra de honor: haré que llegue sana y salva de regreso a su hogar.

La luz del fuego proyecta sombras caprichosas, acentuando su silueta y dándole a su expresión un aire solemne. Sus facciones varoniles y la fuerza de esa mirada gris se aprecian mejor en persona que en cualquiera de las imágenes que mis sueños me han mostrado. Quiero delinear esa mandíbula y pasar mis manos por aquel cabello oscuro que contrasta tan maravillosamente con esa piel clara.

—¿Hay alguna forma de que no diga que me encontró?

Las palabras de la chica me sorprenden incluso a mí.

El ceño de mi Musa se frunce, e incluso así creo que se ve muy bien.

—¿Por qué querría usted que hiciera eso?

Sonríe con tristeza antes de contestar.

—¿Qué cree que será de mí una vez que vuelva al ducado? Usted al igual que yo señor Jaime, sabe que la gente es implacable y tendrán teorías de todo lo que viví e infortunadamente algunas serán verdad.

Los labios de mi Musa se abren para decir algo, pero entonces Elizabeth continúa hablando.

—Y sobre todo, ¿cuál supone que será la nueva actitud del Duque para conmigo al saber que alguien más ha puesto sus manos en mí?

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