Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.
—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?
Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.
—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?
Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.
¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.
Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.
—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la carne… y eso, lo sabes.
Mientras hablo mi mano alcanza a liberar dos de los botones de su camisa antes de que su mano se ponga sobre la mía y me detenga.
—¿Cómo puede una dama ser tan descarada? —dice, y no puedo ver su rostro, pero su voz es una mezcla de asombro y algo más oscuro.
—¿Una dama? —me burlo suavemente—. Ja.
Estiro la mano que tengo en su pecho poniendo distancia entre nosotros (obvio fui yo quien retrocedió, pues el muy terco no quiso ceder) y capturo su mirada en la mía.
—La Duquesa es la dama, ella tiene los modales y la educación de este lugar. De dónde yo vengo no existe tal cosa como una dama y la sumisión a un hombre, así que a mí debes mirar como a un igual, porque lucharé a tu lado en todo hombro a hombro, no abajo de ti.
Una sonrisa se escapa de mis labios ante el doble sentido que mi mente no puede evitar notar.
—Bueno… habrá momentos en que estaré debajo de ti —añado mordiéndome el labio con picardía—, pero ese es otro tipo de lucha. A mí debes mirarme como a una mujer. Como tu mujer, no como alguien inferior o débil.
Sentí el instante mismo en que su alma vibró con la mía ante mis palabras aunque su rostro no lo demostró. Me acerco suavemente y él no hace el intento de alejarme… nunca ha huido de mi contacto y eso solo me dice que estoy en lo correcto, él siente nuestro vínculo, siente que esto es correcto aunque no entienda la razón.
Vuelvo a inclinarme sobre él, pero esta vez en vez de hablar a su oído, roso delicadamente mis labios en su cuello sintiendo como su piel se eriza.
—No se trata de que quieras. Se trata de que eres mío —susurro en su oído.
Quiero apartarme para leer su expresión, pero él reacciona primero. Me empuja algo brusco y en un instante estamos en la cama, en una posición tan íntima que cada parte de mí lo siente.
—No deberías hacer planes con un cuerpo que no es tuyo. Debes respetar los deseos de esa mujer —dice, aunque su cercanía desmiente cada palabra.
Está tan cerca, tan malditamente excitado, que ya lo puedo sentir.
—Digamos que tengo un acuerdo con ella. Llamémoslo… un trato. Si quisiera, podría tomar el control ahora mismo. Pero estoy aquí porque ella lo permite.
—Pruébalo.
Necesito que Elizabeth se asome por un momento, pero la muy condenada aunque ya está despierta, tiene tanta vergüenza por la posición en que estamos que se niega.
“Serán solo unos segundos” le ruego, “solo tienes que decirle que me autorizas estar con él, eso es todo”.
“Pero eso es mentira”, firma, “te tomaste el derecho a usar mi cuerpo cuando viste la oportunidad”
Aunque son ciertas sus palabras, no puedo dejar que me quite el poco tiempo que me queda. Debo aprovecharlo al máximo.
“No te hagas la santa. Cómo yo veo las cosas, eres tú quien necesita más ayuda que yo. Arreglaré tu patética vida antes de desaparecer, así que en comparación lo que te pido es casi irrisorio”, le digo con suficiencia, "además, estás viviendo a través de mí también, y son recuerdos mucho más entretenidos para ti que todo lo que has vivido hasta el momento. Estas son imágenes y sensaciones con las cuales nunca habrías soñado y menos vivido.
El silencio invade mi mente y entonces siento que estoy siendo halada. He ganado.
—¿Podrías darme espacio, por favor? —susurra Elizabeth, desviando el rostro para no seguir enfrentando la mirada de mi Musa.
El rubor le tiñe las mejillas, y entonces, él hace algo que me hiela la sangre: toma una de las piernas de la duquesa y la coloca con suavidad, pero sin pedir permiso, sobre su hombro.
—¿No era esto lo que deseabas?… Bruja
Está tratando de probar que es ella, eso lo entiendo, pero me está cabreando en el proceso.
Elizabeth lo mira con terror, los ojos muy abiertos, y siento que está al borde del colapso. Jaime desliza la mano con deliberada lentitud desde su pantorrilla hasta la cara interna de su muslo, sin apartar los ojos de su rostro, atento a cada cambio, cada gesto.
—Yo… yo soy Elizabeth —balbucea ella, retrocediendo dentro de sí misma como una niña asustada.
No ha dicho lo que le pedí, pero ya no importa. Estoy de vuelta. Estoy en control de su cuerpo y estoy… furiosa. Celosa. Dolida. Todo a la vez. No estaba preparada para presenciar algo así.
Trato de empujarlo, pero a duras penas se mueve.
—No puedes tocarla —digo con firmeza, elevando la voz.
Pero en un segundo, su mano cubre mi boca, sofocando las palabras.
—Calla. Nadie debe saber que estoy aquí —susurra junto a mi oído, su tono suave, pero con filo—. Sería muy mal visto. Y pondría en aprietos a esa mujer.
Lo miro, con rabia ardiendo en mis ojos. Él sonríe. Disfruta del fuego que ha generado en mí.
—Así que la gran bruja pierde fuerza en las distancias cortas… y es celosa.
Retira la mano de mi boca y maldigo para mis adentros. Maldito. Ha girado el juego a su favor. Y yo, tonta, le he dado las piezas creyéndolo un hombre más simple.
Intento apartarlo otra vez, pero esta vez baja mi pierna, captura mis muñecas con una sola mano y las sujeta sobre mi cabeza, hundiéndome contra el colchón con todo su cuerpo.
—Está claro que son dos… pero tú eres la que me desea. Y yo… soy tu debilidad.
¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! Grita mi mente.
Aprendió a ver las cosas desde otro ángulo y eso le da cierto grado de control.
Su otra mano se cuela en mi intimidad sorprendiéndome. Juguetea sobre la tela con aquel punto de placer entre mis piernas haciendo que pronto la prenda se sienta húmeda. Trato de contener mis sonidos y de que mi cadera no se mueva, pero es prácticamente imposible.
Cierro con fuerza los ojos y mi pelvis se levanta cuando el placer estalla. Su rostro muestra lo satisfecho que está por mi reacción.
—Tengo mucha curiosidad por ver lo que harás en un solo mes —dice con voz grave, acariciando cada palabra con intención.
No me dejó tocarlo. Sé que él también está al límite, pero aun así se aparta, dejándome ahí, rendida, jadeante… iniciada.
Cuando la puerta se cierra tras él, dejo escapar una risa breve, ronca. Acaricio la sábana aún tibia bajo mi cuerpo.
—No tienes idea de cuánto te voy a disfrutar —murmuro con una sonrisa torcida, ya grabada en mis labios.
Después de eso no tuve la oportunidad de volver a verlo hasta que llegó el momento de la despedida. La duquesa fue quien se hizo cargo de la salida y despedida cordial. Por el momento yo solo pongo cuidado a las costumbres para no desentonar ahora que habrá más gente a nuestro alrededor.Es extraño que una escolta me espere, pero Elizabeth dice que eso es normal para ella. “Fuera de la residencia del gran Duque, rara vez estaremos solas”, dice.Mi musa la acompaña al carruaje, pero antes de ayudarla a subir toma su mano y la besa conservándola por un momento entre la suya, diciendo en voz baja.—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas y que en definitiva… no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira con asombro, pero asiente con una sonrisa verdadera.—Lo ha escuchado, Capitán.Sube al carruaje. Antes de partir mira por la ventanilla hacia el segundo piso de la casa, desde donde se distingue la silueta de una mujer que nos observa. Si
Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiv
Me tiemblan levemente las manos, pero debo controlarme. Le pido a la mujer que deje la bandeja sobre la pequeña mesa redonda y se retire. Percibo su desconcierto al ver las prendas sobre la cama, la puerta abierta y la bañera ya preparada. Aun así, no dice una palabra; se limita a hacer una reverencia rápida antes de marcharse.Le acerco su taza. Espero a que haya bebido la mitad antes de levantarme para ayudar a quitarse el calzado.—Se siente muy bien que me atiendas así —dice él, mientras se despoja de la camisa—. Pero yo termino solo, me rinde más. Lo que me urge es verte, desnuda, mi palomita blanca, y estar dentro de ti.Sus palabras son tan gráficas que siento repelús y fuera de eso está el término “palomita blanca”, lo detesto. El desgraciado se vanagloria de que fue él quien me desfloró. Desde entonces en la intimidad me dice que soy su “palomita blanca”.Aprovechando un descuido, vierto mi té en una matera junto a la ventana y dejo la taza de nuevo en la mesa.—¿Te parece si
Despertamos solas en aquella enorme cama con dosel, entre sábanas que huelen a lavanda y secretos.Elizabeth, con su voz tranquila y bien modulada, comenta que el duque es un hombre de costumbres tempranas. Cada mañana se marcha antes del alba para atender sus negocios, así que —según dice— pasaremos la mayor parte del día solas. Confieso que la idea me complace.— ¿Y sus hijos? —pregunto, aún desperezándome—. Ayer conocí a uno… me falta el otro.Digo mientras ella se levanta y se dirige a una habitación anexa a la que oficialmente es la suya.—Sí, viste a Lord Marcus. Vive aquí con su esposa. En cambio, Lord August, el mayor, reside solo en una casa no muy lejos de esta.—De verdad piensas ponerte eso? —pregunto atónita—. ¿Tonos pastel y moños? Vamos a parecer un maldito regalo de cumpleaños mal envuelto.Se detiene en seco, la tela suspendida en el aire como si la hubiera ofendido.—Por favor, deja de maldecir —me reprende con esa compostura casi angelical suya.Si pudiera poner lo
— ¿Cómo que no podemos salir de aquí? Creí que eras la esposa del dueño, no una prisionera —me dice Cielo en cuanto retomamos nuestros lugares.—Se supone que, por seguridad, no debemos hacerlo —le responde con calma—. Por eso siempre debemos llevar escolta.—Pero hay muchos guardias rondando los límites de la mansión. ¿No podrían acompañarnos algunos de ellos? —insiste.Comprendo por qué lo dice, pero no es tan sencillo. Ninguno de ellos se moverá sin la autorización directa del duque, y mucho menos nos dejarán cruzar los portones.—Son normas de seguridad. Para salir, al menos cinco guardias deben escoltarme, y eso reduciría la vigilancia de la mansión. Las salidas deben planearse con anticipación. Además… una dama no puede salir sin su dama de compañía.Mis palabras le parecen absurdas. No tiene que decirlo, lo siento. Sin embargo, guarda silencio.Cielo es fuerte. Nunca había conocido a una mujer como ella, y no me refiero solo a su magia. Tiene esa firmeza serena de quien no nece
El rostro de Lady Catalina perdió todo el color de inmediato. Su marido, sin delicadeza alguna, la tomó bruscamente del brazo y la arrastró al interior de la casa. Mientras tanto, la duquesa Elizabeth solloza con desconsuelo sobre el hombro de su anciano esposo.—La estrategia del momento se llama victimización —le explico a Elizabeth, mentalmente—. Lo que queremos lograr es simple, pero para eso necesitas mostrarte… así. Frágil, dolida. Y tú, querida, eres perfecta para el papel.Por más que lo intente, yo no lograría parecer una mujer golpeada por la vida. Pero Elizabeth solo necesita ser ella misma y contar fragmentos del infierno que ha vivido hoy. Eso basta.—Es tan injusto todo, esposo…Ya en la sala, el alboroto obliga al duque a pedir una toalla húmeda. Una criada corre a buscarla, con la intención de refrescar el rostro de la duquesa y bajar el enrojecimiento del golpe.—Parece que tu esposa fuera Lady Catalina —dice Elizabeth, llorando—. Es ella quien toma las decisiones en
— ¿Torturar? —replica con voz temerosa—. No quiero hacerle daño a nadie, no de verdad.Río suavemente, con ese deje entre la burla y la ternura que me provoca su actitud. No sabía si llamarla inocente o sencillamente ingenua.—Cambiemos el término, entonces —propongo—. Llamémoslo atormentar. Ejecutaremos ataques psicológicos contra esa mujer —aclaro, como quien enseña con paciencia.—¿Ataques psicológicos?En serio, si estuviera en control del cuerpo pondría los ojos en blanco. ¿Piensa repetir todo lo que digo? Porque si es así, esta conversación será eterna. Inhalo y exhalo recordándome que este mundo es en algunos sentidos más inocente que el mío y sobre todo las mujeres.—Existen muchas formas de causar daño a alguien y nosotras las mujeres somos expertas en el daño psicológico. Te daré un ejemplo: desde que llegaste a esta casa Lady Catalina no ha dejado de actuar como la dueña y al ser tu más joven que ella, te ha hecho creer que de verdad ella es más importante, más inteligente
—Parece otra. Hasta la manera en que se arregla ha cambiado. Si no fuera imposible, juraría que no es Lady Elizabeth —comentó una de las criadas, con la voz cargada de veneno y resentimiento.—¿Están insinuando que exige ser tratada como una verdadera duquesa? —pregunté, incrédula.—Así es, mi señora. Por eso acudimos a usted. Para nosotras, la única dueña de esta mansión es usted, no esa... muchacha.No respondí. Me limité a pasar junto a ellas, bajando las escaleras con paso firme. Necesitaba ver con mis propios ojos lo que decían.La Lady Elizabeth que conocí era apenas una chiquilla frágil, incapaz de defenderse, inferior a mí en todo. Desde hace dos años desempeño los deberes que corresponden a la duquesa, y no permitiré que me arrebate mis privilegios solo por calentar la cama de un anciano. Esa ha sido siempre su única utilidad.Salí de mi despacho y me dirigí al jardín, donde me indicaron que se encontraba. La vi a lo lejos y, debo admitirlo, el vestido le sentaba bien. Había