Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.
Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.
Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.
—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.
Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue uno de sus captores.
Me sumerjo en su mente y hallo el motivo. Fue él. Él lastimó a Odeth. Y ella cree que también mancilló su cuerpo. No lo vio, pero en medio de su inconsciencia escuchó cosas, sintió cosas... Y ahora, su sangre hierve. Como la mía.
No sé de victimización, pero sí de venganza y poder. Algún día aprenderé a tomar el control total de su cuerpo. Por ahora, debo hacer que esta inocente encuentre el valor de tomar las riendas de su vida, que no sea solo un sujeto pasivo mientras otros escriben su historia.
—Queda otro hombre, y no tardará en llegar. ¿Quieres volver a ese sucio lugar? Lo que sea que te hagan ahora, estando despierta, lo sentirás de verdad. Una y otra vez.
No busco calmarla ni reconfortarla. Solo la empujo al borde del abismo. Y cuando uno llega ahí, solo hay dos opciones: o te derrumbas, o deja de temer y peleas con todo lo que tienes. Para mi fortuna, la duquesa elige lo segundo.
Toma la daga con manos temblorosas y, sin vacilar, se acerca a los hombres que siguen forcejeando. La lucha es tan feroz que no notan su presencia hasta que es demasiado tarde.
El cuchillo brilla a la luz incierta. Se hunde una vez. Y otra. Y otra.
La joven sigue apuñalando sin detenerse, hasta que una detonación rasga el aire. Algo más ha sucedido.
Mi Musa sigue en el suelo, con el peso muerto del hombre sobre su brazo, mientras en la otra mano sostiene el arma con la que ha derribado al último de nuestros perseguidores.
La daga cae. Solo queda el sonido entrecortado de la respiración de Elizabeth. Retrocede, cubriendo el rostro con las manos. Se cree un monstruo. No veo nada, no me deja ver nada, pero entonces siento el peso de la tela sobre los hombros.
—Encenderé una fogata y me encargaré de estos hombres —su voz es baja, firme—. Por favor, cálmese, duquesa. Lo peor ha pasado. Le garantizo que ahora todo estará bien.
Ella lo mira, y lo que siente es... gratitud. Y por primera vez en su vida, admiración.
De alguna forma, eso me resulta triste. No solo agradece que la haya salvado. Lo admira porque, pese a que su vestido está roto y su pecho queda expuesto, la mirada de mi Musa no la ha acariciado con intenciones indebidas. Sobre sus hombros descansa una camisa limpia.
Su rostro arde cuando toma plena conciencia del estado de su ropa.
—No tengo prendas de mujer conmigo —afirma él mientras aviva el fuego—. Tendrá que vestirse de hombre hasta llegar al próximo pueblo. Prometo conseguirle ropa apropiada y garantizarle su regreso a casa.
La chica no dice nada. Se abraza a sí misma, aspirando el aroma varonil impregnado en la prenda. Observa las llamas, tratando de dejar su mente en blanco, pero no lo consigue.
—Pregúntale su nombre y de dónde es —le ordeno—. Quiero saber algo de él. Él no es importante para ti... pero sí para mí.
—Sé que es importante para ti. Lo siento —su voz es apenas un susurro—. Si supiera cómo cambiar de lugar contigo de nuevo... lo haría.
— ¿Decía algo? No la escuché —dice mi Musa mientras rebusca algo dentro de una bolsa.
Por supuesto, él no tiene manera de saber que en este cuerpo coexisten dos mentes, ni que su existencia es vital para una de ellas.
De pronto, se detiene. Sus ojos se fijan en nosotras y se acerca con firmeza.
—Perdón mi falta de modales. Soy el Capitán Luis Jaime Enríquez, y le doy mi palabra de honor: haré que llegue sana y salva de regreso a su hogar.
La luz del fuego proyecta sombras caprichosas, acentuando su silueta y dándole a su expresión un aire solemne. Sus facciones varoniles y la fuerza de esa mirada gris se aprecian mejor en persona que en cualquiera de las imágenes que mis sueños me han mostrado. Quiero delinear esa mandíbula y pasar mis manos por aquel cabello oscuro que contrasta tan maravillosamente con esa piel clara.
—¿Hay alguna forma de que no diga que me encontró?
Las palabras de la chica me sorprenden incluso a mí.
El ceño de mi Musa se frunce, e incluso así creo que se ve muy bien.
—¿Por qué querría usted que hiciera eso?
Sonríe con tristeza antes de contestar.
—¿Qué cree que será de mí una vez que vuelva al ducado? Usted al igual que yo señor Jaime, sabe que la gente es implacable y tendrán teorías de todo lo que viví e infortunadamente algunas serán verdad.
Los labios de mi Musa se abren para decir algo, pero entonces Elizabeth continúa hablando.
—Y sobre todo, ¿cuál supone que será la nueva actitud del Duque para conmigo al saber que alguien más ha puesto sus manos en mí?
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr
Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, p
Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me
El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.Ella extiende una mano
Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.El cuerpo humano, sobre
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer