Início / Romance / EL DESPERTAR DE LA DUQUESA / 16. PREPARATIVOS PARA EVADIR MIS DEBERES CONYUGALES
16. PREPARATIVOS PARA EVADIR MIS DEBERES CONYUGALES

Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.

En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.

—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.

No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiva podría llegar a vieja habiendo vivido una vida vacía y sin sentido. ¿Tiene sentido vivir así?

La respuesta es no. No quiero abrir los ojos y verme como una mujer sin un solo momento de dicha propio que recordar y obviamente después de todo lo vivido no quiero terminar en la calle sobreviviendo de la caridad de solo Dios sabe quién y a cambio de qué.

Cielo afirma que hemos ganado un primer asalto, pero eso no hace lo que sigue más fácil. Me acerco al momento cúspide del amarre a este hombre, lo que sucederá en esa alcohoba.

La experiencia de Cielo con el capitán dejó una huella en mi mente. Recuerdo el olor de aquel hombre, la firmeza de su cuerpo joven y bien formado. Ahora sé lo que es la belleza, la fuerza… y el deseo auténtico.

—No te angusties por eso —dice Cielo desde lo más profundo de mi mente—. Seremos creativas. Las imágenes que deberemos soportar serán feas, no te mentiré… pero te prometo algo: esa cosa arrugada y vieja no volverá a entrar en este cuerpo, no mientras yo esté contigo.

Su tono, lleno de repulsión, extrañamente me reconforta. Pero no puedo evitar preguntarme: ¿cómo impedirá que cumpla mis deberes conyugales, y que el duque, aun así, quede satisfecho?

Solo me queda depositar mi fe en ella.

Sus palabras y la entonación que muestra su repulsión al acto me reconforta, pero, ¿cómo impedirá que yo cumpla con mis deberse conyugales y que el duque quede lo suficientemente satisfecho con ello?

Solo puedo poner mi fe en ella.

Al llegar a la habitación, el duque intenta tocarme. Retrocedo suavemente, argumentando que no me he bañado en días y que necesito refrescarme antes.

Él me mira con sospecha. Pero mi siguiente propuesta disipa sus dudas:

— Deberíamos bañarnos juntos —digo con una sonrisa insinuante que Cielo me ha enseñado a hacer—. Podría restregar su espalda. Nunca lo hemos hecho, y al fin y al cabo, soy tu esposa. Sería lo natural que te atienda. ¿No crees?

—Ciertamente, suena… muy interesante, esposa —responde el viejo, con una sonrisa lasciva.

En ese momento tocan la puerta de manera sutil, así que me adelanto para abrirla.

Del otro lado, una de las mucamas se inclina tímidamente al ver la figura del duque que la observa con enojo detrás de mí.

—Solo quería saber si necesitaba algo, mi señora —dice en voz baja, impidiendo su mirada.

—Un té —respondo al tiempo que deslizo una mano entre los pliegues de mi vestido y le entrego una pequeña bolsita de hierbas, secas pero fragantes—. Cielo las recogió durante una de nuestras paradas. Es excelente para… relajarse. Corre.

La joven asiente y desaparece por el pasillo con presteza. Yo cierro la puerta con suavidad tras ella.

—Te encantará —digo, girándome hacia él con una sonrisa que finge ser inocente.

Camino con aire liviano junto al viejo y entro al baño. Comienzo a preparar la tina con calma ritual. Cielo me habla desde algún rincón invisible de mi mente.

—No entraremos con él en esa agua —aclara con frialdad—, pero sí la usaremos. Es importante.

Me reconforta saberlo, aunque creo que mis razones difieren bastante de las suyas.

—No podemos permitir que ese anciano se resbale y muera en la bañera —continúa—. Lo que necesitamos es que si antes te deseaba, ahora te adore. Que su obsesión se vuelva evidente, incluso más allá de los muros de esta casa. Todos deben saber que eres su amada esposa.

Esa es su estrategia, y aunque suena lógica, mi mente está ocupada en algo mucho más inmediato…no tener sexo con él.

—¿Podemos cambiar de lugar? No quiero tocarlo de ninguna forma —prácticamente le suplico—además según sé, eres casi tan vieja como él, así que no te puede dar tan duro tocarlo como a mí.

El rechazo de Cielo se siente como un portazo dentro de mi pecho. Mis palabras la han ofendido, lo sé. Pero no puedo evitarlo. Lo pienso de verdad.

Cielo tiene, según mis cálculos, sesenta y cinco años. El duque, al menos setenta y dos. La diferencia no es tan grande… no como la que existe entre él y yo.

—Nunca he tocado a un viejo —responde con firmeza—, y menos a alguien tan despreciable como este. Hay hombres mayores que todavía conservan cierta dignidad, incluso encanto. Pero ese esperpento que ronda al otro lado de la puerta… dudo que ni siquiera en su juventud haya sido digno de deseo.

No entiendo del todo la palabra “esperpento”, pero suena a algo monstruoso. Y eso me basta. Su tono, su certeza, derrumban cualquier esperanza que me quedara. Tal vez tiene razón. De todas formas, fui yo quien juró los votos matrimoniales. Soy yo quien tiene el deber conyugal. No ella.

—Bien. ¿Qué debería hacer ahora?

—Vuelve a la habitación. Prepare la ropa de dormir de ambos. Pídele que te ayude a desabrochar el vestido. Usa el momento, haz que cada gesto sea lo más provocador posible… sin llegar a tocarlo, sin cruzar esa línea.

Tomo aire. Profundo. Necesito valor para lo que sigue.

Y con una última mirada a la tina burbujeante, me dispongo a salir del baño. El hombre está a medio desvestir cuando termino de alistar la ropa y tocan la puerta para entregarnos el té.

—Perfecto —dice Cielo— ahora sí que inicie el show.

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