10. ¿LAS BRUJAS EXITEN?

No la sentí levantarse.

Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.

El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.

No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.

Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.

Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos empatados.

Siempre deseé a una mujer así, no esperé que alguien de apariencia tan grácil y de cuna tan alta pudiera poseer tales aptitudes. Es verdad que hasta hace muy poco tuve interés en otra mujer: Rebeca, pero el tipo de fuerza que vi en ella no es siquiera comparable a la que me ha mostrado la duquesa Elizabeth o Cielo, como insistió anoche que la llamara.

Rebeca también ostenta un título, el de condesa que aunque más modesto comparado al de Elizabeth, no es nada despreciable y eso me hace pensar ahora que si es posible encontrar el tipo de mujer que anhelo entre las mujeres de alta cuna.

La Condesa me dejó sentir su fuerza a través de su palabra y voluntad. Puede que no pareciera en aquel momento, pero ganó mi atención cuando hablaba con mi hermano y debatía con él defendiendo con argumentos férreos sus posturas. Fue la primera vez que evidencié que la fuerza en una mujer no siempre toma la forma de acero o fuego, sino de palabra y convicción.

Me dolió cuando eligió a otro —peor aún, a alguien que considero inferior—, pero en el fondo sabía que lo que sangraba era mi orgullo.

Pude haberla obligado, forzar alianzas matrimoniales es tan fácil para un hombre en estos días, sobre todo para alguien como yo de quien se espera tanto gracias a mi trabajo y las influencias políticas de mi familia. Pero no es lo que quiero, no quiero llegar a mi casa y encontrar a una mujer amargada y sumisa que solo cumpla órdenes, no quiero a alguien que comparta mi lecho y me dé hijos porque esa es su obligación o porque simplemente no tenga otra opción, quiero llegar a mi casa y sentir que estoy de verdad en mi hogar, no que soy un carcelero.

Nunca me ha importado agradar a los demás, pero incluso así, no puedo tratar a todos como merecen. Por eso existe la cortesía... y la hipocresía. Máscaras necesarias, pero que deseo quitarme cuando cruce la puerta de mi casa.

Ese será mi refugio. Un lugar donde pueda hablar sin temor, sin disfraces, y ser escuchado, comprendido... aceptado.

Rebeca está en la página de un libro que pasé y la duquesa está justo en el renglón en que tengo la vista. Debo entregarla, no importa cuantas vueltas le dé a la situación, eso lo sé, pero me enoja no tener el poder necesario para simplemente tomarla. En su mirada vi tanta fuerza que tengo la certeza de que ella sería capaz de quemar el mundo por la persona que esté en su corazón, así como yo lo sería de quemarlo si fuera mía.

Me visto y salgo de la carpa esperando encontrarla a la vista, pero no lo está, así que solo se me ocurre que esté en el río. Al acercarme miro con extrañeza la zona, pues no recordaba que el lugar fuera tan hermoso, es como si en una sola noche el paisaje se hubiera alterado.

Todo se ve más verde, más tupido, más vivo. Un viento me golpea y un canto desconocido me alcanza. Es su voz, no tengo duda.

Cuando llego a la orilla del río no puedo dar fe a lo que veo, así que me acerco a ella con sigilo con la esperanza de que sea el brillo de algún colgante o una mala pasada de mi imaginación. Sus ojos están cerrados y una de sus manos toca su pecho desde donde sale un resplandor.

Sus ojos se abren y se encuentra con los míos estupefactos. Nuevamente, es como si su mirada alumbrara y ahora lo hace de una forma en que no puede ser natural.

—Le explicaré todo Capitán —dice con una mueca de miedo— solo no dispare.

El resplandor desaparece y solo queda la muchacha que aunque bella indudablemente no tiene la presencia fuerte de la mujer que anoche estuvo en mis brazos.

—Eres una bruja —susurro con amargura—. ¿Quién eres? ¿Dónde está la duquesa?

Mi mano, casi por instinto, ha tomado el arma que llevo al cinto.

La apunto a su pecho, sin pensar.

Sus ojos bajan lentamente hacia la pistola y luego vuelven a los míos.

—Yo soy la duquesa Isabel de Quiroga —dice con voz quebrada—. Pero no soy la mujer con la que compartió la noche.

¿Qué...?

Me cuesta asimilar lo que oigo, lo que veo... pero más aún esta sensación de traición que me cala hondo.

¿Fui presa de algún truco mágico? ¿Caí rendido ante un ser sobrenatural?

Sabía de licántropos... de las lobas y su capacidad de seducción.

Pero... ¿brujas? ¿Eso también existe?

—Ella se llama Cielo —continúa con suavidad—. Y habita en mí desde ayer.

La escucho hablar, decir cosas que rozan lo inverosímil.

Pero sus ojos no mienten. Su rostro no miente.

Y eso es lo más aterrador de todo: sé que no lo está inventando.

—Ella lo daría todo por usted —dice al final, con una súplica apenas contenida—. Por favor... cuando pueda regresar... escúchela.

NOTA DE AUTOR

Rebeca es la protagonista de AMOR SALVAJE, otra de mis novelas en la cual Jaime es solo un personaje secundario.

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