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11. ¿NOS VEREMOS NUEVAMENTE?

No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.

—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.

Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.

¿Lo daría todo por mí?

—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.

Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.

—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?

—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.

¿De qué demonios están hablando?

—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no pueden estar juntos ahora. Pero me ayudará a resolver mi problema... y luego lo buscará a usted, antes de desaparecer.

— ¿Desaparecer? ¿Puede irse tan fácilmente como llegó? —pregunté, sintiendo una opresión inesperada en el pecho.

—Así es. Dice que eventualmente una de las dos dejarán de existir. Está convencida de que será ella. Esto que vivimos no es natural… y el tiempo, tarde o temprano, corrige sus errores. Aunque, si soy sincera… preferiría ser yo quien desapareciera.

Ese dejo de tristeza en su voz, sumado a lo que me pidió anoche frente a la fogata, me recordó que esta mujer no cree tener la fuerza para enfrentar el mundo por sí sola.

—¿Cuál de las dos empuñó el cuchillo? —pregunté, con genuina curiosidad.

—Fui yo —confesó, apenas audible.

Solo por eso supe que, cuando llegue el momento, ella encontrará la fuerza. Aun así, es bueno que Cielo la apoye. Yo no podré hacerlo. Después de todo, la que de verdad había captado mi atención no era la duquesa... sino la bruja, Cielo.

Y entonces me descubro haciéndome una pregunta absurda:

¿Estoy considerando no capturar... o no eliminar... a una bruja?

—Entiendo que Cielo no pertenece a este "plano", según lo que dices. Pero… ¿aquí existen otras brujas?

Mi pregunta la toma por sorpresa.

—No lo sabemos. Aún no nos cruzamos con ninguna.

Lo único positivo en medio de esta locura es saber que no estuve con la esposa del duque.

—No me ensuciaré las manos contigo. Además, no sabría cómo eliminar a la bruja sin herirte a ti. Y por lo que veo, eres inocente —declaré, secamente—. Dejaré que el universo se encargue… como dice ella.

Aunque mis palabras suenan razonables, no son más que una fachada. No quiero que note mi duda… o mi vulnerabilidad. No sé si esto es lo correcto. Solo sé que lastimarlas se sentiría me haría sentir mal.

—Te devolveré con tu esposo. Y ustedes dejarán de ser mi problema.

Veo cómo mis palabras la hieren, pero me obligo a ignorarlo.

—Comeremos algo de carne seca y partiremos cuanto antes.

Pero al regresar al lugar donde habíamos dejado nuestras cosas, me encuentro con una escena que me arranca un suspiro de fastidio: un oso se da un festín con lo poco que nos quedaba.

—Cambio de planes —le murmuro, mientras ella, a mi lado, observa la escena con nerviosismo—. Retrocede sin hacer ruido. No podemos enfrentarlo los dos solos.

Ella obedece, sin apartar la vista del animal.

—Supongo que perdimos la comida —murmura con pesar al alejarnos.

—Así es. No vale la pena arriesgarse. Esperaremos a que se marche… y aceleraremos hasta el cacerío más cercano para comer algo.

—Cielo pregunta si sabes preparar conejo.

—No tengo tiempo para cazar uno —respondo, ya algo fastidiado.

Sigo la dirección de su mirada. Sus ojos, antes suaves, se tornan felinos, atentos. Entonces veo al animal: un pequeño conejo inmóvil entre los arbustos. Lo señala, y por un instante, algo en su pupila centellea. Un destello, un hilo de luz casi imperceptible, atraviesa el aire. El conejo cae, sin un solo sonido.

— ¿Qué fue eso? —pregunto, incrédulo, aún sin parpadear.

—No lo sé. Ella dijo que imaginara que disparaba como te vi hacerlo… y que visualizara el resultado.

Fue increíble. Y aterrador.

¿Podría hacer eso con una persona?

Como si pudiera oír mis pensamientos, la respuesta llegó con voz calma.

—No se preocupe. Ella dice que nunca ha lastimado a alguien que no lo mereciera.

Quisiera dudarlo. Pero, con dolorosa claridad, sé que es la misma respuesta que podría darle. También he hecho daño. Pero nunca a quien considere inocente.

—Te pido que no vuelvas a hacer eso —digo, mientras me acerco al cuerpo del conejo y lo recojo.

—Cielo promete no volver a hacerlo a menos que tu se lo pidas.

Esa bruja está convencida de que de verdad nos veremos después.  

El conejo está muerto. Pero no tiene herida alguna. Ni quemadura. Ni marca. Solo...ausencia de vida. Es un poder que no entiendo, y sin embargo, no me siento amenazado.

El oso se ha ido, así que recogemos lo que queda del campamento improvisado. Encendiendo el fuego. El conejo ya está muerto; sería un pecado desperdiciar la carne. Comemos en silencio, envueltos en ese tipo de calma que solo sobreviene después de algo incomprensible.

Después de recoger todo, partimos rumbo al pueblo donde me espera un viejo amigo.

Tengo que estar loco. ¿Cómo es que esto me resulta cada vez más fascinante?

Solo tengo un caballo. Ella va sentada delante de mí. Poco a poco, sin que se dé cuenta, su espalda se recuesta en mi pecho.  Sé que quien comanda ese cuerpo no es la mujer de anoche, pero ese cuerpo si lo es y me encargué de conocerlo tan bien y exigirle tanto que sé que sigue cansada.

En efecto, poco después la sentí dormir y debí ingeniármelas para mantenerla estable y seguir avanzando.  La duquesa se ve demasiado inocente, a su manera tiene su encanto también.

No puedo evitar sonreir al imaginar lo diferente e interesante que sería hacer el amor también con ella.  La imagíno conteniéndo sus sonidos y cubriendo su rostro con verguenza. Aunque sé que pensarlo es pecado, tengo pecados más grandes que confesar.

Mis ánimos intentan subir nuevamente, así que mejor hago que mis pensamientos tomen otro rumbo, como por ejemplo:  el duelo que quiero presenciar.

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