No la sentí levantarse.
Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.
El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.
No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.
Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.
Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos empatados.
Siempre deseé a una mujer así, no esperé que alguien de apariencia tan grácil y de cuna tan alta pudiera poseer tales aptitudes. Es verdad que hasta hace muy poco tuve interés en otra mujer: Rebeca, pero el tipo de fuerza que vi en ella no es siquiera comparable a la que me ha mostrado la duquesa Elizabeth o Cielo, como insistió anoche que la llamara.
Rebeca también ostenta un título, el de condesa que aunque más modesto comparado al de Elizabeth, no es nada despreciable y eso me hace pensar ahora que si es posible encontrar el tipo de mujer que anhelo entre las mujeres de alta cuna.
La Condesa me dejó sentir su fuerza a través de su palabra y voluntad. Puede que no pareciera en aquel momento, pero ganó mi atención cuando hablaba con mi hermano y debatía con él defendiendo con argumentos férreos sus posturas. Fue la primera vez que evidencié que la fuerza en una mujer no siempre toma la forma de acero o fuego, sino de palabra y convicción.
Me dolió cuando eligió a otro —peor aún, a alguien que considero inferior—, pero en el fondo sabía que lo que sangraba era mi orgullo.
Pude haberla obligado, forzar alianzas matrimoniales es tan fácil para un hombre en estos días, sobre todo para alguien como yo de quien se espera tanto gracias a mi trabajo y las influencias políticas de mi familia. Pero no es lo que quiero, no quiero llegar a mi casa y encontrar a una mujer amargada y sumisa que solo cumpla órdenes, no quiero a alguien que comparta mi lecho y me dé hijos porque esa es su obligación o porque simplemente no tenga otra opción, quiero llegar a mi casa y sentir que estoy de verdad en mi hogar, no que soy un carcelero.
Nunca me ha importado agradar a los demás, pero incluso así, no puedo tratar a todos como merecen. Por eso existe la cortesía... y la hipocresía. Máscaras necesarias, pero que deseo quitarme cuando cruce la puerta de mi casa.
Ese será mi refugio. Un lugar donde pueda hablar sin temor, sin disfraces, y ser escuchado, comprendido... aceptado.
Rebeca está en la página de un libro que pasé y la duquesa está justo en el renglón en que tengo la vista. Debo entregarla, no importa cuantas vueltas le dé a la situación, eso lo sé, pero me enoja no tener el poder necesario para simplemente tomarla. En su mirada vi tanta fuerza que tengo la certeza de que ella sería capaz de quemar el mundo por la persona que esté en su corazón, así como yo lo sería de quemarlo si fuera mía.
Me visto y salgo de la carpa esperando encontrarla a la vista, pero no lo está, así que solo se me ocurre que esté en el río. Al acercarme miro con extrañeza la zona, pues no recordaba que el lugar fuera tan hermoso, es como si en una sola noche el paisaje se hubiera alterado.
Todo se ve más verde, más tupido, más vivo. Un viento me golpea y un canto desconocido me alcanza. Es su voz, no tengo duda.
Cuando llego a la orilla del río no puedo dar fe a lo que veo, así que me acerco a ella con sigilo con la esperanza de que sea el brillo de algún colgante o una mala pasada de mi imaginación. Sus ojos están cerrados y una de sus manos toca su pecho desde donde sale un resplandor.
Sus ojos se abren y se encuentra con los míos estupefactos. Nuevamente, es como si su mirada alumbrara y ahora lo hace de una forma en que no puede ser natural.
—Le explicaré todo Capitán —dice con una mueca de miedo— solo no dispare.
El resplandor desaparece y solo queda la muchacha que aunque bella indudablemente no tiene la presencia fuerte de la mujer que anoche estuvo en mis brazos.
—Eres una bruja —susurro con amargura—. ¿Quién eres? ¿Dónde está la duquesa?
Mi mano, casi por instinto, ha tomado el arma que llevo al cinto.
La apunto a su pecho, sin pensar.
Sus ojos bajan lentamente hacia la pistola y luego vuelven a los míos.
—Yo soy la duquesa Isabel de Quiroga —dice con voz quebrada—. Pero no soy la mujer con la que compartió la noche.
¿Qué...?
Me cuesta asimilar lo que oigo, lo que veo... pero más aún esta sensación de traición que me cala hondo.
¿Fui presa de algún truco mágico? ¿Caí rendido ante un ser sobrenatural?
Sabía de licántropos... de las lobas y su capacidad de seducción.
Pero... ¿brujas? ¿Eso también existe?
—Ella se llama Cielo —continúa con suavidad—. Y habita en mí desde ayer.
La escucho hablar, decir cosas que rozan lo inverosímil.
Pero sus ojos no mienten. Su rostro no miente.
Y eso es lo más aterrador de todo: sé que no lo está inventando.
—Ella lo daría todo por usted —dice al final, con una súplica apenas contenida—. Por favor... cuando pueda regresar... escúchela.
NOTA DE AUTOR
Rebeca es la protagonista de AMOR SALVAJE, otra de mis novelas en la cual Jaime es solo un personaje secundario.
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer
El desdoblamiento es un arte sutil que todo ser humano puede lograr, basta con guiar la mente hacia un estado profundo de relajación. Me acomodo nuevamente en aquella cama y comienzo mi preparación. Poco a poco, me dejo caer en ese suave abismo de inconsciencia, pero justo antes de perderme por completo, fuerzo a mi mente a permanecer alerta, permitiendo que solo el cuerpo repose.Siento que el peso se desvanece y flota. No quiero flotar. Podría perder el control, alejarme demasiado de mi cuerpo y terminar… quién sabe dónde. Con esfuerzo, intento mantenerme cerca del suelo, anclada.Esperaba ver proyectada la imagen de una mujer de sesenta y cinco años, como dicta mi edad, pero frente a mí se encuentra la versión de veinte, con una bata blanca tan sencilla como pura.Me invade una felicidad extraña al volver a verme así. No comprendo del todo el porqué. Varias teorías revolotean en mi cabeza, pero la más fuerte sostiene que, al haber estado cerca de cuerpos jóvenes, al haber visto y s
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la car
Después de eso no tuve la oportunidad de volver a verlo hasta que llegó el momento de la despedida. La duquesa fue quien se hizo cargo de la salida y despedida cordial. Por el momento yo solo pongo cuidado a las costumbres para no desentonar ahora que habrá más gente a nuestro alrededor.Es extraño que una escolta me espere, pero Elizabeth dice que eso es normal para ella. “Fuera de la residencia del gran Duque, rara vez estaremos solas”, dice.Mi musa la acompaña al carruaje, pero antes de ayudarla a subir toma su mano y la besa conservándola por un momento entre la suya, diciendo en voz baja.—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas y que en definitiva… no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira con asombro, pero asiente con una sonrisa verdadera.—Lo ha escuchado, Capitán.Sube al carruaje. Antes de partir mira por la ventanilla hacia el segundo piso de la casa, desde donde se distingue la silueta de una mujer que nos observa. Si
Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiv
Me tiemblan levemente las manos, pero debo controlarme. Le pido a la mujer que deje la bandeja sobre la pequeña mesa redonda y se retire. Percibo su desconcierto al ver las prendas sobre la cama, la puerta abierta y la bañera ya preparada. Aun así, no dice una palabra; se limita a hacer una reverencia rápida antes de marcharse.Le acerco su taza. Espero a que haya bebido la mitad antes de levantarme para ayudar a quitarse el calzado.—Se siente muy bien que me atiendas así —dice él, mientras se despoja de la camisa—. Pero yo termino solo, me rinde más. Lo que me urge es verte, desnuda, mi palomita blanca, y estar dentro de ti.Sus palabras son tan gráficas que siento repelús y fuera de eso está el término “palomita blanca”, lo detesto. El desgraciado se vanagloria de que fue él quien me desfloró. Desde entonces en la intimidad me dice que soy su “palomita blanca”.Aprovechando un descuido, vierto mi té en una matera junto a la ventana y dejo la taza de nuevo en la mesa.—¿Te parece si
Despertamos solas en aquella enorme cama con dosel, entre sábanas que huelen a lavanda y secretos.Elizabeth, con su voz tranquila y bien modulada, comenta que el duque es un hombre de costumbres tempranas. Cada mañana se marcha antes del alba para atender sus negocios, así que —según dice— pasaremos la mayor parte del día solas. Confieso que la idea me complace.— ¿Y sus hijos? —pregunto, aún desperezándome—. Ayer conocí a uno… me falta el otro.Digo mientras ella se levanta y se dirige a una habitación anexa a la que oficialmente es la suya.—Sí, viste a Lord Marcus. Vive aquí con su esposa. En cambio, Lord August, el mayor, reside solo en una casa no muy lejos de esta.—De verdad piensas ponerte eso? —pregunto atónita—. ¿Tonos pastel y moños? Vamos a parecer un maldito regalo de cumpleaños mal envuelto.Se detiene en seco, la tela suspendida en el aire como si la hubiera ofendido.—Por favor, deja de maldecir —me reprende con esa compostura casi angelical suya.Si pudiera poner lo