El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.
—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.
—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.
Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.
—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.
Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.
Ella extiende una mano, pálida y elegante, y golpea juguetonamente el lugar vacío a su lado antes de volver a sonreír.
—Tranquilo... prometo no hacer nada... que no quiera —se burla
De no ser por su físico, diría que es una mujer diferente a la que sostuvo el puñal y me hizo aquella temeraria petición. Me quedo sin opciones, así que me acomodo a su lado tratando de mostrarme tan lejano como puedo, pero ella deshizo mi estrategía con una facilidad increible.
—¿Es usted un hombre así de rogado para todo? —dice sin perder su sonrisa.
Me fascina el atrevimiento con el que juega. Nunca había conocido a una mujer así. No sé en qué momento entramos en este extraño juego de seducción en el que, por primera vez, siento que soy la presa... pero no me quejo.
—Es usted una mujer muy peculiar, duquesa. Debería tener cuidado... sus palabras y actos podrían malinterpretarse.
—Le aseguro que no los está malinterpretando, capitán.
Entonces, me sorprende. De un tirón, me acerca hacia ella y toma mis labios con una maestría imposible de resistir. No hay forma de que un hombre pueda ser inmune a este tipo de ataque... y mucho menos de que no lo disfrute. El beso sube de intensidad de manera vertiginosa, y es entonces cuando decido que no será el perdedor en esta batalla.
El aliento nos falta pronto, y nuestros labios se separan apenas lo suficiente para mirarnos. Parece estudiarme con la misma atención con la que yo la analizo. Su mirada arde con deseo puro.
Mi mano acaricia su rostro antes de deslizar el pulgar por su labio inferior, el cual ella muere con descarada provocación.
Debo estar enloqueciendo. He tocado a la mujer de un duque, podría morir por eso y aun así... quiero más de ella.
Aquella mirada parece resplandecer nuevamente y no me importa. Ahora soy yo quien busca sus labios. No hay ternura en este beso, solo pasión desenfrenada, como si hubiésemos estado atrapados en el tiempo, esperando que este instante llegue. Como si la urgencia misma de la ocasión nos advirtiera que debemos aprovechar cada segundo antes de que se disuelva como un espejismo.
Mi mano tras su nuca guía su caída con delicadeza hasta que su cuerpo toca el suelo sin lastimarse. Nuestras lenguas se buscan, se deslizan, se saborean. Los primeros gemidos escapan de sus labios, alimentando mi ego y desatando mi imaginación.
—¿Qué tan lejos está dispuesta a llegar, duquesa? —pregunto, mis labios rozando los suyos.
Si quiere detenerme, debe ser ahora. Después, será imposible para mí.
—Cielo —susurra—. Por esta noche, llámame Cielo. La duquesa no tendrá una noche de pasión contigo. En su lugar, estoy yo... y te garantizo que te trataré como mío.
¿Tratarme como suyo? Un concepto interesante.
—En ese caso, Cielo —murmuro con voz ronca—, permíteme devolverte la cortesía. Esta noche, serás mi mujer.
Mi cuerpo ya lo ha decidido. El deseo es evidente, innegable.
—Y créeme... en una noche de lluvia como esta, mi mujer ya estaría desnuda bajo mi cuerpo.
Su sonrisa ladina delata cuánto disfruta mis palabras.
Sus manos empiezan a desabotonar mi camisa con lentitud provocadora, pero yo no poseo tanta paciencia. Le ayudo a deshacerse de ella rápidamente, y con la suya... no tengo miramientos. Tiro del tejido sin titubeos, haciendo saltar los botones por los aires. No importa. Tengo más camisas que prestarle.
Nuestros cuerpos se encuentran con urgencia. Piel contra piel. Manos recorriendo caminos desconocidos, tentándonos al pecado de la forma más vil y descarada. Nunca me había sentido tan pleno con una mujer, tan libre... tan yo. Antes creí que sí, pero estaba equivocado.
Afuera, la tormenta arrecia. Dentro de la carpa, el calor es sofocante.
Mis labios degustan sus senos, mis manos memorizan cada centímetro de su piel, y mi mente se embriaga con cada una de sus expresiones de placer, pero nada comparado a lo que despierta su animosidad hacia mí.
Casi podría jurar que la magia flota en el aire.
Cuando creo que no puede ser mejor, aparece una nueva batalla que quiero disfrutar... y que, para mi sorpresa, no me importaría perder. Toma el control, me sorprende, me arrastra a un límite desconocido en el que no hay escapada.
El clímax nos alcanza con la fuerza de la tormenta que nos rodea.
Nuestros cuerpos sudorosos y agitados descansan momentáneamente uno junto al otro. No es lógico que la tenga en mis brazos. Esto choca con mi concepto de familia. Ella pertenece a otro hombre. No es mía. Y, aun así, ninguna mujer lo ha sido tanto.
El duque es un idiota si la rechaza.
Y entonces, un pensamiento me golpea.
Si él la rechaza, nunca fue su familia realmente. Uno no abandona a su familia. Menos aún cuando quien falló en protegerla fue él.
No me gusta la idea de saberla ajena. De que sea la propiedad de un hombre que no la merece. Pero no está en mis manos liberarla.
—¿Qué te atormenta?
No me está mirando, y aun así lo nota. Gira entre mis brazos y aparta un mechón rebelde de su cabello detrás de la oreja.
—Pensaba en lo que te esperará después —confieso.
Una sonrisa indescifrable cruza su rostro. Entonces, con la misma elegancia con la que me sedujo, se sienta a horcajadas sobre mí.
—No te preocupes. Me encargaré de que la duquesa salga ganadora en esta situación.
Su mirada se torna seria, en contraste con la perfección de su cuerpo sobre el mío. Y, como si estuviera trazando un plan de batalla, declara con calma helada:
—No solo su marido pagará... sino cada una de las personas que han hecho su vida tan miserable como para que no desee vivir.
Sus palabras son extrañas. ¿Por qué habla de la duquesa como si fuera otra persona?
Estoy a punto de preguntarlo... pero sus labios me recuerdan que aún tenemos otro asunto pendiente.
Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.El cuerpo humano, sobre
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor… cuando pueda regresar… escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra… otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición, no
Tras doce largas horas de camino, finalmente llegamos al pueblo de La Herradura, un rincón apartado entre colinas suaves y caminos polvorientos. Allí reside mi estimado amigo Iván Felipe Ortega, razón principal de este viaje apresurado. Algo insólito —casi inverosímil— ha sucedido con respecto a su esposa, y como consecuencia, ha lanzado un desafío a duelo contra su medio hermano.En estos tiempos, los duelos están prohibidos por ley. Sin embargo, tratándose de mi vieja camarada, y de un asunto tan apasionante como ese, no podía negarme a venir. Iván Felipe, al igual que yo, ostenta el rango de capitán, aunque con más años de servicio. Podría decirse que es casi un superior, y por ello sé que no me negará un favor: escoltar discretamente, en mi nombre, a la duquesa hasta los terrenos del condado.—Nada de magia ni de excentricidades mientras estés bajo este techo —le advierto en voz baja.—No se preocupe —responde ella, con una sonrisa leve—. No tengo intención de acabar en una hoguer
El desdoblamiento es un arte sutil que todo ser humano puede lograr, basta con guiar la mente hacia un estado profundo de relajación. Me acomodo nuevamente en aquella cama y comienzo mi preparación. Poco a poco, me dejo caer en ese suave abismo de inconsciencia, pero justo antes de perderme por completo, fuerzo a mi mente a permanecer alerta, permitiendo que solo el cuerpo repose.Siento que el peso se desvanece y flota. No quiero flotar. Podría perder el control, alejarme demasiado de mi cuerpo y terminar… quién sabe dónde. Con esfuerzo, intento mantenerme cerca del suelo, anclada.Esperaba ver proyectada la imagen de una mujer de sesenta y cinco años, como dicta mi edad, pero frente a mí se encuentra la versión de veinte, con una bata blanca tan sencilla como pura.Me invade una felicidad extraña al volver a verme así. No comprendo del todo el porqué. Varias teorías revolotean en mi cabeza, pero la más fuerte sostiene que, al haber estado cerca de cuerpos jóvenes, al haber visto y s
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que “arreglas” lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la car
Después de eso no tuve la oportunidad de volver a verlo hasta que llegó el momento de la despedida. La duquesa fue quien se hizo cargo de la salida y despedida cordial. Por el momento yo solo pongo cuidado a las costumbres para no desentonar ahora que habrá más gente a nuestro alrededor.Es extraño que una escolta me espere, pero Elizabeth dice que eso es normal para ella. “Fuera de la residencia del gran Duque, rara vez estaremos solas”, dice.Mi musa la acompaña al carruaje, pero antes de ayudarla a subir toma su mano y la besa conservándola por un momento entre la suya, diciendo en voz baja.—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas y que en definitiva… no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira con asombro, pero asiente con una sonrisa verdadera.—Lo ha escuchado, Capitán.Sube al carruaje. Antes de partir mira por la ventanilla hacia el segundo piso de la casa, desde donde se distingue la silueta de una mujer que nos observa. Si
Siento la mirada de todos pegada a mi espalda. Subimos las escaleras hasta el segundo piso lentamente debido a la avanzada edad del duque, pero esa demora la camufla mediante una conversación sutil escalón tras escalón preguntando por mi experiencia. Claro que le digo lo asustada que estaba y lo mucho que lo he extrañado.En algunas ocasiones las palabras que me dicta Cielo tratan de atragantarse en mi garganta, pero ella es tan insistente que termino diciéndolas, obviamente haciendo algunas adaptaciones.—Lo he extrañado tanto su excelencia que creo que todas estas noches no seré capaz de dormir sola. Necesito de su protección para sentirme segura.No habría imaginado antes que tendría que decirle a esta persona algo así, pero aquí estoy. El largo y extenuante viaje en carruaje me ha dado mucho tiempo para pensar las cosas con cabeza fría. Pude haber muerto cuando la roca golpeó mi cabeza, pudieron pasarme más cosas horribles que recordaría en manos de aquellos hombres y en definitiv