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14. NO ES CUESTIÓN DE QUE QUIERAS, SIMPLEMENTE ERES MÍO Y YA.

Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.

—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?

Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.

—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?

Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.

¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.

Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.

—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la carne… y eso, lo sabes.

Mientras hablo mi mano alcanza a liberar dos de los botones de su camisa antes de que su mano se ponga sobre la mía y me detenga.

—¿Cómo puede una dama ser tan descarada? —dice, y no puedo ver su rostro, pero su voz es una mezcla de asombro y algo más oscuro.

—¿Una dama? —me burlo suavemente—. Ja.

Estiro la mano que tengo en su pecho poniendo distancia entre nosotros (obvio fui yo quien retrocedió, pues el muy terco no quiso ceder) y capturo su mirada en la mía.

—La Duquesa es la dama, ella tiene los modales y la educación de este lugar. De dónde yo vengo no existe tal cosa como una dama y la sumisión a un hombre, así que a mí debes mirar como a un igual, porque lucharé a tu lado en todo hombro a hombro, no abajo de ti.

Una sonrisa se escapa de mis labios ante el doble sentido que mi mente no puede evitar notar.

—Bueno… habrá momentos en que estaré debajo de ti —añado mordiéndome el labio con picardía—, pero ese es otro tipo de lucha. A mí debes mirarme como a una mujer. Como tu mujer, no como alguien inferior o débil.

Sentí el instante mismo en que su alma vibró con la mía ante mis palabras aunque su rostro no lo demostró. Me acerco suavemente y él no hace el intento de alejarme… nunca ha huido de mi contacto y eso solo me dice que estoy en lo correcto, él siente nuestro vínculo, siente que esto es correcto aunque no entienda la razón.

Vuelvo a inclinarme sobre él, pero esta vez en vez de hablar a su oído, roso delicadamente mis labios en su cuello sintiendo como su piel se eriza.

—No se trata de que quieras. Se trata de que eres mío —susurro en su oído.

Quiero apartarme para leer su expresión, pero él reacciona primero. Me empuja algo brusco y en un instante estamos en la cama, en una posición tan íntima que cada parte de mí lo siente.

—No deberías hacer planes con un cuerpo que no es tuyo. Debes respetar los deseos de esa mujer —dice, aunque su cercanía desmiente cada palabra.

Está tan cerca, tan malditamente excitado, que ya lo puedo sentir.

—Digamos que tengo un acuerdo con ella. Llamémoslo… un trato. Si quisiera, podría tomar el control ahora mismo. Pero estoy aquí porque ella lo permite.

—Pruébalo.

Necesito que Elizabeth se asome por un momento, pero la muy condenada aunque ya está despierta, tiene tanta vergüenza por la posición en que estamos que se niega.

“Serán solo unos segundos” le ruego, “solo tienes que decirle que me autorizas estar con él, eso es todo”.

“Pero eso es mentira”, firma, “te tomaste el derecho a usar mi cuerpo cuando viste la oportunidad”

Aunque son ciertas sus palabras, no puedo dejar que me quite el poco tiempo que me queda. Debo aprovecharlo al máximo.

“No te hagas la santa. Cómo yo veo las cosas, eres tú quien necesita más ayuda que yo. Arreglaré tu patética vida antes de desaparecer, así que en comparación lo que te pido es casi irrisorio”, le digo con suficiencia, "además, estás viviendo a través de mí también, y son recuerdos mucho más entretenidos para ti que todo lo que has vivido hasta el momento. Estas son imágenes y sensaciones con las cuales nunca habrías soñado y menos vivido.

El silencio invade mi mente y entonces siento que estoy siendo halada. He ganado.

—¿Podrías darme espacio, por favor? —susurra Elizabeth, desviando el rostro para no seguir enfrentando la mirada de mi Musa.

El rubor le tiñe las mejillas, y entonces, él hace algo que me hiela la sangre: toma una de las piernas de la duquesa y la coloca con suavidad, pero sin pedir permiso, sobre su hombro.

—¿No era esto lo que deseabas?… Bruja

Está tratando de probar que es ella, eso lo entiendo, pero me está cabreando en el proceso.

Elizabeth lo mira con terror, los ojos muy abiertos, y siento que está al borde del colapso. Jaime desliza la mano con deliberada lentitud desde su pantorrilla hasta la cara interna de su muslo, sin apartar los ojos de su rostro, atento a cada cambio, cada gesto.

—Yo… yo soy Elizabeth —balbucea ella, retrocediendo dentro de sí misma como una niña asustada.

No ha dicho lo que le pedí, pero ya no importa. Estoy de vuelta. Estoy en control de su cuerpo y estoy… furiosa. Celosa. Dolida. Todo a la vez. No estaba preparada para presenciar algo así.

Trato de empujarlo, pero a duras penas se mueve.

—No puedes tocarla —digo con firmeza, elevando la voz.

Pero en un segundo, su mano cubre mi boca, sofocando las palabras.

—Calla. Nadie debe saber que estoy aquí —susurra junto a mi oído, su tono suave, pero con filo—. Sería muy mal visto. Y pondría en aprietos a esa mujer.

Lo miro, con rabia ardiendo en mis ojos. Él sonríe. Disfruta del fuego que ha generado en mí.

—Así que la gran bruja pierde fuerza en las distancias cortas… y es celosa.

Retira la mano de mi boca y maldigo para mis adentros. Maldito. Ha girado el juego a su favor. Y yo, tonta, le he dado las piezas creyéndolo un hombre más simple.

Intento apartarlo otra vez, pero esta vez baja mi pierna, captura mis muñecas con una sola mano y las sujeta sobre mi cabeza, hundiéndome contra el colchón con todo su cuerpo.

—Está claro que son dos… pero tú eres la que me desea. Y yo… soy tu debilidad.

¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! Grita mi mente.

Aprendió a ver las cosas desde otro ángulo y eso le da cierto grado de control.

Su otra mano se cuela en mi intimidad sorprendiéndome. Juguetea sobre la tela con aquel punto de placer entre mis piernas haciendo que pronto la prenda se sienta húmeda. Trato de contener mis sonidos y de que mi cadera no se mueva, pero es prácticamente imposible.

Cierro con fuerza los ojos y mi pelvis se levanta cuando el placer estalla. Su rostro muestra lo satisfecho que está por mi reacción.

—Tengo mucha curiosidad por ver lo que harás en un solo mes —dice con voz grave, acariciando cada palabra con intención.

No me dejó tocarlo. Sé que él también está al límite, pero aun así se aparta, dejándome ahí, rendida, jadeante… iniciada.

Cuando la puerta se cierra tras él, dejo escapar una risa breve, ronca. Acaricio la sábana aún tibia bajo mi cuerpo.

—No tienes idea de cuánto te voy a disfrutar —murmuro con una sonrisa torcida, ya grabada en mis labios.

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