No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.
—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.
Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.
¿Lo daría todo por mí?
—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.
Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.
—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?
—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.
¿De qué demonios están hablando?
—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no pueden estar juntos ahora. Pero me ayudará a resolver mi problema... y luego lo buscará a usted, antes de desaparecer.
— ¿Desaparecer? ¿Puede irse tan fácilmente como llegó? —pregunté, sintiendo una opresión inesperada en el pecho.
—Así es. Dice que eventualmente una de las dos dejarán de existir. Está convencida de que será ella. Esto que vivimos no es natural… y el tiempo, tarde o temprano, corrige sus errores. Aunque, si soy sincera… preferiría ser yo quien desapareciera.
Ese dejo de tristeza en su voz, sumado a lo que me pidió anoche frente a la fogata, me recordó que esta mujer no cree tener la fuerza para enfrentar el mundo por sí sola.
—¿Cuál de las dos empuñó el cuchillo? —pregunté, con genuina curiosidad.
—Fui yo —confesó, apenas audible.
Solo por eso supe que, cuando llegue el momento, ella encontrará la fuerza. Aun así, es bueno que Cielo la apoye. Yo no podré hacerlo. Después de todo, la que de verdad había captado mi atención no era la duquesa... sino la bruja, Cielo.
Y entonces me descubro haciéndome una pregunta absurda:
¿Estoy considerando no capturar... o no eliminar... a una bruja?
—Entiendo que Cielo no pertenece a este "plano", según lo que dices. Pero… ¿aquí existen otras brujas?
Mi pregunta la toma por sorpresa.
—No lo sabemos. Aún no nos cruzamos con ninguna.
Lo único positivo en medio de esta locura es saber que no estuve con la esposa del duque.
—No me ensuciaré las manos contigo. Además, no sabría cómo eliminar a la bruja sin herirte a ti. Y por lo que veo, eres inocente —declaré, secamente—. Dejaré que el universo se encargue… como dice ella.
Aunque mis palabras suenan razonables, no son más que una fachada. No quiero que note mi duda… o mi vulnerabilidad. No sé si esto es lo correcto. Solo sé que lastimarlas se sentiría me haría sentir mal.
—Te devolveré con tu esposo. Y ustedes dejarán de ser mi problema.
Veo cómo mis palabras la hieren, pero me obligo a ignorarlo.
—Comeremos algo de carne seca y partiremos cuanto antes.
Pero al regresar al lugar donde habíamos dejado nuestras cosas, me encuentro con una escena que me arranca un suspiro de fastidio: un oso se da un festín con lo poco que nos quedaba.
—Cambio de planes —le murmuro, mientras ella, a mi lado, observa la escena con nerviosismo—. Retrocede sin hacer ruido. No podemos enfrentarlo los dos solos.
Ella obedece, sin apartar la vista del animal.
—Supongo que perdimos la comida —murmura con pesar al alejarnos.
—Así es. No vale la pena arriesgarse. Esperaremos a que se marche… y aceleraremos hasta el cacerío más cercano para comer algo.
—Cielo pregunta si sabes preparar conejo.
—No tengo tiempo para cazar uno —respondo, ya algo fastidiado.
Sigo la dirección de su mirada. Sus ojos, antes suaves, se tornan felinos, atentos. Entonces veo al animal: un pequeño conejo inmóvil entre los arbustos. Lo señala, y por un instante, algo en su pupila centellea. Un destello, un hilo de luz casi imperceptible, atraviesa el aire. El conejo cae, sin un solo sonido.
— ¿Qué fue eso? —pregunto, incrédulo, aún sin parpadear.
—No lo sé. Ella dijo que imaginara que disparaba como te vi hacerlo… y que visualizara el resultado.
Fue increíble. Y aterrador.
¿Podría hacer eso con una persona?
Como si pudiera oír mis pensamientos, la respuesta llegó con voz calma.
—No se preocupe. Ella dice que nunca ha lastimado a alguien que no lo mereciera.
Quisiera dudarlo. Pero, con dolorosa claridad, sé que es la misma respuesta que podría darle. También he hecho daño. Pero nunca a quien considere inocente.
—Te pido que no vuelvas a hacer eso —digo, mientras me acerco al cuerpo del conejo y lo recojo.
—Cielo promete no volver a hacerlo a menos que tu se lo pidas.
Esa bruja está convencida de que de verdad nos veremos después.
El conejo está muerto. Pero no tiene herida alguna. Ni quemadura. Ni marca. Solo...ausencia de vida. Es un poder que no entiendo, y sin embargo, no me siento amenazado.
El oso se ha ido, así que recogemos lo que queda del campamento improvisado. Encendiendo el fuego. El conejo ya está muerto; sería un pecado desperdiciar la carne. Comemos en silencio, envueltos en ese tipo de calma que solo sobreviene después de algo incomprensible.
Después de recoger todo, partimos rumbo al pueblo donde me espera un viejo amigo.
Tengo que estar loco. ¿Cómo es que esto me resulta cada vez más fascinante?
Solo tengo un caballo. Ella va sentada delante de mí. Poco a poco, sin que se dé cuenta, su espalda se recuesta en mi pecho. Sé que quien comanda ese cuerpo no es la mujer de anoche, pero ese cuerpo si lo es y me encargué de conocerlo tan bien y exigirle tanto que sé que sigue cansada.
En efecto, poco después la sentí dormir y debí ingeniármelas para mantenerla estable y seguir avanzando. La duquesa se ve demasiado inocente, a su manera tiene su encanto también.
No puedo evitar sonreir al imaginar lo diferente e interesante que sería hacer el amor también con ella. La imagíno conteniéndo sus sonidos y cubriendo su rostro con verguenza. Aunque sé que pensarlo es pecado, tengo pecados más grandes que confesar.
Mis ánimos intentan subir nuevamente, así que mejor hago que mis pensamientos tomen otro rumbo, como por ejemplo: el duelo que quiero presenciar.
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer
El desdoblamiento es un arte sutil que todo ser humano puede lograr, basta con guiar la mente hacia un estado profundo de relajación. Me acomodo nuevamente en aquella cama y comienzo mi preparación. Poco a poco, me dejo caer en ese suave abismo de inconsciencia, pero justo antes de perderme por completo, fuerzo a mi mente a permanecer alerta, permitiendo que solo el cuerpo repose.Siento que el peso se desvanece y flota. No quiero flotar. Podría perder el control, alejarme demasiado de mi cuerpo y terminar… quién sabe dónde. Con esfuerzo, intento mantenerme cerca del suelo, anclada.Esperaba ver proyectada la imagen de una mujer de sesenta y cinco años, como dicta mi edad, pero frente a mí se encuentra la versión de veinte, con una bata blanca tan sencilla como pura.Me invade una felicidad extraña al volver a verme así. No comprendo del todo el porqué. Varias teorías revolotean en mi cabeza, pero la más fuerte sostiene que, al haber estado cerca de cuerpos jóvenes, al haber visto y s
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la car
Después de eso no tuve la oportunidad de volver a verlo hasta que llegó el momento de la despedida. La duquesa fue quien se hizo cargo de la salida y despedida cordial. Por el momento yo solo pongo cuidado a las costumbres para no desentonar ahora que habrá más gente a nuestro alrededor.Es extraño que una escolta me espere, pero Elizabeth dice que eso es normal para ella. “Fuera de la residencia del gran Duque, rara vez estaremos solas”, dice.Mi musa la acompaña al carruaje, pero antes de ayudarla a subir toma su mano y la besa conservándola por un momento entre la suya, diciendo en voz baja.—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas y que en definitiva… no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira con asombro, pero asiente con una sonrisa verdadera.—Lo ha escuchado, Capitán.Sube al carruaje. Antes de partir mira por la ventanilla hacia el segundo piso de la casa, desde donde se distingue la silueta de una mujer que nos observa. Si
Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiv
Me tiemblan levemente las manos, pero debo controlarme. Le pido a la mujer que deje la bandeja sobre la pequeña mesa redonda y se retire. Percibo su desconcierto al ver las prendas sobre la cama, la puerta abierta y la bañera ya preparada. Aun así, no dice una palabra; se limita a hacer una reverencia rápida antes de marcharse.Le acerco su taza. Espero a que haya bebido la mitad antes de levantarme para ayudar a quitarse el calzado.—Se siente muy bien que me atiendas así —dice él, mientras se despoja de la camisa—. Pero yo termino solo, me rinde más. Lo que me urge es verte, desnuda, mi palomita blanca, y estar dentro de ti.Sus palabras son tan gráficas que siento repelús y fuera de eso está el término “palomita blanca”, lo detesto. El desgraciado se vanagloria de que fue él quien me desfloró. Desde entonces en la intimidad me dice que soy su “palomita blanca”.Aprovechando un descuido, vierto mi té en una matera junto a la ventana y dejo la taza de nuevo en la mesa.—¿Te parece si
Despertamos solas en aquella enorme cama con dosel, entre sábanas que huelen a lavanda y secretos.Elizabeth, con su voz tranquila y bien modulada, comenta que el duque es un hombre de costumbres tempranas. Cada mañana se marcha antes del alba para atender sus negocios, así que —según dice— pasaremos la mayor parte del día solas. Confieso que la idea me complace.— ¿Y sus hijos? —pregunto, aún desperezándome—. Ayer conocí a uno… me falta el otro.Digo mientras ella se levanta y se dirige a una habitación anexa a la que oficialmente es la suya.—Sí, viste a Lord Marcus. Vive aquí con su esposa. En cambio, Lord August, el mayor, reside solo en una casa no muy lejos de esta.—De verdad piensas ponerte eso? —pregunto atónita—. ¿Tonos pastel y moños? Vamos a parecer un maldito regalo de cumpleaños mal envuelto.Se detiene en seco, la tela suspendida en el aire como si la hubiera ofendido.—Por favor, deja de maldecir —me reprende con esa compostura casi angelical suya.Si pudiera poner lo
— ¿Cómo que no podemos salir de aquí? Creí que eras la esposa del dueño, no una prisionera —me dice Cielo en cuanto retomamos nuestros lugares.—Se supone que, por seguridad, no debemos hacerlo —le responde con calma—. Por eso siempre debemos llevar escolta.—Pero hay muchos guardias rondando los límites de la mansión. ¿No podrían acompañarnos algunos de ellos? —insiste.Comprendo por qué lo dice, pero no es tan sencillo. Ninguno de ellos se moverá sin la autorización directa del duque, y mucho menos nos dejarán cruzar los portones.—Son normas de seguridad. Para salir, al menos cinco guardias deben escoltarme, y eso reduciría la vigilancia de la mansión. Las salidas deben planearse con anticipación. Además… una dama no puede salir sin su dama de compañía.Mis palabras le parecen absurdas. No tiene que decirlo, lo siento. Sin embargo, guarda silencio.Cielo es fuerte. Nunca había conocido a una mujer como ella, y no me refiero solo a su magia. Tiene esa firmeza serena de quien no nece