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8. SI ÉL LA RECHAZA, NUNCA FUE SU FAMILIA

El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.

—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.

—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.

Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.

—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.

Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.

Ella extiende una mano, pálida y elegante, y golpea juguetonamente el lugar vacío a su lado antes de volver a sonreír.

—Tranquilo... prometo no hacer nada... que no quiera —se burla

De no ser por su físico, diría que es una mujer diferente a la que sostuvo el puñal y me hizo aquella temeraria petición.  Me quedo sin opciones, así que me acomodo a su lado tratando de mostrarme tan lejano como puedo, pero ella deshizo mi estrategía con una facilidad increible. 

—¿Es usted un hombre así de rogado para todo? —dice sin perder su sonrisa.

Me fascina el atrevimiento con el que juega. Nunca había conocido a una mujer así. No sé en qué momento entramos en este extraño juego de seducción en el que, por primera vez, siento que soy la presa... pero no me quejo.

—Es usted una mujer muy peculiar, duquesa. Debería tener cuidado... sus palabras y actos podrían malinterpretarse.

—Le aseguro que no los está malinterpretando, capitán.

Entonces, me sorprende. De un tirón, me acerca hacia ella y toma mis labios con una maestría imposible de resistir. No hay forma de que un hombre pueda ser inmune a este tipo de ataque... y mucho menos de que no lo disfrute. El beso sube de intensidad de manera vertiginosa, y es entonces cuando decido que no será el perdedor en esta batalla.

El aliento nos falta pronto, y nuestros labios se separan apenas lo suficiente para mirarnos. Parece estudiarme con la misma atención con la que yo la analizo. Su mirada arde con deseo puro.

Mi mano acaricia su rostro antes de deslizar el pulgar por su labio inferior, el cual ella muere con descarada provocación.

Debo estar enloqueciendo.  He tocado a la mujer de un duque, podría morir por eso y aun así... quiero más de ella.  

Aquella mirada parece resplandecer nuevamente y no me importa.  Ahora soy yo quien busca sus labios. No hay ternura en este beso, solo pasión desenfrenada, como si hubiésemos estado atrapados en el tiempo, esperando que este instante llegue. Como si la urgencia misma de la ocasión nos advirtiera que debemos aprovechar cada segundo antes de que se disuelva como un espejismo.

Mi mano tras su nuca guía su caída con delicadeza hasta que su cuerpo toca el suelo sin lastimarse. Nuestras lenguas se buscan, se deslizan, se saborean. Los primeros gemidos escapan de sus labios, alimentando mi ego y desatando mi imaginación.

—¿Qué tan lejos está dispuesta a llegar, duquesa? —pregunto, mis labios rozando los suyos.

Si quiere detenerme, debe ser ahora. Después, será imposible para mí.

—Cielo —susurra—. Por esta noche, llámame Cielo. La duquesa no tendrá una noche de pasión contigo. En su lugar, estoy yo... y te garantizo que te trataré como mío.

¿Tratarme como suyo? Un concepto interesante.

—En ese caso, Cielo —murmuro con voz ronca—, permíteme devolverte la cortesía. Esta noche, serás mi mujer.

Mi cuerpo ya lo ha decidido. El deseo es evidente, innegable.

—Y créeme... en una noche de lluvia como esta, mi mujer ya estaría desnuda bajo mi cuerpo.

Su sonrisa ladina delata cuánto disfruta mis palabras.

Sus manos empiezan a desabotonar mi camisa con lentitud provocadora, pero yo no poseo tanta paciencia. Le ayudo a deshacerse de ella rápidamente, y con la suya... no tengo miramientos. Tiro del tejido sin titubeos, haciendo saltar los botones por los aires. No importa. Tengo más camisas que prestarle.

Nuestros cuerpos se encuentran con urgencia. Piel contra piel. Manos recorriendo caminos desconocidos, tentándonos al pecado de la forma más vil y descarada. Nunca me había sentido tan pleno con una mujer, tan libre... tan yo. Antes creí que sí, pero estaba equivocado.

Afuera, la tormenta arrecia. Dentro de la carpa, el calor es sofocante.

Mis labios degustan sus senos, mis manos memorizan cada centímetro de su piel, y mi mente se embriaga con cada una de sus expresiones de placer, pero nada comparado a lo que despierta su animosidad hacia mí.  

Casi podría jurar que la magia flota en el aire.

Cuando creo que no puede ser mejor, aparece una nueva batalla que quiero disfrutar... y que, para mi sorpresa, no me importaría perder. Toma el control, me sorprende, me arrastra a un límite desconocido en el que no hay escapada.

El clímax nos alcanza con la fuerza de la tormenta que nos rodea.

Nuestros cuerpos sudorosos y agitados descansan momentáneamente uno junto al otro. No es lógico que la tenga en mis brazos. Esto choca con mi concepto de familia. Ella pertenece a otro hombre. No es mía. Y, aun así, ninguna mujer lo ha sido tanto.

El duque es un idiota si la rechaza.

Y entonces, un pensamiento me golpea.

Si él la rechaza, nunca fue su familia realmente. Uno no abandona a su familia. Menos aún cuando quien falló en protegerla fue él.

No me gusta la idea de saberla ajena. De que sea la propiedad de un hombre que no la merece. Pero no está en mis manos liberarla.

—¿Qué te atormenta?

No me está mirando, y aun así lo nota. Gira entre mis brazos y aparta un mechón rebelde de su cabello detrás de la oreja.

—Pensaba en lo que te esperará después —confieso.

Una sonrisa indescifrable cruza su rostro. Entonces, con la misma elegancia con la que me sedujo, se sienta a horcajadas sobre mí.

—No te preocupes. Me encargaré de que la duquesa salga ganadora en esta situación.

Su mirada se torna seria, en contraste con la perfección de su cuerpo sobre el mío. Y, como si estuviera trazando un plan de batalla, declara con calma helada:

—No solo su marido pagará... sino cada una de las personas que han hecho su vida tan miserable como para que no desee vivir.

Sus palabras son extrañas. ¿Por qué habla de la duquesa como si fuera otra persona?

Estoy a punto de preguntarlo... pero sus labios me recuerdan que aún tenemos otro asunto pendiente.

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